J. Zelaya

La historia del hijo pródigo es una de las más conocidas y queridas en la Biblia. Es una preciosa parábola del amor de un padre para sus dos hijos. Es en realidad un relato de cómo nuestro Padre celestial abre sus brazos para recibirnos cuando corremos a él. Es más, el padre de esta historia corrió hacia su hijo perdido cuando lo vio a la distancia, simplemente no espero a que llegara. Así es Dios.

Esta historia se encuentra en Lucas 15, del versículo 11 hasta el 32. Para reiterar el motivo de fondo del amor de Dios, Jesús enseña en los versículos anteriores cómo un pastor de cien ovejas deja las noventa y nueve en el campo y va tras la que se perdió hasta hallarla. Igualmente cuenta cómo una mujer que perdió una de sus diez monedas de plata buscó en cada rincón y grieta de su casa hasta encontrarla. Sin embargo, el enfoque en este artículo es lo que hay en el corazón del hermano mayor con la gran celebración de bienvenida que su padre da a su hermano menor.

Antes de examinar la reacción del hermano mayor, quisiera examinar algunos puntos sobresalientes de la parábola. Leemos en Lucas que un padre tenía dos hijos; que el hijo menor se rebeló contra su casa; (escribo casa porque después de que recibió su herencia, se fue de la casa), dejando atrás a su padre, su hermano, los criados, y sus tierras. El hijo menor salió de la protección de su casa a saborear el mundo de afuera. En su casa había techo, amor paterno, comida, compañerismo e identidad. Todo lo bueno que tenía el hijo se encontraba en su casa. Y eso fue lo que dejo.

Es interesante también que el hijo menor sea quien demandara su herencia. Leemos en Lucas 15:12: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Igual de interesante es que el padre dividiera las pertenencias entre los dos hijos, no solo al menor. El hijo mayor también recibió su parte en ese momento. No leemos nada de objeciones del hijo mayor en recibir su parte. Luego en la historia leemos que el padre hizo una gran fiesta para el hijo rebelde que regresaba a casa, y eso pudo causar pensamientos de injusticia ya que el mayor siempre estuvo en casa y no tuvo fiesta. Pero no hay nada de injusto en el padre. En el principio de la historia el padre dividió sus pertenencias entre los dos hijos. El hijo mayor también recibió su herencia por igual.

Hay muchas lecciones y pensamientos que se pueden analizar en esta parábola desde el punto de vista del hijo pródigo. Por ejemplo, el caer tan bajo como para apacentar cerdos, considerado por los judíos como uno de los animales más impuros. También el hambre tan descomunal que tenía para desear las algarrobas que comían los cerdos.

Una algarroba es del tamaño de un frijol. Me parece muy interesante que la Biblia dice que él, “volviendo en sí”, o sea que entró en uso de razón, decidió regresar a la protección de su casa. En su mente estaba regresar a su casa como un trabajador y no con los privilegios de hijo como había sido primeramente. Pero aun así tendría lo que disfrutaban los trabajadores de su padre. Pero recibió más que la seguridad y protección de su casa, donde había techo, comida y compañerismo. También recobró su identidad y amor paterno.

Aunque la parábola se enfoca mayormente en el hijo menor, hay también muchas lecciones del hijo mayor que se pueden analizar. Comenzamos con su reacción a la buena noticia del regreso de su hermano menor. Claramente vemos que era una reacción de amargura. Muchos se preguntarán por qué reaccionó así.

Jesús incluye la actitud del hijo mayor con un propósito muy obvio para los que escuchaban esa parábola. Lo hermoso de las palabras de Jesús es que no solo eran aptas para su entorno y lo que se vivía en ese momento, sino que son profundamente relevantes para todos los tiempos. Los primeros dos versículos de Lucas 15 dice así: “Todos los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle; y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos.”

