Por Bob Sutton

 

 

«El humanismo es la filosofía de la naturaleza humana caída. No es un desarrollo de la comuni­dad intelectual moderna, sino más bien una fuerza espiritual que se remonta hasta las edades antes de la creación. El espíritu del hombre caído es descri­to a menudo en términos de una humanidad envile­cida, entregada a la corrupción y al pecado. Una re­presentación más acertada, sin embargo, es la que lo presenta como el anhelo del hombre de alcanzar noblemente su propio destino y hacer su propio ambiente por su propia determinación».

En años recientes, el cuerpo de Cristo ha esta­do despertando a la realidad de que el enemigo ha estado invadiéndonos lentamente y bajo nuest­ras mismas narices, por medio de una filosofía conocida como humanismo secular. Nuestra socie­dad y una gran parte de la iglesia, pareciera, haber aceptado o por lo menos haber sido influenciada fuertemente por el humanismo en los últimos cin­cuenta años, sin haberse percatado de cuán profundamente esta filosofía se ha apoderado del mundo.

¿Qué es el humanismo?

La séptima edición del Nuevo Diccionario de Colegiatura de Webster define al humanismo de la siguiente manera:

Una doctrina, actitud, o estilo de vida centra­do en intereses o valores humanos: esp: Una filo­sofía que afirma la dignidad y el valor del hombre y su capacidad para realizarse a sí mismo a través de la razón y que a menudo rechaza lo sobrenatural.

Los fundamentos de la filosofía humanista han sido enumerados en 1933 y luego en 1973 en dos manifiestos o declaraciones, por dos de sus exponentes más prominentes. Estos dos manifies­tos han sido llamados sencillamente Manifiesto Humanista I y Manifiesto Humanista Il. Hay dos declaraciones en el segundo manifiesto que son de interés particular para los creyentes en la com­prensión de los fundamentos de la filosofía huma­nista. Primero, el humanista declara: 

Encontramos insuficiente evidencia para la creencia de la existencia de lo sobrenatural; es insignificante o impertinente a la cuestión de la supervivencia y realización de la raza hu­mana. Como no teístas, comenzamos con los humanos no Dios, la naturaleza no la deidad.

Al llamarse a sí mismos no teístas en vez de ateístas, no niegan la existencia de Dios, sino que dicen simplemente que sea que El exista o no, Dios es impertinente a la experiencia humana. La distinción pudiese parecer menor, pero es impor­tante porque da lugar para la práctica del huma­nismo religioso que cree en Dios pero que se cen­tra en el hombre y sus necesidades.

Segundo, el Manifiesto declara:

. . . Las religiones tradicionales dogmáticas o autoritarias que sitúan la revelación, Dios, el ritual, o el credo sobre las necesidades y experiencias humanas hacen un des-servicio a la es­pecie humana.

Los humanistas declaran que no hay autori­dad sobre el hombre. Esto significa el derroca­miento espiritual del gobierno de Dios. El hom­bre y sus necesidades se sientan en el trono como el centro del universo y el resto es forzado a enfo­carse en él. El asunto se ha convertido entonces en quién gobierna.

El espíritu del humanismo

El humanismo es la filosofía de la naturaleza hu­mana caída. No es un desarrollo de la comunidad in­telectual moderna sino más bien una fuerza espiri­tual que se remonta hasta las edades antes de la creación. El espíritu del hombre caído es a menu­do descrito como humanidad envilecida, entrega­da a la corrupción y al pecado. Una representa­ción más acertada, sin embargo, es la que lo pre­senta como el anhelo de alcanzar noblemente su propio destino y hacer su propio ambiente por su propia determinación.

Es el mismo espíritu que vemos en Lucifer cuando dijo:  Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré se­mejante al Altísimo. (Isaías 14: 13-14).

El humanismo es satánico en su origen. Es el espíritu de la auto-exaltación y la autodetermina­ción. La tentación presentada a Eva fue el grito humanista: «Seréis como Dios … » La tendencia del pecado no es hacia abajo, sino hacia arriba. El espíritu del humanismo es el hombre elevándose a un lugar de gobierno y autoridad. Es el hombre que establece su propio gobierno para sí mismo y para la creación. El problema radica en que lo hace en su propio nombre y no como un repre­sentante del Señor del universo.

