Él se atrevió a creer

El testimonio de George Muller es una demostra­ción de la fidelidad de Dios

En su famosa obra Oliver Twist, Charles Dickens atrajo la atención del público británico a la deses­perada condición de los huérfanos, apuntando una serie de cargos contra el Acta de Enmienda de la Ley del Pobre de 1834 por aprisionar a los huérfanos en las mazmorras de las fábricas, en condi­ciones totalmente deplorables. En los últimos me­ses de 1835, este problema social vino a aumentar la preocupación de uno de los ciudadanos de Bris­tol: George A. Muller.

Una prueba visible

El interés de Muller por la condición de los huér­fanos en el siglo XIX comenzó más de un año an­tes que Dickens diera publicidad a esa situación en Oliver Twist. Tampoco puede caber alguna du­da sobre las proporciones trágicas del problema o de que la ansiedad de Muller no fuera genuina. Cuando primero llegó a Bristol, había sido profun­damente movido por el espectáculo común de los niños mendigando en las calles; y cuando llegaban a tocar a su puerta, deseaba hacer algo positivo para ayudarles.

Cuando en 1926 Muller era un estudiante en Halle, se había hospedado por dos meses en uno de los grandes orfanatorios construidos por el pro­fesor pietista alemán A. H. Franke a finales del si­glo XVII. Jamás olvidó la experiencia; y a fines de 1835 se acordó particularmente de la obra de Fran­ke. El diario de Muller contiene las siguientes en­tradas:

Noviembre 21. Hoy he sentido una fuerte impresión en mi mente, de ya no sólo pensar en establecer un orfanatorio, sino de hacerlo realmente, y he estado orando mucho al res­pecto, para cerciorarme de la voluntad del Señor.

Noviembre 25. He estado nuevamente en mucha oración ayer y hoy sobre el orfanato­rio y estoy cada vez más convencido que es de Dios. ¡Que él en su misericordia me guíe!

Muller pasó muchas horas durante las siguientes dos semanas orando por su propuesto orfanatorio.

Decidido a lanzarse a esta aventura de fe, resumió el reto que lo encaraba de esta manera:

Ahora, si yo, un hombre pobre, simplemen­te por oración y fe, obtuviera, sin pedirle a ningún individuo, los medios para establecer y continuar un orfanatorio: habría algo que, con la bendición del Señor, podría ser un ins­trumento para fortalecer la fe de los hijos de Dios, además de ser un testimonio en las con­ciencias de los no convertidos, de la realidad de las cosas de Dios.

¿Cuál era la consideración más importante para Muller, establecer un orfanatorio para aliviar la condición de los huérfanos, o un intento para de­mostrar la realidad de Dios? Dejemos que Muller responda:

Ciertamente deseé en mi corazón ser usado por Dios para beneficiar los cuerpos de los niños pobres, privados de ambos padres y, buscar en otros aspectos, con la ayuda de Dios, hacerles bien en esta vida; también anhelé par­ticularmente ser usado por Dios para entrenar a los queridos huérfanos en el temor de Dios. Pero todavía, el primer y principal objetivo del trabajo era que Dios pudiera ser magnifica­do por el hecho, que a los huérfanos bajo mi cuidado se les provee con todo lo que necesitan, sólo con la oración y la fe, sin que se le pida a nadie, por mí o por mis colaboradores, para que de esa manera se pueda ver que Dios todavía es fiel y todavía oye la oración.

El 7 de diciembre de 1835, recibió su primer chelín para el orfanatorio. El 9 de diciembre del mismo año le fue dado el primer mueble, un gran ropero. Las contribuciones siguieron llegando to­dos los días: 

Diciembre 13. Un hermano fue influencia­do este día para dar cuatro chelines por sema­na … Hoy un hermano y una hermana se ofrecieron con todos sus muebles y todas las pro­visiones que tienen en su casa, si pueden ser usadas en los asuntos del orfanatorio.

Diciembre 14. Hoy una hermana ofreció sus servicios para la obra …

Diciembre 15. Una hermana trajo las dona­ciones de varios amigos: diez palanganas, ocho jarras, un plato, cinco cucharitas, seis cucharas para té … Esta tarde otro hermano trajo un ca­ballete para colgar ropa, tres levitas, cuatro delantales de niño, seis pañuelos …

Las dádivas para el orfanatorio habían sido tan alentadoras que, para el final del año, Muller esta­ba hablando de abrir un pequeño hogar el próximo abril.

