Hemos sido diseñados para expresar su gloria

Por Orville Swindoll    

Hemos estado considerando la relación que el hombre puede y debe tener con Dios en el espíritu. Hemos destacado el hecho de que es una relación espiritual, no una relación intelectual; afecta el intelecto, pero no tiene allí su base. No es tampoco una relación meramente emocional, aunque afecte las emociones; es mucho más profunda. Es, por varias razones, una relación espiritual: Primero, porque Dios es Espíritu. Segundo, porque nosotros somos seres espirituales ya que El nos ha dotado de espíritu, y tercero, porque Cristo se ha revelado a nosotros, como el Espíritu vivificante. Por lo tanto la relación que tenemos con Dios es espiritual.

Comunmente surge una pregunta: ¿Cómo es que uno puede conocer esta relación íntima? ¿Cómo puede experimentar esta guía del Espíritu? Tal vez podríamos establecer algunas bases que sirvan de guía y orientación para nuestras vidas en la búsqueda del retorno al Señor, para vivir y andar en el Espíritu. Debemos tener en cuanta la enseñanza de las Escrituras referente a ésto. Somos mandados por la Palabra de Dios a «andar en el Espíritu», «orar en el Espíritu», «cantar en el Espíritu», «vivir en el Espíritu», «hablar en el Espíritu». De modo que la expresión de nuestras vidas espirituales depende de que entendamos y experimentemos una relación espiritual adecuada según los propósitos de Dios, para que El tenga aquí en la tierra un testimonio.

No es algo que pueda hacer el hombre, es algo que Dios hace en el hombre. Nosotros no podemos levantar un testimonio divino. Por más que hablemos de establecer un testimonio aquí o allá, la verdad es sencillamente que sólo Dios puede hacerlo para sí. Es decir que todo es una obra divina en nuestras vidas, y en otros seres humanos. Dios está levantando un testimonio entre los seres humanos Es una obra espiritual que va más allá de nuestro conocimiento objetivo o técnico de las Escrituras.

Un conocimiento técnico, intelectual, de las Escrituras no alcanza, no puede servir como base espiritual de una relación adecuada con Dios. Es necesario que el Espíritu Santo tenga su lugar en nuestras vidas y las dirija para la gloria de Dios.

¿Cómo podemos conocer, en una manera muy práctica y personal, la guía del Espíritu? Vuelvo a dar una pequeña advertencia: no podemos jamás, reducir nuestra relación con Dios a una fórmula. No hay ninguna fórmula que uno pueda dar, para que usted tenga la garantía de vivir una vida espiritual. Es decir, que las guías y los consejos que podríamos dar o que podríamos descubrir entre nosotros, no sirven en sí, si uno no lleva una vida de comunión con el Señor. Todo depende de esto.

El camino estrecho del Espíritu 

Sin embargo, hay bases firmes, hay guías seguras, hay plena enseñanza en las Escrituras referente a esta relación. Veamos primero Hebreos 5:8. Refiriéndose a Cristo Jesús el autor dice: «Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.»

Fue un padecimiento, no tan solamente porque cargó con nuestros pecados, ni porque sufrió mucho en su vida; tampoco porque los malhechores le blasfemaron, y le colgaron en una cruz. Es por mucho más que eso aunque lo incluye y a él llega inexorablemente por ser el punto culminante. Sus padecimientos no fueron por causa de los que le persiguieron,sino por el camino estrecho del Espíritu en su vida. Nos parece, a veces, que sufrimos porque otros nos tratan mal, o no nos entienden; pero debemos aprender que hay un padecimiento, un sufrimiento, una disciplina que es mucho más aguda, mucho más cortante: es la disciplina del Espíritu Santo en nuestras vidas. Y es a esa disciplina que la Escritura aquí se refiere. Aunque era hijo, aunque era creador del mundo aunque fue El quien hizo las estrellas y el universo, aunque El mandó que fuera la luz y se hizo la luz, aunque El mandó que la vida apareciera en la tierra, aunque fue El quien creó al hombre y puso en él, el soplo de la vida … Aunque era hijo, se humilló, se negó a sí mismo, se puso a disposición del Padre para cumplir en todo sentido, en todo momento, en cada instante de su vida, la plena y perfecta voluntad de su Padre. ¿Cómo? Permitió que el Espíritu Santo le guiara en cada paso, en cada momento, en cada decisión. No fue hombre de decidir sus propios caminos … por lo que padeció, aprendió la obediencia. El expresó con sus propias palabras lo que el escritor expresa aquí en la Espístola a los Hebreos, tal como lo encontramos en Lucas 12:50:

