Por Don Basham
Cinco lecciones extraordinarias de la primera Navidad
Los relatos bíblicos del nacimiento de nuestro Salvador son muy significativos para nosotros, pero creo que hay algo de mayor trascendencia que podemos aprender. La historia de la Navidad revela lecciones profundas en la vida de sus protagonistas. Hay en esos días y semanas antes del nacimiento de Jesús, lecciones de esperanza, de fe, de amor, de expectativa y de alegría. También se destacan las penalidades, los sacrificios, el temor, la incomprensión, los celos y hasta el asesinato y la intriga.
Yo encuentro cinco grandes lecciones para nosotros en esta historia. Primero, que la Navidad nos recuerda que las familias son especiales en el plan de Dios. Desde el comienzo, Dios decidió usar a las familias para desarrollar a una nación que fuera suya.
La primera familia formada por Adán y Eva fracasó, pero Dios no se dio por vencido en su idea. Más bien siguió insistiendo en la familia. El Antiguo Testamento es la historia de Dios continuando su pacto con ellas a través de las generaciones. Cuando llegó el tiempo de la redención del hombre, Dios decidió hacerlo con una familia. Escogió a José y a María para mandarles a su Hijo.
Cada vez que Dios quería hacer algo especial en la tierra lo comenzaba con el nacimiento de un niño. En su trato con el pueblo de Israel, Dios era quien levantaba a sus líderes. Escogía a una familia específica, le daba un hijo y lo preparaba hasta que llegaba a la madurez y a su lugar dentro de los propósitos de Dios.
Este sistema de Dios es sorprendente, considerando las cosas que estaban de por medio cuando él envió a su Hijo al mundo. Se lo confió a una pareja que nunca antes había tenido hijos y que apenas comenzaba su vida en familia. Las familias tienen un lugar especial en el plan y propósito de Dios.
La más pequeña
La segunda lección en la historia de la Navidad es que, a menudo, lo insignificante se convierte en lo más grandioso en el plan de Dios. Consideremos todas las manifestaciones sobrenaturales en el nacimiento de Jesús y nos daremos cuenta que Dios no ve las cosas como nosotros. Los ángeles, por ejemplo, aparecieron a humildes pastores durante la noche y les anunciaron que el Salvador había nacido en Belén, los cielos se abrieron y la gloria de Dios vino sobre ellos. Huestes angelicales cantaron y alabaron a Dios. Toda esta escena espectacular y sobrenatural se hubiera esperado en las más altas cortes de los reyes de la tierra. Pero fue presentada a un puñado de humildes y sencillos pastores.
La preferencia de Dios por la gente «insignificante» queda de manifiesto en la profecía de María cuando vino a visitar a su prima Elizabeth, la madre de Juan el Bautista.
Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. (Le. 1:51-53).
Cuando nos sintamos insignificantes o estemos sufriendo por sentirnos de poca estimación, recordemos esto: Dios tiene una tarea y un lugar muy importantes para los humildes en la tierra. La intervención de Dios en la humanidad en la Navidad, es la verdad más dinámica y poderosa que tenemos, y ésta ocurrió en las circunstancias y con las personas más humildes. La historia completa de la Navidad es un antídoto continuo contra todo sentimiento que nos rebaje, porque nos revela que, en los planes de Dios, muchas veces el menor llega a ser el mayor.
El precio de la elección
La tercera lección que sacamos de la historia de la Navidad es que hay un precio que pagar cuando somos escogidos por Dios, y que lo mejor casi siempre viene mezclado con lo más difícil. Este detalle se nos escapa muchas veces porque imaginamos el nacimiento de Jesús en una atmósfera de paz y serenidad. Pero así no sucedió en realidad. Para los involucrados fue un tiempo de tormenta y turbulencia llena de dramatismo.
Veamos a María, por ejemplo. La Biblia no dice mucho de María, sólo que era una doncella virgen que estaba por casarse con José, un carpintero de Nazareth. De pronto, en medio de los preparativos para la boda, se aparece un ángel y le dice:
Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Le. 1:31-33).
