Autor Don Basham

Nuestro Dios es Señor del dinero

El Señorío de Cristo en las Posesiones Materiales

Un predicador estaba terminando una campaña evangelística con un servicio de bautizos en un estanque cerca de la iglesia. Uno de los recién convertidos era un próspero granjero, conocido en la comunidad por su poca liberalidad con el dinero.

Cuando su nombre fue llamado, este granjero, vestido con su ropa de trabajo, dejó la orilla y lentamente se dirigió hasta donde estaba el predicador. De repente, cuando el agua le legaba a las rodillas se dio vuelta para salir de nuevo.

«Espéreme un momento», le dijo al predicador. «Me olvidé sacar la billetera y no quiero que se moje».

«Déjela donde está y regrese aquí,» dijo el predicador. «Su billetera necesita bautizarse también».

Desafortunadamente, la conversión y el bautismo de muchos cristianos parecen no haberles tocado jamás sus bolsillos. En realidad, la mayoría de los cristianos parecen tener las manos atadas por un concepto inadecuado del señorío de Cristo en relación con su dinero.

Queremos examinar las escrituras con respecto al reclamo del Señor sobre nuestras posesiones para animar a algunos a dejar su posición de que «lo que yo tengo es mío», en favor de una postura bíblica de que el hombre no es dueño, sino administrador de lo que tiene y que «siendo así, por lo demás, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel» (1 Corintios 4:2).

Lo que queremos esencialmente es llegar a una mayor realización del señorío de Cristo sobre nuestras posesiones materiales. ¿Cómo lo vamos a lograr? Hay por lo menos tres pasos necesarios que parecen indicados: (1) Tenemos que abandonar nuestras ambiciones egoístas con respecto amasar riquezas y propiedades. (2) Tenemos que aprender a confiar en Dios para que supla abundantemente todas nuestras necesidades materiales. (3) Tenemos que estar dispuestos a poner a Su disposición, todo lo que tenemos.

Orden en las prioridades

Dijimos que primero es necesario abandonar nuestras ambiciones de amasar riquezas. Jesús reconoció el casi universal deseo por las riquezas y las posesiones y Su consejo a los discípulos fue: «Guardaos y velad contra toda forma de avaricia; porque aun cuando uno tiene abundancia, la vida no consiste en las posesiones» (Lucas 12: 15). Enseguida les contó la parábola del hombre rico que almacenó todos sus bienes para vivir lujosamente el resto de su vida. Había sólo un problema: ¡el hombre murió antes que pudiera gozar de su riqueza!

Jesús les dijo que Dios tuvo a ese hombre por un necio (Lucas 12:20) y, luego agregó que «así es el hombre que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios.» El juicio de Jesús sobre el hombre rico que acumuló su riqueza para poderse jubilar algún día y vivir holgadamente, es mucho más severo cuando nos damos cuenta que esa es también la ambición de muchos cristianos.

Sin embargo, la Biblia está repleta de advertencias contra la tendencia de poner las ganancias materiales en el primer lugar de prioridades. (Vea Mateo 6:19-21; Mateo 13:22; Marcos 10:23- 25; 1 Timoteo 6:6-10).

No es por coincidencia que cuando Jesús reprende a los que «acumulan tesoro para sí», también agrega: «y no es rico para con Dios.» A lo que un hombre dedica su tiempo, eso se convierte en su amo y su dios; Jesús lo dice en Mateo 6:24: «Nadie puede servir a dos patrones … »

¿Qué se requiere para dar este primer paso de abandonar nuestra ambición por las riquezas? Una decisión de la voluntad. Tenemos que decidir tomar al Señor en serio en este asunto. Desgraciadamente, hay una multitud de voces que nos bombardean día y noche insistiendo en que hagamos todo lo contrario. ¡Gane más! ¡Sea ambicioso! ¡Invierta! ¡Hágase rico! ¡Gane aún más!  ¡Vuelva a invertir! ¡Hágase más rico! Lo que la gente llama la «buena vida» es igualada casi totalmente con la adquisición del dinero y de las posesiones materiales. Ninguno de nosotros ha podido evadir completamente el lavado de cerebro de estas influencias. No sólo la televisión, el periódico, la radio y las revistas nos meten continuamente esta filosofía en la cabeza, sino también los padres, los maestros y los amigos suman sus voces al coro.