«De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!»

La palabra angustiarse presenta aquí el cuadro de un camino que se hace cada vez más estrecho; un camino que se va cerrando, angustiando; el que camina por esa senda la halla cada vez más estrecha; cada vez más difícil. Cada vez hay menos movimiento, menos posibilidad de cambiar de rumbo; cada vez se torna más angosto. Y eso trae sobre el alma una angustia mucho peor que si la carga de los malvados estuviera encima de uno.

«De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla! » … Podríamos ampliar un poco, quizás, el sentido de estas palabras pensando en el principio de su ministerio, cuando fue bautizado en el río Jordán por el profeta Juan el Bautista, y vino sobre El en forma de paloma el Espíritu Santo, y le llenó. Comenzó un ministerio que tocó a multitudes y resultó en la sanidad de centenares, si no de miles, de enfermos; levantó a los muertos, limpió a los leprosos, dio esperanza a los pobres y vida a los moribundos; enseñó la palabra de verdad, de vida, a los angustiados. Pero mientras El daba vida a otros, se le estaba estrechando el camino, más y más. Mientras sus discípulos vislumbraban amplios horizontes, abarcando con sus mentes tremendas oportunidades, para Cristo había una sola cosa, la cual se hacía cada vez más clara: el bautismo con que tenía que ser bautizado; una cruz que significaba para El el cumplimiento de la voluntad de su Padre. «Con un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!»

El principio de su vida 

Cuando El vino a este mundo declaró el principio por el cual viviría:»Vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. » Este principio fue vigente desde el principio de su vida hasta el fin; aun cuando a los doce años de edad expresó a su madre lo que le motivaba: «¿No te das cuenta? Tengo que ocuparme de los negocios de mi Padre. No puedo hacer lo que a mí se me antoja; no estoy aquí para desenvolver mi vida como mejor me parece … «

Menos aún pudo ponerse a disposición de los discípulos. Entre los discípulos había personas ambiciosas, había varios buenos organizadores; tal vez pudieran ser comparados favorablemente con algunos grandes empresarios de nuestros días. No le faltaban promotores. Pero no se dejó llevar por ellos. El no podía abandonarse en manos de ningún hombre. Todos los hombres tenían grandes planes para Cristo Jesús; ¡El fue el único que no tenía un plan propio para su vida! Fue el único que sabía que la única dirección de su existencia era siempre la voluntad de su Padre; de principio a fin y en todo momento. No abría su boca sino por la voluntad de su Padre. No sanaba ningún enfermo sino por la voluntad de su Padre. No salía a ningún lugar sino por la voluntad de su Padre. Cuando el Padre decía «Basta». Era para El la palabra terminante. El no aceptaba ninguna invitación porque le parecía que sería una buena oportunidad, sino porque su Padre estaba en eso. El fue el único hombre que jamás vivió para sí, que en todo momento puso todo delante del Padre, diciendo, «Padre, lo que Tú quieras … «

Nosotros cantamos un himno que El vivió: «Haz lo que quieras de mí, Señor.» Esta fue la expresión de toda su vida. El significado de la Cruz fue para El un principio real desde el comienzo hasta el fin de su vida terrenal. No hemos de pensar que recién en el Jardín de Getsemaní encaró lo que significaba la cruz. Ya desde la eternidad cuando fue designado en la voluntad del Padre como el Cordero que daría su vida por el mundo, aún desde ese punto, El sabía lo que era la cruz. La cruz fue para El el principio vivo y real de su vida: «No mi voluntad, sino la de mi Padre».

