Las características de un buen administrador
¿Quién es, pues, el mayordomo fiel y prudente a quién su amo pondrá como encargado de todos sus siervos, para que les dé sus raciones a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quien, cuando su amo venga, le encuentre haciendo así. En verdad os digo, que le pondrá como encargado de todas sus posesiones (Lucas 12: 42 -44).
Juntamente con la renovación del Espíritu Santo dentro de la iglesia, viene un nuevo significado de nuestra terminología. Mayordomía es una de esas palabras que están renovando su significado.
Yo crecí en una congregación Bautista del Sur, donde por lo menos una vez al año, se hacía un énfasis sobre la mayordomía. Ocasionalmente, alguien mencionaba sus implicaciones más amplias, pero siempre se terminaba hablando del diezmo. Había en mi mente una relación tan estrecha entre el diezmo y la mayordomía que llegué a pensar que los dos eran sinónimos. En años recientes, sin embargo, la distinción entre estos dos términos se ha hecho más obvia y ahora veo ampliarse el horizonte de la mayordomía hasta cubrir toda la creación. El término se ha convertido en algo dinámico – y hasta con implicaciones revolucionarias.
La mayordomía es la supervisión delegada de las posesiones de otro. La autoridad delegada junto con la responsabilidad de rendir cuentas. Puede comenzar con la tarea más insignificante.
«¿Podrías cuidar de mi perrito mientras voy de vacaciones?»
«¡Con mucho gusto!»
Esto también es mayordomía.
«Charles, pronto saldré para Europa en un viaje de varias semanas. ¿Te harías responsable de mi familia mientras estoy ausente? ¿Podrías tú y tu señora cuidar a mi esposa y los niños y de la casa también? María no sabe cómo arreglárselas cuando se descompone alguna cosa. Hay un sobre sellado en mi escritorio con instrucciones si algo me llegara a suceder. Por supuesto que tengo seguro de vida, pero de todos modos ella necesitará ayuda. Yo me iría tranquilo sabiendo que la ayudarías si algo llegase a sucederme».
Esto también es mayordomía.
«Epitropos» es la palabra en griego para designar a alguien que supervisa las posesiones de otro, por lo general con relación al personal y «oikonomos» se refiere a la supervisión de las propiedades de otro. La palabra hebrea en el Antiguo Testamento para mayordomo designa a uno que administra la casa de otro.
Los mayordomos eran cosa usual en los tiempos bíblicos. Todas las personas ricas y los gobernantes tenían sus mayordomos a quienes confiaban la administración del personal y de las propiedades. Abraham tenía a Eliezer a quien le confió hasta la tarea de buscar esposa para Isaac. Jacob sirvió como mayordomo a Labán. José fue el Mayordomo de Potifar hasta que la esposa de este último mintió con respecto a José. Más adelante José se convirtió en el administrador de Faraón y gobernó sobre todo Egipto. En el Nuevo Testamento Jesús usa esta figura en sus parábolas como ejemplo para el pueblo de Dios y Pablo se refiere a los cristianos en sus epístolas como a administradores.
Existen varios grados de mayordomía. En las Escrituras algunos mayordomos tenían autoridad sobre el personal. Otros ejercían la administración de los negocios y pagaban las cuentas, mientras que otros cuidaban de las propiedades. El buen ejercicio de la mayordomía era recompensado con responsabilidades y sueldos mayores. El mayordomo irresponsable era despedido o puesto en desgracia.
El dueño es quien determina la extensión de la mayordomía. Es el único que tiene derecho a nombrar mayordomos y establecer las condiciones. Solamente él tiene el derecho de poder las metas para sus posesiones. Para que haya buena mayordomía es esencial reconocer quién es dueño de la propiedad.
La dificultad más grande que Dios tiene con los hombres es que estos no reconocen Su derecho soberano de propiedad. Jesús trata con este problema en Mateo21 :33. En esta parábola, el dueño de la propiedad mandó a sus siervos para que recogieran el producto de la viña y todos fueron golpeados. Finalmente envió a su hijo y los labradores lo mataron. Es obvio que Jesús estaba relatando Su propia muerte.