María estaba todavía sin casarse y el ángel le dice que va a quedar encinta. ¿Qué dirían sus amigos y vecinos? Pero aún más importante, ¿qué diría José? María tuvo que luchar con esta realidad dolorosa y práctica en su relación con las otras personas del pueblo, con los miembros de su familia y más aún con el hombre con quien estaba comprometida. Ciertamente que por delante estaba toda una vida de satisfacción y exaltación porque de entre todas las mujeres ella había sido escogida para algo muy especial. Pero en medio de toda esa felicidad soportaría el dolor, la incomprensión y la tragedia de la muerte de su Hijo. Hay un precio que pagar cuando somos elegidos por Dios.
Veamos esta misma lección desde el punto de vista de José cuando leemos la historia en el Evangelio de Mateo:
El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.
José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente (Mt. 1 :18-19).
No conozco otro pasaje de la Escritura que refleje la emoción y la lucha interna de este relato. José era un hombre justo, y la Biblia no dice eso de muchos hombres. También era un hombre piadoso, descendiente de David, un judío íntegro, un hombre respetado en la comunidad, un carpintero estimado. Su vida y sus asuntos familiares estaban en orden y con anticipación esperaba el día de su enlace con esta hermosa joven. Y ahora descubre que su futura esposa está encinta.
La preparación de un padre
No sabemos la agonía y el tormento que este descubrimiento causó en José, ni cuánto tiempo tuvo que soportarlo sin alivio. Mateo 1: 20 sólo dice: «Y pensando él en esto». ¿Cuánto tiempo lo pensó? ¿Horas, semanas? No sabemos, pero pasó un tiempo antes que Dios sobrenaturalmente le dijera que todo iba a resultar bien. A veces uno se pregunta por qué Dios permitió que José pasara por ese tormento. ¿Por qué no le envió un ángel antes para prepararlo?
Dios tenía un propósito. Quizá quería tratar con su orgullo o con otras áreas que lo capacitarían para su difícil tarea. José tenía que ser alguien muy especial como padre adoptivo del Hijo de Dios. Tuvo que volverse un hombre de oración, buscando a Dios desesperadamente y de continuo para que le diera soluciones en medio de los turbulentos sucesos que se avecinaban: el deseo de Herodes de matar al niño y todo lo demás. José debió tomar decisiones difíciles y dolorosas para garantizar el bienestar de María y del bebé Jesús. El también tuvo que sufrir penalidades para cumplir con su llamamiento porque lo mejor venía mezclado con lo más difícil. Era el precio que debía pagar por su elección.
La otra cara
Las circunstancias del nacimiento trajeron penalidades adicionales a José y María: un viaje agotador a Belén, sin lugar dónde hospedarse, sólo un establo, y por encima de todo, los dolores de parto comenzaron en María cuando llegaron.
Reflexionemos en la consternación que debieron sentir. ¿Cómo serían las oraciones, los pensamientos y las conversaciones entre José y María cuando el niño finalmente nació?
Gracias a Dios que ya todo pasó y María y el bebé están bien. ¡Qué noche más calamitosa! ¿Cómo es que tantas cosas salieron tan mal? ¿Qué pensará María de un esposo que la ha metido en un embrollo como este? ¿Y qué dirán nuestros amigos en Nazareth cuando sepan que María tuvo el bebé en un establo? Me echarán la culpa a mí. Pensarán que lo hice deliberadamente, porque no quería al bebé. Ciertamente que este lugar no es para que nazca un bebé. Mucho menos para el Hijo de Dios. Se merece algo mejor.
Sé que no debo quejarme, pero ni partera había para María. Dios, ¡qué tragedia si algo hubiera salido mal… María se merece algo mejor. Señor, no entiendo cómo pudiste permitirlo siendo tu Hijo. Pero gracias porque María y el niño están bien. ¡Qué pequeñito es!
Y tal vez María tuvo pensamientos como estos:
Mi bebé nació. Gracias a Dios ya pasó todo, y tengo a mi bebé. Dios mío, que difícil fue; estoy tan cansada, pero ya pasó y mi niño está bien. Gracias, Dios. El es mi primogénito, mi hijo y tu Hijo; Jesús. Qué pequeñas son sus manos y sus pies, pero está todo completo. Le conté los dedos en las manos y los pies. Tú lo entiendes, ¿verdad? Valió la pena lo que costó, el dolor, el viaje terrible a Nazareth, la gente mirándome, las calles repletas de gente y ese pobre posadero …
¡Cómo me hubiera gustado algo mejor para tu Hijo! Algo mejor que un establo y más limpio que un pesebre. Si hubiera tenido esa linda cuna que talló José. Si estuviéramos en casa para acostarlo allí.
