Autor David Zelaya
Mucho se ha hablado acerca de las relaciones de pacto. Este no es un concepto cuyas raíces fueran establecidas en el Nuevo Testamento con el nacimiento de la nueva iglesia, sino que es mucho más antiguo y profundo. Las relaciones de pacto son algo eterno, sin principio ni fin, porque son enteramente divinas, creadas en cada acercamiento de Dios hacia el hombre.
Dado que las relaciones de pacto se originan en Dios debemos saber un poco cómo es él para poder entenderlas. Él está sobre todo y es perfecto en todo lo que hace, lo cual significa que está completamente libre de todas las limitaciones que rodean a los hombres en sus relaciones. Sus palabras revelan sus pensamientos y sus intenciones y son sí y amén; es decir, siempre se cumplirán. Sus declaraciones son como flechas dirigidas con perfecta precisión; siempre dan en el blanco y cumplen su propósito. La Biblia dice que Dios no es hombre para que mienta ni se arrepienta, por lo tanto sus pensamientos y declaraciones, cuando se declaran, son absolutos.
Desde el principio, el propósito de Dios es comprometerse con los hombres estableciendo pactos con ellos. El Dios perfecto con el hombre imperfecto; el mayor con el menor. El Creador todopoderoso con su débil criatura. Esta es una verdad eterna que se confirma cada vez que lo vemos interviniendo en los asuntos de los hombres. Su verdad ha venido fluyendo a través del continuum del espacio y del tiempo comenzando desde el Génesis hasta nuestros días.
Dios establece los pactos por amor
El pensamiento de Dios es muy claro con respecto a las relaciones de pacto. Lo podemos palpar en la creación de los mundos y particularmente del hombre. Dios anhela establecer una relación viva y divina con cada ser humano. Esto se hace evidente con Adán cuando Génesis relata que Dios se paseaba en el fresco del día en el huerto de Edén (Génesis 3:8,9). Estoy seguro de que esta no es la mención de una ocasión aislada. La idea que se desprende del pasaje es que las visitas del Espíritu de Dios en el Edén para tener comunión con Adán, eran frecuentes. Era algo que Dios tenía por costumbre. Dios no creó a Adán para que fuera un juguete inanimado, sino una persona a su imagen y semejanza capaz de tener una relación personal con él, una relación de pacto; y todavía más, una relación paternal.
El hombre fue la obra maestra de Dios. La frase que se repite con cada acto de creación es: «Y vio Dios que era bueno», pero cuando hizo al hombre, vio que todo lo que había creado «era bueno en gran manera,» y se lo dio para que lo gobernara en su lugar. Aquí podemos ver el carácter paternal de Dios. En el Nuevo Testamento Jesús llama a Dios «Padre», una relación que no se solía expresar en el Antiguo Testamento, pero el corazón de Dios siempre ha sido de Padre, lo cual es palpable en su relación con Adán. Como nuestro Padre Celestial, atribuyéndole toda característica divina de perfección y autoridad, Dios se relaciona con los hombres a través de una relación comprometida.
Aunque no está expresamente escrito, Dios hizo un pacto con Adán, un pacto para amarlo y ser su Padre. Este es el primero de otros pactos entre Dios y el hombre. Existen ocho pactos en la Biblia según Scofield: El Pacto Edénico (Génesis 2:16), el Pacto Adámico (Génesis 3:15), el Pacto con Noé (Génesis 9:16), el Pacto con Abraham (Génesis 12:2) el pacto Mosaico (Ex. 19:5), el Pacto Palestino (Deuteronomio 30:3), el pacto Davídico (2 Samuel 7:16), y el Nuevo Pacto (Hebreos 8:8). Las características de cada uno de ellos son las mismas: primero, provienen de Dios; segundo, él no las rescinde; y tercero, son establecidas por el amor de Dios. Esta tercera característica es el ingrediente principal que Dios nos muestra para establecer una relación de pacto aquí en la tierra.
