Autor Jorge Himitian
Hay un término que debemos aclarar a la luz de su acepción original. Hoy en día, a todos los que creen en Jesucristo y lo aceptan como su Salvador. los llamamos «convertidos» o «creyentes». Sin embargo, Cristo al que creía en Él lo llamaba «discípulo». Asimismo, hoy en día cuando leemos en los Evangelios, cuáles son las condiciones del discipulado, argumentamos: «Bueno, eso es para los discípulos. Yo soy un creyente nomás».
Hermanos, el término que el Nuevo Testamento emplea al referirse a todos los que creen en Jesús es el de «discípulos». En nuestra mentalidad, hay dos categorías de seguidores de Cristo: unos, los que somos creyentes convertidos: otros los discípulos, y en esta categoría ubicamos a los pastores, misioneros, evangelistas. Es decir, los obreros que se dedican enteramente a la obra del Señor entrarían en la categoría de discípulos, los demás a la de creyentes.
La Biblia no reconoce tal distinción. La palabra convertido no aparece nunca en ella y la palabra creyente aparece tan sólo unas diez o doce veces, en el Nuevo Testamento. Lo que sí encontramos más, es el término discípulo (más de 250 veces): El que cree en Cristo es su discípulo y si no es su discípulo, no es nada. Es decir, esta es la verdad que conforma la mentalidad de Cristo, y la mentalidad de la iglesia primitiva; no había dos «categorías» de creyentes: los pastores, los más consagrados, los que tenían que cumplir más fielmente con las demandas de Cristo, y luego los creyentes, la gran masa de los días domingos, quienes son creyentes y salvos, cuyos pecados han sido perdonados y que van al cielo. Nosotros hemos comparado la salvación a un tren que va al cielo, con boleto de primera clase y de segunda. Los que viajan en primera son los discípulos y luego, con boletos de segunda, los creyentes, en una extensa cola de vagones. Y aun hay algunos que viajan en furgón, en categoría inferior a la de creyente, a quienes se les llama cristianos.
Hermanos, «el tren que va al cielo» no tiene más que clase única: El que sube es el discípulo y si no es tal, ni sube, ni es nada.
Las demandas del discipulado
En cierta oportunidad Cristo se dirigió a los que le seguían y les advirtió que él no ofrecía boletos de segunda. Eran grandes multitudes, que nosotros llamaríamos de inconversos, y a quienes les hubiéramos predicado un mensaje evangelístico a nuestro estilo evangélico, con el característico final: «Bueno, ¿quién quiere aceptar a Jesucristo como su Salvador? Levante la mano … pase adelante … Sin compromiso … No tiene nada que pagar. .. Solamente por fe … Póngase en pie … » Pero Cristo tiene un mensaje diferente, y que responde justo al problema esencial del ser humano.
El que no aborrece…
«Si alguno viene en pos de mí y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos y hermanos, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14:25-26).
¿Qué está diciendo? … «El que ama a padre, o madre, o mujer más que a mí, no es digno de mi … » (Mateo 10:37). Si quiero seguirle, todo esto que constituye lo principal en mi vida, debo aborrecer. Pues como soy egoísta, me amo a mí mismo y vivo para mí; pues es mi padre, mi madre, mi esposa, mis hijos, mis pertenencias, mis cosas, siempre mí, y yo en el centro. Lo que más amo es mi propia vida, y a mi madre, porque es mi madre, no porque es madre, sino porque es la mía. Lo mismo con mi padre: o mi esposo o mis hijos … Lo mío ocupa siempre el primer plano. Vivo para mí mismo, y como ellos son míos, vivo para ellos también.
Pero Cristo dice: » … el que no aborrece todo, y aun su propia vida no puede ser mi discípulo» …
Pero ¿qué mensaje extraño de evangelización es éste?
El que no toma su cruz
Y no se detiene allí, porque sigue diciendo: » … y el que no toma su cruz, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo». ¿Tomar la cruz? … Como alguien dijo: ¡Dimos tantas vueltas con la cruz! ¿Qué significa tomar la cruz? Para esta gente, ¿qué era? No era un adorno que estaba sobre un templo, ni sobre la pared. La cruz era un instrumento de muerte. Lo que Jesús está diciendo es: «Si quieres seguirme, no puedes más estar «vivo» ni hacerte el «vivo»; tienes que morir, esa vida ya no corre. No puedes vivir para ti mismo. Si viviera en nuestros días, quizás usaría otros términos: «El que quiere venir en pos de mí, métase dentro del cajón, del féretro, y cierre la tapa», indicando que tiene que desprenderse de esa vida egoísta y sólo yo, y nada más que yo, y si me queda algo, yo. » Todos los esfuerzos hacia mí. Pero Cristo trae una salvación integral para el hombre, atacando la médula del pecado del ser humano: Tiene que tomar su cruz, tiene que morir. «Porque el que no pierde su vida, por causa de Mí, no la va a encontrar. El que guarda su vida, la va a perder, el que pierde su vida, la hallará.
