Por Charles Simpson

El reto del pueblo de Dios en cada época es ser la luz de un mundo que a menudo está ciego. ¿Puede una iglesia o una nación perder su luz? Esa luz y la responsabilidad de preservarla será el tema que desarrollaremos en este artículo.

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios …

En El era la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la oscuridad; pero la oscuridad no la comprendió (J n. 1: 1 ,4-5).

Juan el apóstol tenía esa luz, la compartió y fue desterrado a la isla de Patmos porque testificó de la divinidad de Jesucristo. Pero aún en Patmos, tuvo más revelación y una visión del Cristo resucitado y la luz que vio fue tan radiante que no la pudo soportar.

La visión de Juan es un mensaje del Revelador de la Luz a los poseedores de esa Luz; de El quien es la Revelación para los portadores de la revela­ción. El mensaje es este: «Yo conozco tus obras. Sé lo fiel que eres en llevar la luz. Aquellos que vencieren los problemas asociados con la Luz re­cibirán grandes recompensas, pero los que descui­den Mi palabra perderán su luz.»

El Valor de la Luz

¿De cuánto valor es la comprensión espiritual? ¿Qué importancia tiene la verdad moral para una nación? ¿Cuán necesario es que la iglesia y las na­ciones conozcan a Dios en su realidad presente? ¿Cuán vital es tener una revelación fresca de Su propósito?

Recuerdo que en cierta ocasión mi familia visi­tó las Cavernas de Carlsbad en Nuevo México. Las cavernas estaban llenas de oscuros misterios, murciélagos, hoyos profundos y resbalosos, y senderos sin explorar. El guía nos llevó. por un trecho hasta que ya no podíamos ver la luz del día y entonces dijo: «Ahora voy a apagar las lu­ces para que conozcan ‘lo que es oscuridad abso­luta. Si alguien permaneciere tres días en esta oscuridad, perdería la vista.» Y apagó las luces. Que­dó tan oscuro que no podía ver a mi papá que estaba parado muy cerca de mí, pero yo lo tenía agarrado de la mano tan fuerte como podía. Des­pués de un rato quería ver la luz con todo mi co­razón.

La oscuridad hace que los hombres piadosos anhelen la luz; siempre ha sido así. Enoc sabía el valor de la luz y la siguió hasta que un día fue cambiado totalmente por ella: fue trasladado al cielo. Noé lo sabía y eso lo mantuvo firme duran­te el diluvio. Abraham lo sabía y la luz lo llevó a buscar una ciudad cuyo Arquitecto y Constructor era Dios. José lo sabía y lo llevó de la casa de su padre a la prisión y después a ser el gobernador de Egipto. Moisés lo sabía cuando vio la zarza arder y la escuchó hablar de la salvación de millones de sus compatriotas. Jesús lo sabía. Vino a un plane­ta en tinieblas para iluminarlo con el resplandor celestial.

La revelación de Dios es el fuego en la lámpara. Sin ella, el pueblo se sume en la oscuridad, rodea­do de peligros, en un sendero torcido, resbaloso e inexplorado; una compañía de insensatos vocife­rando y probándolo todo. «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Prov. 14: 12).

¿Por qué nos congregamos como pueblo de Dios? ¿Será para escapar de la hostilidad del mun­do? No, no somos escapistas. La razón es porque hemos visto una luz, el amor y la naturaleza de Dios. Hemos visto una visión y hemos llegado al Señor, la Luz del mundo. Tenemos ansias de estar en una atmósfera donde la luz brilla y la gloria del Señor es revelada.

Es como dice el profeta Isaías: «Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las na­ciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento» (ls. 60: 2 ,3). Dios nos llamó de las tinieblas a su «luz admirable», de manera que podemos ver con discernimiento en este mundo. Lo vemos a El, a su creación y uno al otro en la luz de su propósito.

