Autor David J. duPlessis
Perdón: una llave vital para la libertad en nuestra relación con Dios y el hombre.
Encerrado en esa palabra, perdón, hay un mensaje de Dios que tiene como objetivo cambiar a la humanidad. Su deseo es que las buenas nuevas de perdón sean predicadas hasta en el último rincón del mundo – no que sean obstruidas e impedidas por la dureza del corazón de los hombres o por su ceguera. ¿Por qué es que las nuevas de la posibilidad que tiene el hombre de reconciliarse con Dios – y con los otros – no han sido divulgadas con mayor extensión? ¿Por qué es que el camino de la historia está cubierto por las víctimas del odio, la venganza y la rapiña y no por la paz que Dios ha hecho posible?
He aquí una de las más grandes tragedias de la Cristiandad – hay perdón ofrecido por Dios para todos los hombres y sin embargo, es rechazado y no practicado en sus vidas.
Dios facilita perdón
¿De qué manera efectuó Dios este arreglo del perdón de los pecados siendo El un Dios de juicio? Retrocedamos hasta la introducción de la ley que Dios dio a Su pueblo, los israelitas, y veamos Su maravillosa operación.
Después de que los judíos fueron liberados de su esclavitud en Egipto, llegaron al desierto de Sinaí. Allí Dios proveyó lo necesario para cubrir todas sus necesidades – protección, alimento, agua, dirección, salud y calzado que nunca se envejeció. Dios también quiso hablarles, pero cuando se acercó a ellos, Su gloria les pareció como relámpagos y Su voz como truenos. De manera que el pueblo dijo a Moisés: «¡No podemos continuar en la presencia de Dios! Habla tú con Dios y nosotros haremos lo que digas». Así fue como recibieron los Diez Mandamientos y se pusieron bajo la ley.
Antes de que Moisés tuviese oportunidad de entregarles las tablas de piedra sobre las cuales estaba escrita la Ley, las quebró. La escena del pueblo pecando fue demasiado para él. Esta era una indicación de lo que se haría siempre con la ley ¡quebrarla!
Después de siglos de pecar continuamente y del castigo de Dios, la palabra vino por el profeta Ezequiel (36:26-27) que Dios planeaba hacer un pacto nuevo con Su pueblo:
Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatuas, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.
En vez de leyes de piedra, Dios puso en marcha el proceso de Su plan para hacer posible la escritura de Sus leyes en los corazones de los hombres. La extracción del corazón de piedra y su reemplazo con un corazón de carne bien se puede llamar «trasplantes divinos de corazón». Pero usted sabe, que para que haya un trasplante, se necesita el corazón de un hombre que haya muerto para reemplazar el corazón dañado. En el campo de lo físico, todos los que han recibido corazones nuevos lo han hecho a expensas de alguien que ha muerto. ¡Un hombre muere para que otro viva! Aún Dios tuvo que esperar hasta que un hombre, Su Hijo, muriese antes de llevar a cabo Sus trasplantes de corazón.
Sin embargo, la ciencia médica ha descubierto que después del trasplante del corazón, viene el rechazo del nuevo órgano. Los médicos dicen que el hombre debe tener un «inmunizador supresivo» para que el corazón nuevo pueda operar y ser efectivo. Dios ha suplido ese inmunizador supresivo, en el trasplante divino de un corazón nuevo, en la Persona del Espíritu Santo. Sin El, ningún creyente seria capaz de asimilar jamás el corazón nuevo. El Espíritu Santo lo hace posible.
Un profeta más reciente, Juan el Bautista, proclamó las nuevas de la llegada de la provisión de Dios para el Nuevo Pacto y el corazón nuevo que resultaría en el perdón. Juan predicó fielmente día tras día este mensaje:
«Después de mí viene Uno que es más poderoso que yo, y no soy digno ni siquiera de inclinarme y desatar la correa de sus sandalias. Yo os bauticé con agua, pero El os bautizará con el Espíritu Santo». (Marcos 1:7-8). Dijo eso a todos los que venían a él para ser bautizados.
Cuando Jesús aparece, Juan dice: «Ved, ¡el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!» ¿Cómo se habría de cumplir esto?
