Querido amigo en Cristo:
Este mes nos lleva a la celebración del milagroso nacimiento de Jesús, «¡Regocijad! Jesús nació» Es una temporada alegre de villancicos, árboles de Navidad, regalos, familia y comidas maravillosas. Mucho de lo que haremos y en la fecha que celebramos tendrá poco que ver con «La primera Navidad». Sin embargo, celebramos un evento que sigue cambiando el mundo.
En esta carta quiero concentrarme en un aspecto que a menudo se pasa por alto tanto en el nacimiento, como en la vida y la muerte de Jesús: su humildad. Últimamente he leído los relatos bíblicos de su nacimiento, vida y muerte. Esta característica me ha impresionado fuertemente porque creo que él es Dios hecho carne.
El nacimiento humilde de Jesús
Relacionado con esta impresión, quiero recalcar que todo acerca de la venida de Jesús en el mundo fue una elección hecha en la eternidad y los profetas la predijeron. Es una elección que no habríamos hecho nosotros porque es contraria a nuestra naturaleza.
La elección de que nacería de una virgen, aún no casada, aunque «comprometida»; que Jesús llegaría a ser conocido como el «hijo del carpintero» en un pueblo de poca o ninguna importancia. El nacimiento ocurriría a muchos kilómetros de distancia de su domicilio (ya que se verían obligados a viajar durante una temporada fiscal estresante) y en un establo. El Hijo de Dios sería acostado en pesebre, especie de cajón donde comía el ganado. ¡Nadie elegiría eso! Sin embargo, Dios lo hizo.
Es evidente que Dios valora la humildad. La revelación del nacimiento de Jesús fue dada a humildes pastores que encontraron al bebé por instrucciones divinas envuelto en «pañales» (envolturas comunes de tela). Probablemente nació rodeado de algún ganado. ¿Podría ser la humildad más evidente?
¿Qué es la humildad? La humildad es la opción de ser modesto, de servir, de elevar a otros por encima de uno mismo: Es una gracia de Dios. Desde una perspectiva bíblica, la humildad es sabia y conduce a más sabiduría y promoción. (Lea Proverbios 11: 2; Proverbios 18: 2; Salmo 25: 8-9; Filipenses 2)
La humildad no es baja autoestima, inferioridad, pasividad o alguna otra condición de auto-denigración: es una elección. Jesús, la Palabra eterna de Dios, hizo esa elección, no sólo en su nacimiento, sino en toda su vida.
Se nos dice que a la edad de 12 años, lo encontraron dialogando y aprendiendo de los maestros de la ley que estaban en el templo; estaba creciendo en sabiduría, al igual que crecía en estatura y en favor con Dios y los hombres. También que se sometió a sus padres. En resumen, fue enseñable, como lo es la humildad. Incluso «Dios hecho carne» creció en humildad y en capacidad de recibir enseñanza.
Ministerio de Jesús a los humildes
Jesús no sólo eligió la humildad en el nacimiento, sino que escogió a personas humildes para hacer su ministerio: los pobres, los cojos, los ciegos, los poseídos por espíritus malignos y a la gente común. «La gente común lo escuchó alegremente» (Marcos 12:37). Sus discípulos eran gente común. «Lo oirán los mansos y se alegrarán.» (Salmo 34: 2). Antes del nacimiento de Jesús, María fue llena del Espíritu Santo cuando ella y Elizabeth, madre de Juan el Bautista, se reunieron, y esto es lo que ella profetizó:
Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva. He aquí, pues, desde ahora me tendrán por bienaventurada todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo. Su nombre es santo, y su misericordia es de generación en generación, para con los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó a los poderosos de sus tronos y levantó a los humildes. A los hambrientos sació de bienes y a los ricos los despidió vacíos… (Lucas 1:46-53).