A veces nosotros no entendemos el significado de la cruz. Tenemos la idea de que nuestra cruz es alguna prueba particular que nos viene en cierto momento, y luego, después de un tiempo, se va. No. Eso puede tener algo que ver con la cruz, pero Cristo dijo a sus discípulos que era necesario cargar la cruz. El no se refería a alguna difícil experiencia pasajera. El hablaba del principio gobernante que debía determinar nuestras acciones, nuestras decisiones; es decir, que frente a cualquer situación nuestra actitud debe ser ésta:

«No mi voluntad, sino la de mi Padre». En otras palabras, El vivía por el Arbol de la Vida. Este fue el principio básico de su existencia. Se dio completamente al Padre, y el Padre, entonces, tenía a su disposición a un hombre en este mundo, en el cual podía obrar y revelarse tal como quiere hacerlo con todo ser humano.

La humanidad de Cristo  

Si le interesa ver cuáles son las posibilidades de su propia vida, mire la vida de Cristo Jesús. Nuestra costumbre ha sido la de esquivar esta realidad, pensando en El como Hijo de Dios y como poseedor de una vida que para nosotros es imposible lograr. Y es una idea que puede ser una verdadera trampa. Como hombre, el cumplió la voluntad de Dios; como hombre se entregó al Padre; como hombre, fue investido de poder de lo alto; como hombre anduvo por este camino; como hombre, sintió cansancio; como hombre, sintió la hipocresía de los demás y como hombre fue un vaso para Dios y un espejo que reflejaba en todo momento la imagen de su Padre celestial. Por eso el apóstol Juan nos puede decir en su primera epístola que debemos andar como El anduvo; y por eso Cristo pudo decir a sus discípulos después de su resurrección: «Como me envió el Padre, así también yo os envío.»

En efecto, está diciendo: «todo lo que se refiere a mí como hombre, tiene aplicación en vosotros como hombres». Esto no quiere decir que seremos redentores. La razón particular de su vida fue la de redimir las nuestras. Siendo el hijo de Dios se entregó a la voluntad de su Padre para ocupar el lugar de Adán. Con ese fin se identificó con nosotros y nos dio su vida. Por lo tanto, todo lo que fue posible para Cristo Jesús en sus días terrenales es posible para nosotros. No precisamente porque tengamos una vida redimida, sino porque Cristo vive en nosotros.

Es en vano que usted trate de mejorar su vida o de reformarla. ¡No hay caso! Pero si usted vive por Cristo, todo es posible. Del mismo modo que Jesús vivía por la vida del Padre en El, nosotros podemos vivir por Cristo en nosotros como el Espíritu vivificante. Y como la plenitud de Dios fue expresada en Cristo, la plenitud de Cristo debe ser expresada en nosotros.

¡Qué glorioso es pensar en ésto! Cuando Juan contempla lo que ha palpado, lo que ha sentido, lo que ha experimentado en Cristo Jesús, él dice:

«Y el verbo se hizo carne, y habitó entre noso­ tros, y vimos su gloria». La plenitud de Dios se irradiaba a través de su persona. Ah, ¡cómo quisiera que esto le resultara claro y comprensible! Nótelo bien. El decía vez tras vez: «Lo que yo revelo no es mi persona, es el Padre que está en mí; yo me he despojado de mis derechos; he puesto de lado mi gloria; no he venido para mostrar mi gloria.» Cuando El anduvo sobre las aguas, cuando multiplicaba los panes y los peces, cuando sanaba los enfermos, hacía milagros, caminaba y hablaba, entre los discípulos, El repetía: «Yo no hago esto porque soy hijo de Dios; lo hago en mi calidad de hombre entregado a mi Padre, y El se está revelando en mí; la gloria suya se ve en mí.» Y cuando usted vea esto con claridad, verá cómo y por qué Dios puede obrar en nuestras vidas. Cuando El obra, lo que se ve no es nuestra persona; es la gloria de Dios en un ser humano entregado a El. ¡Que Dios nos ilumine!