Aquí regresaremos a los tratos de Dios con los esclavos judíos en Egipto. Allí vemos una figura perfecta del Cordero de Dios y el plan para nuestra redención en las instrucciones que Dios dio a los israelitas cuando se preparaban para salir de la esclavitud.
Cada familia debía matar un cordero y poner la sangre en los postes de la puerta. Esto les aseguraba que el ángel de la muerte pasara ese hogar y sus miembros no fuesen tocados. La sangre del cordero los amparaba … estaban absolutamente seguros.
Éxodo, capítulo 12, narra la historia: «y veré la sangre y pasaré de vosotros. Estaréis protegidos por la sangre y vosotros estaréis «en» el cordero. Comeréis ese cordero hasta que el cordero esté en vosotros. No debe quedar nada del cordero – ¡ninguna cosa dejaréis de él!» Así que cuando cada hombre, mujer y niño dejaron Egipto, el cordero fue con ellos. Esa es la representación de la transacción. Redimidos por la sangre … Cristo en vosotros -la esperanza de gloria. ¡He allí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!
¿Cómo inició Jesús Su ministerio de proclamación? Con el mismo mensaje de arrepentimiento y de perdón que Juan había predicado. Después de tres años de ministerio público, fue crucificado en el Calvario, derramando en verdad Su sangre para que el juicio pudiese «pasar» de nosotros.
El cuerpo de Jesús fue puesto en una tumba prestada y tres días más tarde cuando unas mujeres fueron al sepulcro para ungir el cuerpo, no lo pudieron encontrar – porque había resucitado – la tumba estaba vacía.
¿Qué pasó después? Cuando Jesús se encontró con una de las mujeres que habían ido a la tumba, le dijo: «Suéltame porque todavía no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles, ‘Subo a mi Padre’ «. Esa misma noche regresó y se unió a un grupo de creyentes que estaban escondidos con las puertas cerradas por miedo de la persecución. Sus primeras palabras fueron: «Paz a vosotros». Estas palabras significan que no hay nada entre los dos. Ahora Dios y el hombre se habían reconciliado.
En cuanto Dios y el hombre se hubieron reconciliado, Jesús le dio a los discípulos el ministerio de la reconciliación. Como el Padre le había dado autoridad para predicar el perdón , » así también yo os envío a vosotros … Y después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Si perdonáis los pecados a alguno, sus pecados le han sido perdonados; si retenéis los pecados a alguno, sus pecados le han sido retenidos.»
Este era el mensaje de la iglesia primitiva. Pablo lo predicaba dondequiera que iba. Estas son algunas de sus palabras.
Y aunque vosotros antes estabais alejados y erais de ánimo hostil, ocupados en malas obras, sin embargo, ahora El os ha reconciliado en su cuerpo de carne mediante su muerte … (Colosenses 1 :21-22).
Y todo esto viene de Dios, quien nos reconcilió a si mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Corintios 5:18-19).
Después de que aceptamos la oferta de perdón por todas nuestras transgresiones, hecho posible por la muerte y resurrección de Jesucristo, entonces es nuestro privilegio y responsabilidad llevar el mensaje de la reconciliación a todos los hombres.
Jesús enseña sobre el perdón
Para preparar a sus discípulos para la responsabilidad que se avecinaba, Jesús enfatizó una y otra vez la necesidad de perdonarse el uno al otro. No solamente lo enseñó, sino que lo vivió. Esto es lo que debemos hacer.
Antes de ascender, Jesús comisionó a sus discípulos y les dio este mandamiento: “Id por tanto, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28:19-20)
Una de las enseñanzas de Jesús más descuidadas es la del Perdón. Examinaremos tres de estas sesiones.
En una ocasión los discípulos vinieron a Jesús y le dijeron: «Enséñanos a orar». Su respuesta es probablemente la porción de la Escritura más citada y tiene una de las referencias más impresionantes en este asunto del perdón que jamás haya sido puesta delante del hombre.
Orad, pues, de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como en los cielos. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, sino líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria para siempre. Amén.”
Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres entonces vuestro Padre no perdonará vuestras transgresiones. (Mateo 6:9-15).