El Dios Revelado

Dios nos ha hablado muchas veces, y de diversas maneras. Es evidente que desea revelarse a los que tienen el deseo de conocerlo, porque con frecuen­cia y de todos modos ha tomado la iniciativa. He­breos 1: 1 dice cuál fue la manera definitiva de su revelación. «Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo -en muchos fragmentos, y de mu­chas maneras-, a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado en su Hijo» Romanos uno dice que todos los hombres están sin excusa aún sin la revelación del Hijo en lo que respecta al conocimiento de Dios, porque la crea­ción misma revela a Dios. Cualquiera que tenga deseos de conocerlo puede comenzar a hacerlo por la creación.

«Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia suprimen la verdad, porque lo que se conoce acerca de Dios es evi­dente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evi­dente.

Porque desde la creación del mundo, sus a­tributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, entendiéndose por medio de lo creado, de manera que no tie­nen excusa.

Porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a lo creado en vez de adorar al Creador, quien es bendito por toda la eternidad.» Amén (Rom. 1: 18-20,25).

Antes del comienzo, Dios ya estaba allí para crear todo lo que existe. La creación no sucedió por accidente; fue planeada y creada sistemáticamente por un Ser Soberano que llamamos Dios. Cuanto más aprendemos de la creación, tanto más conocemos al Creador. El Salmo19: 1 dice: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firma­mento anuncia la obra de sus manos.»

Siendo eso cierto, es obvio que nuestro Dios es infinitamente sabio y poderoso. Es soberano e inescrutable. La expansión de su dominio no se puede descubrir ni con el telescopio más potente. Los más reciente­mente construidos sólo revelan más estrellas y nuevos horizontes. Si nos volvemos de lo masivo a lo minúsculo, quedan todavía una infinidad de se­cretos por descubrir en las moléculas y los átomos. Los universos dentro de nuestro mundo son tan insondables como los que están afuera.

Hemos descubierto que las galaxias que están formadas de billones de estrellas tienden a agru­parse en súper-galaxias y que estas pueden constar de unas pocas hasta varios miles de galaxias en el grupo, con cien billones de estrellas por galaxia. Las galaxias dentro de un grupo pudieran estar a sólo ciento cincuenta mil años luz de distancia. Un año luz es la distancia que viaja la luz en un año a una velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo. Si mis cálculos son correctos, la luz puede recorrer dieciocho millones de kilómetros por minuto. Para conocer el espacio recorrido por la luz en un año, puse los números correspondientes en mi calculadora y esta respondió: «No seas tonto!»

El espacio es tan inmenso que los astrónomos agrupan las galaxias dentro de esas distancias. Las súper-galaxias pudieran tener ciento cincuenta mi­llones de años luz de distancia entre sí. Algún día vamos a descubrir que estábamos viviendo dentro de la   molécula de algo gigantesco.

Pablo dice con respecto al testimonio de la creación de Dios que cuando los hombres que se di­cen sabios ignoran al Dios de la creación, caen en la oscuridad y en la decadencia social. Se vuelven insensatos y centran todo en la humanidad. Cuan­do la humanidad es exaltada se cae víctima de prácticas depravadas, de homosexualidad y de to­do tipo de violencia.

¿Cómo pueden personas tan educadas cometer tantos homicidios, la mayoría dentro de la fami­lia? ¿Cómo pueden ingerir tantas drogas y licor y tener tantos desórdenes mentales y verse ahora paralizados por pequeñas bandas de terroristas?

Porque la creación no funciona sin el Creador.

La creación no es un campo de recreo para tontos, ni una mina de diamantes para el vanidoso, ni un pozo de petróleo para los rebeldes. La creación es la revelación de Dios Todopoderoso y está irrita­da. Gime por ser liberada de las manos chapuceras de los que están ciegos a la gloria de Dios. Espera a los hijos de Dios para que la gobiernen en representación de Dios, que la aprecien como la obra y la gloria de Dios.

La creación no es el producto de la ciencia, ni de la filosofía, ni de la tecnología o de la religión. Es del Señor a quien revela y Él la redimirá.