La humanidad de Cristo Jesús sirvió como vaso de barrro para que la gloria de Dios fuese conocida, presentada, revelada a los demás seres humanos. ¿Sabe por qué le crucificaron? La acusación principal fue: «Porque se hizo igual a Dios. » No podían soportar eso. ¡Cómo habían desvirtuado el concepto que Dios quiso que los hombres tuvieran de Cristo y del rol del hombre en el plan de Dios!

Cristo Jesús dijo a sus discípulos en una ocasión: «¿No dice la Escritura que todos vosotros sois dioses?» ¿Qué quiso decir con esto? Si nos presentamos ante Dios como vasos de barro: con todas nuestras debilidades, pero plenamente entregados a El, El puede revelarse a través nuestro Y cuando los demás nos vean, dirán: … «Y vimos su gloria». Sin embargo, quiero aclarar un punto que fue crítico en la vida de Cristo Jesús y que es crítico en nuestras vidas, ya que sin una aplicación personal de este punto no andaremos bajo la guía del Espíritu. Es ésto: en todo momento fue consciente de la restricción del Espíritu Santo.

La obra del Espíritu Santo  

Es posible encarar la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas en dos sentidos: podríamos hablar del aspecto positivo o del aspecto negativo. Podríamos hablar de su plenitud y de su poder, y tendríamos una buena base bíblica para ello. O podríamos hablar de su restricción, de su control de su disciplina, y tendríamos también amplias referencias bíblicas para hacerlo. Sin embargo, hemos comprobado por la experiencia que, aunque conocemos los dos aspectos, el que más se destaca en nuestra conciencia, es su control, su restricción. Me pregunto: ¿Conocemos suficientemente su disciplina, su restricción? ¡Es tan importante reconocer el valor de esto! No todo es cuestión de ser llenos de poder, llenos de fuego. Quizás somos como Pedro: en un momento, él tuvo una tremenda – y auténtica – revelación de Dios, cuando dijo que Jesús era el Cristo, el hijo del Dios viviente. Pero en otro, expresó palabras inspiradas por el diablo. ¿Por qué? Porque no conocía la restricción del Espíritu sobre su vida. He visto en mi propia experiencia que, aunque no conozca personalmente su poder y su plenitud, lo que determina el valor de la vida es esta disciplina y restricción del Espíritu. Fue esto lo que determinaba el rumbo de la vida, de Cristo Jesús, lo que fue el principio de su vida en todo momento.

Cómo conocer la voz del Señor   

En San Juan 10:27 hay una promesa muy personal; Cristo dice: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen». ¡Qué glorioso!

¡Qué precioso! Si esto no concuerda con su experiencia, no se asuste. Pero tenga por seguro que esta es la NORMA por la cual debemos regimos. Una vez, cuando estaba predicando sobre este texto, y había tratado de presentar en forma clara y concisa este glorioso derecho y privilegio que tenemos como cristianos de conocer la voz de Dios, al terminar el mensaje se acercó a mí una señora y me dijo:

«Hermano, yo tengo un problema. Usted ha hablado de lo fácil que es oír la voz del Señor, pero francamente, aunque de vez en cuando es cierto que he estado consciente de que el Señor me ha hablado, no es una cosa común en mi experiencia. No es lo normal de mi vida, y yo quisiera saber qué es lo que debo hacer para conocer la voz de Dios».

Le hice una pregunta sencilla:

«Hermana, usted que es casada y con hijos, dígame, ¿Conoce usted la voz de su esposo?»

«Sí».