En la Calle Wilson No. 6, había una casa grande que estaba disponible por un alquiler bajo. Era de tres pisos y había sido bien construida. Después de orar e inspeccionarla cuidadosamente, Muller decidió alquilar la propiedad por un año mínimo. Entonces comenzó a amueblarla para treinta niños. Las dádivas que continuaron llegando estaban he­chas eminentemente para las necesidades del mo­mento. Para comienzos de abril la casa estaba totalmente amueblada y arreglada.

Es improbable que el personal tuviera concien­cia de la inmensidad de la tarea que estaba por de­lante. Sabían bien las dificultades emocionales que enfrentaban los niños que habían perdido a ambos padres. Y económicamente, sabían que diariamente, tres veces al día, siete días a la sema­na, habría que dar de comer a treinta niños ham­brientos, además del personal. Treinta pares de pies gastarían treinta pares de zapatos; la ropa se raería o llegaría a quedar pequeña y necesitaría ser repuesta. Muller sabía que, si alguna vez los ni­ños sufrían hambre o no tuvieran qué ponerse, se­ría un descrédito para su Dios. Pero él no se alar­maba, sino que repetía a su familia y a sus ayudan­tes las palabras de Cristo en Mateo 6:31 y 33: «En­tonces, no os preocupéis diciendo: ¿Qué comere­mos? o ¿Qué beberemos? o ¿Con qué nos vestire­mos? … Pero buscad primero su reino, y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.»

Poco después de abrir la casa en la No. 6 para niñas de siete y más años, se hizo patente para Muller que había necesidad de un hogar para ni­ños de menor edad. En octubre de 1836 se las arregló para conseguir el uso de la casa No. 1 de la Calle Wilson para una Casa para Huérfanos In­fantes, junto con un pedazo de tierra para un campo de recreo. En abril ya había sesenta niños en las dos casas, treinta infantes en la No. 1 y treinta niñas en la No. 6.

En junio de 1837 Muller decidió abrir un tercer hogar, para cuarenta niños de siete y más años; primero, porque la necesidad era bien obvia en Bristol y también porque no había adónde mandar a los niños de la casa No. 1 cuando alcanzaran los siete años. Para setiembre, suficiente dinero había sido provisto y el personal adecuado se había ofre­cido; sólo quedaba encontrar una casa. En octubre 21, Muller recibió el ofrecimiento de otra casa en la Calle Wilson, la No. 3, la que recibió con gran alegría.

Nunca hubo tanto que hacer. A finales de 1837, ochenta y un niños y nueve miembros del perso­nal se sentaban a comer en los tres hogares. Había suficientes solicitudes como para llenar otra casa con niñas de siete años y más, y muchas otras solici­tudes para niños menores que no podía acomodar.

Provisión de día en día

Desde el comienzo de la obra de Muller en abril de 1836 hasta el final de junio de 1838, el dinero no fue causa de ansiedad; hubo siempre un exce­dente de fondos. Pero al finalizar el verano de ese año, el diario de Muller indica que los tiempos se estaban poniendo difíciles.

Agosto 18, 1838. No tengo ni un penique en la mano para los huérfanos. En un día o dos se necesitarán otra vez muchas libras. Mis ojos están puestos en el Señor. Tarde. Antes de que este día terminara, recibí cinco libras de una hermana.

Agosto 20. Las cinco libras que recibí el 18 fueron dadas para el mantenimiento de la casa, de manera que hoy estaba de nuevo sin nada. Pero mis ojos estaban puestos en el Señor. Me entregué a la oración esta mañana, sabiendo que necesitaría otra vez esta semana por lo menos trece libras, si no veinte. Hoy recibí doce libras como respuesta a la oración, de una señora que está en Clifton, y a quien nun­ca había visto antes.

Agosto 23. Hoy me quedé de nuevo sin un penique, pero tres libras fueron enviadas de Clapham con una caja de ropa nueva para los huérfanos.