Hay tantas cosas que no comprendo. Ayúdame, oh Dios a entender. Ayúdame a no quejarme. Yo sé que tú ves todas las cosas. Esos extranjeros ricos que trajeron regalos, tú debiste enviarlos. Seguramente tú los dirigistes. ¡Qué regalos más hermosos y costosos para el bebé! Pero no los puede usar ahora, aunque si tuviera su cunita…
Yo sé que mi imaginación corrió libre con estos pensamientos, pero creo que es relevante y nos ayuda a recordar que, cuando Dios nos escoge, lo mejor está a menudo mezclado con lo más difícil.
Caminar por fe
La cuarta lección es que cuando Dios interviene en nuestras vidas, él espera que nosotros respondamos por fe. Hebreos 11 es el gran capítulo de la fe donde se nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios, y que la fe es la substancia de las cosas que esperamos y la evidencia de lo que no se ve. Después viene una lista de los héroes de la fe del Antiguo Testamento. Los nombres de José y María bien pudieron haberse mencionado.
Por fe tomó José a María como esposa, aunque tuvo cierta lucha en el principio. Los pastores tuvieron que dejar sus rebaños por fe. Los tres reyes tuvieron que seguir la estrella hasta Belén por fe. Simeón y Ana, que estaban en el templo cuando José y María llevaron al niño de ocho días para su dedicación, había vivido por fe creyendo que no morirían sin ver antes al Señor Jesucristo.
La amenaza
Una de las personas en la historia navideña que no respondió en fe fue Herodes. Cuando oyó del nacimiento de Jesús, inmediatamente reconoció la amenaza. Le pidió a los reyes magos que encontraran al niño y regresaran a informarle para que él pudiera ir a adorarle. Pero sus intenciones eran matarlo.
Herodes vio el nacimiento de Jesús como una amenaza a su reinado y reaccionó como cualquier rey terrenal que no quería ser destronado. Despreciamos a Herodes por su mala motivación, pero la verdad es que muchas veces nosotros actuamos como él. Cuando Dios intenta establecer su gobierno en nuestras vidas, nuestros deseos mezclados con los de Satanás de gobernarnos a nosotros mismos, nos hace reaccionar de una manera parecida. Dios quiere plantar una semilla en el corazón que requiere nuestra abdicación del trono, pero nosotros reaccionamos como Herodes en vez de responder con fe como María. Decimos «no» en vez de «hágase conmigo conforme a tu palabra». Si queremos que Dios nos use verdaderamente, debemos saber que su intervención requiere una respuesta de fe.
Los planes de Dios
La última lección es que los planes de Dios son de largo alcance y nosotros tenemos que aceptarlos así. A través de toda la Escritura encontramos la frase: «en el cumplimiento del tiempo». Eso significa que después de un período en el que Dios preparó las cosas, en el momento preciso, él ejecuta lo que ha planeado.
En el momento preciso, Dios envió a Jesús a morir por los injustos. Pero él comenzó desde el principio con Adán y Eva, la familia original. Ellos fracasaron, pero Dios siguió adelante y después de un largo período, Dios puso en efecto su plan para la redención del hombre.
El capítulo 3 de Lucas da una lista de la genealogía de Jesús: setenta y siete generaciones en total. Generación tras generación, siglo tras siglo, Dios pacientemente trabajó preparando el momento en que abrió los cielos gloriosamente. Pero, aún después del nacimiento de Jesús, nada ocurrió durante treinta años. Día tras día, año con año, el carácter humano de Jesús se estaba formando dentro de la familia divina. Durante treinta años Dios hizo un trabajo de preparación en su Hijo unigénito para que un día su Hijo proclamase el advenimiento de su reino como él lo había planeado siglos atrás.
Hoy, dos mil años más tarde, nos encontramos nosotros trabajando deliberada y pacientemente para un Rey y un Reino que ya vino y está por venir. De alguna manera sentimos esta lección derivada de la Navidad: Dios tiene planes a largo alcance. Usted y yo estamos edificando, no sólo para nosotros, sino también para las generaciones futuras. Y Dios tiene toda la eternidad y toda la historia para hacer cumplir sus planes.