¿Qué es perder la vida? ¡ Morir! ¡morir! Ah, ¡cuántos problemas seguimos arrastrando, porque esquivamos la cruz! Esquivamos la muerte, ¡de ahí que seamos tan vivos! Cuántas veces las rivalidades que existen entre dos empresarios que dirigen fábricas son las mismas que se encuentran entre el pastor de una congregación y el de otra. ¡No hemos sido «salvados»! Uno quiere ganar dinero, y otro quiere ganar almas. Pero todos quieren ganar más, y por ello usan de viveza.
Hermanos, el evangelio del reino responde a la necesidad del hombre, porque lo salva de todas estas tinieblas. El mismo Señor dice a la multitud: «Hagan bien la cuenta si quieren seguirme, No sean como aquel que quiso edificar una torre y no calculó bien. Y empezó a edificar, llegó a la mitad ¡y ahí se quedó! Fue el hazmerreir de la gente. Así que, ¡calculen el costo!» Cristo no está diciendo: «Bueno, ahora todos en silencio, mientras oímos un solo acompañado de órgano, tengamos un momento de inspiración. Decide ahora, levanta la mano. Apresúrate.» Tampoco está tratando de crear un clima, una atmósfera emocional. Allí en el medio del campo, sin órgano, sin solista, sin púlpito; fríamente: «haga bien la cuenta si quiere seguirme, calcule bien y si está dispuesto: ¡adelante! Si no, no se embarque; porque luego se van a burlar de usted, diciendo: «Comenzó y no pudo acabar».
El que no renuncia a todo
«Así que, cualquiera de vosotros – y habla a una multitud- que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.» ¿Cómo?… ¿Qué quiso decir Cristo con esto? ¡Quiso decir justo lo que dijo! Porque si quisiera decir otra cosa, hubiera dicho otra cosa. Quiso decir precisamente que el que no renuncia a todo lo que posee -y todo es todo -, no puede ser su discípulo. Cristo está otra vez respondiendo al problema fundamental de ser humano; ese materialismo o filosofía de vida que cree que la vida consiste en la abundancia de los bienes que se posee. «Si no renuncia a todo, no puede ser mi discípulo. » Él está queriendo crear una comunidad donde los valores se inviertan para que el hombre sea salvo. Que lo material, que es la meta más alta que orienta a cada vida en esta sociedad, sea cambiada; y entren otros valores a señalar la meta verdadera. «El que no renuncia a todo, no puede ser mi discípulo.» No puede, y no porque Cristo quiera hacerlo difícil, sino porque ¡no se puede! El hombre, si quiere ser discípulo, si quiere ser salvo, no encontrará otra vía, otra posibilidad, que ésta: Renunciamiento.
En medio de una comunidad en la que toda la vida consistía en afanarse y preocuparse en ¿qué voy a comer? ¿Qué voy a vestir?, además de la preocupación del trabajo y la ansiedad por las cosas materiales, Cristo dice a los suyos:
«No os afanéis por esta vida, ni por vuestro alimento, ni por vuestro vestido. Mirad las aves» (Mateo 6:25-33). «¡Qué livianitas que andan! No se esfuerzan ni se preocupan. ¿Se murió alguna de hambre hasta ahora? Contemplad los lirios del campo. ¡Cómo glorifican a Dios con su hermosura! Todos tienen un espíritu de contentamiento como Dios los ha vestido. Ninguno se queja, todos exhalan perfume y aroma. Ni Salomón se vistió como uno de ellos. ¿No hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?» En medio de una sociedad entrañada en el materialismo, Cristo proclama algo que puede salvar al hombre de ser cardo, espino y abrojo, y hacerlo una flor hermosa que exhale el perfume y la fragancia que glorifica a Dios. Nosotros leemos esos pasajes. . . ¡y pasamos de largo! Hacemos bosquejos sobre los mismos, predicamos sermones, pero no acatamos su verdad esencial. Vamos dando vueltas alrededor de ella, sin hacer lo que Cristo dijo: «No os afanéis … Los gentiles buscan esas cosas. ¡Yo quiero formar una comunidad diferente, quiero salvarles de lo que está siendo vuestra perdición!»