No deseamos a nadie tiempos difíciles, sin embargo, la crisis económica de nuestros días tiene su efecto espiritual saludable, pues ha enseñado a muchos el riesgo de contar con las posesiones materiales para su seguridad. Con las inversiones financieras devoradas rápidamente por los monstruos de la inflación y la recesión, muchas personas están siendo confrontadas con la situación que describe el profeta Hageo de aquellos que han estado preocupados por su propio bienestar y se han olvidado de responsabilidad para con Dios.

“Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto.” (Hageo 1 :5-6).

Nuestra responsabilidad primordial es hacer un reajuste de nuestras prioridades y ambiciones en obediencia al mandamiento de Jesús de «buscar primero Su reino y Su justicia, y (entonces) todas estas cosas os serán añadidas… » (Mateo 6:33).

Confiando en Dios para que supla nuestras necesidades

¿Cómo es que «todas estas cosas serán añadidas?» La respuesta a esta pregunta nos lleva al segundo paso: aprender a confiar en Dios para que satisfaga abundantemente todas nuestras necesidades materiales. Con cada advertencia de Dios de no preocuparnos por las posesiones materiales, hay una promesa clara y elocuente de Su deseo de bendecirnos y darnos prosperidad material.

“Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendiciones hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).

“Dad, y os será dado: medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en vuestro regazo.” (Luchas 6 :38).

“Amado, ruego que seas prosperado en todo respecto, y que tengas buena salud, así como tu alma próspera” (3 Juan 2).

¿Cómo vamos a explicar esta aparente contradicción? ¿Cómo vamos a responder al comerciante esforzado que dice: »Yo creo que Dios quiere que prospere, por eso trabajo tanto»? Si Dios está tan interesado en bendecirnos materialmente, por qué objeta tan fuertemente cuando tratamos de adquirir esas bendiciones por nosotros mismos?

El problema radica básicamente en la motivación. Dios no tiene ningún inconveniente en que prosperarnos o aún en que seamos ricos. Dios objeta cuando ponemos nuestra prosperidad primero que El y cuando confiamos más en nuestra capacidad de proveer para nosotros mismos que en la Suya.

Tenemos que buscar primero (no segundo o tercero) Su reino y Su justicia. Entonces «todas estas cosas» serán añadidas.

Tenemos que »traer los diezmos al alfolí» primero; entonces, como respuesta a nuestra fiel mayordomía, Dios «derramará … bendiciones hasta que sobreabunde».

Tenemos que dar primero (como para El); entonces «nos será dado». Tenemos que prosperar en nuestra alma primero (la prosperidad espiritual que viene cuando se pone a Dios primero); entonces prosperamos (materialmente) «así como nuestra alma».

Todas las promesas de Dios con respecto a nuestra provisión material tienen una condición: que primero le reconozcamos, le adoremos y le obedezcamos. Dios y su voluntad tienen preeminencia. Entonces, como resulta­ do de ponerlo de primero, El a Su vez nos comienza a bendecir y abundantemente. Buscar la abundancia material primero es idolatría; mientras que Dios se agrada cuando le buscamos a Él primero y recibimos su abundancia como consecuencia de nuestra fidelidad.

Dios conoce lo engañoso que es el corazón humano. Sabe que mientras más abundancia material tenemos sin El, más independientes nos volvemos. Dios no quiere que seamos independientes ni autosuficientes. Quiere que estemos continuamente dependiendo de El. ¡La prosperidad sin Dios nos puede costar el alma! Así lo descubrió el hombre rico que edificó graneros más grandes.

La verdad es que no sólo toda nuestra prosperidad viene de Dios, sino hasta nuestra capacidad de ganar dinero viene de El. Dios habló severamente a los israelitas antes que entraran en la Tierra Prometida advirtiéndoles que no olvidaran la Fuente de todas sus bendiciones:

“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas. . .” (Deuteronomio 8:11-14,-17-18).