Más tarde, Muller miraría el período de setiem­bre de 1838 hasta el final de 1846 como el tiempo en que experimentó las pruebas de fe más grandes en la obra para los huérfanos. No fueron años de pruebas continuas: más bien se desarrolló un patrón de unos pocos meses de prueba, seguidos por algunos meses de suficiencia. Según Muller, duran­te todo este período, los niños no supieron nada de la prueba. En una ocasión escribió: «Los huér­fanos nunca han carecido de nada. Si hubiera teni­do miles de libras en las manos, no la hubieran pa­sado mejor; porque siempre han tenido buen ali­mento nutritivo, los artículos necesarios para ves­tirse, etc.» En otras palabras, las pruebas consistían en que no había excedente de fondos: Dios suplía la necesidad de día en día y a veces de hora en ho­ra. Siempre llegaba lo suficiente, pero no más de lo necesario.

Es imposible ver desde los primeros días de estos años difíciles, cómo Muller, respondiendo a las situaciones difíciles, nunca vaciló en su camino de obediencia casi fanática; su fe permaneció firme como una roca y su carácter alcanzó la talla de los retos del día.

Muller conocía bien la pregunta que muchos querrían hacerle y que otros no titubearon en ha­cerle: «¿Cómo sería, supongo que los fondos para los huérfanos se redujeran a nada, y los que estu­vieran involucrados en la obra no tuvieran nada propio que dar, y llegara la hora de la comida y no tuviera alimento para los niños?»

La respuesta de Muller era que él creía que esa situación podía ocurrir «si alguna vez fuésemos dejados, como para no depender más del Dios vivo, o si hubiese maldad en nuestros corazones.»

«Pero mientras seamos capacitados para con­fiar en el Dios vivo, y mientras seamos guardados de vivir en pecado, aunque no alcancemos todo lo que debiéramos ser, tal estado de cosas no puede ocurrir. «

Una de las más cercanas a esta situación ocurrió en febrero de 1842. El martes 8 había suficiente alimento en todas las casas, pero nada de dinero para comprar la cantidad de pan y leche acostum­brada para la mañana siguiente; dos de las casas necesitaban carbón. Según Muller, nunca habían estado en mayor pobreza y comentó que si Dios no enviaba algo antes del de las nueve delm día siguiente, «su nombre sería deshonrado.» Esa tarde llegaron nueve pasteles de ciruela de una bondadosa hermana. Tan alentadores y sabrosos como eran, la situación no era tan alegre para Muller cuando se retiró a su habitación esa noche. Al final del día hizo esta entrada en su diario: «Verdaderamente estamos más pobres que nunca, pero por gracia, mis ojos no ven la alacena vacía ni la bolsa del di­nero, sino a las riquezas del Señor solamente.»

A la mañana siguiente, Muller salió temprano y se dirigió a la Calle Wilson para descubrir la mane­ra en que Dios llenaría la necesidad, pero se encon­tró con que ya Dios había respondido. Un hombre de negocios cristiano había caminado como media milla a su lugar de trabajo, cuando se le vino al pen­samiento que los niños de Muller pudieran estar pasando necesidad. Decidió, sin embargo, no devol­verse, sino llevarles algo en la tarde. Pero, como di­jera más tarde a Muller: «No pude avanzar más. Algo me detenía.» Se devolvió y les dio tres libras. Esta donación, junto con otras sumas más peque­ñas, suplió la necesidad por dos días.

Era abril de 1842, Muller y sus ayudantes habían vivido seis meses de severas pruebas cuando sema­na tras semanas, con sólo cortos períodos de respi­ro, los fondos no eran más que lo suficiente. Una y otra vez, el dinero o las provisiones habían lle­gado con sólo minutos de anticipación antes que los niños se sentaran a la mesa. La fe de Muller nunca había sido probada a tal extremo.

El martes 12 de abril había una gran necesidad: desde el sábado anterior, menos de catorce cheli­nes habían sido recibidos en la Calle Wilson. Tem­prano por la mañana, Muller se arrodilló para orar: «Señor, ¡apiádate de nosotros! . Tú sabes que desesperadamente necesitamos algo de avena, al­gunos pares de zapatos, dinero para reparar los za­patos viejos y surtir la despensa y dinero para la ropa de los niños, y algo para las necesidades de las señoras que ayudan. Por favor envíanos algunas sumas más grandes.»

Más tarde en la mañana llegó un sobre de las Indias Orientales: traía cien libras. Muller escribió:

«Es imposible describir la gran alegría en Dios que recibí… No me sorprendió en lo más mínimo ni me emocioné cuando vino esta donación, pues lo tomé como lo que había venido en respuesta a la oración y que habíamos esperado tanto.»