«Y, dígame otra cosa, si su esposo estuviese en un grupo de unas veinte personas, todas hablando a la vez, ¿podría usted distinguir la voz de su esposo entre las otras?»

Me contestó que sí. Y le pregunté: -¿Cómo?­ ¿por qué?

Ella me miró sin contestar. Entonces le dije:

«Porque usted se ha familiarizado con la voz de su esposo. Es este el secreto. Si usted no la escucha durante seis meses, o la escucha solamente una vez por semana, si no se familiariza con su voz, cuando él hable es muy posible que ….. no la reconozca. Pero si se preocupa de familiarizarse con su voz, si se mantiene en comunión con él todos los días, entonces en cualquier momento que le hable, usted está atenta y reconoce:

«Es la voz de mi esposo.»

Los que somos padres entendemos bien esta realidad. Mi señora y yo tenemos cuatro hijos, y si en la noche uno de ellos tose, ya sabemos cuál de ellos es. ¿Por qué? ¡Es que tantas veces les hemos escuchado … ! Nos hemos interesado tanto en sus cosas, que ya estamos familiarizados con ellos.

Si durante el día hay cuarenta chicos jugan­ do, y uno levanta un grito, la madre dirá en se­ guida: «Oh, ése es mi hijo!»

Una vecina quizás diría: «¿Cómo lo sabe usted? ¡ Si hay como cincuenta gritando allí!»

«Ah, pero conozco la voz de mi hijo.» Hermanos, hablando sencillamente, no hay otra manera de conocer la voz de Dios que familiarizándonos con sus cosas, interesándonos por ellas, acostumbrándonos a su voz. No sería posible en diez ni en cincuenta lecciones asegurar de que cada vez que el Señor hable usted reconocerá su voz. No hay una técnica segura, no hay ninguna fórmula. Usted tendrá que estar atento a su voz en medio de las bendiciones y en los momentos difíciles, todos los días. ¡Sí, sintonícese! Póngase atento -en contacto- cuando habla. Lo que pasará es lo siguiente: a medida que usted va haciendo contacto, irá conociendo su voz más y más; le será cada vez más clara, cada vez más fácil de distinguir. Oirá también otras voces. No sólo el Señor habla. El diablo habla y los hombres hablan. ¿Cómo podemos saber, cuando hay tantas personas diciendo cosas con­ trarias, cuál es la voz del Señor? Unicamente familiarizándonos con ella.

Una expperiencia personal 

Quisiera contar una experiencia que ha hecho un gran impacto en mi vida. Es quizá la lección más impresionante que el Señor me ha dado para enseñarme sobre este asunto. Cuando fuimos a los Estados Unidos a fines del año 1963, ya éramos cinco de familia, es decir tres hijas, mi señora y yo; y habíamos encargado otro hijo. Por lo tanto estábamos pensando que si teníamos que movilizarnos de un lado a otro en colectivo o en tren, resultaría muy caro. Ocurre que allí los boletos en dichos medios son mucho más caros que en la Argentina; y los coches, en cambio, son más económicos; de modo que pensábamos comprar un coche usado para así poder trasladarnos con más facilidad. No me resultaba muy difícil comprar un coche; aunque no tenía dinero, podía contar con algunos amigos que estaban dispuestos a ayudarme. De modo que comencé a leer los avisos clasificados en los diarios y a pensar acerca de la compra de un coche. Pero sen tí en mi corazón una restricción, como si alguien me estuviera diciendo, ¡No! No era una cuestión de pecado; se trataba simplemente de una restrición.

Usted ha conocido esto, ¿verdad? A veces cuando a uno se le antoja hacer algo, siente que adentro hay una voz que le dice, «no». Quizá no podrá explicarlo a otra persona; sencillamente siente que algo le restringe. Si a pesar de eso, usted lo hace, estará actuando por su propia cuenta. Si lo hace, no lo puede hacer con fe, y ya sabe que Dios no aprueba el asunto.