Indudablemente, la reacción del hijo mayor es paralela a la de los fariseos y escribas y, por eso, Jesús contó esta parábola. Hoy en nuestro día, la inclusión del comportamiento del hijo mayor también se nos aplica. Pensemos en la reacción del hijo mayor. Dice la Biblia que él rehusó entrar en la casa. Rehusó participar en el festejo del regreso de su hermano menor. Rehusó celebrar lo bueno y estar feliz. La Biblia dice que el padre salió a rogarle que entrara, pero él rehusó obedecer a su padre. Si todavía cree que era injusto que el padre recibiera al hijo menor y hacerle una fiesta, observe bien cómo actuó el padre con el hijo mayor.

De la misma manera que salió corriendo hacia su hijo perdido para recibirlo, el padre salió de su casa para rogarle a su hijo mayor que entrara también. El corazón del padre actuó igual con ambos hijos. El corazón del Padre celestial está siempre pronto para recibirnos con brazos abiertos. La fiesta es para todos. Sin embargo el hijo mayor se negó a entrar. ¿Por qué reaccionó así? ¿Por qué los escribas y fariseos murmuraban contra Jesús cuando él abría su corazón a los pecadores?

Ninguno de nosotros desearía ser como el hijo mayor. No creo que muchos confiesen, “yo me estoy portando como el hijo mayor.” Tampoco los fariseos veían su propia maldad y es difícil que nosotros veamos la nuestra. Sin que esto sirva de impedimento, es importante derribar los muros que protegen nuestro ego y dejar que Dios limpie lo que tenga que limpiar. La muerte de nuestro ego, de nuestra soberbia, de nuestro orgullo es precisamente la muerte del hombre viejo y el comienzo de la vida de plenitud en Cristo. Una reacción tan amarga como la del hijo mayor proviene de un corazón que llevaba años enfermo. Estoy convencido de que ya estaba amargado desde antes que se fuera su hermano menor.

De ser así, es muy probable que el hermano mayor haya reaccionado burlándose de su hermano menor cuando se fue; pensando, quizá, “que tonto; que se largue ya; que se corrompa” y deseando que le fuera mal en la vida; que le viniera lo que se merecía. Creo, que hubiera estado muy contento si su padre hubiese regañado severamente a este hijo pródigo, lo hubiera castigado con dureza y lo hubiera tratado como a un esclavo en su propia casa. Cualesquiera fueran sus razonamientos, no hay nada que justifique la conducta del hermano mayor. El poner abajo a otros para elevarse a sí mismo es el epítome del orgullo. Es precisamente lo opuesto del carácter de Dios y lo que desea de nosotros. ¡Tengamos cuidado!

¿Habrá un hermano o hermana en la iglesia que le haya hecho un daño? ¿Se ha ido alguien de la iglesia y eso le ha causado enojo a usted? ¿Habrá una persona pecadora en su vida que haya recibido misericordia y eso le ha causado enojo a usted? ¿Cómo reaccionaría si alguien que le ha dañado o que para usted no merece nada, llegara a recibir la misericordia del Padre con una gran fiesta? Cuidemos nuestro corazón para no caer en la trampa del enojo que hasta rehusemos entrar a la casa de Dios, aun cuando él mismo sale a pedirnos entrar.

La historia termina con la restauración del pródigo y con el hermano supuestamente bueno, quedándose afuera. Dios reparte misericordia al contrito y humillado. Pero el corazón orgulloso y envidioso se quedará afuera. Dios deja los 99 para buscar al que se perdió. Dios paga por igual a los que vienen a él en diferentes momentos de su vida (Lea la parábola del jornalero en Mateo 20). ¿Qué derecho tenemos de enojarnos cuando nuestro hermano es restaurado? ¿Qué derecho tenemos de sentir envidia cuando ya vivimos en la casa del Padre?

No es por nuestras obras, sino por la gracia de Dios que estamos bajo las alas del Altísimo. La retribución y el juicio no nos corresponden. Lo que Dios demanda de nosotros se encuentra en Mateo 22:37–39: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

¡A nosotros se nos pide amar!

Nota: Las citas bíblicas son de La Biblia de las Américas (LBLA)

  1. Zelaya es maestro en los Estados Unidos. Él y su familia viven en el estado de Washington.