Adaptación de una charla dada en la comunidad cristiana «The Word of God, » en Ann Arbor, Michigan.
La mayoría de nosotros esquivamos el evangelismo porque sentimos que no estamos capacitados para hacerlo. Pensamos que si no hemos leído algunos libros sobre la materia o tomado algunos cursos en teología, que no tiene sentido intentarlo. Sería fracasar, ¿cierto? ¡No!
Lo primero que necesitamos es lo que Jesús mismo tenía: amor en nuestro corazón por aquellos que nos rodean. En el capítulo 9 de Mateo vemos un destello de este amor. Jesús había estado predicando y sanando a la gente en ciertas ciudades y aldeas. Cuando vio a la multitud que le rodeaba «tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor.» Quería hacer algo para sacarlos de su miserable situación. Cuando llegamos a conocer mejor al Señor y abrimos nuestro corazón a Su propio amor, nuestra respuesta inmediata hacia los hombres será como la Suya. Les amaremos intensamente y desearemos decirles quién nos salvó y quién sabemos salvará sus vidas: Jesús.
Sin embargo, aún después de llegar a tener este amor hacia otros, a veces algo nos estorba y no tomamos una acción concreta para hacerles saber que Jesús es la respuesta de sus problemas. La idea de evangelismo pudiera evocar pensamientos de evangelistas famosos predicando a miles en un estadio o a un ministro predicando en un parque o el tipo de evangelismo agresivo que lo lleva delante de alguna persona extraña en la playa o en el autobús para explicarle el Evangelio y presentarle las Cuatro Leyes Espirituales.
La mayoría de nosotros nos sentimos incómodos de sólo pensar en cualquiera de estos tipos de evangelismo. Por eso llegamos a la conclusión de que no es nuestro ministerio.
Nada espectacular
Todos estos métodos son válidos y deberíamos estar dispuestos a probar cualquiera de ellos si Dios nos lo indicara así, pero existe un tipo de evangelismo aún más básico que todos podemos hacer. No requiere la lectura de volúmenes sobre cómo hacerlo o cursos de teología. La verdad es que tampoco requiere mucha experiencia en la vida cristiana. Comprende decirle a otros, de una manera sencilla y directa, acerca de la vida que el Señor nos ha dado.
Por ejemplo. Un día iba camino a la casa de un amigo para comer con él. Caminando enfrente reconocí a un hombre que había visto varias veces antes. Yo tenía prisa pues deseaba llegar a tiempo a la casa de mi amigo, pero cuando pasé a este hombre sentí que el Señor quería que me detuviera y hablase con él. Yo pensé: «No puede ser el Señor. Si me detengo voy a llegar tarde.» Así que continué adelantándome un poco más de prisa. Pero el sentimiento persistió, de manera que me detuve para esperarle. No sentí que el Señor quería que le hablara de alguna cosa en particular o que le predicara el Evangelio. Sólo quería que le hablara.
El me dijo que era estudiante graduado de filosofía, igual que yo. Conversamos de eso por un rato y después me preguntó lo que hacía en Ann Arbor. Sin elaborar mucho le dije que estaba allí principalmente por la comunidad. Su respuesta inmediata fue: «Un vecino mío me contó algo de eso hace unos días.» Y el tema cambió. Seguimos conversando sobre la comunidad y me di cuenta que no fue por coincidencia que primero comenzáramos hablando sobre nuestros intereses académicos. Caminamos solo unas pocas cuadras y nos separamos. Dicho sea de paso, de todos modos llegué a tiempo a la casa de mi amigo.
Como dos meses más tarde me dirigía a un servicio de oración por la noche cuando me volví a encontrar con este mismo hombre. Sentí de nuevo que el Señor me decía: «Me gustaría tener a este hombre en el servicio de oración de esta noche.»
Cuando llegué a la conclusión de que Dios quería que yo hiciera algo al respecto, me dirigí al hombre para saludarlo. Caminamos un rato y le dije: «Voy para el servicio de oración. ¿Quieres venir conmigo?» El pensó un momento y dijo: «Bueno». Poco después me hacía preguntas sobre la comunidad y sobre lo que significaba ser bautizado en el Espíritu; tuvimos una buena conversación.
