Por Hugo Zelaya

Hay dos palabras que aparecen en el relato de la anunciación del nacimiento de Juan el Bautista y que también se repiten cuando se anuncia el advenimiento de nues­tro Señor Jesucristo. Cada vez que un ángel se aparece a un hombre o a una mujer, inicia su conversa­ción con un «No temas … «

Por supuesto que el temor en estas circunstancias no es sorpren­dente. Usted también se asusta­ría si, no habiendo nadie en la sala de su casa, de pronto detectara la presencia de un ser desconocido y más aún si este se hiciera visible. No voy a entrar en un análisis so­bre el temor; baste decir que hay temores buenos y deseables y te­mores nocivos que debemos re­chazar.

Lo que interesa es la reacción y la condición de Zacarías cuan­do el ángel del Señor se le apare­ce junto al altar del incienso, por­que representa en cierto modo la condición del pueblo de Dios en su día. Todos los pormenores que rodean el incidente indican más bien la sorpresa y el temor de Zacarías y revelan una realidad que también se asemeja a la de nuestros días.

Veamos qué son. Sucede en el pueblo que Dios había escogido para él mismo. Su intención de revelarse primero a los suyos y después manifestarse a través de ellos era conocida por todos. La historia del pueblo de Israel es una crónica de las innumerables apariciones de ángeles a hombres y mujeres escogidos por Dios.

El lugar, es Jerusalén, desde donde se oiría la Palabra del Se­ñor, según el profeta Isaías (2: 3). Más específicamente, el ángel se le aparece en el templo, el recin­to donde Dios había de ser buscado y encontrado; donde Dios había prometido estar de una manera muy especial. Más aún, debió ser en el lugar santo donde estaba el altar del incienso. Ade­más, Zacarías es uno de los sacer­dotes, bien versado en asuntos como apariciones de ángeles, etc.

Otro dato sorprendente es que afuera del templo hay una multi­tud orando, pues es la hora de la ofrenda de incienso, pidiendo tal vez por una manifestación de Dios.

En vista de todos estos datos, ¿a qué se debe entonces la sorpre­sa y el temor de Zacarías? Se de­be indudablemente a que, por más de 400 años, nada ni remotamen­te parecido a esto había sucedido en el lugar santo, ni en el templo, ni en Jerusalén, ni en ninguna otra parte de Israel. Dios había estado ausente por más de 400 años y, sin embargo, las cosas en el templo se seguían haciendo «como de costumbre.»

Seguramente que el pueblo y los sacerdotes, incluyendo a Zaca­rías, pasaban por su ritual religio­so sin esperar que algo sucediera en realidad. Sus sentidos espiri­tuales se habían adormecido y sus expectativas en Dios habían caído en una rutina vacía. La incredulidad tenía que ser la nor­ma del día. 

.Zacarías pierde la voz, según la señal por no haberle creído al án­gel. Tal vez pensemos que la amo­nestación del ángel fue muy seve­ra, pero Dios es infinitamente sa­bio y nos enseña con ello muchas lecciones. ¿Qué podría hablar un hombre con un corazón lleno de incredulidad? Antes de seguir cri­ticando a Zacarías y al pueblo de Israel, hagamos un paréntesis para pensar en el estado de cosas de la iglesia de nuestros días. El paralelo sí que es sorprendente. ¿Cuánto tiempo hace que la voz de Dios no se oye y que la mani­festación de su presencia no se siente? ¿Con qué formas religio­sas se ha sustituido su ausencia?

Dios enmudeció a Zacarías como señal que cumpliría la pa­labra que había hablado. ¿De qué forma enmudecerá Dios a los in­crédulos de nuestros días? A él no le impresiona la oratoria car­nal que se oye. La detesta. Tam­poco quiere los cultos sin vida que le ofrecen.

Cuando Zacarías recobra su voz y su fe, se llena del Espíritu Santo y profetiza enfocando el ministerio de su hijo Juan y des­cubriendo el estado de cosas de su mundo y de este mundo lla­mado «cristiano.» (Lucas 1 :79).

Vea usted otra vez el paralelo.

Los pies de los hombres se han apartado del camino de la paz. Los hombres están sumidos en las tinieblas con respecto a las co­sas de Dios y a las que pertenece su salvación. Se creen iluminados con su intelectualismo y en rea­lidad están sentados en la oscuri­dad. La sombra de muerte es el rechazo de la salvación ofrecida por Dios. Buscan la solución de sus problemas aparte de Dios y sus caminos son de muerte.

Pero hay esperanza. Zacarías proclama la recuperación de un mundo perdido anunciando al predecesor del Sol de justicia, al profeta del Altísimo quien irá delante del Señor para preparar sus caminos.

Hubo otros ángeles; otras apa­riciones; otros hombres; otras mujeres; otros «No temas … » que hicieron del relato de la Navidad el acontecimiento de mayor signifi­cado en la historia. Algunos se preocupan porque la fecha no coincide con el relató bíblico, pe­ro eso no tiene realmente tanta importancia. Lo que vale es el significado que usted le da a la Navidad.

¿Qué es para usted? ¿Un árbol, regalos, compromisos que no pue­de evitar, rituales sin vida o una nueva visitación de Dios para us­ted personalmente? ¿Cómo res­ponderá usted a la voz de Dios en esta ocasión? ¿Con temor e incre­dulidad, o con un «Hágase con­forme a tu palabra»?

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5- N.º 4- diciembre 1983