Por Edwin J. Cano C.
Un reconocimiento bíblico
Toda experiencia en Jesucristo es motivada por la inspiración del Espíritu Santo quien redarguye, lleva al pecador penitente al arrepentimiento y lo cambia a imagen del Señor. Cambia su mentalidad y su vitalidad. Es él también quien lo capacita con sus dones para la obra de ministerio.
“Como buenos administradores de los diferentes dones de Dios, cada uno de ustedes sirva a los demás según lo que haya recibido. Cuando alguien hable, sean sus palabras como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre” (1 Pedro 4:10-11).
El pensamiento de Pedro permea la realidad de la iglesia, edificada por el Señor para impactar a la sociedad con el evangelio, por medio de quienes están dispuestos a pagar el precio requerido para acercarse al Dios de la transformación.
Es Pablo quien continúa este tema diciendo:
“Dios nos ha dado diferentes dones, según lo que él quiso dar a cada uno. Por lo tanto, si Dios nos ha dado el don de profecía, hablemos según la fe que tenemos; si nos ha dado el don de servir a otros, sirvámoslos bien. El que haya recibido el don de enseñar, que se dedique a la enseñanza; el que haya recibido el don de animar a otros, que se dedique a animarlos. El que da, hágalo con sencillez; el que ocupa un puesto de responsabilidad, desempeñe su cargo con todo cuidado; el que ayuda a los necesitados, hágalo con alegría” (Romanos 12.6-8).
Estos dones son parte de la capacitación del Espíritu Santo para la edificación de la Iglesia. Corresponde a los más maduros discipular a personas no formadas para que crezcan en su fe, renovándose continuamente bajo la inspiración del Espíritu Santo para servir a la iglesia.
“Y él mismo concedió a unos ser apóstoles y a otros profetas, a otros anunciar el evangelio y a otros ser pastores y maestros” (Efesios 4.11)
La realidad de los dones es para el accionar de la iglesia. El Espíritu Santo da la UNCIÓN, en el proceso de constituir la comunidad de fe.
“Por medio del Espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas” (1 Corintios 12.8-10).
Este ambiente sobrenatural debe ser normal en la vida cotidiana de los miembros del cuerpo de Cristo, para servir con sinceridad y entrega en el cumplimento de su deber.
¿Hasta dónde se ha de llegar? Según la medida en que uno crea su palabra y determine, en su proceso de entrega y amor, servir a la comunidad de fe.
“Hay en la iglesia diferentes dones, pero el que los concede es un mismo Espíritu. Hay diferentes maneras de servir, pero todas por encargo de un mismo Señor. Y hay diferentes manifestaciones de poder, pero es un mismo Dios, que, con su poder, lo hace todo en todos” (1 Corintios 12.4-6).
“Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos Por medio del Espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas. Pero todas estas cosas las hace con su poder el único y mismo Espíritu, dando a cada persona lo que a él mejor le parece” (1 Corintios 12.7-11).
Quien hace esto una realidad es el πνεῦμα (pneuma – soplo, aliento de Dios) en quienes han sido capacitados para servir en AMOR, la manifestación del fruto, el sabor del servicio, y es donde uno encuentra su posibilidad de desarrollar su personalidad espiritual.
Se ha de entender que el recibir la inspiración del Espíritu Santo, es un descubrimiento que viene con el crecimiento y el desarrollo espiritual, dado por Jesucristo. No tanto por el aprendizaje natural, sino por el estar en la presencia del Señor con temor y temblor, con una actitud sincera y piadosa, en demostración de haber recibido el perdón de los pecados mediante la vida, muerte, resurrección y glorificación de Jesús.
“De esta manera, Dios hará de ustedes, como de piedras vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo, que por medio de Jesucristo ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios” (1 Pedro 2:5).
“Somos compañeros de trabajo al servicio de Dios, y ustedes son un sembrado y una construcción que pertenecen a Dios.” (1 Corintios 3.9).
La comunidad de fe es una construcción en proceso de cambio. Este cambio es también en función, y bajo las condiciones del Espíritu Santo que transforma la organización humana en un organismo espiritual. Las relaciones se mantienen con un compromiso, desde la formación de nuevos líderes.
La renovación es un despertar a las realidades que se habrán de enfrentar en el camino hacia la realización del propósito de Dios para su Iglesia, marcada por la presencia del Espíritu Santo. Esto requiere ir contra el hecho de que en algún lugar y momento nos pusimos muy cómodos, en perjuicio de nuestro desarrollo y crecimiento. No es muy agradable, pensar que hay problemas en la formación de una tercera generación que pudiera no haberse perdido, pero que no se ha ganado todavía. Tenemos que luchar contra la resistencia y vencerla, en los momentos que Dios nos de las oportunidades. Tenemos que considerar la condición de los grupos celulares (familiares) y empezar a levantarlos del letargo. Hay que evolucionar las células dando oportunidad a nuevos líderes para que entren en función.
La renovación es un asunto que ha de tomarse con seriedad; no es cambiar por cambiar, es comprender la voluntad del Señor sobre este tema; es descubrir el propósito de lo que estamos haciendo. Es despertar a nuevas realizaciones, asuntos eternos no comprendidos; es alcanzar la transformación que Dios quiere en procesos que él inicia, es llegar a niveles de fe más altos, es realizar la Gran Comisión de hacer discípulos del Señor, con sentido del sacrificio de Jesucristo para la humanidad. Con esto las relaciones empiezan a tomar nuevos significados con acciones más comprometidas en el estar juntos y en el cultivar relaciones de amor.
Hay que “continuar siendo llenos” del Espíritu Santo para ir más allá de las experiencias que ya se haya tenido. La renovación son entregas incondicionales cada vez más profundas al Señor y a su Iglesia hasta que Jesucristo sea manifiesto como redentor de las sociedades humanas; es una determinación individual de la comunidad de fe; en esto consiste el acto de vivir bajo la UNCIÒN que da el Espíritu Santo.
Pero también hemos de entender que no se puede llamar renovación a lo que no lo es. La verdadera renovación viene de parte de Dios y nunca debe imponerse por la fuerza ni llevar a aquellos que son protagonistas de ella a juzgar a sus hermanos, romper con ellos y/o promover divisiones porque no piensen igual. Todo lo cual sería contrario a la intención de Dios cuando trae una verdadera renovación espiritual a su pueblo. Lo que hagan los que se oponen a toda renovación espiritual, sea por medios carnales o motivados por intereses espurios, debemos dejarlo al juicio del Señor.
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la versión Dios Habla Hoy.
Edwin J. Cano C. es profesor jubilado de la Universidad Nacional de Costa Rica. Él y su esposa Norma viven en San Isidro de El General de Pérez Zeledón
31 marzo 2019