Definición de pacto
Por definición, un pacto es un «acuerdo o convenio que regula determinadas relaciones entre dos partes. Todo pacto incluye obligaciones y promesas. En la Biblia, el pacto es el convenio o alianza que Dios, por su propia iniciativa, ha hecho con su pueblo» (Reina Valera 1995- versión de estudio).
Todo pacto incluye obligaciones y promesas. Uno se preguntaría: ¿Por qué es que Dios establece un pacto con obligaciones sabiendo que el hombre va a fallar? ¿Entraría una persona en un pacto con otra sabiendo que esta va a incumplir su parte del pacto? ¿Entraría un hombre o una mujer en un pacto de matrimonio sabiendo que indudablemente su pareja en un tiempo específico quebrantará su parte del pacto matrimonial teniendo una relación con otra persona? En cada pacto declarado por Dios, él sabía que el hombre iba a fallar. No era ninguna sorpresa para Dios cuando el hombre quebraba su parte del pacto, ni Dios entraba en un pacto con el hombre esperando que tal vez lo cumpliría.
Aún antes de entrar el pecado en la vida del hombre, Adán, habiendo recibido sólo un mandamiento muy sencillo de cumplir, no logró mantener su parte del pacto. Después de su caída, la naturaleza carnal del hombre y su propensión al pecado le hacen incapaz de cumplir un pacto con Dios en sus propias fuerzas.
Abraham incumplió su parte tratando de tomar un pacto divino en algo carnal al tener relaciones con Hagar y engendrar a Ismael, quien no era el hijo de la promesa y que ha llegado a ser una verdadera espina para el pueblo de Israel. El pueblo de Israel no pudo mantenerse fiel a Dios en el desierto sino que construyeron un becerro de oro y adulteraron una y otra vez con dioses ajenos. Los descendientes de David, comenzando con Salomón, tampoco pudieron mantener su parte del pacto, haciendo lo vil delante de Dios.
Entonces la pregunta persiste: ¿por qué establecer un pacto sabiendo que el hombre no lo puede cumplir? Dios lo hace por varias razones. La principal es para mostrar su soberanía, para que el hombre sepa que Dios es el todopoderoso y único Dios, y para que el mundo conozca que no hay nadie como él. Si Dios lo dice, así será, sin importar la insensatez y debilidad del hombre. También es para mostrar su gracia y su amor. Cada pacto de Dios está fundamentado en el amor que él tiene por nosotros. La tercera razón es para darnos un ejemplo de cómo deben ser nuestras relaciones, incluyendo las relaciones matrimoniales, familiares y entre los hermanos en la fe.
Nuestras relaciones de pacto no se pueden originar en la carne; tienen que ser espirituales. En el curso de la historia humana, Dios nos ha dado ejemplo tras ejemplo de cómo mantener una relación de pacto. El deseo de su corazón es que tengamos este tipo de relación con él, y unos con otros, mediante una entrega total al Señorío de su hijo Jesucristo.
Pacto o contrato
Por medio del perfecto sacrificio de Jesús, nuestra relación con el Padre es re-establecida. Sus mandamientos o condiciones están fundados en el amor y grabados en nuestro corazón (Hebreos 8:10). Si nuestras relaciones de pacto no están fundadas en amor, entonces no hay pacto, sino un contrato. El contrato deja de existir cuando una parte incumple su responsabilidad y entonces la otra parte queda eximida de su compromiso. El pacto, sin embargo, es perpetuo y su existencia no depende del cumplimiento de la otra persona. La persona que se ha mantenido fiel a su obligación puede seguir honrando el pacto a pesar de la infidelidad del otro. Esto es lo que hace Dios en su relación con nosotros.
La única forma en que se puede lograr esto es si el pacto está cimentado en un amor eterno. Dios estableció un pacto con el pueblo de Israel a través de Moisés. Este pacto, como todos los que Dios hace, fue fundamentado en el amor. La evidencia está en que Dios demandó que su pueblo lo amara «de todo su corazón, de toda su alma y con todas sus fuerzas» (Deuteronomio 6:5), porque Dios mismo amaba a su pueblo de esa manera. En el pacto, ambos participantes tienen la responsabilidad de amarse de la misma manera.