Las Escrituras declaran explícitamente el derecho soberano de propiedad de Dios. «De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo, y los que en él habitan» (Salmo 24: 1). Tan real era este principio con los judíos que no podían dar títulos permanentes a las tierras que vendían (Lev. 25:23). Periódicamente la tierra volvía a sus dueños originales y bajo ciertas condiciones Dios la distribuía de nuevo. La obediencia era esencial para habitar la tierra (Deuteronomio 11 :18-21). Para que haya buena mayordomía es necesario que haya también el reconocimiento del derecho del dueño de distribuir sus posesiones y determinar su uso.
La tierra es del Señor por derecho de creación. Toda la naturaleza y los recursos se originaron por la mano de Dios y por Su Palabra. Por lo tanto, sólo Él tiene derecho de designar a los hombres y a las naciones para que la gobiernen. Judá descubrió que Dios podía dar autoridad aún a reyes idólatras si así le parecía y si ellos cumplían su propósito. (Vea Is. 39:5, Jer. 29:4-14, Dan. 2: 19-23, 37,38). Debido a la deficiente mayordomía de Judá, la tierra cayó bajo el gobierno gentil, y sólo hasta recientemente le ha sido devuelta por la mano de Dios.
La tierra es del Señor por derecho de redención. Como consecuencia de la desobediencia del hombre, Satanás había usurpado el uso de la creación. Jesús vino, pagó con Su propia sangre divina las deudas del hombre de acuerdo con la justicia de Dios y derrotó al usurpador Satanás. La derrota de Satanás es un acto concluido y toda autoridad y dominio sobre la creación son de Cristo.
El capítulo 5 de Apocalipsis describe la escena donde Jesús toma el título de propiedad. Jesús se acerca hasta el trono y recibe el rollo de la mano del Padre y los ancianos entonan un cántico nuevo:
“Digno eres de tomar el libro y de romper sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu y lengua, y pueblo y nación. Y has hecho un reino, y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra” (Apoc. 5:9,10)
La tierra es doblemente de Dios. Es Suya por derecho de creación y por derecho de redención. Sólo Dios tienen el derecho de determinar el curso de la creación y el propósito de cada vida y recurso. Las consecuencias de aceptar honradamente este hecho, sacudirán la tierra. Daniel las aceptó y profetizó que Dios finalmente establecería una mayordomía que ejecutaría fielmente Su voluntad.
Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo, desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre (Dan. 2:44)
Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre (Dan. 7:18).
Un día, caerá toda autoridad que no reconozca el derecho de propiedad de Dios. Su autoridad delegada prevalecerá sobre las naciones.
Siete cualidades y responsabilidades de un buen mayordomo
1) Un Buen Mayordomo Tiene que Estar Constantemente Consciente del Dueño y de Sus Derechos
¿Quién es pues el administrador fiel y prudente? ¿Qué busca Dios en un mayordomo? Se comienza con el reconocimiento de Su derecho de propiedad. David estaba continuamente consciente del derecho de Dios cuando ejercicio su mayordomía sobre Israel, «Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado» (Salmo 100:3). Jesús, el Heredero de todas las cosas, también testificó que Él había sido enviado del Padre para hablar las palabras y hacer la obra del Padre.
En Juan 17 rinde cuentas a Su Padre de los discípulos que le había dado. Jesús vio toda Su vida y ministerio en la tierra como un depósito del Padre. Un buen mayordomo está siempre consciente del dueño y sus derechos.
2) Un Buen Mayordomo es Leal
Un propietario asume una posición vulnerable cuando confía a otro lo que tiene. Un mayordomo puede traicionar la confianza del dueño, hacer mal uso de sus propiedades y dañar severamente sus intereses – si no las destruye. Adán fue un mayordomo infiel y consecuentemente la creación todavía gime. Debido a esta vulnerabilidad, la lealtad hacia el dueño y sus intereses es una cualidad esencial de la mayordomía. La deslealtad es intolerable en un administrador.