Y mira un poco si no es cierto. Allí está el ser humano, que desde su juventud está empeñado en tener más y más. Que de joven gasta sus mejores años, afanado por adquirir una posesión mayor; y se mete, se embarca y lucha hasta triunfar. Luego … aparecen horizontes más grandes. E insiste, y cuando más escala. más horizontes ve, mayores posibilidades. Trabaja toda su vida, y cuando llega a la madurez. la misma inercia lo mantiene en esa carrera. y aunque quisiera no sabría cómo vivir de otra manera. Llega al final de sus años, y mira atrás … ¡Cincuenta años, setenta años, ochenta años! ¿Para qué viví, para qué? Perdí la vida, ¡la perdí! ¿Cuántos estómagos tenía que llenar? ¿Cuántos cuerpos para vestir? ¿Y cuántas camas necesito para dormir? .. No valía la pena.
Pero Cristo, al hablar a estos que están empeñados en seguir este tren de carrera les dice: «¿ Quieres que te salve? ¿Quieres ser mi discípulo? ¡Debes renunciar a todo lo que posees!» El no llama a engaño a nadie: lo llama a la realidad. Y el que en El cree, le obedece y entrega su vida para vivir como Cristo le señala, encontrando así su salvación y liberación. Entonces, su vida comienza a limpiarse, a expurgarse de tinieblas y oscuridad, de ambiciones e intenciones insanas. La luz de Dios comienza a inundar, bañar e irrumpir en él; está siendo salvado por Aquél que vino a salvar a su pueblo de sus pecados …
El mensaje del evangelio del reino, tan oscurecido, olvidado y poco predicado en nuestros días, fue lo que transformó aquel primer siglo, creando una comunidad de hombres y mujeres que, con sus hechos proclamaban que Jesús es el Hijo de Dios; el Señor y el Salvador de sus vidas.
La visión de una nueva comunidad
La comunidad que Dios va a formar con este mensaje del reino va a ser tremenda: no sólo hombres y mujeres que llevan la Biblia o predican, ganan algunas almas o distribuyen tratados. ¡Oh, será algo muy diferente! Puedo de antemano ver esta comunidad, y regicijarme en el Señor.
Hombres y mujeres que ya no viven como quieren, sino corno Él quiere. Hogares transformados. Hijos reverenciando a sus padres y obedeciéndoles; maridos amando a sus esposas. Esposas que respetan a sus maridos, sujetándose en obediencia. Oh, hermanos, yo puedo ver cómo Dios va a levantar una nueva comunidad. Los hijos del reino serán luz del mundo y sal de la tierra, echarán fuera las tinieblas, operando cambios en la vida de pueblos y naciones. ¡Aleluya!
Ciudadanos liberados de sí mismos, obedeciendo a las leyes de su país, al Presidente y a todas las autoridades dependientes, como autoridades establecidas por Dios. Sujetándose a ellos, pagando sus impuestos, con testimonios de ciudadanos fieles. Dios va a llevar ante autoridades a sus testigos, hijos del reino, discípulos fieles, y por el testimonio de sus vidas, autoridades de jerarquía van a convertirse, y entregarse al reino de Dios.
Hermanos, el mundo está esperando desorientado, desconcertado y confundido, este mensaje de Jesús. Muchos idealismos y teorías están en pugna queriendo satisfacer el problema esencial del hombre. Y somos nosotros los que tenemos la respuesta en las páginas sagradas; sólo necesitarnos creerlas, vivirlas y proclamarlas. Entonces veremos el avance del reino de Dios: echando fuera tinieblas, salvando al hombre aquí en la tierra, y por la eternidad.
En la etapa final de la historia, mientras que una comunidad se desbarranca por vivir cada uno de sus integrantes como quiere, Dios levanta otra comunidad donde todos viven como Él quiere, donde Cristo es su Señor, su Rey y Salvador. Hasta el día en que El mismo descienda y toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor… Mas, bienaventurados los que sin esperar aquel día, ya lo hacen; y doblan sus rodillas ante su autoridad y le reconocen corno EL SEÑOR para que también El pueda ser su SALVADOR.
El presente artículo es la reproducción parcial de un capítulo publicado por Editorial Legos. Casilla Correo 2625, Buenos Aires, Argentina.
Reproducido con permiso de Editorial Logos, Copyright 1974. Revista Vino Nuevo Vol 2- #1