Reflexionando sobre estos años de gran prueba, Muller declara:

El fin principal por el que se estableció la institución es que la Iglesia de Cristo en general se beneficia viendo manifestada la mano de Dios extendida en favor nuestro en la hora de necesidad. Nuestro deseo, por lo tanto, no es que estemos sin pruebas de fe, pero que el Se­ñor graciosamente se agrade en sostenernos en la prueba, para que no lo deshonremos con la falta de confianza.

Esta manera de vivir acerca al Señor nota­blemente. Es como si él inspeccionara las bo­degas todas las mañanas para enviar su ayuda apropiada. Nunca he tenido mayor y más ma­nifiesta cercanía de la presencia del Señor que cuando después del desayuno no había medios para la comida y entonces el Señor proveía lo necesario para más de cien personas; o cuando después de la comida no había medios para el té y el Señor proveía el té; todo esto sin que un solo ser humano hubiese sido informado de nuestra necesidad …

Se ha observado más de una vez, que tal manera de vivir debe llevar a la mente a pensar continuamente de dónde vendrá el alimento, la ropa, etc. incapacitándola para los ejercicios espirituales. Ahora, en primer lugar, respondo que nuestras mentes han sido muy poco pro­badas con respecto a las necesidades de la vida, sólo porque el cuidado de ellas ha sido descar­gado sobre nuestro Padre, quien, porque somos sus hijos, no sólo nos permite que lo hagamos así, sino que quiere que lo hagamos. En segun­do lugar, se debe recordar que, aunque nuestras mentes fuesen probadas con respecto a la pro­visión para los niños, y los medios para las otras tareas, con todo, debido a que esperamos sólo en el Señor en estas cosas, seremos lleva­dos por el sentido de nuestra necesidad, hasta la presencia de nuestro Padre para que él la su­pla; y esa es una bendición y no un mal para el alma. En tercer lugar, nuestras almas se dan cuenta que para la gloria de Dios y para el be­neficio de la iglesia en general, es que tenemos estas pruebas de fe, y eso nos lleva de nuevo a Dios, para pedirle que nos dé provisión nueva de gracia para que nos capacite a ser fieles en este servicio.

Horizontes nuevos

El jueves 30 de octubre de 1845, para la mañana, Muller recibió lo que él describe como una carta «cortés y amistosa» de un vecino de la Calle Wilson.

Quien la escribió decía que él y sus vecinos esta­ban «de varias maneras siendo importunados por las Casas de Huérfanos de la Calle Wilson.»

Cuanto más lo pensaba y oraba, más sentía Mu­ller que era la voluntad de Dios que se lanzara a la aventura de fe más atrevida: construir un orfana­torio completamente nuevo.

El 10 de diciembre, Muller recibió la primera donación para el nuevo edificio: mil libras.

En enero comenzó a ver las posibilidades para el lugar, pero ninguno reunía todas las condiciones o era lo suficiente bajo en su costo. El 2 de febre­ro leemos en su diario: «Hoy me enteré de un te­rreno adecuado y barato en Ashley Down.»

Febre­ro 3. «Vi el terreno, es el más apropiado de todos los que he visto.»

El 6 de julio de 1846, Muller recibió la dona­ción más grande hasta entonces para su obra: dos mil cincuenta libras, de las que dos mil estaban destinadas para el fondo de construcción. Leamos su diario:

Es imposible describir la alegría en Dios cuando recibía esta donación. No estaba ni excitado ni sorprendido: porque busco res­puestas para mis oraciones. Yo creo que Dios me oye. No obstante, mi corazón estaba tan lleno de alegría, que sólo atiné a sentarme de­lante de Dios y admirarle, como David en 2 Samuel 7. Finalmente me tiré sobre mi cara e irrumpí en expresiones de agradecimiento pa­ra Dios y en entregar mi corazón nuevamente a él y a su bendito servicio.

Para diciembre el total en el fondo para la cons­trucción superaba a las nueve mil libras. En junio recibió otras mil que «de nuevo animaron mi cora­zón abundantemente para todo lo que todavía ne­cesitaré.» Se estimaba ahora que, incluyendo el acabado y los muebles, todo el proyecto costaría no menos de 14,500 libras. Sin embargo, estos gas­tos extras, principalmente para la calefacción, la tubería del gas, los muebles, tres campos grandes de recreo y un pequeño camino, no serían requeri­dos sino hasta después de haber comenzado la obra de construcción. Por lo tanto, Muller decidió co­menzar y los primeros trabajadores llegaron a Down el 5 de julio. El 19 de agosto la primera pie­dra del fundamento fue puesta.