Cuando Jesús pronunció la parábola de los labradores malvados que golpearon y mataron a los siervos del hacendado y finalmente hasta a su hijo dieron muerte, El hizo la siguiente pregunta: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña ¿qué les hará a esos labradores? Ellos le dijeron: «Traerá a esos miserables a un fin lamentable … (Mat. 21 :40-41). Ese era el sentimiento universal en aquellos días hacia un hombre que traicionaba la confianza depositada en él. Un buen mayordomo es leal.
- Un Buen Mayordomo Debe ser Disciplinado
Un buen administrador tiene que ejercer control sobre sí mismo, no sea que la codicia lo vuelva deshonesto. Giezi era el criado de Eliseo, el profeta, por lo tanto, mayordomo de sus posesiones. Si hubiese permanecido fiel a su amo, bien hubiera llegado a ejercer su mayordomía sobre el manto de Eliseo, de la misma manera que este lo había recibido de Elías. Pero algo sucedió. Eliseo acababa de sanar a Naamán, un capitán acaudalado del ejército de Siria, que tenía lepra. Como un gesto de gratitud, Naamán ofreció preciosos regalos a Eliseo, pero este los rechazó. Sin embargo, la codicia dominó a Giezi quien corrió tras Naamán para pedir esos regalos en nombre de Eliseo. Su codicia los consiguió, pero también su lepra (ver 2 Reyes, capitulo 5).
Hay muchos mayordomos que reconocen muy bien el derecho de propiedad de sus amos y son leales a ellos y a sus intereses, pero su propia falta de disciplina les impulsa a hacer mal uso de sus oportunidades hasta que las pierden, Un buen mayordomo se cuidará de SI mismo primero. «Mejor es el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Prov. 16:32).
- Un Buen Mayordomo es obediente.
No hay palabra que toque el corazón de la mayordomía como la obediencia. En Lucas 8:18, Jesús repite una frase que usaba a menudo: «Tener cuidado de cómo oís». Más adelante el Cristo resucitado le dice a Juan:
«El que tiene oído … Oír cuidadosamente es obedecer y en tener cuidado en eso estriba el éxito y el honor de un mayordomo. Un buen mayordomo presta atención a los detalles porque su deseo es agradar a su amo. Quien sólo tiene sus propios intereses por delante, es un oidor descuidado y un siervo inútil. El ejemplo de Jesús en este aspecto es algo precioso. Su obediencia fue detallada y hasta la muerte, El dejó un patrón para todo el que aspira a la excelencia en su mayordomía.
- Un Buen Mayordomo es Productivo
La meta de una buena mayordomía es la productividad, no sólo una ocupación. Cuando el dueño de la viña envió a sus siervos a los arrendantes fue para recoger las ganancias. En la historia de los talentos los siervos dieron cuenta de sus ganancias y perdió su porción. Los siervos fieles obtuvieron utilidades y recibieron aún más por su fidelidad.
Desde el principio Dios encomendó a su creación que fuese fructífera, Dios creativo, imaginativo, enérgico y fuente de vida. El buen mayordomo cultiva de tal manera que dé a la creación la oportunidad de ser productiva, pues Dios quien hizo y sostiene todo, puede hacer, a través de una administración piadosa, que la tierra cumpla su encargo de productividad y de paz. El reino de Dios está descrito en Miqueas 4:4 como cada hombre sentado debajo de su vid y debajo de su higuera. El reino de Dios es fructífero.
Jesús advierte que toda rama que no lleve fruto será cortada por el Labrador -el Padre. Dios tendrá un pueblo productivo y mayordomos que le ayuden a serlo. Amós profetizó de un día de abundancia cuando el que ara tendría que comenzar su trabajo antes que los segadores terminasen de recoger toda la cosecha y «las montañas destilarán mosto … » (Amós 9:’13i. El interés constante de una buena mayordomía es preguntarse:» ¿Cómo podré aumentar lo que Dios me ha encomendado?
