Autor Hugo M. Zelaya

La Biblia deja bien claro que sus misericordias nunca dejan a quienes han hecho a Jesús el Señor de sus vidas y particularmente a quienes él elige para que sean, no sólo miembros de su Iglesia, sino para que le sirvan incondicionalmente. Estos siervos tienen su consuelo en todas sus aflicciones y persecuciones, pues él los ayuda y los fortalece. Es claro también que todo el éxito que estos siervos logran se puede atribuir únicamente a la intervención de Dios.

Por otra parte, encontramos personas que “son sabios según los criterios humanos” (1 Corintios 1.26), que han alcanzado un lugar de reconocimiento temporal entre los hombres, y que intentan servir a Dios con lo que han aprendido en el mundo. Dios no está en lo que hacen con sus propias fuerzas, porque la obra de Dios no depende de la sabiduría del hombre, como dice Pablo en 1 Corintios 1.21: “Dios no permitió que el mundo lo conociera mediante la sabiduría, sino que dispuso salvar a los creyentes por la locura de la predicación.”

Siempre encontraremos este contraste entre el mundo y el pueblo de Dios. Pero no debiera ser tan común descubrirlo dentro del pueblo de Dios. Sin embargo, no es extraño tropezar en la iglesia, con personas que definitivamente intentan cumplir con el propósito de Dios en su generación “según los criterios humanos”. Este es el caso de los doce espías que Moisés mandó bajo instrucciones de Dios a explorar Canaán para ver cómo tomarla, no para decidir si podían conquistarla. Los doce fueron escogidos porque eran “gente de importancia entre los hijos de Israel” (Números 13. 3).

Eran gente importante, pero de los doce sólo nos acordemos de dos. De los otros diez no nos interesa saber más de lo que está escrito en la Escritura; que tuvieron la oportunidad de ser instrumentos de Dios en la conquista de la tierra que albergaría al pueblo escogido y la perdieron y que Dios los hizo a un lado por no creer su palabra (Números 14. 36-39). Después de 3500 años es como si sus nombres nunca hubieran existido. Nunca he sabido de un padre que le haya puesto por nombre a su hijo Igal o Palti. Pero, Josué y Caleb, son nombres que se oyen con mucha frecuencia entre las familias cristianas. Bueno, hay una razón: Josué y Caleb tenían un espíritu diferente.

Los ojos de Dios estaban puestos en los doce, pero dos de ellos atrajeron su atención con beneplácito. Los doce vieron lo mismo. La tierra era como Dios se las había descrito. Era una tierra de abundancia. También vieron que las ciudades estaban defendidas con murallas impenetrables y que la tierra estaba habitada por gigantes. Dios no les mencionó los muros ni los gigantes ni que eran un pueblo aguerrido. Tampoco nos dice a nosotros cuando nos da sus promesas que hay obstáculos que tendremos que vencer. Dios no los considera, porque lo que es un impedimento para nosotros es nada para él. Su perspectiva parte de su omnipotencia y nada ni nadie tienen la capacidad de detener su propósito. Él lo sabe y quiere que nosotros lo sepamos también y confiemos en su palabra.

Este es el criterio que separa a dos de los espías de los doce. Diez respondieron de acuerdo a lo que habían visto. Su consejo era humanamente lógico y con sentido, pero no tomaba en cuenta la intervención de Dios y no porque Dios no les hubiera dado un precedente. Josué y Caleb también vieron los gigantes y las murallas, pero su lógica y sus sentidos estaban basados en su conocimiento de Dios. Recordaron lo mismo que habían visto los otros diez, que Dios había cumplido su palabra cuando los libró de la esclavitud sin que el poderío de Egipto presentara obstáculo alguno. Josué y Caleb no olvidaron lo que Dios había hecho para humillar al faraón y sacarlos de Egipto; cómo los hizo pasar el Mar Rojo sobre tierra seca y cómo había destruido al faraón y a todo su ejército; cómo les había dado de comer y de beber en el desierto. Es el mismo Dios con quien tratan ahora y ciertamente las murallas y los gigantes no serán nada que Dios no pueda vencer. Es interesante la expresión de Caleb para animar al pueblo a seguir adelante en la conquista: “Así que no se rebelen contra el Señor, ni tengan miedo de la gente de esa tierra. ¡Nosotros nos los comeremos como si fueran pan! No les tengan miedo, que el dios que los protege se ha apartado de ellos, y con nosotros está el Señor” (Números 14:9.