La declaración de la naturaleza caída es ésta: «Vamos edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre … «(Gen. 11:4).

La gran frustración del hombre en sus nobles empresas, sin embargo, es que nunca alcanza las metas que se pone. Sus proyectos siempre termi­nan en la frustración y en la ruina. Satanás aspiró alcanzar el trono de Dios y terminó con la boca llena de polvo.

Adán y Eva quisieron lograr la sabiduría y el conocimiento y descubrieron su propia desnudez. Los hombres en Babel quisieron hacer un nombre para sí mismos y terminaron esparcidos por toda la tierra – lo que estaban tratando de evitar. Cada vez que el hombre aspira a las alturas, se encuentra siempre con su propia necesidad y limitaciones.

En vez de reconocer que sus limitaciones son un resultado de su interrumpida relación con Dios, el hombre intenta, él mismo cubrir y corregir sus limitaciones. Cuando Adán y Eva descubrieron su desnudez se cosieron delantales de hojas de higue­ra para cubrirse ellos mismos – un sustituto muy pobre para las vestiduras de pieles de animal que el Señor les proveería más tarde.

Nuestra sociedad de hoy está llena de este ti­po de sustitutos. Los programas de bienestar social, las aspiraciones educacionales, los movimientos pro-derechos humanos, las legislaciones socialis­tas, el socialismo mismo, y otros esfuerzos simila­res son hojas de higuera que tratan de cubrir la desnudez del hombre en su condición caída. El hombre está empecinado en poner parches a la na­turaleza vieja y en tratar de reconquistar su lugar de autoridad y gobierno en la tierra. Tratar de ha­cerlo sin el poder y gobierno de Dios es acabar en posesión de un montón de hojas secas.

La historia del humanismo 

El humanismo tiene sus raíces en las socieda­des paganas antiguas. Su expresión más clara pro­bablemente fue en Grecia y en Roma que han te­nido una influencia directa en el curso de la cultu­ra occidental en su presente existencia.

El pensamiento griego y el romano estaban basados primordialmente en la razón y en la pro­pia habilidad del hombre para controlar su desti­no y suerte. Sus dioses, especialmente en las socie­dades más recientes, fueron representaciones im­personales de los destinos o personificaciones de las fuerzas naturales – no seres con quienes hubie­se una interacción y comunión personal. El resul­tado fue una sociedad centrada en el hombre.

Cuando Cristo vino, el Imperio Romano esta­ba en una transición que llegaría finalmente a la deificación del estado romano, en la que el empe­rador mismo era adorado como un dios. Esta últi­ma supremacía del estado en el mundo romano, fue la coronación del hombre y su autogobierno como soberano aparte de Dios. Fue en este con­texto que Jesucristo vino predicando el Reino de Dios.

La iglesia irrumpió en el mundo romano con la confesión radical de que «Jesús es el Señor». Los romanos de ese día adoraban al estado por ley y tenían que hacer sacrificios y libaciones al culto del emperador. De esta manera, declaraban: «César es el Señor». Los romanos no tenían problemas con que los cristianos adorasen a Jesús, pero cuando rehusaron confesar que César era el Señor, fueron considerados subversivos -enemigos del estado.

El conflicto iba más profundo que una ideo­logía política de ese tiempo. El conflicto entre César y Cristo era un tipo de guerra espiritual en­tre las fuerzas causantes de la rebelión del hombre contra Dios y del Reino de Dios mismo. Cuando los cristianos rehusaron confesar el señorío del es­tado, pagaron con sus vidas.

En el 312 D. C., sin embargo, las persecucio­nes terminaron con la llegada de Constantino, el primer emperador romano que aceptó el cristianismo. Bajo Constantino el cristianismo se con­virtió en la religión del estado y como resultado, la sociedad occidental fue «cristianizada».