Durante el invierno, cuando el clima lo permitía, el trabajo proseguía hasta que en mayo ya los edi­ficios estaban techados. El lunes, 18 de julio de 1849, había gran conmoción en la Calle Wilson: los primeros niños iban a ser llevados a Ashley Down.

Ahora, Muller aceptaba de cinco a ocho niños por semana. Para mayo de 1850 más de trescien­tas personas se sentaban a la mesa durante las co­midas, incluyendo al personal de más de treinta personas.

Muller se deleitaba en probar la fidelidad del Señor ante todos los que observaban. Una de las más gustadas anécdotas tiene que ver con Abigail Townsed, la joven hija de John Townsed, un buen amigo de Muller.

Muy temprano una mañana, Abigail estaba jugando en el jardín de Muller en Ashley Down cuando él la tomó de la mano y le dijo: «Ven a ver lo que el Padre hará.»

La condujo hasta un largo comedor. Los platos, las tazas y los tazones estaban sobre la mesa. No había nada sobre la mesa más que los platos vacíos. No había alimento en la despensa ni dinero para suplir la necesidad. Los niños estaban parados es­perando el desayuno. «Niños, saben que tenemos que estar a tiempo para la escuela,» dijo Muller. Entonces levantó su mano para orar: «Querido Padre, te damos gracias por lo que nos vas a dar para comer.»

Según el relato, se oyó que tocaban a la puerta. El panadero estaba allí: «Señor Muller, no pude dormir anoche. Por alguna razón sentía que no tenía pan para el desayuno y que el Señor quería que le enviara un poco. Así que me levanté a las dos esta mañana para hacer pan fresco y se lo he traído. «

Muller agradeció al panadero y alabó a Dios por su cuidado. «Niños,» dijo él, «no sólo tenemos pan, sino la especialidad de pan fresco.»

Casi inmediatamente alguien tocó a la puerta por segunda vez. Esta vez era el lechero anuncian­do que su coche se había descompuesto afuera del orfanatorio y que le gustaría dar los tarros de le­che fresca para los niños para aligerar el coche y repararlo.

Sumas grandes

Aunque MulIer estaba cuidando ahora a más de trescientos niños, había una larga lista de niños que crecía con rapidez y que esperaban ser admi­tidos. Para él era una angustia rechazar a un solo niño. Lo deprimía particularmente lo que oía del estado moral de los talleres que empleaban a niños.

A comienzos del año 1851, Muller recibió la donación más grande que hasta entonces se había recibido para su obra: tres mil libras. «Esta dona­ción es … como una voz del cielo, que me habla de un asunto muy profundo e importante del que he estado buscando la dirección del Señor: hacer otra casa para el Orfanatorio.»

Los siguientes cinco meses los pasó MulIer me­ditando y orando sobre el asunto. En mayo de 1851 decidió seguir adelante con sus planes de ex­pansión, orando para que Dios le supliera los me­dios necesarios, que no dejarían de ser menos de treinta y cinco mil libras.

En agosto, Muller recibió un cheque por 500 libras, pero en esos primeros meses de su nueva aventura, recibió muy pocas sumas grandes. En octubre, Muller escribió:

Se ha estado diciendo por varios meses que ya tengo treinta mil libras para el fondo de construcción, aunque realmente son sólo 1,139 libras … Pero ninguna de estas cosas me desa­lienta. Dios sabe que no tengo treinta mil libras en mi mano. Dios puede influir en las mentes de sus hijos queridos en favor del Orfanatorio cualquiera que hayan sido sus pensamientos hasta aquí sobre el asunto.

Se arrodilló y oró:

Señor, tú sabes cuán poco tiene tu siervo en comparación a lo que se necesita; pero también sabes que tu siervo no actuó imprudente ni emocionadamente en este asunto, sino que es­peró en ti por seis meses en secreto, antes de hablar de la intención. Ahora Señor, en tu misericordia sostiene la fe y la paciencia de tu siervo y si es de tu agrado, ¡refresca pronto su corazón enviando las sumas grandes que busca y que confiadamente espera!