Para que Jesús sea el Señor de nuestras posesiones materiales, tenemos que reconocer no sólo nuestra dependencia de Dios, sino también que aún nuestra capacidad de adquirir las riquezas viene de El. ¿Cuántos ricos le darían la gloria a Dios con toda sinceridad por su habilidad de hacer dinero?

¿Cuántos cristianos que dicen creer que Dios puede llenar sus necesidades económicas, tienen en realidad un testimonio personal de Su poder en sus vidas?

Una de las cosas más gratas que le pueden suceder a un cristiano es experimentar tangiblemente la ayuda milagrosa de Dios en tiempos de necesidad económica. Sin embargo, una cantidad innumerable del pueblo de Dios jamás ha tenido esta bendición, porque nunca se ha atrevido a confiar en Dios, evitando situaciones que requieran su intervención milagrosa para suplir el dinero o lo material necesitado.

Mi propio caso no es tan extraño. Durante casi quince años fui un pastor denominacional. Mi provisión material era suministrada cada dos semanas cuando el tesorero de la iglesia me entregaba el cheque de mi salario. Aunque yo creía en el poder de Dios y frecuentemente exhortaba a mis feligreses para que buscaran en Dios la fuente de sus bendiciones materiales, ni ellos ni yo habíamos emprendido ningún tipo de ministerio que de­ mandara nuestra confianza en Dios para suplir el dinero necesario. Todos manejábamos nuestras vidas y nuestros asuntos muy bien por nosotros mismos y muchas gracias, pero en realidad no necesitábamos la ayuda de Dios para ganar dinero.

Entonces, hace ya diez años que el Señor me sacó a mí y a mi familia de esa situación y me impulsó a un ministerio llamado comúnmente «de fe». Renuncié a mi pastorado para convertirme en un maestro itinerante de la Biblia sin sueldo fijo. Los primeros tres meses en mi nuevo ministerio resultaron ser de dura prueba y a la vez los años más sorprendentes de mi vida en cuanto a mi sostenimiento económico. Aprendí a apreciar directamente esa definición tan apropiada que la »vida de fe es la que se vive en medio de un milagro al borde del desastre».

Una y otra vez el dinero se acababa y me quedaba sin efectivo, sin dinero en el banco y por un tiempo sin prospectos para ministrar, lo que generaría algún ingreso. En tiempos así, con una esposa y cinco hijos que mantener, era cuando recibía esos cursos relámpagos de cómo confiar en el poder de Dios para suplir las necesidades.

En cada ocasión Dios se mantuvo fiel, aun cuando a menudo probó nuestra fe hasta el extremo de preguntarnos si no nos habría abandonado. Hubo tiempos en que Su provisión no llegó sino hasta después de lo que sentíamos era el «último momento posible». Descubrí durante estas pruebas que nuestra fe crece más cuando estamos en ese intervalo misterioso entre el tiempo cuando sentimos que Dios tiene que contestar y cuando finalmente lo hace – ¡por lo general días más tarde!

Descubrimos que Él siempre responde. Nunca nos falla. Nunca nos hizo falta el alimento (¡aunque a veces mi esposa nos servía los platos más extraños!) Nunca dejamos de cumplir con nuestras obligaciones económicas, aunque en esos días de prueba aprendí que el Señor no se turba particularmente con el segundo aviso de vencimiento de la cuenta de la luz o del agua.

Por tres años estuvimos como los israelitas en su jornada a través del desierto, cuando Dios llenó sus necesidades físicas con un milagro todos los días. A menudo, la puntualidad de Dios en una situación era tan precisa y la cantidad enviada tan específica, que nos dábamos cuenta sin lugar a duda que Él estaba dando Su atención personal a nuestra necesidad particular. La seguridad del amor Dios que nunca deja de ser, engendrado de nuestros corazones, como resultado de Su providencia, se convirtió en la mezcla resistente del fundamento de nuestra fe.

Todos los cristianos necesitan aprender a confiar en el poder de Dios de proveer por sus necesidades económicas. Jamás tendremos el valor de dar el tercer paso si no hemos confiado en El en el segundo.