La Ley

Dios nos ha hablado también por medio de la ley. Vivimos en un día en que la iglesia y la na­ción se han acostumbrado a desechar cualquier edicto que les niegue su gratificación personal. La ley es una declaración que emana de Dios y lo describe. Éxodo 19 y 20 y Deuteronomio 4 y 5 hacen numerosas menciones sobre la importancia de la ley como el reflejo de la naturaleza de Dios. En verdad, la Biblia está llena de referencias co­mo estas. Dios le dice a Israel que si obedece la ley recibirá su herencia; que aceptar su ley es una bendición única para ellos y un reflejo del favor especial de Dios; que la ley los preservará como nación y así lo ha hecho durante tres mil cuatro­cientos años.

La ley también nos dice que Dios es celoso: de­testa los ídolos, no tolera el uso en vano de Su nombre y requiere que el hombre trabaje produc­tivamente durante seis días y descanse uno. Orde­na que los padres sean honrados, que la vida sea respetada, que el matrimonio sea defendido, y que el hurto, la mentira y la codicia sean prohibi­dos.

La ley no sólo es una declaración que viene de Dios, sino que nos dice cómo es El y lo que espera de los que portan su luz. Jesús no vino para bajar el dechado de la ley. Por cierto que lo subió aún más. En Mateo 5: 17-20 dice:

«No penséis que vine para abolir la ley o los profetas; no vine para abolir, sino para cumplir.

Porque en verdad os digo que hasta que pa­sen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña, ni una tilde, de la ley, hasta que toda se cumpla.

Cualquiera pues, que anula aun uno de los más pequeños de estos mandamientos, y así enseña a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarda, y los enseña, será llamado grande en el reino de los cielos.

Porque os digo que si vuestra justicia no su­pera la de los escribas y fariseos, no entrareís en el reino de los cielos. »

Ninguna nación o iglesia puede ignorar la ley y mantener su luz. El que camina entre los candele­ros sabe si atesoramos la luz. Está atento a los que temen su nombre, lo adoran como Creador y guardan sus mandamientos. Él ha escrito sus nom­bres en Su libro.

Los Profetas

Dios también nos ha hablado por medio de los profetas, hombres escogidos y sensibles a su voz, que tuvieron visiones y oyeron verdades de Dios que llevaron la luz a pueblos que de otra manera hu­bieran perecido en la oscuridad. Estos hombres fueron y son llamados para hablar lo que está en el corazón de Dios.

Elías, Jeremías, Eliseo y Daniel son esta clase de hombres. Isaías, por ejemplo, vio atrás desde antes del principio y adelante hasta el fin de este siglo, pero como los otros profetas fue rechazado por Israel.

Jesús se refirió al rechazo y al odio de Israel por los profetas de Dios en la parábola de los viña­dores malvados en Lucas 20: 9-16. También en la parábola del hombre rico y Lázaro, Jesús vuelve a citarlo. Lázaro, el pobre, fue llevado al seno de Abraham y el rico cayó en el Hades. Desde allí vio a Lázaro y a Abraham y gritó para que enviaran a Lázaro a refrescar su lengua con la punta de su dedo mojado en agua.

Pero Abraham le dijo que no se podía, porque había un gran abismo que los separaba y nadie podía cruzarlo.

«Mándalo a mis cinco hermanos,» le rogó el ri­co, «para que no vengan a este lugar. Ellos oirán a uno que ha vuelto de la muerte.»

Entonces Abraham respondió: «Ellos tienen a Moisés y a los profetas. Si no los escuchan a ellos, tampoco se persuadirán si alguno se levantara de entre los muertos.»

La parábola se probó en la misma Jerusalén que mató a Jesús y lo rechazó, aunque resucitó.

Dios le da gran importancia a sus profetas. Si los recibimos, lo recibimos a El. Las iglesias de nuestra generación quieren el brillo y no a los pro­fetas. Así que son muy pulidos, pero nada proféti­cos. Oremos para que Dios levante los dones pro­féticos entre nosotros, para que podamos ser un mensaje de Dios para nuestra generación.

El Hijo

La expresividad de Dios está grabada en la infi­nitamente elaborada creación. Su profundidad se revela en la declaración de su ley que ha permane­cido sin enmiendas por tres mil cuatrocientos años. El poder de sus pronunciamientos fueron pro­mulgados por hombres santos de antaño, movien­do naciones, cambiando la historia y ejecutando hazañas milagrosas por la palabra que salía de sus bocas. Pero la declaración suprema de Dios, su pronunciamiento más elocuente dentro del tiem­po y en la eternidad es Jesucristo, el Verbo de Dios.