Note que todos estos acontecimientos fueron muy sencillos; sin embargo, el efecto fue que esta persona llegó a un conocimiento y a un compromiso más profundo con el Señor.
Este tipo de evangelismo no requiere nada espectacular. Sencillamente necesitamos estar atentos a lo que indique el Señor y dispuestos a contar de una manera personal lo que El está haciendo en nuestras vidas. Después de eso necesitamos poner a la persona en contacto con otros que conozcan al Señor. A veces eso significará invitarlos a cenar o a alguna fiesta; en otras ocasiones pudiera ser darles algún libro útil para leer. Con estos gestos sencillos podemos iniciar a la gen te para que conozcan a Dios.
Otra cosa de gran ayuda en todo el proceso es mantenerse en comunicación con la persona. Este fue un paso muy importante para la mayoría de nosotros que llegamos a conocer al Señor de una manera más profunda. Alguien se dispuso a ayudarnos para que estuviéramos en contacto con lo que el Señor estaba haciendo hasta que lo entendimos o lo que quisimos para nosotros mismos.
Guías para compartir
Hay algunas cosas que debemos tener en mente cuando estamos compartiendo lo que Jesús ha hecho en nosotros.
Debemos tener cuidado con las palabras que usamos. Las buenas nuevas de Jesús pueden ser contadas en un lenguaje sencillo, de todos los días que todos puedan entender. Sin embargo, en nuestra relación con otros cristianos, a veces adoptamos palabras o frases arcaicas, o que no son comunes para nuestra cultura. Esta jerga o conversación super espiritual puede convertirse en un verdadero obstáculo para que la gente entienda lo que estamos diciendo. A veces resulta hasta chocante.
La expresión, «Dios me dijo» es un buen ejemplo. Cuando le decimos a algún amigo que no es cristiano: «Dios me dijo que solicitara este trabajo,» él pudiera pensar que lo que quisimos decir es que una voz audible tronó del cielo y nos habló. Debiéramos de usar una expresión que comunique mejor lo que queremos decir. «Tuve un presentimiento del Señor» o Sentí que el Señor me estaba indicando» son frases más acertadas.
«El Señor puso en mi corazón … » es otra frase religiosa que es innecesaria. ¿Qué hubiéramos pensado nosotros si alguien nos hubiera hablado así antes de que comenzáramos a asistir a las reuniones y a leer cierta literatura carismática? Seguramente hubiéramos pensado que la persona que lo estaba diciendo era muy extraña.
Cuando otros oyen a los cristianos hablar de esa manera, piensan que el cristianismo es algo muy extraño y que ellos necesitarán ser así primero para ser cristianos. No hay por qué hablar de esa manera. Debemos hacer el propósito de hablar de nuestra vida con el Señor de una manera sencilla y natural para que la gente pueda entender la realidad de lo que estamos diciendo; no tenemos que usar un lenguaje religioso y especial para eso.
También debemos evitar ser impetuosos o moralistas. A veces los cristianos se sienten impulsados a limpiar las vidas de las otras personas. Generalmente el resultado es contradictorio, pues la gente creerá que los estamos juzgando y comenzará a pensar que el Señor es así también. Creerán que El está tratando de presionarlos para que hagan algo que ellos no quieren hacer. Nuestra concentración deberá ser en las Buenas Nuevas, y no en palabras de juicio. Cuando ellos lleguen al Señor, El mismo les dirá qué cosas tendrán que cambiar. Nosotros no tenemos que hacerlo.
Si decimos algo acerca de nuestra comunidad o grupo, debemos tener cuidado de no hablar críticamente de los otros grupos cristianos. Debemos recordar que ellos también son cristianos y con ellos y acerca de ellos debemos hablar de una manera que edifique a todo el Cuerpo de Cristo.
