Miger M. Gálvez M.

1Juan 4:12

Tan pronto somos salvados y perdonados, la Biblia nos dice que lo que sigue inmediatamente es el «perfecciona­miento». El Señor es eterno y Su Plan incluye la eternidad con El, por lo tanto, él tiene que tratar con los valores eter­nos. La Biblia enseña que lo que eternamente prevalecerá y nunca dejará de ser es el Amor. «Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. El amor nunca deja de ser; pero las pro­fecías se acabarán, y cesarán las lenguas y la ciencia aca­bará» (1 Co. 13: 13 y 8).

PERFECCIONAMIENTO

Hay algunas ideas afines que son útiles para compren­der el significado de perfeccionar, por ejemplo, coronar, completar, poner en su punto, pulir, purificar, adornar, retocar, mejorar, prosperar o adelantar.

Todo esto está en el plan de Dios para sus discípulos. Dios no se contenta hasta que cada uno de sus hijos llegue a ser completo, acabado, maduro, consumado. El quiere hacer de nosotros Su obra, magistral, única, inimitable. Por eso él no parará hasta que lleguemos a ser excelentes, impecables, discípulos de buena ley, irreprochables ante sus ojos y a vista de todo el mundo. «El día del Señor Je­sucristo» (Fil. 1:6). Jesucristo lo pone como imperativo:

«Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateo 5:48). Por esta sola y especial finalidad la revelación de las Escrituras dice:

«El mismo constituyó a unos apóstoles; a otros evangelis­tas, a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la uni­dad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un va­rón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4: 11-13).

La perfección es exclusiva, única, en Dios. Es su dere­cho inviolable. Estar en sus manos es estar, entonces, en su derecho. No hay concesiones ni excepciones. El no pue­de concluir con menos. Aquí es donde se revelan y se ex­plican muchas de nuestras situaciones. Su amor perfecto logra y puede perdonar a un ofensor tan grave como noso­tros y sacar de nuestra condición caída, enferma y destrui­da por el pecado, una Gloria para su misericordia. Pero, es precisamente por causa de tanto amor, que esto no para allí. Inmediatamente se pondrá a trabajar para nuestra perfección y no se detendrá.

Abraham debió ser perfecto antes que recibiera la pro­mesa. Moisés, David, Salomón, los Profetas, los Apóstoles, todos debieron serlo para vivir en el plan de Dios, Los Discípulos, la Iglesia debe ser perfecta antes de entrar con Cristo en el propósito imperecedero.

Cada miembro, cada discípulo, cada integrante del Reino de los Cielos, debe saber exactamente a lo menos dos cosas: Primero, que debe ser perfecto y segundo, que llegará a ser perfecto, porque Dios lo hará inevitablemente en su vida.

AMOR EN SU PUNTO

La revelación del Espíritu Santo dada en 1 Juan tiene la virtud de señalar hasta el punto donde el amor se ha completado.

«Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros».

La pregunta es: ¿Por qué la perfección en el amor? ¿Acaso no hay otros valores en la experiencia cristiana? ¿La fe, la esperanza, las profecías, la sujeción y unos cuántos más?

La respuesta es que necesariamente debe ser en el amor. De cierto que todos los valores en la experiencia cristiana deben pulirse, mejorar o adelantar. Es bueno bus­car los mejores dones. Claro que lo es. Sin embargo, pode­mos decir que toda la estimación de la fe, la esperanza, la constancia, la oración, las profecías, el estudio de la Pala­bra, los dones, etc., está en estricta relación con el amor. Si el amor es imperfecto, todo lo demás es igual, o menos.

Nada de todo aquello es precioso ante los ojos de Dios e inútil en el servicio del Reino de los Cielos y por consi­guiente dañino, si no crece en el amor. En otras palabras, la razón única para que exista la fe y todo, todo lo de­más, es el amor. Incluso para que exista la Iglesia y noso­tros mismos. El Apóstol Pablo lo establece con nitidez en el Salmo del Amor, escrito en 1 Corintios 13.

De tal manera que este es el asunto fundamental y no otro. Por eso es que Dios procurará siempre, insistirá de todas maneras en el perfeccionamiento a través del amor, hasta que lleguemos a la mayor altura, a la mejor imagen de lo completo, pero, en forma práctica, visible, de «he­cho y en verdad».

HACIA EL PERFECCIONAMIENTO

El hermano como un recurso divino, es el camino bí­blico hacia la madurez. Gracias, entonces, por cada uno de nuestros hermanos buenos, regulares o difíciles, es decir, los de buen carácter, regular o de difícil personalidad. Gra­cias por los leales, los quejumbrosos, los inconformistas, los mimados, los veleidosos, etc. Gracias por todos ellos, pero todavía falta. Gracias por aquellos como Judas, otros como Poncio Pilato, pero … falta. Gracias por aquellos que siendo nuestros hermanos se declaran o actúan como enemigos y desean nuestra muerte, derrota o alejamiento, que es lo mismo,