Innumerables veces nos apresuramos para que las cosas sucedan rápidamente cuando debiéramos aprender esta lección: que cuando Dios edifica lo hace, precepto sobre precepto, línea sobre línea. Nosotros somos la generación actual de muchas tantas que nos precedieron en el pueblo de Dios y tenemos la responsabilidad de edificar el reino de Dios en la tierra, hoy.
La primera Navidad nos recuerda, además de todas las cosas que hemos dicho ya, que estamos edificando no sólo para hoy, o para mañana o para el año entrante, sino también para nuestros hijos, para nuestros nietos y para toda la eternidad. Estamos trabajando para el reino de Dios, que comenzó esa primera Navidad y que un día será totalmente como Dios lo planeó desde el principio. Sea su reino sobre la tierra como en el cielo.
Don Basham
Licenciado en Arte y Divinidad de la Universidad de Phillips, y graduado del Seminario de Enid, Oklahoma. Fue editor de New Wine Magazine y autor de varios libros, entre ellos «Líbranos del Mal» y «Frente a un Milagro «.
Anécdotas del Hogar Por Darla Gaiser
La cuna de Amita
Una de mis más grandes esperanzas durante la Navidad, es que la atención de la familia se centre en Cristo y no en las cosas materiales de este tiempo. Pero a veces me es difícil saber si he logrado impartir el verdadero significado de la Navidad a mis hijos, debido a que todavía están muy niños; con apenas dos años y medio y dieciocho meses. A esta edad no pueden expresarse bien siempre y yo no sé hasta dónde comprenden lo que les digo.
Decidí que lo mejor para la Navidad era leerles la historia del nacimiento de Jesús directamente de la Biblia, de la versión popular que es más fácil de entender. Pero las cosas no salen siempre como una las planea.
Una vez estaba leyendo la otra versión en mi estudio personal, y mi hija, Amita, se me acercó, diciendo:
» ¿Vas a estudiar la Biblia, mamita?»
«Sí».
«Esa es la Biblia de papá».
«Sí, querida. Es la Biblia de mami y de papi». «
¿También habla de Jesús?» preguntó ella.
«Sí. ¿Te gustaría que leyéramos de Jesús juntas?»
Ella hizo un gesto afirmativo y se acomodó en mi regazo con deleite y expectación. Se acercaba la Navidad y decidí leerle la historia del nacimiento, aunque esta versión no fuese la popular.
Ayúdanos, señor, oré. Las palabras son muy difíciles para que una niña tan pequeña las entienda. Ábrele el entendimiento y dame sabiduría para enseñarle.
Busqué el segundo capítulo de Lucas y comencé a leer, deteniéndome para explicar lo que significaba edicto, empadronamiento, promulgar y otras palabras y conceptos que mi hija repetía atentamente. Le pregunté si se acordaba quiénes eran José y María y respondió correctamente. Hablamos de la clase de pañales que Lucas menciona y ella estaba feliz. Entonces llegamos al pesebre.
El pesebre le interesó mucho a Amita. No podía comprender por qué el niño Jesús tenía que dormir en un cajón lleno de heno, aunque disfrutó de la idea que los animales le permitieran que usara su alimento para acostarse. Intenté explicarle que no había lugar en la posada, ni en ninguna de las casas para José, María y el niño Jesús, pero para ella era un enigma.
Volví a hacer el intento.
«El pesebre estaba en un establo».
«Sí», dijo ella, «donde duermen las vacas y las ovejas».
«Correcto».
«Y en los establos no hay camas», «dijo Amita para mostrarme que estaba entendiéndolo todo.
«Cierto». No tenían una cuna para el bebé Jesús», dije yo. «Todo lo que había era un pesebre y allí tuvieron que acostarlo».
Amita se quedó muy pensativa y yo dejé que la idea continuara impresionándola. Pasaron algunos segundos. Después, sonriendo, se puso su mano en el pecho y dijo:
«Mami, en mi corazón hay una cuna para que duerma el bebé Jesús».
Las lágrimas se vinieron a mis ojos mientras la abrazaba fuertemente. Amita había dicho tanto en tan pocas palabras. Porque hay pocas cosas materiales que ella aprecia, una de ellas es la cuna que su abuelo le hizo cuando era bebé y ella le estaba dando a Jesús lo mejor que ella tenía; no un cajón cualquiera, sino una cuna propia en su mismo corazón. Amita había entendido muy bien.
Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 10- diciembre 1984