Uno de los aspectos de la productividad es el diezmo, que es en realidad un reconocimiento del derecho total de propiedad de Dios.
El diezmo consiste en dar un rédito al dueño de los recursos confiados al administrador. El diezmo es una décima parte de toda ganancia. Cuanto más provechoso, tanto más diezmo para el dueño.
Deuteronomio 26 es uno de muchos capítulos que tratan con el diezmo. Como está estipulado en este pasaje, los diezmos eran entregados a los levitas como los representantes de Dios (los siervos del Dueño). Los otros diezmos adicionales se repartían entre las viudas, los extranjeros y los huérfanos al lugar donde Dios había puesto Su nombre. Todo diezmo dado presupone que el mayordomo fiel prosperará de acuerdo con las promesas de Dios.
- Un Buen Mayordomo es Protector
El mayordomo productivo sabrá proteger también. Las viñas tenían sus atalayas para protegerlas del saqueo. Los pastores vigilaban sus rebaños. Pablo recomienda a Timoteo en sus dos cartas que guarde lo que se le ha encomendado (1 Tim. 6:20; 2 Tim. 1 :14). El escritor de Hebreos nos advierte no descuidar la gran salvación que se nos ha confiado con una confirmación sobrenatural. Como veremos más adelante en este artículo, los dones y las responsabilidades que se nos han dado son muchas y preciosas. El enemigo acecha para robar la semilla, ahogar con espinas la vid joven o saquear de muchas maneras. La vigilancia es el precio que se paga en la perseverancia. Todos tendremos que rendir cuentas como lo hizo Jesús con el Padre. «Mucho se demandará de todo aquel a quien mucho se le ha dado … » (Lucas 12:48),
- Un Buen Mayordomo Representa Bien a Su Amo
El mayordomo es una persona muy importante en la casa de su amo. El mayordomo es quien le representa. Incumbe al siervo representar fielmente el carácter, el porte y la actitud de su amo. El siervo malo mencionado en Mateo 24:48 dejó que su carácter deteriorara y comenzó a maltratar a sus consiervos. Y perdió su porción cuando el amo regresó.
A veces le he pedido a uno de mis hijos que lleve una palabra a alguno de sus hermanos. En ocasiones ha sido un mensaje de corrección. Sintiéndose muy importante mi joven mensajero ha llegado donde su hermano con una actitud dura y autoritaria, agregando tal vez alguna amenaza que yo no he hecho. El otro niño ha reaccionado negativamente o se ha rebelado porque mi mayordomo no me supo representar bien. El mayordomo no sólo debe transmitir la voluntad de su amo, sino su actitud y su carácter también. Por eso Jesús podía decir: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9),
Cuando comenzamos a darnos cuenta de la magnitud de lo que Dios nos ha confiado, podemos ver con facilidad por qué un mayordomo tiene que estar constantemente consciente del derecho de propiedad de Dios, tiene que ser leal a los intereses de Dios, tiene que mantenerse bajo disciplina, tiene que ser obediente en todo detalle hasta la muerte, tiene que producir fruto, proteger el fruto y representar debidamente a su amo.
Lo que Dios nos ha confiado
A menudo le decimos a la gente que confíe en Dios, pero muy pocas veces nos damos cuenta de lo mucho que Dios nos ha confiado. Un amigo mío relata una conversación sostenida con Dios en oración en la siguiente manera:
«¿Qué quieres que haga, Señor?»
«¿Qué quieres hacer tú?’: pareció preguntarle el Señor a su vez. Quedó con la impresión que Dios le estaba dejando la decisión a él y que tenía intención de bendecir su esfuerzo.