Alrededor de 1200D.C., el humanismo comen­zó a surgir cuando los estudiosos de la iglesia co­menzaron a revivir y estudiar los escritos de la Grecia y la Roma clásica. Las semillas de este pe­ríodo de «Clasicismo», como se conoce, retoñó en el período conocido como Renacimiento. El Rena­cimiento se centró en este mundo, la naturaleza y la exaltación de la vida humana. Los hombres del Renacimiento no hicieron a un lado las escrituras y la ley de Dios; sencillamente formularon sus propias ideas e hicieron que los pensamientos es­pecialmente, de los escritores clásicos, fueran iguales con las Escrituras y la ley de Dios. Típico de los hombres con esta actitud fue Miguel Ángel, quien pintó al profeta Jeremías del Antiguo Tes­tamento junto con los profetas del Oráculo de Delfos en la Capilla Sixtina del Vaticano. Al fina­lizar el período del Renacimiento, el pensamiento cristiano y el no cristiano estaban en un mismo plano.

Poco tiempo después de los comienzos del Renacimiento, la Reforma en la Europa central y del norte, inyectó a la cultura occidental con la nueva corriente de vida que se centraba en la pala­bra de Dios y en la fidelidad a Su voluntad revela­da para el hombre y la sociedad.

Sin embargo, en los talones de la Reforma, el humanismo renovó su asalto sobre la cultura inte­lectual del hombre occidental con un movimiento llamado La Ilustración. Durante este período, en­tre 1600 y 1800 el humanismo del Renacimiento fue secularizado. Los principales intelectuales de este tiempo pudieron haber creído en «Dios», pe­ro era visto como un ser impersonal que después de haber creado al Universo, se había marchado. Era un Dios de lo natural, pero no había nada sobrenatural en El. Esto condujo a la descontinuación de todo lo sobrenatural, ya que Dios no se veía más interviniendo en los asuntos del hombre. Por lo tanto, los milagros, los actos del Espí­ritu de Dios, y la fe fueron puestos a descansar en las mentes de los principales pensadores de este período.

Estos hombres no eran ateístas sino no teístas. Dios ya no les era pertinente.

Al final del período de la Ilustración, sin em­bargo, el hombre fue confrontado de nuevo con su hoja de higuera seca. Sin un dios personal que se interesase por él este fue dejado al fatalismo y a la desesperación. Voltaire, quien es llamado «Pa­dre de la Ilustración», describe al hombre de esta manera: «Átomos atormentados en esta bola de arcilla, el deporte de la muerte, de la ventura aca­riciando la presa … Buscando a tientas en la oscu­ridad una luz que le guíe». 2

A pesar de esto, los hombres de la Ilustración afectaron directamente los fundamentos para el humanismo moderno y pavimentaron el camino para el pensamiento materialista y pragmático del mundo moderno que ha excluido a Dios del cua­dro y dejado al hombre para que traiga orden y sanidad a la creación. 

Hoy en día, entonces, hemos sido dejados con una mezcla de dos corrientes de pensamiento. Una tiene su origen en el Nuevo Testamento y en la palabra revelada de Dios al hombre. Nos ha lle­gado a través de la Reforma y es el río principal de lo que Dios está haciendo en la tierra por me­dio de Su iglesia. La segunda corriente se origina en la Grecia clásica y fluye a través del Renaci­miento y la Ilustración para convertirse en la filo­sofía moderna humanista o secularista.

Desafortunadamente, la división entre las dos corrientes no es tan clara como debiera serlo. El pensamiento cristiano adopta muchas formas: el conservador, el fundamental, el evangélico, el ca­rismático, el reformado y el tradicional. De la mis­ma manera el humanismo es expresado como hu­manismo religioso, comunismo, socialismo, libera­lismo, humanismo científico, y humanismo demo­crático.

Las dos corrientes se mezclan y fluyen juntas en muchos puntos y el reto para los cristianos que desean vivir por la palabra revelada de Dios es ver y entender esta mezcla y liberarse a sí mismos de toda la influencia humanística que les sea posi­ble. Para trazar una línea tan claramente como sea posible, necesitamos contrastar el punto de vista cristiano con el humanista y ver en que se diferen­cian los asuntos esenciales de la vida.

