Por Hugo Zelaya

«Y uno llamado Barrabás había sido encarcelado con los revolucionarios que habían cometido homicidio en la insu­rrecció (Mar. 15 :7).

Barrabás es un símbolo de la huma­nidad. Igual que él, los hombres han si­do juzgados, encontrados culpables y sentenciados a muerte. Se han rebelado contra la autoridad de Dios y han deso­bedecido sus mandamientos. Allí nos encontraremos todos con Barrabás, sintiendo el peso de la culpa, sentenciados a morir.

No hay esperanza de vida. La cruz ha sido preparada para el culpable. La vida pasa ligera por su mente, buscando alguna prueba de bondad lo suficiente­mente digna para que el Juez revoque la sentencia, pero no hay nada. El te­rror de la muerte se apodera de él y lo hace temblar.

Otro hombre es traído a la corte. Se ha buscado algo de qué acusarlo, pero no se ha encontrado nada que merezca un reproche siquiera. Su vida como hombre ha sido intachable. No es un» revolucionario que quitó el pan a unos para darlo a otros, pero dio de comer a las multitudes. Predicó la paz y el amor entre hermanos con hechos y palabras de bondad, no con un fusil en las ma­nos. Su campaña no dejó a nadie ciego, sordo, mudo, impedido o muerto. Al contrario, los que se encontraban en esas condiciones recibieron de él lo que les hacía falta. ¿De qué se le juzga, en­tonces?

Nadie debe condenar a un hombre por hacer el bien. Pero allí está Jesús, el justo, lleno de amor y compasión por la humanidad. Puede salir libre, pe­ro no contesta nada. Uno de los dos quedará libre: Jesús o Barrabás. Barra­bás nunca podría tomar el lugar de Je­sús, pero él había venido para tomar el de Barrabás y todo lo que simboliza.

«Mas él herido fue por nuestras re­beliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Is.53:5).

Lo que sigue es el ejemplo más cla­ro y más cruel del comportamiento humano en su naturaleza caída. Jesús, el justo, es el blanco de las burlas, los esputos y la maldad de sus ejecutores. Como si él fuera el culpable, le dan la pesada cruz que Barrabás debió llevar. Es aquí, en este preciso momento, que nosotros debemos decidir lo que vamos a hacer. Si le damos la espalda a Jesús, volveremos a nuestra vida de rebelión y pecado. La sentencia de muerte con­tinuará sobre nuestras cabezas hasta que el Juez de toda la tierra nos alcance al final, cuando ya no haya más oportuni­dad de absolución, y tengamos que su­frir las consecuencias de nuestra mal­dad.

La alternativa es mirar a Cristo aho­ra y reconocer que somos nosotros los que merecemos morir, arrepentirnos y caminar con él. Dejar que él lleve nues­tra vieja naturaleza para que muera con él. «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí‘» (Gálatas 2 :20).

Jesús es llevado a un lugar llamado Gólgota. Allí lo desnudan y lo clavan en la cruz. Suspendido entre dos ladro­nes exhala su último suspiro y perdona: «Padre, perdónalos … «

El viejo hombre está crucificado con Jesús, su justicia nos es entregada. Estamos limpios delante del Padre. Ya no hay condenación. La sangre sin pre­cio que Cristo derrama en la cruz, flu­ye ahora en un corazón nuevo y una naturaleza nueva. Ya no somos como Barrabas; somos como Jesús.

Jesús es bajado de la cruz, sepultado y al tercer día resucita, y nosotros jun­to con él a una vida de poder.

Hugo Zelaya  desde 1975 fue director de la revista Vino Nuevo y, desde 1987 de Conquista Cristiana hasta hoy.

Está casado con Alice y tienen cuatro hijos adultos.

Fundador de la Fraternidad de Iglesias y Ministerios del Pacto, que da cobertura a iglesias en Estados Unidos, Costa Rica y Panamá.