Las bendiciones del pacto
Dios prometió toda clase de bendiciones sobre su pueblo si ellos mantenían su parte del pacto; y también les advirtió que quedarían expuestos, sin su protección, si se alejaban de él. No obstante, aunque el pueblo de Israel se alejara de Dios, eso no significaba que Dios diera por terminado el pacto. Su pacto seguía vivo porque cada vez que el pueblo se arrepentía, Dios los perdonaba y continuaba derramando sus bendiciones sobre ellos. Entonces, el pacto es perpetuo y no muere con la infidelidad de la otra persona.
Dios no absuelve las consecuencias de la maldad, pero en el pacto siempre hay lugar para el perdón y la restauración. De manera que es imposible que el hombre tenga este tipo de relación de pacto si no está fundada en el Espíritu Santo y en el amor. Dios manifestó su amor por nosotros enviando a «su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» Juan.3:16).
Este versículo es indicativo y demostrativo del pacto de Dios con el hombre. ¿En qué contrato daría una persona lo más preciado que tiene para mantener su relación con la otra persona? Solo un amor incomprensible, el amor de Dios, puede lograr esto. ¡Cuán fiel es Dios! Nosotros como hombres pecadores, de pensamientos y acciones viles, hemos incumplido el pacto innumerables veces. Pero Dios, fiel a su palabra y a su amor, nos dio a Jesús, su hijo para que, con su vida, pagara por nuestra infidelidad y se convirtiera así en el sacrificio perfecto, en el único medio de restauración de nuestra relación con él. Dios proveyó la manera de volver a tener esa relación de pacto que siempre ha anhelado, desde la creación del mundo.
Sólo Dios nos puede dar ese amor eterno que es necesario para establecer y mantener un pacto. Él requiere que tengamos relaciones de pacto y él nos proporcionará ese amor para lograrlo. Habrá ocasiones en las cuales tengamos que pedirle expresamente que nos dé su amor para entrar en un pacto, y Dios es justo y fiel para otorgarlo. Si decidimos entrar en un pacto sin buscar la voluntad de Dios y sin pedir que nos dé su amor, estaremos engañándonos unos a otros y entrando en un simple contrato humano.
Las relaciones de pacto no deben ser tomadas a la ligera ya que implican compromisos eternos. Pidamos la dirección de Dios, el derramamiento de su amor y su ayuda para mantener nuestros ojos en él y así caminar rectos en nuestros pactos, no divagando a causa de las acciones de otros.
¿Estamos glorificando a Dios en nuestras relaciones? Si la respuesta es afirmativa, estas producirán mucho fruto. Si dejamos que nuestras intenciones de tener relaciones de pacto se queden en un nivel humano, pronto nuestros pensamientos y nuestras motivaciones ya no apuntarán a Dios sino a nuestro provecho y es seguro que fracasarán. Nuestras relaciones de pacto no deben buscar la satisfacción de uno mismo, o buscar lo que la otra persona pueda hacer por uno; estas relaciones son egoístas. El egoísmo no glorifica a Dios, glorifica al hombre. La verdadera relación de pacto, fundada por el Espíritu Santo, es dadivosa en el sentido que no espera sólo recibir de la otra persona, sino que sabe que es Dios el que bendice y pone todas sus esperanzas en él.
Fuimos creados para glorificar a Dios. Si en nuestras relaciones de pacto logramos mantener nuestros ojos en Jesús, el hombre no nos podrá hacer caer y podremos continuar amando a la otra persona no importa lo que pase. Muchas veces tememos entrar en relaciones de pacto porque implica el darnos física y emocionalmente, y nos entra inseguridad de que la otra persona no responda de la misma manera. Cuando nuestra relación está fundada en Dios, no hay razón para temer porque lo hacemos todo para él, quien nunca nos desamparará. Debemos darnos completa y totalmente a Dios primero, y él se encargará de nuestras relaciones de pacto con las otras personas.
- David Zelaya vive en Tr-City, estado de Washington, con su esposa y 4 hijos.