El siguiente es parte de un comentario de Watchman Nee sobre este pasaje:
Los habitantes de la tierra eran ciertamente “hombres de gran tamaño,» pero en los ojos de Caleb, eran alimento para el pueblo de Dios… Nuestro pan no sólo es la palabra de Dios, nuestra comida no es sólo hacer su voluntad, nuestro pan es también Anac – las dificultades que se encuentran en nuestro camino. Muchas personas toman la palabra de Dios como su pan y el hacer su voluntad como su comida, pero no han comido los hijos de Anac. Otros comen demasiado poco de los hijos de Anac. Cuantos más hijos de Anac comemos, más fuertes seremos. Caleb es un gran ejemplo de esto. Porque aceptó los hijos de Anac como «pan», él todavía estaba lleno de vitalidad a la edad de ochenta y cinco. Su fuerza era la misma a los ochenta y cinco, como era a los cuarenta. Tantos hijos de Anac habían sido asimilados por él durante los años que había desarrollado una constitución que no mostraba ningún rastro de edad. Esto también es cierto en el reino espiritual.1

Es interesante que el mismo principio estuviera en operación entonces como ahora. Dios nos fortalece y hace crecer a través de las dificultades. Hay un dicho en el mundo de los deportes que dice “sin dolor no hay ganancia.” En términos generales esto equivale a que sin resistencia no hay fortalecimiento ni crecimiento. Sólo hay que leer el libro de Los Hechos para saber que la iglesia creció en medio de la oposición, tanto de judíos como de gentiles. Y no se manifestaba solamente de una forma verbal. Los primeros cristianos sufrieron encarcelamientos, azotes y hasta la muerte (lea Hebreos 11). Pero esto sirvió más bien para que la iglesia se fortaleciera y creciera. Como Josué y Caleb que eran diferentes a los otros diez espías y al resto de aquella generación, los cristianos primitivos, tenían “otro espíritu”. Sólo dos de esa generación entraron en la Tierra. Los otros diez murieron de una plaga allí mismo y todos los que siguieron su consejo murieron vagando en el desierto.

La oposición humana o diabólica, nunca ha sido un impedimento para la obra de Dios ni en tiempos pasados ni presentes ni lo será en el futuro. Más bien, Dios permite la oposición para probarnos y hacer de nosotros discípulos maduros. Esto no quiere decir que siempre vamos a ver el buen fruto de la prueba. Habrá ocasiones cuando no entenderemos por qué fuimos probados de esa manera, pero es ahí donde nuestra confianza en Dios nos lleva a aceptar que “todas las cosas ayudan para bien:..”(Romanos 8.28).

¿Qué producen las pruebas?
Veamos algunas cosas que las pruebas producen en el cristiano. En primer lugar, están diseñadas para producir el carácter de Cristo en nosotros. Todos sabemos (o debiéramos saber) que nacer de nuevo ocurre en el instante que reconocemos a Jesús como el Señor de nuestra vida. Pero que el desarrollo y crecimiento de nuestra esencia interior es progresivo. Pablo dice que no nacemos adultos en carácter. En 1 Corintios 3: 1-3 Pablo llama a los creyentes de Corinto “niños, “incapaces de asimilar alimento sólido” que “vivirán según criterios humanos”. De ninguna manera describe eso el carácter de Cristo. Las pruebas no son el único recurso que Dios tiene para madurarnos, pero es uno de los más efectivos si reconocemos que para eso son permitidas y nos dejamos llevar por el trato del Espíritu Santo. Hay cristianos que, como señal de inmadurez, hacen todo lo que pueden para impedir tener que pasar por pruebas.

Tampoco es como si Dios mandara o permitiera una prueba a un niño (recién convertido), diseñada para un adulto (cristiano maduro). Las pruebas para los recién convertidos generalmente tienen que ver primero con la familia, amigos, compañeros de trabajo, etc. que profesan otra religión. Es aquí donde se hace patente la necesidad de la iglesia para que los más maduros los rodeen con lazos de amor y los fortalezcan.

En segundo lugar, las pruebas ayudan a distinguir una verdadera conversión de otra superficial. En la parábola del sembrador en Mateo 13, Jesús habla de la semilla que “cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra, y pronto brotó, porque la tierra no era profunda; pero en cuanto salió el sol, se quemó y se secó, porque no tenía raíz” (versículos 5 y 6). El Señor la explica de esta manera: “El que oye la palabra es la semilla sembrada entre las piedras, que en ese momento la recibe con gozo, pero su gozo dura poco por tener poca raíz; al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, se malogra” (versículos 20 y 21).

También hay verdaderos cristianos que se enfrían, se apartan de la iglesia y las pruebas les ayudan a regresar al Señor. Yo sé que todos pasamos por períodos donde no estamos tan fervientes como debiéramos y Dios manda una prueba para hacernos volver nuestra atención a él. Hebreos 12:5-8 dice:
“Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda; porque el Señor disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo. Si ustedes soportan la disciplina, Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline? Pero si a ustedes se les deja sin la disciplina que todo el mundo recibe, entonces ya no son hijos legítimos, sino ilegítimos.”

En tercer lugar, las pruebas nos ayudan a poner a Dios en primer lugar. Debemos reconocer que Dios no nos pide que él ocupe el primer lugar en nuestra vida. Él lo exige. Es la única manera de establecer una relación con él. Toda relación verdadera y duradera con Dios se establece en un pacto. Para él no es suficiente un compromiso o entrega del 99% de nuestra vida. Es todo o nada. Mateo 10:37 dice:
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El que ama a su hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.”

Cuidado con lo que decimos
En Mateo 12:36 y37, el Señor dijo:
“Pero yo les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado. Porque por tus palabras serás reivindicado, y por tus palabras serás condenado.”