No hubo una respuesta inmediata a su oración. Hacia el final de 1852, Muller oró especialmente fuerte para que Dios le enviara algunas sumas gran­des para la obra. Por fin, en enero 4 de 1853, re­cibió una promesa para una donación unida de va­rios cristianos por la suma de ocho mil cien libras. «Día a día, durante diecinueve meses,» escribió, «estuve buscando ayuda más abundantemente de la que había tenido. Tenía la seguridad completa que Dios ayudaría con sumas mayores, no obstan­te, el retraso fue largo. ¡Ved qué precioso es espe­rar en Dios! ¡Los que lo hacen no serán confun­didos!»

Muller abrió su hogar No. 2 de Ashley Down en noviembre de 1857. Había muchos escépticos que dudaban en la posibilidad de que Muller pudiese proveer para setecientos niños y el numeroso per­sonal para cuidarlos. Esas dudas fueron desconcertadas y en los años siguientes Muller asombraría al mundo triplicando el tamaño de su obra.

Una fe sin límites

Mirando hacia atrás a casi treinta años de traba­jo, había muchos incentivos para que Muller expan­diera aún más las actividades de las instituciones. El aumento en la tarea administrativa presentaría muy pocos problemas. Para 1860 Muller ya em­pleaba a tres asistentes de jornada completa que lo ayudaban en la correspondencia, la contabili­dad, etc. Su personal podía ser aumentado según la necesidad. Pero el gasto de cuidar a dos mil ni­ños, mas el personal, sería enorme. Dos hogares nuevos con la tierra necesaria costarían cincuenta mil libras. «Y ¿cómo mantenerse, suponiendo que se terminara la obra de construcción, cuando el gasto regular sería de 35,000 libras al año?» Esta era la respuesta de Muller:

Siento la fuerza de todo esto si lo veo natu­ralmente. No soy un fanático ni un entusiasta, sino, como lo saben los que me conocen, un hombre de negocios calmado, sereno, callado y calculador; por lo tanto, si lo viese natural­mente estaría totalmente anonadado; pero co­mo esta obra comenzó y continuó en su tota­lidad con fe y confiando para todo en el Dios vivo solamente, así será también en este intento de crecimiento. Dependo solo del Señor pa­ra ayudantes, tierra, medios y el resto que se necesite. He meditado en las dificultades du­rante meses y las he visto detalladamente a cada una; pero la fe en Dios las ha hecho a to­das a un lado.

Y así fue: esa fe habría de hacer a un lado un obstáculo tras otro en los años venideros y demos­traría que el Dios que George Muller servía era verdaderamente el Dios Vivo. Cuando Muller expu­so sus intenciones de expansión en mayo de 1861, reafirmó su propósito básico y su visión sobre los que se había fundado la obra y que continuaron funcionando sin alteración aún después de su muerte.

Mi objetivo principal era la gloria de Dios al dar una demostración práctica de lo que se podía lograr simplemente por medio de la ins­trumentalidad de la oración y la fe, para así beneficiar a la Iglesia de Jesucristo en general y, para hacer que un mundo descuidado viera la realidad de las cosas de Dios, mostrándoles, en esta obra, que el Dios vivo todavía es, co­mo hace 4000 años, el Dios Vivo. Esta meta mía ha sido honrada abundantemente. Una multitud de pecadores se han convertido de esta manera, multitudes de hijos de Dios en todas partes del mundo se han beneficiado por este trabajo, como lo había anticipado. Cuanto más ha crecido la obra, mayor ha sido la ben­dición en la misma forma en la que he busca­do la bendición; porque la atención de cien­tos de miles ha sido atraída por la obra y mu­chas decenas de miles han venido a verla. To­do esto me lleva a desear más y más a laborar de esta manera, para traerle más gloria aún al nombre del Señor … Para que se pueda ver to­do lo que un hombre pobre, confiando senci­llamente en Dios, puede realizar por medio de la oración; y que así otros hijos de Dios pue­dan ser dirigidos para llevar a cabo la obra de Dios dependiendo de él y que los hijos de Dios puedan ser llevados cada vez más a con­fiar en él en sus posiciones y circunstancias individuales.

Del libro George Muller: Delighted in God © 19 75 Harold Shaw Publishing, Box 567, Wheaton, Ill. 60187.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 4- diciembre 1983