¿Sabía usted que las últimas dos frases sobre el perdón seguían inmediatamente después de las palabras de Jesús sobre la oración? La mayoría de nosotros no nos damos cuenta. Note también, que dentro de la oración El no dice: «Padre, ayúdanos a perdonar a otros como Tú nos has perdonado» – sino bien, «Padre, perdónanos, como nosotros hemos perdonado a otros». Luego reitera lo que dijo en términos precisos.
¿Se da cuenta que a menos que usted haya perdonado hasta el último de sus «deudores», usted está diciendo: «Dios, no me perdones. Perdóname solamente como he perdonado a los demás»? ¡Qué petición! Me estremezco cuando pienso que por años me fui a la cama sin haber sido perdonado. Y sin embargo, me quejaba porque no podía obtener la victoria sobre el pecado. ¿ Cómo habría de obtener la victoria cuando no había sido ni siquiera perdonado – porque había rehusado perdonar a los demás?
Examinemos otra lección sobre el perdón, esta vez en respuesta a la pregunta de Pedro: «Señor, ¿cuántas veces le perdonaré a mi hermano sus ofensas contra mí? Seguro que Pedro se tambaleó con la respuesta de Jesús:
«No te digo hasta siete veces, sino setenta veces siete» (Mateo 18:21-22).
Cuando empecé a entender la enormidad de esa necesidad, calculé que necesitaría perdonar 490 veces en un día de 16 horas conscientes. Eso a su vez significa 30 veces en una hora – ¡una vez cada dos minutos! Esa es una tarea de todo el tiempo … perdonar … perdonar … perdonar. Probablemente que la sociedad en los días de Pedro daba ocasión para perdonar tanto como la nuestra en nuestros días. ¿Qué fielmente se practica hoy esta lección? ¿Y en su propia vida? Sin embargo, Jesús presenta el perdón como una de las piedras angulares del mensaje del evangelio. Sin el mensaje del perdón, no estamos «enseñando todo» – ni por ejemplo ni por mandamiento.
Por muchos años tuve la audacia de pensar que yo era acusador y juez público de Dios. Cuando era un evangelista oraba: «Señor, ayúdame a predicar convicción sobre esta gente. Ayúdame a probar su culpabilidad». Pero El me dijo que predicara el evangelio y que cesara de juzgar. El papel que ahora intento desempeñar es el de defensor público – teniendo misericordia con todos. Que Dios se ocupe de juzgar.
La tercera lección sobre el perdón fue presentada en forma de parábola. La encontramos en Mateo 18:23-35.
Cierto rey descubrió que uno de sus siervos le debía diez mil talentos ¡una suma muy apreciable! 1 En su juicio ordenó que fuese vendido, con su esposa y sus hijos y todo lo que tenía, hasta que se saldara la cuenta. El siervo le pidió que tuviera compasión y la recibió. El rey tuvo compasión, lo soltó y le perdonó la deuda … retirando su juicio y borrando todo el saldo deudor.
Luego sigue esta conclusión de la historia: El siervo regresó a su hogar y se encontró con un hombre que le debía cien denarios.2 ¿Cuál fue el trato que recibió este deudor? Como respuesta a su súplica, el siervo perdonado le rehusó misericordia y echó a su consiervo en la cárcel hasta que pagara todo lo que debía.
La historia tiene un final muy triste. Cuando el rey se dio cuenta del trato implacable del siervo que había sido perdonado de la deuda grande sobre su con siervo que le debía una cantidad mucho más pequeña, el rey se enojó – y justamente. La pena para el espíritu que no supo perdonar fue la prisión – con la orden de que permaneciera allí hasta que pagara la totalidad de los diez mil talentos.
Jesús comenzó esta parábola con estas palabras: «El reino de los cielos se puede comparar a cierto rey que deseaba ajustar cuentas con sus siervos».
Y termina con esta severa advertencia: «Así también hará mi Padre celestial con vosotros, si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano».
Después de terminar mi mensaje sobre el perdón, en cierta ocasión, una mujer pasó adelante para testificar:
- Aproximadamente 10 millones de dólares en cuño de plata. 2. Un denario valía 18 céntimos de plata, o el equivalente del salario por un día de trabajo.