Cristianismo vs. humanismo

Queremos contrastar las enseñanzas del hu­manismo y el cristianismo en seis áreas básicas.

  1. Punto de vista del mundo.

Para los cristianos, el universo se centra en Dios y su voluntad. El gobierno de Dios existía antes de la creación y su propósito en el tiempo ha sido el de restaurar su gobierno hacia el buen orden del Universo. El ministerio de Jesús fue el de cumplir la voluntad del Padre. El propósito pri­mordial de la venida de Jesús y de su muerte en la cruz fue la de cumplir con la voluntad del Padre, y no la de salvar a un mundo perdido. Su enfoque estaba en el Padre, no en el hombre. Hoy Él reina con un propósito: Ver el gobierno de Dios esta­blecido en la Tierra de manera que la voluntad del Padre sea hecha (1 Cor. 15:23-28).

El humanismo centra la vida y su propósito en las necesidades del hombre. Es interesante notar que la primera cosa que Adán y Eva reconocieron después de haber quebrado su relación con el Se­ñor fue que estaban desnudos. Cualquier punto de vista del mundo o teología que se centre en llenar las necesidades humanas es básicamente humanis­ta, aunque ésta sea cristiana en su terminología y en su aplicación. Esto no significa que satisfacer las necesidades humanas no sea parte del ministe­rio cristiano. Quiero decir sencillamente que no debe de ser el centro de su enfoque. Nuestro enfo­que debe estar siempre dentro de la voluntad del Padre.

La principal diferencia aquí es de gobierno: ¿quién regirá las cosas finalmente? ¿Dios o el hombre?

  1. El Origen de la verdad

Para el cristiano, la verdad es revelada desde una fuente más elevada que su propia experiencia. Vive por la revelación objetiva de la palabra de Dios y la dirección subjetiva del Espíritu Santo. Para el cristiano, la verdad es absoluta. Es la mis­ma en el siglo XX y en el primer siglo cuando vi­vió Pablo. Es la misma para la sociedad americana o japonesa, para el hombre primitivo o el hombre culto. Hay una sola verdad para el hombre en el tugurio o en su piso lujoso. Es absoluta porque viene de un Dios que es absoluto y nunca cambia.

La verdad para el humanista es empírica y pragmática. Es decir, únicamente aquello que pue­de ser medido o experimentado puede ser llamado verdad. Esto elimina todo lugar para la fe como la entiende el cristiano.

El humanista moderno puede aceptar la ver­dad del cristianismo por una parte y la de Hare Krishna al mismo tiempo. No hay contradicciones para él porque cualquier cosa que le funcione puede ser verdad, pero no hay verdad en un senti­do final y absoluto. Aquí es donde la mayor parte del movimiento de Jesús perdió su camino. Los jóvenes aceptaron a «Jesús» pero en la realidad, Jesús era solamente otro «escape», semejante a una experiencia con drogas o meditación oriental. Aunque muchas de sus experiencias con Cristo eran genuinas, a menudo estaban desprovistas de cualquier comprensión de la verdad en un sentido absoluto como por ejemplo, que la verdad del evangelio es real a pesar de lo que ellos experi­mentasen. Puesto que su comprensión de la ver­dad estaba basada únicamente en lo que ellos ex­perimentaban y no en los absolutos de la palabra revelada de Dios, cuando sus experiencias se des­vanecían, su fe desaparecía también.

  1. Moral, ética y ley

Debido a que la verdad sobre la vida para el cristiano es revelada, también lo es la verdad, la ética, y la ley. Dios ha dicho, claramente: «no ha­rás». Para el creyente esto lo resuelve todo. Dios nunca ofrece estadísticas o razones para respaldar sus mandamientos; tampoco dice «hazlo porque es lo mejor». Lo que dice es «hazlo porque Yo soy el Señor». Un acto inmoral es malo para el creyente no porque destruya su propia vida o hie­ra a alguna otra persona, sino porque ofende a Dios. Para nosotros la moral y la ética son absolu­tas.