Jesús es el Señor del dinero  

Después de aprender a no preocuparnos por las posesiones materiales y de aprender a confiar en el poder de Dios para suplir nuestras necesidades, tenemos que dar un tercer paso más radical aún: tenemos que estar decididos a que Dios disponga de todo lo que tenemos según Su voluntad. Mientras más camino con Dios y más decidido estoy a serle fiel, más cuenta me doy que Jesús no sólo se interesa por llenar mis necesidades. Él ha determinado tomar el control absoluto de mi vida. Esto implica llegar a ser Señor de mi dinero.

Cuando enseñamos a confiar en Cristo para que supla nuestras necesidades económicas, nos estamos moviendo en el área de Su ministerio de salvación. Su provisión material está incluida en Su ministerio hacia nosotros como Salvador. Cuando decimos que debemos cederle el control absoluto de nuestras vidas (incluyendo el dinero), nos movemos más allá de su ministerio de salvación y entramos en el área de Su señorío.

Cuando se reconoce a Jesús como Salvador se entra en un compromiso y entrega basados en Su gracia o en lo que El puede hacer por nosotros. Cuando le reconocemos como Señor, el compromiso y la entrega están basados en la obediencia o en lo que nosotros podemos hacer por El. Muchos que están aprendiendo a confiar en Jesús como su proveedor, todavía no han llegado a confiar en El para que reine. Cuando decidimos hacer Señor a Cristo Jesús, una serie de acontecimientos dramáticos, inesperados y a menudo dolorosos comienzan a suceder. Suceden porque el Señor inmediatamente prueba la realidad de nuestro compromiso de entrega. La historia del joven rico en Mateo 19:16-22 es un estudio profundo de este principio.

Este joven vino a Jesús preguntando lo que tenía que hacer para obtener la vida eterna. La primera respuesta de Jesús fue más o menos formularia: »Si deseas entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos».

Sorprendentemente, el joven continuó insistiendo. Él sabía que había sido fiel en su comportamiento, sin embargo, su hambre interna no había sido satisfecha con la obediencia externa de los mandamientos.

Lo que estaba experimentando era, por supuesto, los efectos de esa falla puesta en nosotros por la ingeniería divina. Dios nos hizo de tal manera que no pudiéramos ser salvos o satisfechos por «lo que hacemos». Tratar de «ganar nuestra salvación» es un intento inútil de manejar nuestras propias vidas satisfactoriamente; un método que nunca resulta satisfactorio.

El joven rico sabía que necesitaba algo más. »Todo esto he guardado; ¿qué me falta todavía?

Sin comprenderlo, lo que pedía era el señorío de Cristo sobre su vida. Estaba admitiendo que sus intentos de manejar su vida no habían producido los resultados deseados.

Jesús sintió el grito desesperado de su corazón y decidió mostrarle la barrera que le impedía lograr su deseo.

«Si quieres ser perfecto (o estar completo), ve y vende lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven sígueme» (vs. 21).

Era una elocuente invitación al discipulado: Jesús ofrecía su gobierno y señorío en la vida de este hombre que decía buscar el bien más sublime de la vida. ¡Pero dentro de la invitación estaba deletreado el costo! Jesús no sólo requería las riquezas del joven rico, sino también el derecho de decidir qué hacer con ellas. No sólo el dinero era requerido sino también la libertad de manejar su vida. El joven rico rechazó a Jesús.

Muchos de nosotros somos así. Buscamos el consejo espiritual de Jesús (o de alguno de sus ministros) y muchas veces lo  conseguimos. Pero porque conocemos, a Jesús como Salvador, Sanador, Bautizador, Liberador o Proveedor; pero aún no reconocemos Su señorío, nos sentimos con libertad de rechazar Su consejo y Jesús nos recuerda que cuando rechazamos Su consejo estamos negando Su señorío.

Y ¿por qué me llamáis: «Señor, Señor» y no hacéis lo que yo digo? (Lucas 6:46).

¿Estamos dispuestos a hacerlo Señor?

Cuídese cada vez que diga: «¡Jesús, te entrego toda mi vida!» Rápidamente, El pondrá su dedo de autoridad sobre ciertas áreas de su vida donde hasta entonces no le ha permitido ser Señor; áreas en las que usted ha permanecido «independiente.» (Generalmente, el Señor llama «rebelión», lo que nosotros decimos ser «independencia.»