«Hermano duPlessis, estas dos amigas me trajeron casi en brazos. ¡Ahora me siento que yo las podría levantar! Cuando usted comenzó a predicar, vi por primera vez que desde mi niñez había tenido odio y amargura y desprecio contra Dios y los hombres. Eso me había arruinado físicamente y espiritualmente. Esta noche, me sentí culpable del pecado de no perdonar, oré para poder perdonar a cada una de las personas con las que estaba resentida. Cuanta más amargura descargaba, más fuerza entraba en mi cuerpo. ¡La fiebre me dejó y una calma tomó su lugar!» En una hora, esta mujer había experimentado la sanidad por la que había orado por muchos años. Le aseguro, que si usted perdona, su cuerpo lo sabrá y responderá.
Una llave para la fe y los milagros
El perdón ha jugado un papel muy importante en mi propia vida. Cuando todavía era un muchacho, de padres holandeses, que creía en un campo misionero en el Sur de África donde mi padre era carpintero, me preguntaba a menudo: «¿Qué pensarán estos africanos de nuestra cristiandad?» Allí estábamos, hablándoles de vivir en paz y lo que ellos presenciaban eran las divisiones y las peleas entre los rangos cristianos. Sin embargo, podría ver en las vidas de los negros el amor y el perdón del que leía en la Biblia. Así que yo fui un pequeño pagano blanco a quien Dios salvó por medio del ministerio de esos cristianos negros.
La mayoría de los africanos no podían leer, pero tenían buenos oídos: y llegaron al convencimiento que la Biblia era verdad. Yo había leído la Biblia pensando que era un libro de historia. Pero, porque la vi viva y en acción en las vidas de la gente entre las que trabajaba, me convencí que la Biblia presentaba la Verdad. Ellos me probaron que era un libro práctico. Si se actúa de acuerdo con él, las cosas comienzan a suceder- aún milagros- es decir, si se hace todo lo que Jesús dijo y enseñó.
¿Se acuerda de las palabras de la madre de Jesús cuando su hijo hizo su primer milagro? Estaban en una boda … el vino se había acabado … y María se lo dijo a Jesús. Entonces le dijo a los que servían el vino: «Haced todo lo que El os diga.» Ellos siguieron su consejo y tenemos la declaración de Juan 2: 1-11 que el agua se convirtió en vino por la palabra de Jesús.
Me asombra la gracia de Dios y Su paciencia con nosotros cuando pienso en los años que pasé sin hacer lo que Jesús había dicho. Por las divisiones que había en las iglesias, me amargué en contra de esta iglesia … entonces de aquella … y después de la otra. Yo sabía que Jesús había dicho: «Perdónanos como perdonamos a los demás», pero nunca me había detenido a pensar lo que eso implicaba. Con la realización de que predicamos el perdón y practicamos el juicio, le pedí a Dios que me ayudara a reconciliar los dos en mi vida. El me mostró el maravilloso hilo del perdón que está entretejido a través de la Biblia.
Luz nueva brilló sobre mi en el ministerio del perdón. Vi que mi perdón, o mi falta de perdón, «Ataría o desataría» a otros en los tratos de Dios. Jesús habló estas palabras a Pedro:» … todo lo que ates en la tierra habrá sido atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos.» (Mateo 16:19). Las palabras de Jesús y de Esteban cuando pidieron perdón para aquellos que causaban sus muertes también tuvo un significado nuevo para mi.
Cuando Jesús estaba en la cruz; El dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Si Jesús no hubiera orado estas palabras, ¿sabe lo que hubiera pasado? Después de su muerte, el juicio hubiese venido sobre la humanidad y hubiésemos perecido todos. Con su petición de perdón para nosotros, fuimos desatados y escapamos del juicio.
En el caso de Esteban, sus últimas palabras – mientras la muchedumbre lo mataba a pedradas – fueron: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado». A sus pies estaba un joven llamado Saulo de Tarso. Ese clamor de perdón desató a Saulo del juicio en la tierra y fue desatado en los cielos. No mucho tiempo después, el mismo Príncipe del cielo se levantó de Su trono y personalmente reclamó la vida de Saulo cuando este iba camino a Damasco persiguiendo a los cristianos. La oración de perdón cambió el curso de la historia.
