Por Derek Prince

Y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos (Mateo 5:41).

Jesús describe aquí una situación en la cual la ley, o la costumbre social, daba el derecho a un hombre de obligar a otro a caminar una milla con él. Jesús dice a sus discípulos: «Si esto les llega a suceder, no sólo caminen una milla con el hom­bre, vayan dos. Vayan dos veces más lejos de lo que él tiene derecho a pedirles». Podemos decir que la primera milla representa el deber y la se­gunda, el amor. El amor hace libremente el doble de lo que exige el deber.

Estas palabras de Jesús han creado la expresión «ir la segunda milla». Sin embargo, hay una im­plicación lógica en esta expresión que a menudo se pasa por alto. Muchos cristianos piensan y ac­túan como si la manifestación de amor les exone­rara de sus deberes normales en lo personal y lo social. Lo opuesto es la verdad. Sólo se puede ir la segunda milla después de que se haya ido la primera. La expresión de amor sólo puede comen­zar si se ha cumplido primero con las demandas del deber.

Pablo enseña este mismo principio en Romanos 13: 8: «No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros». El orden es importante. El requisi­to negativo viene primero: «No debáis a nadie nada». Esto cubre todas nuestras obligaciones éticas y legales. Tenemos que cumplir eso prime­ro y entonces podremos movernos hacia lo positi­vo: «amaros unos a otros». El amor cristiano es inconsistente con el incumplimiento de nuestros deberes éticos y legales. Dicho de otra forma: el amor genuino se asegura primero que todas sus deudas estén pagadas.

AGAPE DESALIÑADO

Muchos cristianos tienen un concepto errado del amor bíblico. Este tipo de amor no es una ac­titud sentimental expresada en clichés religiosos o en frases azucaradas y melosas. Alguien ha carac­terizado esta falsificación antibíblica del amor como «ágape desaliñado». El apóstol Juan nos hace la siguiente advertencia: «No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3: 18). El verdadero amor bíblico es manifestado primordialmente en hechos, no en palabras.  

En el libro de Rut encontramos un contraste bien marcado en la conducta de las dos nueras de Noemí: «Y ellas alzaron otra vez su voz y llora­ron; y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella» (Rut 1: 14). Orfa exhibió el acto externo de amor, un beso; pero Rut la amó en verdad, se quedó con su suegra en su necesidad. En la hora de crisis no importa quién lo bese sino quién per­manecerá a su lado.

 

El libro de Proverbios hace también una solem­ne advertencia: «Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto. Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborre­ce» (Prov. 27:5,6). El amor falsificado halaga con palabras dulces cuando las cosas marchan bien, pero traiciona en la hora de la necesidad. El amor genuino dirá la verdad y si es necesario reprende­rá, y aunque eso hiera en el momento, no traicio­nará después.

Es significativo que Judas traicionara a Jesús con un beso (Lucas 22:48). La expresión externa de amor sin sus correspondientes acciones es trai­ción.

En Efesios 4: 15 Pablo describe la única manera en que podemos alcanzar la madurez cristiana:

«Sino que hablando la verdad en amor debemos crecer en todos los aspectos en Aquel que es la ca­beza, es decir, Cristo». Cualquier amor que no ha­ble la verdad es falso. Cualquier comunión que quiera tener un valor duradero tiene que estar ba­sada en la sinceridad mutua.

«Si andamos en la luz, como El mismo está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros … » (1 Juan 1 :7). La verdadera comunión es posi­ble únicamente en la luz. No podemos tenerla en las tinieblas. El apóstol Juan hace dos declaraciones sencillas pero profundas con respecto a la naturaleza de Dios: «Dios es luz» (1 Juan 1 :5); y «Dios es amor» (1 Juan 4:8,16). El amor de Dios no se puede separar nunca de la luz de Dios. Su amor no opera en las tinieblas.