Bien eso es lo que sentí en esa ocasión. Y pensé, «¡Qué raro! No es razonable.» Pero con el pasar del tiempo esta voz resonaba más fuerte en mí. Llegué a sentir al cabo de una semana quepara mí sería un gran pecado comprar un coche, mientras tuviera tal restricción. No podía respon­der por otros, pero para mí la cuestión era claramente negativa.

Entonces, comencé a razonar: «Pueda ser quesel Señor toque el corazón de algún hermano, que me regale o que me preste un coche. Si el Señor no quiere que lo compre, tendrá su razón» Luego tomé una determinación: «Si el Señor no quiere, no voy a seguir con el asunto.»

Sin embargo, cada vez que aparecía un nuevo aviso interesante, yo decía: «Bien, voy a mirarlo, a ver si siento libertad. Y una vez hice un viaje largo para ver un lindo coche. Era un Rambler en buen estado, y pensé: «Oh, este es el coche ideal.» El agente estaba destacando las virtudes del vehículo, y finalmente me preguntó:

«¿Quiere probarlo?»

Nos ubicamos y quisimos arrancar. Cuando resultó imposible hacerlo, el agente dijo: «¡Qué cosa rara! No sé qué pasa con este automóvil, esta tarde andaba lo más bien.» Gastamos una batería, pusimos otra, y tampoco arrancaba; y yo sentí de nuevo la voz del Espíritu. Otra vez el Señor me estaba restringiendo, me estaba frenando.

¡No había caso con ese coche, no andaba para nada! Otro día había andado lo más bien, pero esa tarde no arrancaba.

Más tarde me encontré con un hermano en otra ciudad que tenía un coche usado, y que quería comprar uno nuevo. Me dijo: «Yo le venderé este coche en tal y tal precio.»

El dinero no era problema porque una iglesia en esa ciudad nos había prometido que nos compraría el vehículo. Así que convinimos en el precio que había dicho el hermano. Había un solo detalle: El lo necesitaba un mes más, mientras en la fábrica preparaba el nuevo para entregárselo. Convinimos en que él me iba a buscar y me llevaría en el coche a la ciudad donde vivía para firmar los papeles en una fecha determinada.

Cumplido el plazo, me buscó y me llevó a su casa, a una distancia de unos 1.200 kms. Llegamos de noche, ya muy tarde, de manera que a la mañana siguiente le dije: «Hoy podemos arreglar los papeles.»

«¿Sabe, hermano?», me respondió, «antes de hacer este viaje tuve que efectuar unos cuantos arreglos al coche. Me salió como 200 dólares y pensé que podríamos compartir los gastos. ¿Qué le parece?»

«Uf», pensé yo. Me parecía bien, pero otra vez esa voz me decía, «¡No!» ¡Qué cosa rara! Habíamos hecho el arreglo hacía un mes, y anduvimos 1.200 kms. para firmar los papeles con el único resultado de que el Señor me dijera: «¡No!» ¿Qué sería eso? Por fin le dije al hermano, «Le contestaré dentro de una hora. Lo que usted pide: es razonable; lo único que puedo decir es que siento la voz del Señor – o lo que yo pienso que es la voz del Señor – que me está diciendo que no. «

Antes de seguir la historia quisiera decirles una cosa, y éste es el punto principal. A través de esas semanas y meses que el Señor me estaba restringiendo, ocurrió una cosa interesante que nunca me había pasado en la vida. A medida que yo iba haciendo caso a la voz del Señor que me estaba restringiendo, me daba cuenta de que la guía del Espíritu se hacía cada vez más clara en mi vida. En todas las cosas. Antes siempre había sido un problema levantarme para dar un mensaje en el púlpito, o prepararme para una reunión. Pero con esta experiencia pasó algo maravilloso. En mi vida y en el ministerio espiritual, había una luz, una convicción, una clara guía del Señor.