Perdonar da resultados. Lo he visto operar tantas veces en mi propia vida. Debemos darnos cuenta, sin embargo, que si perdonamos a una persona, eso no significa que aprobamos sus acciones. Esteban no dijo:
«Señor, perdónalos porque no están haciendo nada malo». El dijo sencillamente: «No les tomes en cuenta este pecado». No, perdonar no significa la justificación del pecado, pero sí su perdón. Sólo Dios puede justificar.
La falta de perdón en nuestras vidas obstruye el trabajo de Dios. Afecta nuestra fe y nuestra habilidad de hacer las obras de Dios y estorba Su perdón para los demás. Jesús relacionó la fe y el perdón en Marcos 11:22-26:
“Y Jesús respondió diciéndoles: Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte, ‘Quítate y échate en el mar,» y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, se le concederá.
Por eso os digo que todas las cosas por las que oráis y pedís, creed que ya las habéis recibido, y se os concederán. Y siempre que oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras transgresiones. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos perdonará vuestras transgresiones.”
Cuando leí esto una vez, le pedí cuentas al Señor (El dice que lo hagamos en Isaías 1:18) Yo le admití:
«Señor, no tengo esta clase de fe». A lo que El contestó: «No hay nada malo con tu fe. Pero hay algo que estorba tu fe. Lee los últimos dos versos otra vez». Así lo hice.
«¡Algo contra alguien!» las palabras saltaron a mi vista. Si me detuviera para contar todos los» algas» en mi vida, quedaría tan asombrado como Pedro cuando le dijeron que perdonara 490 veces. Entiendo que no debo ni de guardar ningún mal sentimiento contra nadie, aún cuando él no sepa nada al respecto. ¿Que de usted? ¿Habrá algunos «algas» que le impiden mover montañas? ¿Algunos resentimientos o deseos de venganza?
Cierta vez, cuando viajaba en un avión, aprendí una lección sobre el perdón. La frase «algo contra alguien» me seguía desconcertando. Sucedió que en este viaje me asignaron un asiento entre dos mujeres y antes de que el avión alzara vuelo ya habían sacado sus cigarrillos y encendedores para ponerse en acción. A mí me desagrada el aire contaminado, especialmente a ambos lados de mi. Comencé a desear que se secaran los sembrados de tabaco … que las fábricas se quemaran … y acabé quejándome: «Señor, soy tu siervo. Bien pudiste ver que me dieran un lugar mejor que este».
Su respuesta fue la siguiente: ¡Mira qué ridículo eres! Aquí tienes «algo» contra dos «alguien». ¿Por qué no las perdonas? ¡Perdónalas y duérmete!
Reconocí el error de mis caminos y dije: «Señor, perdóname, por favor y las perdono a ellas». Y me quedé dormido. Dos horas más tarde desperté … y no estaban fumando a ningún lado de mi. ¡Aún después de la comida, no fumaron! Así que pregunté: «Señor, ¿las detuviste Tú?
Entonces vinieron estas palabras: «Cuando querías quemar las fábricas y dejar que pereciera el tabaco, no podía contestar tu oración. Eso hubiera significado una calamidad para mucha gente. Pero cuando perdonaste a estas dos mujeres, pude contestar a tu oración. ¿Recuerdas lo que he dicho, «Lo que ates en la tierra habrá sido atado en el cielo y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos»? Tú las desataste de tu juicio y el cielo hizo algo en ellas y en ti también.
Allí fue donde exclamé: «Señor, ¿por qué no aprendí esto con mayor anterioridad? Por favor dime más. ¿Si sigo perdonando a la gente así, ¿podré hacer que dejen de pecar?»
Su respuesta a mi pregunta fue: «Si la iglesia perdonare a todos, el pecado no duraría mucho».
El perdón afecta el pecado en la iglesia
Miremos de nuevo las palabras a las que nos hemos referido sobre «atar y desatar». Las encontramos como parte de la enseñanza de Jesús antes de regresar al Padre. Fue en la noche del Día de Resurrección. Los creyentes se habían reunido y conversaban sobre los extraños acontecimientos de los últimos días. Jesús se les apareció y dijo:
Paz a vosotros; como el Padre me ha enviado a mí, así también yo os envío a vosotros. Y después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Si perdonáis los pecados de alguno, sus pecados les han sido perdonados; si retenéis los pecados de alguno, le han sido retenidos (Juan 20:21-23).
