Por Hugo Zelaya

A veces nos parece demasiado sim­plista decir que la decadencia moral de nuestra sociedad se debe en gran parte a la transformación que ha venido ocurriendo en la familia. Cualesquiera que sean los factores que compliquen este cambio, incluyendo nuestra propia in­terpretación del efecto causado en los hogares, no podemos negar que la fa­milia se encuentra hoy bajo una enorme presión.

Por ejemplo, en las familias de re­cursos económicos más bajos, la esposa se ha visto obligada a compartir con el marido la responsabilidad de proveer lo necesario para el hogar, empleándo­se en trabajos remunerados que la se­paran de sus hijos.

Lo que en algunas familias se hace por necesidad, en otras es sólo ambi­ción. No obstante, el resultado es el mismo: las esposas han descuidado el hogar para levantar su nivel económi­co o para «realizarse» y ambos han quedado expuestos a la intervención desmoralizadora de las fuerzas que ha­bían sido resistidas por las «guardianas del hogar.» Ellas habían sido las princi­pales defensoras de las tradiciones mo­rales, transmitidas de una generación a otra en el vínculo familiar.

La presión sobre las esposas para que trabajen fuera de la casa, las ha he­cho confiar la educación moral de los hijos a las guarderías, las escuelas del estado y, esencialmente, a personas ex­trañas. En síntesis, se ha perdido la tradición social de la enseñanza fami­liar que tenía su fundamento en las Escrituras.

Con la emancipación de la mujer, el hombre también se ha visto afectado y ha tenido que ajustar su propio papel dentro del hogar y la sociedad. Si la es­posa reclama que se siente marginada por el concepto bíblico de la familia, el marido comienza ahora a sentirse desplazado o invadido en sus áreas de responsabilidad. Ninguno de estos sen­timientos es bueno. Ambos tienen una influencia negativa en las relaciones de compromiso en el matrimonio.

Esta transformación de la familia y el consecuente deterioro de sus víncu­los, ha cobrado su precio en la sociedad. Las relaciones han cambiado su compromiso, su necesidad mutua y su mo­ralidad bíblica, por arreglos de conve­niencia, independencia económica y materialismo. Algunos ven estos cam­bios y la decadencia moral como mera coincidencia y con poca o ninguna re­lación entre sí. Pero las evidencias de causa y efecto demuestran lo contrario.

La familia había sido tradicional­mente religiosa. La enseñanza cristiana ha hecho siempre un esfuerzo grande para ayudarla a mantenerse integrada.

La Biblia ofrece principios muy claros y específicos que regulan sus relaciones. Frente a estas reglas han surgido siem­pre ideologías que han pretendido mo­dificar o substituir la moral de Dios por una propia que se acomode a las exigencias de los instintos. Hasta ahora, la familia había hecho una buena de­fensa de su moral cristiana.

Las religiones, como el cristianismo y el judaísmo, que hacen su enfoque en la inmortalidad del alma y enfatizan su recompensa o castigo por los actos realizados en vida, ofrecen una buena oportunidad a sus fieles para que disciplinen su conducta y pensamiento. Si bien para unos la religión ha sido el «opio de las masas», la realidad es que ésta ha servido de freno para que los hombres no se desboquen en un afán de satisfacer todos sus instintos a como dé lugar. La falta de reflexión en las consecuencias morales de sus actos convierte al hombre en una especie de ani­mal sin respeto por la ley.

El deterioro moral se debe a la pér­dida de la fe; las exigencias materiales la han desplazado a un plano inferior. Pero el hombre es un ser moral por naturaleza, de manera que ha ido forman­do al margen de la religión, una moral social que lo deja en libertad de decidir por sí mismo. Es decir, que la moralidad moderna se interpreta según un crite­rio muy personal: cada quien esgrime su propio concepto.

La iglesia ha dejado de ser la autori­dad indiscutible en los asuntos de la moral y su dominio en el pensamiento y la conducta de los hombres ha pasado a ser otra influencia más, de las tantas que se encuentran hoy.

La fuerza del cristianismo verdade­ro es todo lo que necesitamos para que nuestra vida transcurra con digni­dad, respeto y productividad. La mez­cla con otras ideologías o filosofías diluyen su fuerza y hace que pierda su impacto social. Cristo ofrece una solu­ción completa y radical en todos los aspectos de la vida, sean estos espiritua­les, sociales, económicos, materiales o morales.

Oremos para que Dios nos ayude a ver con claridad su voluntad y nos ca­pacite para navegar contra la corriente.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 9 octubre 1982