Abraham tuvo a Lot -interesado, vanidoso-, como su primer gran peldaño, para ir hacia la perfección deseada. El capítulo 12 versículo 4 de Génesis dice: «Y se fue Abram como Jehová le dijo: y Lot fue con él». Esto nos da a entender que Lot, quien no había sido llamado por Dios, de pronto quiso ir con Abram, con propósitos muy diferentes, por cierto, pero, allí estaba, día a día, con todas sus costumbres, irregularidades, etc. ¡Qué prueba! «No haya altercado entre nosotros dos», es la frase conque fi­nalmente Abram supera la crisis diaria, para dar lugar a la victoria del amor en su corazón. Esto lo lanzaba hacia «la promesa» que un día palparía con sus manos y vería con sus ojos,

David antes de llegar a ser rey de Israel, debió pri­mero subir por el mismo camino. Después que fue ungido por el profeta Samuel faltaba algo en el plan de Dios. Has­ta allí una etapa, pero faltaba otra y quien sabe si otra más. Para eso estaba Saúl, el soberano que todavía perma­necía en el trono. Su envidia, ira, celos, sus deseos de dar muerte a David nublaban la existencia de éste cada amane­cer. ¡Qué prueba! Pero, finalmente, permite que el amor sea el que logre la derrota de su enemigo, a quien respeta de todas maneras como el ungido de Jehová.

«¿Por qué per­sigue así mi Señor a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué mal hay en mi mano? Si Jehová te incita contra mí, acepta él la ofrenda»‘(1 Samuel 26: 17 -19), son las palabras de la victoria y poco tiempo después David está ocupando el lugar que Dios había dispuesto para él.

Qué decimos de Jesús. Dice la Biblia que antes de la cruz, que es el camino a la victoria suprema del amor, tu­vo que superar primero a Poncio Pilato. Cuán verdadera­mente conmovedor es el relato de su experiencia en Juan 18:28-19: 16. ¿Por qué motivo justificado Pilato azotó a Jesús y cuál fue la causa razonable por la que permitió que sus soldados le escarnecieran? – Sin embargo, la Bi­blia dice que Jesús hizo la buena profesión delante de esa personalidad tan falsa y desatinada (1Timoteo 6: 13).

Ninguno de nosotros podrá medir exactamente lo que había en cuanto al amor, en el corazón de Jesús, cuando le dice: «Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba». Si Jesús superaba a Pilato estaba en condiciones de decir en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. ¿Te das cuenta de lo que Dios quiere de nosotros?

RECONCILIACION

Sigamos con nuestros hermanos. Ahora sabemos que hay razones superiores para amarlos.

Jesús dijo en el Sermón del Monte: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo ·5:8). Verán a Dios no tan solo en el futuro, conforme a la esperanza de gloria, sino también en el presente de cada día, en la situación que estamos cruzando. Solo de un co­razón limpio se puede esperar el paso de la reconciliación, sencillamente porque éste tiene la facultad de ver a Dios siempre, incluyendo la experiencia con los demás. Como consecuencia, obtiene de Dios el espíritu de reconcilia­ción, que es la facultad de atraer a sí mismo a su hermano, lograrlo de algún modo, tal vez de la forma más imposible, dando el paso más difícil, para al fin unirse con él, reunir­se otra vez, hacer la paz.

Es la gracia que permite remitir, condonar la deuda, perdonar lo inconcebible y entrar en amistad con el ofensor. Dice la Biblia que «todo esto pro­viene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta sus pecados, y nos encargó a no­sotros la palabra de la reconciliación» (2 Co. 5:18,19).

Porque conocemos y entramos en estrecha relación con Dios, amamos ¡Gloria a Dios! – Dios es amor, es decir, siempre es amor; es amor antes del paraíso y des­pués de esa experiencia, antes de la cruz, en la cruz y después de la cruz, y es Su amor el que se perfecciona en nosotros cuando nos amamos unos a otros. ¡Gloria a Dios! – ¡Qué bendición es la reconciliación!

De todas las advertencias bíblicas para cuidamos de no perdonar, hay una que es necesario mencionar por lo peligroso que es el olvido de ella. Esta se revela en la experiencia del ofensor del Apóstol Pablo, al cual él perdo­na a través de una carta a la iglesia de Corinto y recomien­da a la congregación perdonarle y consolarle. Allí les ad­vierte que deben hacerlo para que Satanás no gane ventaja alguna sobre vosotros, pues no ignoramos sus maquina­ciones (2 Co. 2:11). Ventaja es superioridad. Ceder el paso a la reconciliación es subir el peldaño para la etapa superior e ir en las metas de gloria que Dios se ha trazado con nuestras vidas y también es mantener en la condición de derrotado a Satanás, lo que es muy importante, porque cuando él logra alguna superioridad, lo hace con las armas del odio, la destrucción y la muerte.

Pero, el amor, que no es lástima, sino amor que proviene del corazón mismo de Dios, es la fortaleza, la victoria permanente. Dios espera el paso, que subamos, que pasemos la etapa por la que tene­mos que pasar. No por otro camino, sino por ahí, donde está nuestro hermano. Después de ahí, tal vez vendrá otra etapa, pero, de seguro será de mayor gloria, más fruto, vi­da superior, alabanza efectiva, oración eficaz, poder en la fe, servicio válido.

Es lo que Dios quiere, que Su amor, Su mismo amor, se perfeccione en nuestras vidas.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 4 nº 1 junio 1981