Señor, te entrego todo a Ti. Quiero que seas Señor en todas las áreas de mi vida».

«Muy bien, hijo, acepto tu ofrecimiento. Ahora que soy Señor de todo, tomaré el control de tus riquezas, tus propiedades y tu salario. Hay mucho en esta área que necesita ajustes.»

«¡Pero, Señor! Eso no es exactamente lo que tenía en mente. No estoy seguro si estoy listo aún para eso.» ¿Es Cristo el Señor o no?

El joven rico echó atrás en el discipulado porque Jesús había tomado el control de sus bienes. Cualquier concepto que podamos tener del señorío de Cristo en nuestras vidas que ignore o haga a un lado Su derecho de controlar nuestras posesiones materiales es un concepto superficial e inadecuado.

¿Será suficiente dar el diezmo?

¿Hubiera creído usted que se podría llegar casi al final de un artículo sobre el Señorío de Cristo sobre el dinero sin mencionar el diezmo siquiera por una vez? Por supuesto que la omisión ha sido intencionada. El diezmo (dar el l0 % de sus ingresos para la obra del Señor) debería ser una cosa establecida para cualquiera que se llama a sí mismo cristiano. El 10 % mandatorio es sólo el comienzo apropiado para el dar del cristiano. Ciertamente que sería ridículo desobedecer en este punto cuando estamos procurando abandonar nuestra preocupación por las cosas materiales y aprender a confiar en Dios para satisfacer nuestras necesidades económicas.

Una de las equivocaciones que pueden surgir cuando se enfatiza la necesidad de dar el diezmo, es asumir que, si el 10 % le pertenece al Señor, los otros 90 % «son míos».

¡Nada de eso! El concepto básico de la mayoría es, como dijimos al comienzo de este artículo, el reconocimiento que Dios es el dueño de todo y el hombre el administrador (siervo) responsable del uso adecuado de lo que se le ha confiado.

De manera que para efecto de este artículo hemos dejado a un lado el tema del diezmo, no porque carezca de importancia, sino porque estamos considerando a Jesús con derechos no sólo a nuestro 10 %, sino como Señor de todas nuestras posesiones.

¿Tomará el Señor más de lo que da?

Básicamente, la única razón por la cual no queremos que Jesús sea el Señor de nuestro dinero (o de muchas otras áreas de nuestra vida) es porque creemos que de alguna manera acabaremos siendo despojados de todo. Seguimos creyendo una de las mentiras más vulgares de Satanás: que Dios tomará más de lo que dará.

Quiero concluir este artículo recordando la naturaleza amorosa del Dios que quiere ser Señor de nuestro dinero. Jesucristo no es avaro ni mezquino. ¿Por qué habría de serlo? ¡Él es Señor de todas las riquezas del universo! ¡Él es Señor de la abundancia! ¡Su interés no es el de despojar, sino de bendecir!

Una vez que le hayamos reconocido como Señor y después que hayamos sido probados, El desea llevamos a la abundancia. Su intención última no es sólo ayudarnos a «ir pasando»; Él quiere prosperarnos. Dios no se glorifica en la pobreza; la gloria digna de Su nombre emana de la abundancia en las cosas espirituales y materiales.

Los israelitas en el desierto fueron provistos milagrosamente de todo lo que necesitaron día a día. Allí estuvieron oportunidad para descubrir que Dios tenía el poder de librarlos de todos sus enemigos y de todas sus necesidades, pero el desierto no era el lugar que Dios había preparado para su residencia permanente. El destino de Israel era Canaán, una tierra de abundancia donde fluía la leche y la miel; tan rica que se necesitaron dos hombres para llevar uno de sus racimos de uvas.

Tenemos un Dios extraordinario, cuya intención es llevarnos a una tierra donde sobreabunden las bendiciones espirituales y materiales.

Pero Dios en Su sabiduría infinita mantiene esta herencia completa fuera del alcance de las manos inmaduras y sin probar. Esta tierra de abundancia está más allá del desierto, al otro lado del Jordán, reservada únicamente para aquellos que conocen a Jesús no sólo como Salvador, sino que también han hecho pacto para que Él sea el Señor de todo.