Cuando vemos afuera, vemos la creación. Cuan­do vemos a Jesús, vemos al Creador. Cuando enfo­camos el Éxodo y Deuteronomio vemos la ley, pero cuando vemos a Jesús, vemos al dador de la ley. Conocer a Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, es conocer a los profetas, pero cuando conocemos a Jesús, tenemos la fuente y cumplimiento de to­da la profecía. Él es el heredero de todas las cosas, el fulgor y representación exacta de Dios, el sus­tentador y redentor de todas las cosas.

Colosenses agrega que Él es el centro de nues­tro universo social y que nuestro propósito es co­nocerlo y agradarlo. Él es la fuente de nuestra fuerza y quien nos ha otorgado el derecho de par­ticipar en su herencia. El es nuestro libertador de las tinieblas y el perdonador de nuestro pecado; la imagen de Dios; el primogénito de una nueva raza; la cabeza de la Iglesia y está preeminente en todas las cosas. ´´

Él es la plenitud del Dios manifestado; el reconciliador; el pacificador y en El están ocul­tos todos los tesoros de Dios.

Si Dios nos hace responsables por la palabra de ángeles, de la ley y los profetas, ¿cómo escapare­mos si nos negamos a oír a Jesús? La creación es una pintura y Jesús es el artista. La ley es un libro y Jesús es su autor. Los profetas son siervos; Jesús es el Rey de reyes.

La revista de noticias U.S. News and World Report hace una encuesta anual sobre «quién de­termina el curso de los Estados Unidos.» Se descubrió que entre las instituciones que tienen poder, la religión organizada bajó este año del lu­gar número veintiséis al veintiocho. Entre los líde­res de mayor influencia, ningún religioso fue es­cogido. Pareciera que los norteamericanos quieren mantener a Dios y a sus siervos apartados de to­mar parte en algo significativo. ¿Será que Dios es­tá retirando la Luz?

Jesucristo dice a las naciones que él conoce sus obras y si pueden que oigan lo que el Espíritu está diciendo: «Arrepiéntanse del humanismo secular y religioso. Arrepiéntanse del orgullo. Regresen a la ley de Dios o les quitaré su tenue luz.»

A la Iglesia le dice: «Conozco tus obras. Si puedes oír escucha lo que el Espíritu dice: Arre­piéntanse. Apártense de las corrientes seculares. Humíllense. Reconozcan nuevamente a Dios como Creador. Acepten y guarden su ley. Escuchen a los profetas. Sírvanme sin que les dé vergüenza. Profeticen a las naciones que el día de las tinieblas está cerca y una gran oscuridad las cubrirá. De­claren que nuestro Dios reina y su gloria caerá so­bre su pueblo y que los reyes vendrán a su luz. Digan a los que vencieren e hicieren mi voluntad hasta el fin que yo les daré autoridad sobre las na­ciones.»

Estas son las cosas que Dios está diciendo a su Iglesia. ¿Qué le está diciendo a Usted? Escúchelo en este mismo instante porque el es la luz de su vida. En el día que se avecina, el Sol de Justicia nacerá y en sus alas traerá salvación y la luz vendrá sobre los que aman la luz. Y las tinieblas caerán sobre los que la rechazan y caminarán en la oscuridad y se tropezarán en su necedad. Ellos mismos cons­truirán su propia horca y serán sus propios verdugos.

Charles Simpson recibió su educación formal en la Universidad de William Carey, Mississippi y en el Seminario Teológico Bautista de Nueva Orleans. Es pastor fundador de Gulf Coast Co­venant Church en Mobile, Alabama y presiden­te de la Junta Editorial de New Wine Magazine. Además de sus responsabilidades en Mobile, tie­ne un ministerio internacional como maestro de la Biblia. Reside en Mobile con Carolyn su esposa y tres hijos.

Tomado de New Wine Magazine, Julio/Agosto, 1980

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 9 octubre 1982.