El Manifiesto Humanista II declara … » Los valores morales derivan su fuente de la experien­cia humana. La ética es autónoma y de situación, y no necesita ninguna sanción teológica o ideoló­gica» (suyas las cursivas). En otras palabras, no hay nada fuera del hombre por la que se pueda juzgar una acción o situación y decir si es buena o mala. La moralidad de la situación se deriva de la necesidad del momento. Por lo tanto, el adulterio puede ser malo si hiere a alguna persona, pero bue­no si ayuda a algún matrimonio; esto se llama «ética de situación».

Este acercamiento a la ética afectará final­mente a las leyes y al sistema legal de una socie­dad. Ya que la ley está basada en un código moral, la ley se regirá por la situación si el código moral también se rige por la situación. Nuestra sociedad se está dando cuenta que sus leyes ya no concuer­dan con la comprensión del pueblo de lo que es el bien y el mal, como por ejemplo, la pena capital, las leyes sobre el uso de la marihuana, la sodomía, las que definen la responsabilidad matrimonial. etc. RJ. Rushdoony dice en su libro The Institu­tes of Biblical Law:

La crisis legal se debe al hecho de que la ley de la civilización occidental ha sido cristiana, pero su fe cada día es más humanista. Por lo tanto, la ley antigua no se comprende, no se obedece, ni se pone en vigor. 3  

«La sociedad tradicional cristiana, según la hemos conocido, está en su lecho de muerte».

  1. El hombre

Las escrituras nos enseñan que el hombre está en un estado caído y su inclinación natural es hacer el mal y revelarse contra la voluntad de Dios. La única voluntad para su vida está en la reden­ción por medio de Jesucristo y la santificación por el Espíritu Santo. El hombre aparte de Dios está en un estado de desesperanza.

La filosofía humanista ve al hombre corno producto de su medio ambiente. El hombre, sien­te el humanista, acabará bien si le permitimos de­sarrollarse libre de las corrupciones sociales y tra­dicionales que se han interpuesto en su novilidad. El efecto de este sentimiento ha resultado en la proliferación de la legislación social que es en rea­lidad el intento de perfeccionar los defectos hu­manos por medio de la corrección de su medio. El criminal, por lo tanto, se convierte en la víctima de la sociedad ya que ésta es la que ha creado el medio ambiente que forzó su conducta criminal. Según el pensamiento humanista, la sociedad está obligada a rehabilitarlo y corregir los defectos de su medio ambiente por los que es responsable.

El movimiento pro los «derechos» son un en­gendro de este tipo de pensamiento. La igualdad en la sociedad, según se proclama hoy en día, es un concepto humanístico que dice en realidad: Ningún hombre o mujer puede estar por encima de otro, pues esto haría a él o a ella menos que una persona». Rushdoony comenta sobre este punto de la siguiente manera:

El igualitarismo es un concepto moderno po­lítico – religioso: No existía en el mundo y no puede ser forzado honestamente sobre la ley bíblica. El igualitarismo es un producto del humanismo, de la adoración de un nuevo ído­lo, el hombre, y de una nueva imagen labrada en la imaginación del hombre.» 4

  1. La educación

La educación para el cristiano debe ser un en­trenamiento en los caminos de Dios. Es un entre­namiento de cómo vivir en la vida. «Instruye al niño en su camino. . .» es la amonestación. Hay un camino determinado para el niño que es la ley de Dios.

La mayoría de la gente no se da cuenta, pero las escuelas del estado son por lo general entera­mente humanísticas en su acercamiento a la edu­cación. John Dewey, el «padre de la educación progresiva», quien ha sido uno de los educadores con mayor influencia de este siglo, fue uno de los firmantes del Manifiesto Humanista 1 en 1933. El punto decisivo en las escuelas del estado en este día no es la oración, la lectura de la Biblia, o la educación sexual. Estos son como dolores de ca­beza comparados con el cáncer del cerebro. Lo que está en juego es que los niños están siendo adoctrinados por el humanismo durante más horas durante el día que las que son instruidos en la pa­labra de Dios. En 1961 la decisión de la Corte Su­prema de Los Estados Unidos en el caso Torcaso vs. Watkins declaró que el humanismo secular era una religión igual que el budismo, taoísmo y otras. Si el humanismo secular es la filosofía básica de las escuelas del estado, entonces hay poca dife­rencia, visto desde la perspectiva cristiana, entre el entrenamiento recibido en escuelas dominadas por el humanismo y cualquiera otra dirigida por una religión pagana.