También debemos cuidarnos de que nuestras vidas no sean un tropiezo para que otros oigan el Evangelio. En 1 Tesalonicenses 4:11-12 Pablo dice: «Os instamos, hermanos, a abundar más y más, y a que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila, y ocuparos en vuestros propios asuntos y trabajar con vuestras manos, tal como os hemos mandado; a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada. » Pablo se refiere a las relaciones con los que están fuera de la comunidad cristiana. A veces hay algunos que creen que hay algo de malo en querer que la gente lo respete a uno. Si el respeto humano fuera lo que impidiese que llevásemos a cabo la comisión del Señor, entonces no debiéramos de preocuparnos por obtenerlo. Pero hay otra clase de respeto humano que es de gran ayuda para Su plan.
El Señor quiere que aprendamos a conducir nuestras vidas en el mundo, en asuntos de dinero, de empleo, de familia, y en todas las otras diferentes áreas, de tal manera que aquellos alrededor nuestro nos puedan respetar y puedan, a través de ese respeto, ser atraídos al Señor.
Familiares y amigos
Cuando compartimos nuestras experiencias con Cristo con personas que conocemos más de cerca, como compañeros de escuela, amigos de la familia, compañeros de trabajo, etc., necesitamos ir más lentamente y ser menos directos. El Señor nos ha dado una estrategia en esta área tan delicada, para ayudarles a conocer a Cristo: primero se comienza con el corazón, después se continúa con la cabeza y más tarde con la voluntad.
De acuerdo con esta táctica, nuestra prioridad número uno es amar a la gente con un compromiso nuevo y mayor. Nuestra meta es que sepan de una manera práctica que les amamos.
Keith Miller, autor de A Taste of New Wine (Sabor a Vino Nuevo) nos dio un ejemplo de esto en una de sus conferencias. Después de que él mismo llegó a entablar una relación más profunda con el Señor, quiso que su esposa también la compartiera y llegaran a tener una buena familia cristiana. Así que después de unos días de experimentar esta nueva vida en el Señor, le contó a su esposa lo que había sucedido y le dijo que ella también podía tenerla. Ella comenzó a llorar y por una semana evitó hablarle directamente. El entonces volvió a insistir, pero mientras más lo hacía peor se ponía la situación entre ellos.
Después de un par de meses Keith comenzó a darse cuenta que en realidad él no sabía lo que estaba haciendo y decidió que sería mejor detenerse y no hacer nada al respecto. Finalmente, la tensión entre ellos se hizo tan grande que lo impulsó a arrodillarse delante de Dios y exclamar: «¡Haré cualquier cosa que me indiques, pero esta situación tiene que cambiar!» Como respuesta el Señor le mostró que debía de sacar la basura. Esto parecía una cosa tan insignificante, pero en todos sus años de casados había existido esa fricción sobre quién era el responsable de hacerlo, Keith o su esposa. Así que por fe Keith comenzó a sacar la basura. En el lapso de una semana se había producido un cambio tan radical en la situación que su esposa comenzó a abrirse al cristianismo y al Señor. Pocos meses después se entregó más de lleno al Señor y comenzaron a tener la clase de familia que Keith había querido.
Creo que la lección es muy sencilla. La manera de comenzar es amando a la gente de una forma que lo puedan experimentar. La esposa de Keith experimentó el amor de su esposo de una nueva forma y eso fue lo que influyó mayormente en ella.
Así que comenzamos con el corazón y luego nos concentramos en la cabeza. Con esto quiero decir que no debemos detenemos en amar a la gente de una manera más profunda. Vendrá el tiempo cuando ellos tendrán que en tender algo de la vida que Jesús les ofrece. Entonces podremos compartirles lo que El nos ha dado y enseñado. Digo «compartir» deliberadamente. Debemos compartir; no predicar.
Finalmente, a su debido tiempo, debemos de hacer una invitación a la voluntad, diciendo: ¿Por qué no vienes conmigo a la reunión?» o «Tal vez es tiempo de que consideres un compromiso más fuerte con el Señor.»
Sea que estemos hablando con los que conocemos bien o con personas menos conocidas, este tipo de evangelismo básico está muy al alcance de nuestra capacidad como cristianos. Usted y yo podemos decir a otros del Señor y de Su vida que hemos recibido, de una manera que afecte sus vidas: con un gesto sencillo de amistad y apertura.
Reproducido con permiso de la revista New Covenant.