Desde el vientre de María, Jesús, el Verbo, escuchaba y sus palabras lo formaron. Nació entre los humildes y se inclinaría a ellos, no a los orgullosos. Jesús hizo más por el humilde centurión romano y por la humilde mujer sirofenicia que por los orgullosos líderes religiosos. Hizo más por los recaudadores de impuestos, los poseídos por demonios y la mujer sorprendida en adulterio de lo que pudo hacer en su propia ciudad por religiosa.
¿Debemos entrar en pecado para encontrar el favor de Dios? Por supuesto que no. Además, todos nosotros ya hemos entrado en pecado. La lección es que debemos ver nuestra necesidad antes de que podamos encontrar el favor de Dios. Si nos humillamos, porque nosotros mismos elegimos hacerlo, podremos encontrar el favor de Dios. La triste verdad es que generalmente ocurre después de nuestro fracaso o en una necesidad extrema.
2 Crónicas 7:14 lo dice claramente: «Si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, si oran y buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.” La sanidad comienza con la humildad. ¡Los cristianos y nuestra nación necesitamos ser sanados!
Yo deseo el favor de Dios por sobre todas las cosas. Por esa razón, temo la aclamación, la posición, y los títulos. Cómo me hubiera gustado haber entendido eso de joven. Jesús lo hizo; se alejó de los que querían hacerle rey. Su único deseo era complacer humildemente al Padre, y por eso, fue altamente exaltado y se le dio un nombre por encima de todos los demás (lea Filipenses 2). Jesús nunca olvidó de dónde había venido, incluso en su muerte.
La humillante muerte de Jesús
Mi imaginación no me alcanza cuando contemplo la Cruz. Recuerdo que, como pastor, hace muchos años, traté de describir la crucifixión en un mensaje, y uno de los diáconos dijo que lo había hecho «demasiado sangriento». Al igual que los que presenciaron su crucifixión, tratamos de escondernos de esa última desgracia; del deshonor y la vergüenza del inocente que era el Santo Hijo de Dios colgado desnudo ante el mundo y la historia humana.
Se burlaron de Jesús; lo escupieron, lo golpearon, lo ridiculizaron y fue rechazado por su propio pueblo. Incluso sus discípulos habían huido o lo habían negado. Pero eso no fue lo peor. El dolor inimaginable fue que allí cargó con nuestros pecados, dolores y aflicciones (lea Isaías 53). En un sentido real, todos estuvimos en esa multitud y todos oímos sus gritos y lo escuchamos decir: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Recuerde que Jesús fue crucificado entre dos ladrones, según lo profetizado: «Fue contado entre los transgresores» (lea Isaías 53:12). E incluso en su muerte, se tomó el tiempo para perdonar a uno de ellos que reconoció su propio pecado y le prometió verlo ese día en el paraíso. Me pregunto cómo sería esa reunión. La cruz reveló lo que unos profetas habían visto mucho antes y durante su nacimiento. Él era humilde y lleno de gracia, pero también era el Salvador del mundo.
No es de extrañar que la cruz, no la cuna, se convirtiera en el símbolo de nuestra fe. Fue allí donde se produjo el gran intercambio; nuestro pecado por su justicia, nuestra muerte por su vida, nuestro dolor por su gozo, nuestra derrota por su victoria y nuestro infierno por su cielo. ¡Eso sí es un regalo! ¡Esa es la Navidad! ¡Qué regalo! Sin la cruz y la resurrección, no habría celebración de su nacimiento. Sin su humildad, no habría salvación, sólo un mundo de dolor y desesperación.
¿Celebrar la Cruz en Navidad?
Algunos dirán: “¡Espere hasta el Viernes Santo para hablar sobre la Cruz!” El problema con las fiestas religiosas es que en los rituales que celebran un solo evento, podemos perdernos toda la historia. Es interesante que la crucifixión de Jesús ocurriera cuando las personas se preparaban para celebrar un día festivo religioso, incluso uno que él había celebrado: la Pascua. La tradición los cegó a la realidad ante sus propios ojos.