EL AMOR «CUBRE» NO «ENCUMBRE»

Pedro nos dice que «el amor cubre multitud de pecados» (1 Pedro 4:8). De nuevo, esto es mal in­terpretado por muchos cristianos. Pedro dice «cu­bre» no «encubre», como es la costumbre en muchos grupos cristianos que como el polvo ba­rren el pecado y lo encubren con la alfombra, pretendiendo que nunca tal cosa sucedió, y que en cambio todo anda bien. El amor cristiano cu­bre el pecado de la misma manera en que lo hace Dios. Primero, tiene que ser sacado a la luz: esto es, reconocido, confesado y abandonado en arre­pentimiento. Si es necesario, que se haga restitu­ción. Sólo después se puede cubrir el pecado con el verdadero perdón bíblico.

De vez en cuando hemos hecho contacto con grupos cristianos que tienen un solo tema: «el amor». La experiencia me ha convencido que estos grupos andan errados en doctrina o tienen pecados sin confesar, o ambas cosas, porque el «amor» es usado para «encubrir». Cuando es un problema de pecado, por lo general está en los líderes del grupo. Si queremos ver debajo de la superficie para poner el problema al descubierto, la acusación que recibimos es que no estamos demostrando amor. Enfaticemos de nuevo que el verdadero amor bíblico es manifestado pri­mordialmente en hechos y no en palabras.

Regresemos a la parábola de la primera y la segunda milla, o sea, la relación entre el amor y el deber. Dijimos que el verdadero amor comien­za únicamente después de haber cumplido con las obligaciones éticas y legales. Dicho a la inver­sa, el amor que no cumple con estas obligaciones es falso. Hay un sinnúmero de maneras en que es­te principio se aplica en la vida cristiana, Seguida­mente, anotaré algunas de las inconsistencias más comunes que he observado entre los cristianos.

EL IDOLO DE LAS MISIONES EXTRANJERAS

En cierta ocasión estuve asociado con una igle­sia que estaba sumamente orgullosa de su «progra­ma de misiones extranjeras». La congregación era relativamente pequeña, pero se había comprome­tido desproporcionadamente a las misiones ex­tranjeras. Un predicador que se había especializa­do en la promoción de misiones fue invitado para una campaña de dos semanas con el acuerdo que sus honorarios serían el diez por ciento de todas las promesas hechas para misiones. En el curso de la campaña se prometieron más de $ 50.000. Al­gunas personas tardaron mucho en pagar y otras nunca lo hicieron. Sin embargo, ¡el predicador no tenía razón de quejarse con más de $ 5.000 por dos semanas de ministerio!

Y todo el tiempo la iglesia estaba onerosamente atrasada con sus obligaciones locales -la cuenta del teléfono, de la electricidad, etc. Al fin reté a la congregación por su manera de hacer las cosas. «Si decimos que nosotros estamos ofrendando todo este dinero para misiones, nos estamos engañando», les dije. «El dinero viene realmente de nuestros acreedores. Estamos tomando lo que les debemos a ellos para mantener las misiones. Pero eso es deshonesto e injusto. Nuestros acreedores pudieran ser católicos y las misiones que sostene­mos son protestantes. No tenemos ningún dere­cho de tomar el dinero de nuestros acreedores pa­ra mantener algo con que ellos ni siquiera pudie­ran estar de acuerdo».

Realmente que, en esa situación particular, las «misiones extranjeras» eran el «ídolo» de la igle­sia. Sus miembros le sacrificaban al mismo tiempo que incumplían escandalosamente con sus obliga­ciones en casa. A veces resulta más fácil ocuparse con el «campo extranjero» que demostrar la vali­dez de nuestra fe entre nuestros vecinos. «Los ojos del necio vagan hasta el extremo de la tierra» (Prov. 17:24).

¿ALCOHOLlCOS O CARISMATICOS?

Durante un tiempo fui dueño de algunas casas de alquiler que se encontraban muy cerca una de la otra. En una de ellas vivía una pareja que no profesaba ser cristiana y ambos eran, en realidad, alcohólicos. Pagaban puntualmente su alquiler y mantenían la propiedad en buenas condiciones. Una señora que vivía en una de las casas adyacen­tes perdió a su marido repentinamente. La prime­ra persona que demostró simpatía en una forma práctica fue la alcohólica. Llegó al día siguiente con un cheque por $200.