Yo creo que este es el caso muchas veces. Si bien jamás debemos de habituarnos a actuar independientemente, Dios a menudo nos deja en libertad de hacer decisiones como administradores. Él nos ha dado la autoridad y nos ha enseñado la manera de hacer ciertas cosas. Si nuestra relación con Él está bien, entonces actuaremos con los intereses de Dios en mente y de acuerdo a Su consejo.
Las Escrituras nos presentan con esta realidad asombrosa: «Dios nos ha concedido todo lo que concierne a la vida y a la piedad» (2 Pedro 1 :3). El cristiano tiene acceso a recursos ilimitados y no imaginados aún. Todas las riquezas concebibles están a nuestra disposición para cumplir con el propósito de Dios.
Génesis 1 :26 dice que Dios hizo al hombre para que gobernara sobre toda la tierra y toda la vida animal y vegetal que hay en la tierra. En Génesis 2: 15 el hombre fue nombrado mayordomo sobre el Huerto, donde había, según las Escrituras, oro, piedras preciosas y ríos. En otras palabras, el hombre fue creado para algo más que esperar toda una vida hasta ir al cielo. Fue creado para que ejerciera fielmente su mayordomía sobre la obra de Dios. ¡Qué encargo el que Dios confió al hombre!
Adán era el único mayordomo que Dios había nombrado sobre todos los recursos naturales de Su creación. Así que cuando Adán desobedeció y perdió su comisión, mucho más que sus descendientes quedaron afectados; el mar, el aire, la tierra y la vida misma sufrieron. Cuando el mayordomo se desvió, todo lo que se le había confiado fue dañado severamente. «Porque sabemos que la creación entera, a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora» (Rom. 8:22), hasta que los nuevos herederos sean manifestados.
A menudo cuando viajo en avión puedo ver la contaminación tan terrible con que miles de fábricas y millones de deficientes automóviles cargan el ambiente de polo a polo. He visto las heridas dolientes donde la tierra se ha abierto y dejando en escombros a edificios y sueños. He caminado donde la naturaleza gimiente ha lanzado la furia de sus marejadas contra hombres y mujeres, para después mirar con satisfacción silenciosa como lloran y entierran a sus muertos. Toda la tierra gime hasta que sus nuevos mayordomos sean manifestados. Está abrumada de pena bajo el peso de los mayordomos negligentes.
La tierra es del Señor y Él nos la ha confiado. ¿La sojuzgaremos y la cuidaremos como es debido? ¿La atenderemos con cuidado y aumentaremos su fruto como fieles administradores del Señor? O ¿dejaremos que la tierra corra salvajemente destruyéndose a s í misma igualmente que nosotros?
En Adán nos convertimos en herederos de las cosas naturales, pero en Cristo de mucho más. Romanos 8: 17 dice que somos coherederos con Cristo. Si compartimos Su sufrimiento, compartiremos también Su gloria. El sufrimiento no es digno de ser comparado con la gloria. Todo lo que tiene el Padre es Suyo y nuestro por medio de Cristo.
Jesús dijo que los mansos (fuerza bajo disciplina) heredarán la tierra (Mat. 5:5). Sus siervos gobernarán sobre ciudades (Lucas 19:17). Pablo habla de juzgar o reinar sobre ángeles. Este pudiera ser el lugar apropiado para preguntar: ¿Podremos hacerlo? Nos haría bien si algunos de nosotros pasáramos menos tiempo en reuniones y más horas aprendiendo la manera de administrar los asuntos de esta vida, porque hasta que la iglesia no aprenda a solucionar sus propios problemas, jamás tendrá la oportunidad de resolver los del mundo. El ingobernable jamás gobernará. A pesar de eso, la Iglesia bajo el señorío de Cristo, tiene acceso a los recursos naturales y espirituales para derribar montañas y desafiar cualquier obstáculo. Estos recursos le serán confiados cuando produzca una buena mayordomía.