Mucha gente celebrará la Navidad y no tiene idea de qué se trata. ¡Eso es muy peligroso! Si no entendemos por qué vino, no podemos entender su nacimiento. La Navidad se ha convertido en un evento cultural tan distorsionado que se parece poco al evento real. Puede ser un buen momento para presentar el Evangelio completo a los demás. «Buenas noticias de gran gozo… para todo el pueblo” es toda la historia.
En cualquier momento, una mirada reflexiva a la Cruz es cautivadora. Allí podemos encontrar la salvación, si nos damos cuenta de que él vino para salvarnos de nosotros mismos y de nuestro pecado. María lo entendió. Elizabeth lo entendió. Finalmente, José y Zacarías lo vieron. También los pastores; Simeón, el sacerdote; Ana, la anciana, incluso los reyes paganos; pero su ciudad natal, Nazaret, y la mayoría de la gente no lo vieron. ¿Qué tal el mesonero? Me pregunto si en algún momento se daría cuenta de quién era el niño nacido en su pesebre. ¡Ruego que nosotros lo sepamos!
Los Estados Unidos y su nación
Hoy, nuestra nación necesita humildad de una manera que no hemos tenido desde la Guerra Civil. Abundan el odio, el culpar a otros y la división. Sin embargo, Estados Unidos sigue siendo predominantemente religioso, como lo fue Israel cuando Jesús vino. Estoy, y espero que usted también esté, profundamente preocupado por nuestras naciones. Recordemos que la clave para el favor de Dios es la humildad. En su nacimiento, vida y muerte, Jesús demuestra verdadera humildad. Él es el Hijo de Dios, la realeza suprema, pero se humilló en todos los sentidos. La clave para ver el cambio no es nuestra culpa o nuestra jactancia, es la humildad y el arrepentimiento. Cada avivamiento comienza de esa manera. Y oro por otro gran avivamiento que restaure nuestra nación y su nación.
No muchos leerán esta carta pero muchos nos leerán a nosotros. Pablo dijo a los corintios que vivían en una cultura pagana: «Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos los hombres… escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo» (2 Corintios 3: 2,3).
Si somos verdaderamente seguidores de Jesús y si su Espíritu vive en nosotros, entonces la humildad debe caracterizar nuestra vida. Sé que Dios quiere que tengamos éxito, pero nuestro éxito debe glorificarlo a él y no a nosotros. El Espíritu Santo nos puede ayudar a ser humildes si nos identificamos con los humildes, los necesitados y sí, incluso con los pecadores, como lo hizo él.
Mientras intercambiemos regalos y estemos bendiciendo a nuestros hermanos creyentes, también nos corresponde compartir nuestras bendiciones con aquellos que realmente las necesitan y no pueden devolver el favor. Hechos 20:35 enseña que «Más bienaventurado es dar que recibir». Los primeros cristianos lo entendieron. Este es un buen momento para demostrar que nosotros también entendemos. ¡Feliz Navidad!
Que el Espíritu de Cristo esté en nuestros corazones esta temporada al dar y recibir regalos y al celebrar a nuestro Salvador y nuestra salvación. No veamos sólo su nacimiento, sino también su vida, su sacrificio y sus dones para nosotros. Todo nos llegó a través de su humildad, y sucederá de la misma manera si hemos de transmitir a Cristo a los demás.
En él,
Charles Simpson
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Referencias de las Escrituras: Proverbios 11: 2; Proverbios 18: 2l; Salmo 25: 8-9; Filipenses 2; Marcos 12:37; Salmo 34: 2; Lucas 1: 46-53; 2 Crónicas 7:14; Isaías 53; I Corintios 3: 2; Hechos 20:35
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de Reina Valera Actualizada 2015.
CHARLES SIMPSON es el escritor de la Carta Pastoral. También ministra extensamente en los Estados Unidos y en otras naciones.
Tomado con permiso de la Carta Pastoral de diciembre del 2018