La educación moderna está cosiendo hojas de higuera para cubrir la desnudez del hombre. La educación moderna quiere que un niño se desarro­lle «naturalmente», libre de las prescripciones reli­giosas y de inhibiciones tradicionales. El autode­sarrollo, en lugar de la dirección y el entrenamien­to, es el enfoque humanista.

  1. El gobierno

«No hay autoridad sino por Dios», declaran las Escrituras, «y las que existen, por Dios son constituidas» (Rom. 13: 1). El gobierno de acuer­do al punto de vista cristiano del mundo, deriva su autoridad desde arriba: Dios ha dado a los go­biernos el derecho de gobernar. De acuerdo a es­to, los gobernantes y sus oficiales son responsa­bles ante Dios y no ante pueblo por la manera en que gobiernen. Lo mismo es verdad en la iglesia y la familia. En la iglesia, los líderes darán cuentas a Dios por sus acciones, y en la familia el esposo, no su esposa ni sus hijos, tendrán que responder a Dios por la manera en que la dirige.

El gobierno humanista deriva su autoridad del pueblo. Los romanos ostentaban en sus estandar­tes las siglas SPQR, Senatus Populusque Romanus «El Senado y el Pueblo Romano». Este era el fundamento de la función del gobierno romano, ­el pueblo. Hoy en día, nuestro gobierno se maneja mayormente por consenso-lo que el pueblo quiere. Es el gobierno del 51 %. Los oficiales elegidos ya no miran a la ley de Dios para hacer sus deci­siones, sino a las encuestas de la opinión pública.

El gobierno del 51% también se extiende en nuestras vidas privadas. Si Masters y Johnson di­cen que la mayoría de las personas tienen relacio­nes sexuales antes del matrimonio, entonces debe de ser bueno, porque la mayoría de las personas lo hacen. La mayoría se convierte en la norma. Eso significa que, si los cristianos se convierten en la minoría en cualquier punto de debate, ya no se les verá más como sólo «diferentes» sino que se les considerará «anormales».

El extremo de esto se ve en los países comu­nistas donde los cristianos son enviados a menudo a hospitales mentales como «desviados» porque no están de acuerdo con el «pueblo». La otra al­ternativa es la prisión como subversivo político porque el cristiano no puede confesar el señorío del estado, una situación no muy diferente a la Roma antigua. Estos son algunos de los peligros de una sociedad gobernada por la voz del 51%.

¿Qué viene después?  

La sociedad cristiana tradicional, como la he­mos conocido, está en su lecho de muerte. Nues­tra sociedad no es solamente secular con su estilo de vida y punto de vista del mundo; sino en su pensamiento y filosofía. Mientras la sociedad, y también la iglesia, se desnudan de las vestiduras de una larga tradición, hay dos alternativas que se a­bren ahora. Una es la de transigir y vivir bajo al­guna forma de humanismo; la otra es la de entrar bajo los mandatos del Reino de Dios.

El humanismo ofrece tres formas:

Primero, el optimista. El Manifiesto I1 declara:

Usando sabiamente la tecnología, podemos controlar nuestro medio ambiente, conquistar la pobreza, reducir marcadamente la enferme­dad, extender nuestro tiempo de vida, modifi­car significativamente nuestra conducta, alte­rar el curso de la evolución humana y del desarrollo cultural, desatar nuevos y grandes poderes, y proveer a la humanidad con la oportunidad sin paralelo de alcanzar una vida abundante y significativa.