¿Sabe lo que estaba ocurriendo? Es que el Señor me estaba estrechando en su camino, y cuando el Señor le estrecha a uno, por ser más angosta la senda, es mucho más clara. Esto es lo que pasó en mi vida. Me encontraba en problemas y dificultades, frente a decisiones, pero en seguida sabía cómo responder, cómo debía actuar. No puedo explicar como fue; lo único que puedo decir es que entré en una nueva experiencia en mi vida que no había conocido antes sino muy esporádicamente. Era maravilloso. Para mí fue como una nueva esfera de vida.

De manera que llegué al fin de mis propios recursos. Seguir el camino estrecho me costó, me dolió en el alma. No era una enfermedad, era simplemente una cuestión de restricción. Pero llegué a apreciar la dirección de Cristo en mi vida de manera tal que dije que si tuviera que seguir el resto de mi vida sin coche, no me importaría nada. Lo que importaba era que el Señor guiara mi vida y que sintiera su voz claramente.

Quiero terminar el relato. Durante esa hora en que estaba considerando el asunto, decidí hacer un llamado telefónico a una amiga, una médica, en otra ciudad. Otra persona me había dicho que ella estaba por cambiar su automóvil por un modelo nuevo. Entonces decidí, antes de contestar al hermano, llamarla para ver si me quería vender su coche. Cuando me dieron la comunicación de larga distancia, le dije, «Doctora, quería saber si usted me vendería su coche.»

«Pero hermano», me contestó «con todo gusto se lo regalaré. No tengo ningún interés en vendérselo. Con todo gusto se lo regalo.»

Respondí: «No hace falta, hay una iglesia aquí que está dispuesta a pagarlo.»

«No, no se lo voy a vender, se lo voy a regalar.» Naturalmente me preguntaba, ¿Cómo el Señor no me lo dijo antes? ¿Pór qué tuve que viajar tanto para saber ésto? Pero Dios tenía sus propósitos.

Volví a la ciudad donde residía la doctora, y en la primera reunión que estuve, en una iglesia donde asistíamos a menudo, un hermano, que tenía un mercado, se acercó al final de la reunión y me dijo, «Entiendo que usted está teniendo problemas en conseguir un coche.»

«No», le dije, «la verdad es que antes sí, pero ya el Señor me ha solucionado el problema.»

Me dijo él: «Bueno, el Señor me dijo que yo debía regalarle mi coche.»

No había terminado de hablar cuando otro hermano, a su lado, le dijo, «Pero justo ahora yo iba a darle el mío … «

¡Tres coches, en unas pocas horas! Quiero subrayar una cosa. Para mí, la gran lección no fue que el Señor puede proveer coches para sus siervos. Eso ya lo sabía antes. No, la gran lección fue, que el Señor pudo de ese modo conseguir mi oído, y hacerme escuchar su voz.

Algunas veces, después de haber contado ésto, me han preguntado, «Y ¿qué hiciste con los tres coches? ¿Te quedaste con los tres?»

No, me quedé con el primero solamente, y dije a los otros, «Muchas gracias, pero no necesito más coches. Con uno me basta.» Pero el punto que quiero señalar es el siguiente: Si usted quiere conocer la voz del Espíritu, la guía del Señor en su vida para cualquier decisión, para cualquier problema, tendrá que acostumbrarse a hacer caso a su voz, a su control.

El quebrantamiento de nuestra voluntad   

¿ Cómo le ha de guiar el Señor? Me atrevo a decir que precisamente usted comenzará a conocer su voz cuando El le diga «No». No cuando El le anime y le diga, «Bueno sí, anda». Más bien, tendrá que conocer su voz cuando le dice que no. Todos estamos dispuestos a o ír cuando el Señor dice, «corre», pero cuando dice, «Quedate quieto» … «Ufa, no me quiero quedar quieto.» Es necesario sujetarse a la disciplina y control del Señor. El obra quebrantando nuestra voluntad, imprimiendo la de El en nosotros, y así haciéndonos conocer su voz. Esta es la disciplina del Espíritu, la restricción del Espíritu, que nos enseña el camino de Dios para nuestras vidas. No lo olvide, hermano.

Quizás, hermana, mientras que usted está en su casa, lavando los platos, el Señor le diga;’ «Tienes que orar por esa señora vecina que está pasando por una prueba». Y usted contesta, «Bien, oraré por ella en la próxima reunión que tengamos».

Luego vuelve la voz, «No, debes orar ahora». ¿Qué va a hacer usted? ¡Orar! Debe obedecer. No tiene que volverse fanática, simplemente obedezca la voz del Señor.

No es necesario pensar en cosas raras. Hay quienes cuando se les ocurre una idea rara, enseguida piensan que fue una revelación de Dios. Se vuelven anormales. Aquí me refiero a la vida más natural, más normal. Uno no tiene que ser un fanático para conocer la guía del Espíritu. Todo lo contrario. Alguna vez posiblemente el Señor le guíe de una manera que usted no entienda. Pero no crea que cada vez que el Señor le hable le va a decir que tiene que caminar sobre las manos, o hacer algo extraño. No; le va a hablar cosas claras, sensatas; quizás algunas veces difíciles de entender, pero no siempre. Tal vez usted estará manejando el coche y empieza a aumentar la velocidad, y el Señor le dice «Momentito: despacito … «

En vez de obedecer, usted responde, «¡Pero tengo que correr!» Está negando la voz del Señor. En las cosas más comunes tiene que aprender a someterse al Señor. Cuando se acostumbre a hacer ésto, se dará cuenta que aún en las cosas mayores, en las decisiones importantes, ya está conociendo la voz del Señor. Y cuando esté en un aprieto, el Señor le dará su guía. El le hará entender su voz.

Una vez que comience a conocer esta guía en su vida, sígala. No la apague. Hay veces cuando yo quiero escuchar cierta emisora y no resulta fácil encontrarla en mi radio. Cuando llega la hora del programa que me interesa, busco allí tratando de sintonizar. Una noche decidí cuál sería el método de usar para poder ubicarla. Pasé un tiempo antes del programa buscando la estación hasta encontrarla, y después apagué la radio. Asf fue que, llegada la hora, yo ya estaba sintonizado. Si tiene dificultad en sintonizar su «aparato» será mejor que busque la emisora con anticipación, y una vez que la haya encontrado, la mantenga allí.

Si usted no reconoce la voz del Señor, mejor será no esforzarse, simplemente dispóngase. Diga, «Señor, estoy dispuesto. Quiero escuchar tu voz.» Si no percibe nada hoy ni mañana no se preocupe. Siga esperando. Pero cuando sienta la guía del Señor, cuando empiece a darse cuenta de que el Señor le está guiando, entonces siga. No la pierda.

Un detalle más. Si por allí sale del camino e interrumpe la voz por desobedecer al Señor, acuérdese de 1 a. Juan 1: 9 donde el Señor nos muestra el camino de regreso:

«Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.»

Por este camino podremos volver. «Señor, yo he pecado. Erré el camino. Pero vuelvo a Ti confesando mi pecado.» Y el Señor le perdonará Vuelva al camino. No se quede apartado. El Señor es misericordioso. Volverá a hablarle y guiarle en su senda.

Recordemos que el fin de la dirección del Señor en nuestras vidas no es que tengamos experiencias lindas o interesantes, sino que sirvamos como vasos para expresar su gloria. Dios desea vivir su vida en nosotros, y lo mejor que podemos hacer es entregarnos en sus manos para que cumpla con libertad sus propósitos en nuestras vidas. Si hay restricción, si hay disciplina, si hay estrechamiento, es sólo para amoldarnos y ajustarnos a su plan divino.

«Así que hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios que es vuestro culto racional.»

Publicado con Permiso de Editorial LOGOS, Casilla de correo 2625, Buenos Aires, Argentina.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol 2-nº 10 -1978