Poco después, esta pareja de alcohólicos se mu­dó y la casa fue ocupada por nuevos inquilinos -una familia muy activa en círculos carismáticos. Estos gastaban fuertes sumas de dinero en sí mis­mos, pero muy rara vez pagaban el alquiler a tiempo. Eran tan descuidados con sus hijos y con la casa que algunos de los vecinos vinieron a que­jarse conmigo dispuestos a llevar el asunto a las autoridades civiles.

Un día me puse a reflexionar sobre la situación. Suponiendo que yo mismo no fuese un cristiano y alguien me preguntara: ¿Qué clase de inquilinos prefería, alcohólicos o carismáticos? No hubiese dudado en contestar que alcohólicos.

«SOLO PARA EXTENDER EL MENSAJE»

En otra ocasión, ciertos de mis hermanos cris­tianos duplicaron y vendieron un gran número de cintas grabadas con mensajes que yo había predicado. Esto se había hecho sin que yo hubiese sido informado y sin solicitar mi permiso. Después de un tiempo caí en la cuenta que tenía que haber un importante margen de ganancias con las ventas. Cuando les pedí que me dieran algún tipo de informe y les sugerí que compartieran conmigo las regalías como era razonable, ellos protestaron por mi falta de amor, repitiendo que lo habían hecho «sólo para extender el mensaje», pero no me dieron cuentas de nada ni un centavo por de­rechos de autor.

Más tarde, estas mismas personas que estaban haciendo ganancias con mi ministerio, me acusa­ron de «mercenario» en mis motivos. Peor toda­vía, no hicieron la acusación frente a mí, sino que la circularon a mis espaldas. Yo me pregunto si Dios puede estar realmente satisfecho que Su pa­labra sea distribuida en estas circunstancias.

LA EFICIENCIA ES CRISTIANA

En 2 Pedro 1 :5-7 tenemos una lista de siete etapas en el desarrollo espiritual que debe seguir a nuestra fe inicial en Cristo. A la fe debemos aña­dir lo siguiente: excelencia moral, conocimiento, dominio propio, perseverancia, piedad, fraterni­dad, amor. Esto nos trae de vuelta a la parábola de la primera y la segunda milla. El «amor» tiene que estar edificado sobre un fundamento de desa­rrollo espiritual ordenado. Cuando este funda­mento hace falta el verdadero amor cristiano no puede operar jamás.

Los primero que debemos añadir a la fe es la «virtud». Esta palabra se, traduce también como «excelencia» o «eficiencia». Muy pocos cristianos se dan cuenta que la eficiencia es una virtud cris­tiana muy necesaria. La Biblia no tiene nada bue­no que decir con respecto a la pereza y la nece­dad. Mas bien son condenadas con mayor severi­dad y son más mortales en sus consecuencias que la ebriedad.

Durante cinco años, estuve en el África orien­tal, encargado de un colegio de entrenamiento pa­ra maestros africanos. En ese lapso, muchos de los estudiantes llegaron a conocer a Cristo y recibie­ron el bautismo en el Espíritu Santo. Descubrí que inmediatamente que se convertían, esperaban que yo les demostrara un favor especial y que no fuera tan severo en mis calificaciones de su traba­jo escrito o práctico. Tuve que explicarles que era todo lo  opuesto.

«Ahora que son cristianos», les decía, «tienen toda clase de recursos que no tenían antes. Tienen la paz de Dios en sus corazones Y el poder de la oración y del Espíritu Santo. Si antes podían aprobar sus exámenes y enseñar con éxito sin es­tos recursos, ahora que son cristianos debieran hacerlo doblemente mejor. Yo no espero menos de ustedes, sino más; ¡Y Dios también!»

El mismo principio se aplica en todos los cam­pos de actividad en los que un cristiano sirve y gana su sustento. Un cristiano puede servir como maestro, doctor, enfermera, salonera, técnico, conserje; no importa en qué, un cristiano debe servir siempre con excelencia. Debiera ser siempre más fiel, más digno de confianza, más eficiente que los que no son cristianos.

He observado que el Señor nunca llama a una persona de su fracaso en un trabajo secular o pro­fesión para el ministerio espiritual a «tiempo com­pleto». Una persona debe probarse siempre a sí misma en su empleo secular antes que Dios le pueda confiar con responsabilidades espirituales más grandes. La fidelidad comienza con lo peque­ño y lo secular; luego se desarrolla con plenitud en lo grande y lo espiritual. Jesús establece este principio firmemente en Lucas 16: 10-11:

«Aquel que es fiel en lo muy poco, fiel es tam­bién en lo mucho; y el que es injusto en lo muy poco, injusto es también en lo mucho. Por tan­to, si (los religiosos) no habéis sido fieles en el uso de las riquezas injustas (su trabajo regular y sus obligaciones materiales), ¿quién os confiará las riquezas verdaderas (un amplio ministerio espiritual)? «  

LAS OBLIGACIONES DE LA FAMILIA PRIMERO

En 1 Timoteo capítulo 5 Pablo trata sistemáti­camente con las obligaciones de los cristianos ha­cia los miembros de sus propias familias. En esta relación dice: «Pero si alguno no provee para los suyos, y particularmente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (l Tim. 5:8).

La obligación primordial de proveer descansa en cada familia sobre el padre. Esto incluye mu­cho más que el alimento, la ropa y el dinero. En Efesios 5 :25-28 Pablo compara la relación entre Cristo y la iglesia con la del marido y su esposa. Así como Cristo santifica a la iglesia con el agua pura de la palabra, también el esposo es responsa­ble de ministrar la verdad santificadora y limpia­dora de la palabra de Dios a su esposa y a sus hi­jos. El padre debe ser la fuente de la verdad espiri­tual para su familia.

En Efesios 6:4 Pablo coloca la responsabilidad de la educación espiritual de los hijos directamen­te sobre los padres: «Y vosotros, padres, no pro­voquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor».

Podemos resumir esto diciendo que en todo hogar el padre tiene dos ministerios que Dios le ha dado y de los cuales no puede abdicar: él es profe­ta y sacerdote de su familia. Como profeta, es el representante de Dios para su familia, como sacer­dote, es el representante de su familia ante Dios. Para descargar fielmente estas responsabilidades se requiere un mínimo de tiempo dedicado a la familia.

Entre los hombres que no dedican suficiente tiempo para cumplir con obligaciones de familia, los ministros profesionales son probablemente los ofensores más comunes. Esto se aplica tanto a ministros residentes como itinerantes. El pastor está tan frecuentemente ocupado con reuniones de junta, de comités y con sus funciones eclesiás­ticas, que a duras penas le alcanza el tiempo para ir a casa y estar con su familia. El itinerante atra­viesa el mundo como un caballero errante para Cristo, pero deja atrás su hogar con una esposa e hijos destrozados por las frustraciones, la amargu­ra y la rebelión -corno consecuencia de su abando­no. Siempre recuerdo un comentario hecho por un joven de sus padres que habían sido misioneros en África por muchos años: «Nuestros padres amaron mucho a los africanos, ¡pero a nosotros no!»

El veredicto de Las Escrituras sobre un padre que fracasa en el cumplimiento de estas obligacio­nes primarias es que «ha negado la fe, y es peor que un incrédulo». ¿De qué incumbencia es para un hombre que es «peor que un incrédulo» que predique el evangelio?

Pablo escribe a los cristianos (carismáticos) de Corinto y les dice: «Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mis­mos» (2 Cor»:’13:5). Muchos necesitamos prestar atención a esta advertencia. Antes de usar clichés religiosos como «ir la segunda milla», veamos si ya hemos caminado la primera. Antes de hacer una gran exhibición de amor, asegurémonos que todas nuestras deudas han sido pagadas. 

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol.3 nº 12 abril 1981