El humanista optimista ve el amanecer de una nueva era por medio de la tecnología y la ciencia. Sería la utopía de un nuevo mundo. B.F. Skinner dice en Beyond Freedom and dignity «Todavía no hemos visto lo que el hombre puede hacer por el hombre». El humanismo optimista ve al hombre aferrándose finalmente a la corona del domi­nio; ha comido del fruto y se ha hecho sabio; ha alcanzado un nombre para sí mismo en la crea­ción y ha cubierto su propia desnudez.

La segunda forma del humanismo, sin embargo, es pesimista. Ve al hombre como es en reali­dad. Entiende que las hojas de higuera se han se­cado y el hombre queda desnudo de nuevo. En The Dust of Death, Os Guinness, un escritor evan­gélico dice:

El espectáculo desnudista del humanismo, marca el crepúsculo del pensamiento occidental al ser expuesto como una masa de tensiones tortuo­sas y torcidas, contradicciones, oscilaciones, pola­rizaciones -proviniendo de las alienaciones de hombres que no pueden explicarse a sí mismos ni a su universo. 6  

Arthur Koestler resumió muy bien el punto de un humanista pesimista cuando dijo: «La Na­turaleza nos ha burlado, Dios parece haber dejado el teléfono desconectado y el tiempo se acaba»7, para el Humanismo pesimista, sólo queda el vacío y la oscuridad de una realidad desnuda sin Dios. ¿La respuesta? escapar, hacer lo suyo, entrar en órbita – comer, beber y divertirse.

La tercera alternativa es alguna forma de hu­manismo religioso. Este va desde el liberalismo extremo y el evangelio social a formas de huma­nismo carismático centrado en el hombre y la obligación de Dios de llenar sus necesidades. El peligro más grande de la iglesia de nuestro siglo no es el humanismo ateístico, sino el religioso lleno de actividades religiosas, pero sin contenido, sin sa­crificio y sin poder.

La única alternativa para el humanismo es la realidad del Reino de Dios. El reto está puesto de­lante de la iglesia de hoy para que sea la demostra­ción visible de una realidad viable, que se centra en Dios Su ley y Su voluntad. Nuestro mensaje tiene que ser más que palabras y predicación por­que las palabras han perdido su potencia en el mundo moderno.

Tenemos que ser capaces de decir: «Ven con­migo y te mostraré lo que significa ser un cristiano».  

La sangre de los mártires en el siglo veinte ha sido derramada en la lucha contra las fuerzas de los sistemas y de las ideologías humanistas. La prueba para la iglesia en la sociedad occidental no puede estar muy lejos. Dios está sacudiendo todo lo que se puede sacudir. El humanismo está sien­do expuesto y la hoja de higuera se está secando.

Nuestro reto es estar firmes y cubiertos con vesti­duras de justicia y ser una demostración de la rea­lidad del evangelio del Reino.

«Ninguna deidad nos salvará: Debemos sal­varnos nosotros mismos». Manifiesto Huma­nista II.

«Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; El Mismo nos salvará». Isaías33:22.  

  1. Séptima edición del Nuevo Diccionario de Co­legiatura de Webster, p. 404.
  2. The Western lntellectual Tradition, por Bro­nowski, J. y Mazlish, B. (Harper Torch Books, New York, 1960), P. 257.
  3. The lnstitutes of Biblical Law por Rushdonny, RJ. (The Craig Press, 1973), p. 77.
  4. Ibid; p. 100.
  5. Beyond Freedom and Dignity, por Skinner, B.F. (Alfred A. Knopf; New York 1971), p215
  6. The Dust of Beath, por Guinness, Os. (Inter­varsity Press; Downers Grove, 111; 1973, p 35).
  7. Ibid; p. 148.

Bob Sutton, es graduado de la Universidad Es­tatal de Florida, donde obtuvo experiencia en el ministerio con la Cruzada Universitaria In­ternacional para Cristo. Sirvió como editor de New Wine durante cuatro años. En 1976 se dedicó a trabajar de lleno en un ministerio en las cárceles.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Volumen 3-Nº 5 febrero 1980