La unción del Espíritu Santo es el recurso más dinámico que se nos puede confiar. En Lucas 3:21,22 Jesús recibe el Espíritu Santo. Después de ser probado, emerge triunfante para declarar que Dios le había dado poder para proclamar las Buenas Nuevas de la Liberación de los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos y los esclavizados. Ese mismo Espíritu Santo es dado a todos los que creen, como un legado para hacer las obras de Jesús. La gran mayoría de los santos modernos se han sentado descuidando el tesoro mientras que el enemigo ha puesto un yugo pesado sobre todos los que caminan en tinieblas. Pero con el mismo poder que hizo doblar las rodillas de los reyes y reinos, los buenos mayordomos de Dios pueden cambiar el curso de la historia misma, sin mencionar los cambios milagrosos en las tristes vidas de los desesperados.
La Palabra de Dios ha sido confiada a la Iglesia. Si la Luz del Mundo es incapaz de dar dirección a las mentes confundidas y entenebrecidas, entonces el mundo seguirá en tinieblas. Jesús depositó Su Palabra en los discípulos y les ordenó que hicieran lo mismo con otros. Pablo le ordenó la misma cosa a Timoteo. La Iglesia es el oráculo de Dios. Es la comunidad profética en medio de un mundo errante. David se preguntaba: ¿Por qué rugen las naciones paganas y planean cosas vanas? (Salmo 2: 1). Isaías también preguntaba: ¿Por qué trabajan por lo que no satisface? La Palabra de Dios no produce resultados vanos: la Palabra de Dios cumple su objetivo. (Is. 55:2,11). ¡Qué desesperados están los hombres por oír palabras eficaces! Ya están cansados del formalismo vacío y de tropezar con una cosa vana y con otra. El Espíritu de Profecía prevalecerá donde Cristo está y será un rayo de luz en medio de aguas oscuras para traer libertad al perdido y al errante. La Palabra que es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino ha sido puesta en nuestras manos.
El nombre de Jesús nos ha sido confiado. El nombre del Señor es nuestra credencial para la acción. Es la autoridad con la cual la Iglesia unida puede establecer un decreto con la bendición del Padre.
Cuando mi esposa carga alguna mercancía a mi cuenta, estoy tan en deuda como si yo lo hiciera. Cuando la iglesia, bajo la dirección de Dios, invoca el nombre de Jesús, el infierno tiembla como si Jesús mismo hubiese dicho las palabras. Dios nos ha dado poder de representación en la tierra. Unidos y obedientes en nuestra mayordomía podemos usar Su nombre para destruir las obras de Satanás (Lucas 10:19, I Juan 3:8). Jesús dijo que como el Padre lo había enviado así enviaba El a Sus discípulos. De la misma manera que había venido en el nombre y autoridad del Padre, así enviaría a Sus discípulos en Su nombre y autoridad. (Juan’ 5:17-43; 7:16- 18; 8:27-32; 20:21; Lucas 10:18,19). Necesitamos recordar que la autoridad del nombre de Jesús en nosotros tiene por condición que hayamos sido enviados, que seamos obedientes y que estemos unidos con la vida de Su cuerpo. El éxito se logra en la ejecución justa de nuestras relaciones con Dios y con la Iglesia – no haciendo un esfuerzo para creer. La fe verdadera es la esencia de la fidelidad. La fidelidad es la esencia de las relaciones. Dios obra en nuestro favor, no porque tengamos una cierta creencia académica o intelectual, sino por la relación que existe entre nosotros y El, de la misma manera que El confirmó Su relación con Jesús. «Este es mi hijo». Jesús llevó Su nombre y nosotros el nombre de Jesús. Nosotros somos hijos e hijas de Dios; somos hermanos y hermanas de Jesús. A eso se llama autoridad de parentesco. Estamos en la familia del Rey. ¡Qué gran legado ha depositado en nosotros! O como dijera Juan: «¿Qué clase de amor es este?» (1 Juan 3: 1).
De una manera muy real, la sangre de Jesús opera en las vidas de las personas en concierto con nuestras acciones. I Juan 1:7 dice: «Si tenemos comunión los unos con los otros» la sangre de Jesús nos purifica. Nosotros hacemos la decisión de brindar o negar nuestro compañerismo. Es casi atemorizante darse cuenta que uno puede impedir que una cierta medida de purificación nos llegue unos a otros. Hace varios años pasé por un período de examen profundo de mi corazón. En mi búsqueda de Dios, mis pecados y errores del pasado regresaron a mi mente. Yo sabía que Dios me perdonaría si se lo pedía, pero también me daba cuenta de mi responsabilidad de corregir ciertas cosas. Fue una experiencia humilladora pero saludable. No siempre es sabio desenterrar el pasado y se debe tener mucho cuidado para no resucitar un viejo problema, confesar los pecados ajenos, o de confesar de cierta manera que le echemos la culpa a otro. Tuve cuidado de observar estas reglas cuando escribí una carta reconociendo mi culpa. Había mentido hacía más de 20 años y estaba pidiendo perdón. Esperé una respuesta, pero nunca llegó. Un día me encontré con el hombre a quien había ofendido. Había recibido mi carta y se mostró muy cordial, pero había descuidado decirme: «Te perdono». Eso hubiera tenido un efecto purificador en mí. Yo necesitaba oír que me perdonaba.
Uno de los depósitos más grandes que Dios nos ha entregado es la habilidad de decir con sinceridad a un hermano que nos ha ofendido, «Te perdono» Encogerse de hombros o decir «está bien … » no es suficiente. El perdón nos ha sido confiado para darlo libremente.
Quisiera poder describir muchos de los preciosos dones con los que Dios nos ha confiado. Somos mayordomos de la infinita gracia de Dios (1 Pedro 4:10). Tenemos la capacidad de bendecir a la gente con el favor y los recursos de Dios. Somos mayordomos de los misterios de Dios (1 Coro 4: 1). El hará conocer Su secreto a los que le temen (Salmo 25:14). Jesús dijo que cuando el Espíritu viniera, nos guiaría a toda verdad. Estos secretos son las respuestas a los problemas que azotan a la humanidad tales como la guerra, la enfermedad, la pobreza y, sobre todo, el pecado y la culpa.
Todos ejercemos la mayordomía de nuestros recursos personales, como habilidades, conocimiento, fuerza, influencia y posesiones. Nuestras familias tienen recursos. Nuestras congregaciones son enormes depósitos de riqueza, habilidades y experiencia. Nunca me había dado cuenta de esto hasta recientemente cuando un grupo de pastores nos dedicamos a orar y a buscar la voluntad de Dios en este aspecto. Días más tarde, retamos a nuestras congregaciones para que ofrecieran sus posesiones y sus habilidades al Señor. Les animamos para que hicieran una lista de sus habilidades, destrezas y posesiones y la pusieran en el altar. Nos llevamos una doble sorpresa cuando vimos los resultados. La primera fue ver cuántos recursos disponibles teníamos entre nosotros para cumplir con el propósito de Dios. La segunda fue darnos cuenta de lo mal preparados que estábamos para administrar la mayoría de las habilidades y de las propiedades que se ofrecieron. Después de esa experiencia deseaba que varios capítulos más se hubieran incluido en el libro de Los Hechos con respecto a lo que los apóstoles hicieron con las ofrendas de la iglesia primitiva – posesiones, casas y tierras.
La mayordomía es la administración de casas, tierras, talentos, dinero y personas. En la medida en que nuestra visión se alinee con la de Dios, Sus recursos se irán haciendo más disponibles para nosotros. Mientras más recursos tengamos disponibles, mayor es nuestra mayordomía, más prácticas y más necesaria. No necesitamos aspirar a tener más, sino a ser fieles y fructíferos con lo que ya tenemos. Entonces, de acuerdo a la medida de nuestra fe, aprenderemos a reinar con Cristo.