A menudo oímos que la iglesia nació en el día de Pentecostés, pero yo creo que cuando Jesús sopló sobre los discípulos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo», – que allí mismo nació la iglesia. Los que estaban allí presentes habían sido perdonados de sus pecados habían nacido de nuevo de arriba habían nacido del Espíritu.
Inmediatamente después de recibir el Espíritu, vino esta responsabilidad y privilegio: «Si perdonáis los pecados a alguno, sus pecados le han sido perdonados; si retenéis los pecados a alguno, le han sido retenidos». ¿Qué significado tuvo eso para los discípulos? ¿Qué significa para nosotros hoy? Yo contestaría la misma cosa:
«Usted ha sido perdonado ahora de todos sus pecados por el Cordero de Dios. Ahora haga con los hombres como Dios hizo con usted y perdóneles sus pecados». Si usted no perdona después de que Dios lo ha perdonado, tampoco el Padre volverá a perdonarlo a usted. ¡Me estremecí cuando vi eso! ¿Será por eso que muchos hoy permanecen sin perdón?
Hay otra pregunta que me gustaría hacer. ¿Sabe por qué muchos de los cristianos están enfermos hoy? Deje que Pablo conteste por nosotros: «cuando os reunís a comer la Cena del Señor, la sangre del Cordero de Dios ha comprado vuestra redención, y os ha reconciliado con Dios y ahora os sentáis alrededor de esta mesa, pero vosotros os debéis de reconciliar con vuestro prójimo».
Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero cada quien examínese a sí mismo, y entonces coma el pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, Juicio come y bebe para sí. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros y algunos duermen. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos correctamente, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11 :27-32).
Hay tres cosas que debemos darnos cuenta en estas penetrantes palabras: (1) No es el cuerpo y la sangre sobre la mesa de lo que Pablo está hablando, sino el cuerpo del Señor que está sentado en las bancas a la par de nosotros. Ellos son a quienes se ha de considerar.
(2) Debemos preguntarnos, ¿de qué modo estoy relacionado con mis hermanos y hermanas … con mis vecinos y parientes? Allí es donde debemos juzgarnos a nosotros mismos.
(3) El perdón es un privilegio grande y glorioso, pero no viene fácilmente. Se necesita esfuerzo – y más que eso, porque se requiere la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo para perdonar.
Yo probé esto de modo concluyente en mi propio hogar. Una mañana mi hijo le respondió a su madre de una manera que yo consideré «irrespetuosa»; lo juzgué … pasé sentencia y lo castigué por ello. Cuando él salió, me sentí muy mal y dije: «Señor, ¿por qué me siento así si sólo cumplía con mi deber de padre?» Su respuesta fue: «Un padre ama y perdona. No trata a un niño de esa manera. ¿Qué sería de ti si Yo te tratara como tú tratas a tu hijo?»
Yo clamé rápidamente: «No, Dios, por favor no lo hagas. Creo que sería mi ruina. Señor, lo perdono y te pido que me perdones a mí». El dijo: «Si lo perdonas, él no lo sabe. Ve y se lo dices.»
Lo hice y ese evento aseguró una comunicación y una amistad que ha permanecido firme a través de los años. El perdón ha cambiado mi relación con mi esposa y mis hijos. ¡Con todo el mundo!
Si usted llega a entender este principio del perdón, cambiará su vida totalmente, también. ¿Se da cuenta que este es asunto de vida o muerte … enfermedad o salud? ¡No sólo para nosotros sino para todo el mundo! Cuando aprendamos, con la ayuda de Dios, de no hacer nada habitualmente sino perdonar, el día vendrá cuando nuestras oraciones no dejarán de ser contestadas. Entonces, y sólo entonces, estaremos preparados para llevar a cabo la Gran Comisión y para hacer las obras que hizo Jesús.
David duPlessis nació en Sur África, es padre de cinco hijos y una hija y reside en Oakland, California. Sus viajes le han llevado a iglesias de todas las denominaciones como evangelista, pastor, autor y conferencista.
Reproducido de la revista Vino Nuevo Vol 1-Nº 8 1976