El significado de palabra ociosa es la “que no tiene fin determinado y se dice por diversión o pasatiempo.2 Las palabras de los diez espías no fueron ociosas eran negativas y tuvieron un efecto negativo en el pueblo de Israel que estaba al borde de la Tierra Prometida. Podríamos argumentar que los diez espías en realidad sólo encontraron un eco en el espíritu de los millones de personas que formaban el pueblo de Israel. (Por espíritu se entiende a la esencia de una persona que lo impulsa a pensar y a obrar.3) Desde que salieron de Egipto hasta aquí, estas mismas personas se habían quejado por todo lo que habían tenido que pasar, “sufrir,” y no cambiaron su manera de pensar cuando fueron sentenciados a vagar por el desierto por cuarenta años (ver Números 14).

No obstante, es erróneo pensar que los efectos de nuestras acciones y palabras no afectan a nadie, si acaso, sólo a nosotros mismos. Si así fuera el daño quedaría contenido. Pero hemos llegado a entender que “ningún hombre es una isla.” 4 Las palabras proceden del corazón y lo que está allí afecta primeramente nuestra relación con Dios para bien o para mal. Lo que está en nuestro espíritu se manifiesta en nuestras palabras y acciones y afecta también a los que están cerca de nosotros; a nuestros hijos y familiares y pueden afectar a mucha gente. Ha habido hombres en la historia reciente que han afectado la manera de pensar de naciones enteras con sus pensamientos anti Dios. Karl Marx con una forma de gobierno que ha llevado a la bancarrota a países enteros. Hitler que fue causa del exterminio de varios millones de personas. Freud, padre del psicoanálisis, quien propuso “teorías” adoptadas por muchos como planeamientos científicos que alejaron más aún al “mundo cristianizado de Dios.

La falta de fe de diez hombres y de toda una nación contrastó con la fe de dos personas que tenían “un espíritu diferente”. Desde luego que cada persona decidió a quien creería. Las matemáticas tuvieron una influencia determinante. Eran diez que decían no se puede y dos (que decían) que Dios siempre cumple sus promesas y debemos creerle sobre la preponderancia de evidencias naturales. Este es un principio que debe marcar la vida de todo hijo de Dios, pero como en este caso, no siempre es así. Hay muchos ejemplos que se podrían citar en nuestra propia vida y en la vida de otros en la iglesia.

La Biblia enseña que hay palabras edificantes y palabras destructivas. Efesios 4.29 y Proverbios 12.18 dicen: “No pronuncien ustedes ninguna palabra obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación y que sean de bendición para los oyentes.” “Hay gente cuyas palabras son puñaladas, pero la lengua de los sabios sana las heridas.”

Nuestra fe o falta de ella perjudica directamente a aquellos sobre los que ejercemos autoridad como nuestra familia natural inmediata y sobre hermanos en la fe, compañeros de trabajo, amigos y conocidos sobre los que tenemos influencia. Si decimos que creemos en Dios, debemos manifestarlo con palabras y acciones y que tenemos su Espíritu en nosotros. Mateo 7: 20 dice en otro contexto que las personas se conocen por el fruto que dan. El resultado de no creerle a Dios hizo que todo el pueblo, incluyendo Josué y Caleb vagaran por el desierto por cuarenta años y no entraron en las promesas de Dios aunque vieron y gustaron del fruto de la Tierra.

Reino de promesas
A Israel Dios le dio una Tierra Prometida. A la iglesia Jesús da un Reino de Promesas. En ambos casos la manera de alcanzarlas es la misma. Como Josué y Caleb, demanda tener un espíritu diferente al espíritu que reina en el mundo. 2 Pedro 1:3 y 4 lo dice de esta manera:

“Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia. Por medio de ellas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, puesto que han huido de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos.”

En síntesis, Dios ya nos dio todas las cosas que necesitamos para vivir como Cristo vivió y nos las dio por medio de sus promesas. La conquista de la Tierra Prometida es más que una historia. Es una enseñanza de cómo conquistar el Reino de Promesas que los cristianos tenemos por delante. Como ellos, tenemos que ser de “otro espíritu” y no ver sólo gigantes y murallas, sino las promesas que el Señor nos dio (lea Mateo 11:12).

Quien es de un mismo espíritu con el Señor creerá sus promesas y hablará lo mismo que él (Lea Romanos 10: 8-10). Quien es de un mismo espíritu con el Señor, hará lo mismo que él (Lea Santiago 2.17. El versículo 26 es más explícito cuando dice: “Pues así como el cuerpo está muerto si no tiene espíritu, también la fe está muerta si no tiene obras”).

Caleb es un hombre representativo del cristiano en el Nuevo Testamento. Usted y yo tenemos “un espíritu diferente;” el del Señor.

Notas
1. Watchman Nee, El poder sustentador de Dios, 6-7- http://www.unveiling.org/Articles/kept.html
2 y 3. Diccionario de la Real Academia Española
4. John Donne – Poeta inglés

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Valera Contemporánea.

Hugo M. Zelaya es fundador y pastor de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en Costa Rica. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica