El poder de una comunidad que testifica.

Por Ern Baxter

Recientemente estuve ministrando en una na­ción de ultramar que está bajo una particular ten­sión por la crisis que confronta, y me vi impulsa­do una y otra vez a regresar al cristianismo básico descrito por nosotros en Las Escrituras. Me di cuenta que todos nuestros avanzados, sofisticados y humanamente embellecidos métodos con los que hemos pretendido conducir al cristianismo, han fracasado miserablemente. Tal fracaso me ha motivado a buscar desde el principio para ver có­mo comenzó todo y tratar de conjeturar una ra­zón por la que se ha metido en el enredo en que está. Creo haber encontrado alguna respuesta. Sé que no las tengo todas, pero compartiré algunas dimensiones nuevas que Dios me ha mostrado en mi espíritu.

No creo que cuando Dios diseñó los funda­mentos para su reino y su propósito, no estuviese consciente de lo que iba a suceder en la historia. No creo que El, que ve el principio y el fin de las cosas, haya sido sorprendido por la explosión de­mográfica, o la contaminación ambiental, o por los avances tecnológicos. No creo que hubiese una de las estrategias de satanás que le fuesen desconocidas. El tenía a su alcance el cuadro total cuando diseñó el fundamento sencillo y dinámico por medio del cual se establecería su reino para que su gloria cubriese la tierra como las aguas cu­bren la mar.

Con esta confianza en Dios y en su omnipo­tencia y omnisciencia, me encontré regresando re­petidamente a los comienzos del cristianismo para ver cuáles son las intenciones fundamentales y bá­sicas de Dios y lo que descubrí fue realmente sen­cillo.

Ganando almas

Primeramente, vi dos formas de ganar almas en el Nuevo Testamento. Una era el resultado del ministerio de los apóstoles, los profetas y evange­listas que acompañaban a Pablo a Pedro y a los o­tros apóstoles. El Nuevo Testamento parece enfo­car a dos hombres: Pedro, que representa el minis­terio a los judíos y Pablo, representando el minis­terio a los gentiles.  Si tomamos a Pablo como ejemplo, sin ignorar a Pedro, lo vemos salir de An­tioquía, enviado por el Espíritu Santo, a lugares estratégicos para evangelizar y establecer iglesias en toda el área y luego mudarse a otro lugar.

Éfeso, donde estuvo poco menos de tres años, es un buen ejemplo. Se dice que la obra de Pablo allí consistió en discutir por cinco horas «todos los días en la escuela de Tirano. También dice la Escritura que durante su permanencia en Éfeso, «todos los que vivían en Asia oyeron la Palabra del Señor». Si Pablo estuvo enseñando por cinco horas diarias en un sólo lugar, no la pudieron oír por medio de su predicación. Pero en su compa­ñía había ministerios de profetas y evangelistas y otros asistentes (como Timoteo, Tito, Aristarco, Epafrodito y otros jóvenes que se desarrollaban en el ministerio) – que salían de este centro apos­tólico de autoridad para establecer iglesias como las que encontramos todavía floreciendo en el año 96 D C y a quienes el Señor envía sus mensajes en el libro de Apocalipsis.

Los apóstoles nunca regresaron al mismo lugar para hacer el mismo trabajo. Una vez que una compañía apostólica había establecido una iglesia, la segunda fase para ganar almas comenzaba a en­focarse: el «crecimiento». Podemos llamar esta primera fase la de «plantar»; y la segunda fase de ganar almas de «crecimiento». Lo que la compa­ñía apostólica plantó tenía en sí mismo las semi­llas de su propio crecimiento. El Cuerpo producía su propio crecimiento.

Una vez que el Cuerpo era plantado en la loca­lidad, el que plantaba nunca tenía que regresar pa­ra volver a plantar. Es cierto que regresaban, pero para animar, confirmar y exhortar a los creyentes a continuar en lo que estaban haciendo. Una vez establecido el plantío entonces las semillas del crecimiento pasaban del plantador a la planta y a­sí el Cuerpo crecía por sí mismo.

El ministerio continuado dentro del Cuerpo provenía de los pastores-maestros. Dios levantaba a estos hombres para que fuesen los supervisores permanentes de la iglesia que se había plantado. Para mí ellos son los más importantes de todos los ministerios descritos en Efesios 4. Creo que los a­póstoles son muy importantes, así como lo son los profetas y evangelistas, pero no creo que haya un ministerio tan importante en el establecimien­to completo de la comunidad de Dios como los pastores que levanta Dios.

Valga decir que un verdadero pastor en una comunidad redimida es tan sobrenatural y caris­máticamente dotado, capacitado y levantado por el Cristo resucitado como lo es un apóstol, un profeta o un evangelista. El pastor no es ningún ministerio de segunda clase, porque su función es la de llevar a la comunidad redimida a reinar con autoridad en la tierra. «La tierra» es esa área en particular donde habita la comunidad. La comuni­dad redimida de Fort Lauderdale no puede ejercer influencia inmediata en París, Francia, pero sí en su localidad. El mundo de su influencia está en el lugar donde usted vive.

Si cada comunidad redimida ejerciera la auto­ridad que Dios le ha dado en su lugar, esa porción de la tierra sería llevada bajo el señorío del rey Je­sús. Y si todas funcionaran en toda la tierra con esta autoridad, la gloria del Señor cubriría la tie­rra como las aguas cubren la mar.

La unidad, base para el evangelismo

En varias ocasiones el Señor habló de su pro­pósito para venir a la tierra. Juan 17 sintetiza el diseño original de Dios. Este pasaje es bien cono­cido y por eso se corre el riesgo de ignorarlo.

Yo ya no estoy en el mundo; pero ellos si es­tán en el mundo, y yo vaya ti. Padre Santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como noso­tros. (Jn.17:11).

Este versículo nos dice que estamos en el mun­do. Y dice que debemos de ser uno. No deseo in­yectar una nota de derrota aquí, sino de realidad. Si hay algo que ha querido desanimarme y sacar­me del espíritu en años recientes, es la condición fragmentada, rasgada y desgarrada en que está el pueblo de Dios en toda la tierra. Digo esto para que cuando oremos por las condiciones en varias partes de la tierra, una de nuestras peticiones bási­cas sea que Dios de alguna manera nos lleve a la crisis providencial que nos ha de empujar a los brazos de nuestros hermanos y lleguemos a ser así una comunidad de poder.

Todo reino dividido contra sí mismo es asola­do. Jesús lo dijo, es una máxima y es irreversible. Un reino dividido no puede durar contra la inva­sión ni puede reunir la suficiente fuerza para lan­zar una ofensiva con éxito.

Esta apasionada oración de Jesús contiene un tremendo depósito de verdad: que nosotros que estamos en el mundo somos el objeto de su ora­ción – y esta es para que lleguemos a ser uno. En­tonces en el versículo 21, Jesús continúa su ora­ción por nosotros de esta manera:

No te pido sólo por éstos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos; para que todos sean uno; como tú, Pa­dre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.

Y la Gloria que me diste les he dado; para que sean uno, así como nosotros somos uno. (Jn 17:20-22).

La gloria, que significa reflejar fielmente el ca­rácter de Dios, se convierte en el elemento de nuestra unidad. La manifestación de la gloria de Dios es la demostración visible de sus atributos in­visibles. No podemos tener unidad sin estar uni­dos en gloria, que significa vivir de acuerdo a los principios del reino de Dios según nos son revela­dos en Cristo.

Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfec­cionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que les amaste tal co­mo me has amado a mí. (vs. 23).

El propósito de la venida de Jesús es entonces, la de manifestar al Padre por lo menos a estos doce hombres que Dios le había dado. Ellos a su vez, publicarían su Palabra, y muchos miles de hom­bres y mujeres a través de la tierra y del tiempo creerían esa Palabra. Esta era la oración de Jesús para aquellos que creyesen: «Una cosa te pido, Padre, que los que crean la Palabra apostólica en todos los tiempos sean uno; porque solamente siendo uno el mundo conocerá y creerá que tú me has enviado».

Este es un evangelismo que se lleva a cabo con el ejemplo testificador de una comunidad. El mundo ha oído nuestros sermones, ha leído nues­tros libros y tratados, ha visto nuestros programas de televisión, pero todavía espera una demostra­ción de lo que el Señor oró.

El mundo se puede asombrar por un milagro. Se puede conmover con algún poder prodigioso. Si alguien fuese levantado de los muertos causaría un impacto temporal donde sucediese. Pero pron­to se olvidarían y las cosas regresarían a su estatus quo. Lo que el mundo no puede ignorar es un cuerpo de hombres y mujeres funcionando dentro de una sociedad alterna como parte del reino de Dios, y demostrando la armonía de su función conjunta y reproduciendo la vida en su forma más elevada. Cuando el mundo lo vea no lo podrá ig­norar. Podrá olvidarse de los milagros, pero no de una comunidad donde su gente esté sujeta al seño­río de Cristo.

La iglesia primitiva

Es interesante que no tenemos que esperar pa­ra un «feliz mañana». En Hechos 2 tenernos un ejemplo exacto de la respuesta a la oración de nuestro Señor. El Espíritu Santo había sido derra­mado y los judíos devotos habían respondido a lo que habían visto. Algunos dijeron que estaban e­brios pero otros se quedaron para oír la predica­ción de Pedro. En el versículo 14 dice: «Enton­ces Pedro, poniéndose de pie con los once … » Es­to es todo lo que quiero que veamos por ahora. La unidad no comienza en el punto de la comuni­dad sino en los líderes.

El problema no radica en las personas de la congregación. El problema está con los predicado­res, los pastores y los líderes. Tal vez algunos cre­an que no es bueno compartir este conocimiento con las ovejas, pero lo hago para que las ovejas puedan orar por sus pastores.

Satanás sabía, antes de que los militares lo descubrieran, que si se elimina al líder se afecta a todos los que le siguen, Cuando se mata a un rey, el reino entero es afectado. Por eso es que en el Antiguo Testamento cuando un rey, un príncipe o un líder pecaba, tenía que traer un sacrificio mayor a Dios para expiar por sus pecados – por­que su pecado era más serio que los del pueblo. Toda la comunidad estaba involucrada con el ejemplo de su pecado.

En Hechos 20: 28 Pablo deposita la responsa­bilidad sobre los líderes. El señala a los pastores y a los ancianos de Éfeso y les dice: «Tened cuida­do de vosotros».

Los líderes en Hechos 2 estaban en unidad.­ «Pedro, poniéndose de pie con los once .. .» El ministerio estaba unido y esa fue la clave, Me pre­gunto si nosotros nos uniéramos como ellos, si no podríamos ver también a tres mil almas venir al Señor en un día.

En el versículo 38, el sermón llega a su clímax y el apóstol hace un llamamiento. La gente, com­pungida de corazón, pregunta: «Hermanos, ¿qué haremos?» Entonces Pedro toma esta oportuni­dad para moverlos con dinamita a que entren en el reino de Dios y dice: «Arrepentíos y sed bauti­zados cada uno de vosotros en el nombre de Jesu­cristo para perdón de vuestros pecados, y recibi­réis el don del Espíritu Santo». (Hechos 2:38).

El bautismo en el cuerpo

La mejor figura para ilustrar el significado de la palabra bautismo, es la obra del tintorero, en la que una pieza de tela es sumergida en un recipien­te con tintura y la pieza entera toma el carácter y el color del tinte. Hay un sólo bautismo, pero tie­ne tres aspectos. El primero es el bautismo en agua en el que nos vemos totalmente rodeados de agua. Entonces está el bautismo en el Espíritu y es el Espíritu Santo el que nos envuelve totalmen­te, pero la Biblia dice también que en este acto so­mos bautizados en el Cuerpo. En el bautismo en el Cuerpo nos vemos totalmente rodeados por gente. Yo creo que es este último aspecto el que hemos perdido de vista. Es de suma importancia que enfaticemos el significado completo del bautismo; que una persona no solamente es sumergi­da en agua y en el Espíritu, pero que también su bautismo es dentro de una comunidad de perso­nas con quienes pasará el resto de su vida, resol­viendo todas sus situaciones cotidianas, porque ahora estas afectan a la comunidad entera en sus relaciones. En este aspecto hemos fracasado ro­tundamente.

Haré un paréntesis aquí para indicar que he­mos fracasado en este aspecto porque lo hemos teologizado. Hemos dicho que el bautismo en el Cuerpo es algo misterioso que sucede en alguna parte cuando Dios soberanamente nos coloca den­tro de alguna clase de Cuerpo. Yo no creo que el asunto sea tan fantasmal. Al contrario, su impli­cación es muy práctica. Cuando alguien viene a Cristo y es bautizado y recibe el don del Espíritu Santo, también es bautizado en el seno de un cuerpo de personas. Y cuando sale de las aguas y ve a su alrededor, lo que ve es a su familia y a la comunidad en la que ha nacido, bien podría exclamar: «Esta es mi gente».

Hace algunos meses estuve en una congrega­ción de Portland, Oregón. Una joven mujer, a quien había conocido desde su infancia, pidió permiso para decir algunas palabras. Ella es una mujer brillante y líder del departamento de músi­ca de esa congregación y su testimonio fue muy conmovedor.

Acababa de dar a luz a una criatura y había tenido problemas serios durante el alumbramien­to, de tal magnitud que la iglesia entera había es­tado ayunando y orando. El resultado fue que Dios obró un milagro y trajo al niño a este mundo contra todos los pronósticos médicos, porque los doctores habían dicho que era imposible que el niño viviera.

«He traído a mi niño esta mañana para que todos ustedes lo vean». Eso era suficientemen­te conmovedor. Pero fue lo que dijo después lo que realmente me tocó: «Y he traído a mi hijo para que él los vea a todos ustedes. Yo le he di­cho: «Quiero que conozcas a esta gente, porque ellos son las personas entre los que crecerás». Yo escuché todo esto con lágrimas en mis ojos y di­ciendo: «Dios, esta mañana he oído la afirmación de lo que significa pertenecer a la comunidad cris­tiana – que traiga todo, a mí mismo, a mi esposa, a mis hijos, a mi dinero, mi ganado, mis rebaños, a la comunidad de la nación de Israel, la nación santa de la que habla 1 Pedro 2. Y que él comuni­que a mi esposa, a mis hijos ya mis rebaños: «Aquí es donde perteneces. Esta es tu gente. Aquí es donde vas a pasar tu vida. Disponte a conocerlos porque tú eres parte de esto. Has sido circunci­dado y llevas la marca del pueblo de Dios».

Después de la exhortación de Pedro de arre­pentirse y de bautizarse vemos el resultado en He­chos 2:41: «Entonces los que habían recibido su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil almas». ‘

Aquí no se habla de nada místico ni de algún cuerpo invisible. Todo lo que sucede es de un rea­lismo terrenal. Fueron bautizados en agua, llenos con el Espíritu Santo y añadidos a la Iglesia. Ha­blar del cuerpo, místico está bien, pero yo no lo puedo ver, ni el mundo tampoco, y Jesús oró por nuestra unidad para que el mundo pudiera verla y creer en él.

Estabilidad

Hechos 2:42 dice que los que recibieron la Pa­labra permanecían firmes en la enseñanza de los apóstoles, la comunión, el partimiento del pan y la oración.

Sus pensamientos no estaban puestos en el cielo. No, todavía no. El cielo es parte de la herencia total, pero no es el siguiente paso inmedia­to a la salvación. Lo que sigue es que se comienza a conocer a la familia: a la hermana Lija, al her­mano Alfiler, y ese grupito que te molesta tanto y por medio del cual Dios va a comenzar a trans­formar tu carácter. Muchos protestarán y pregun­tarán al Señor lo que significa todo esto. Dios les dio una poderosa entrada a su comunidad para que cuando las cosas se volvieran difíciles perma­necieran firmes. Es difícil continuar dedicados si no se hace dinámica y sobrenaturalmente en el reino de Dios.

Muchos no lo logran. Hay cientos y miles de hombres y mujeres que han tenido cierto encuen­tro con Cristo, pero que no han continuado dedi­cados. Recuerdo que cuando vine a Dios sobrena­turalmente con una sanidad milagrosa y un bautis­mo dinámico en el Espíritu, pensé que todos los cristianos eran ángeles -hasta que descubrí lo con­trario. Después de cuarenta años de experiencia, he descubierto que mi problema más grande no es el hablar en lenguas, cantar en el Espíritu, o coros, sino llevarme con mi hermano. El problema de mi hermano es llevarse conmigo. El problema de todos es la gente. El bautismo en agua es sencillo. El bautismo en el Espíritu Santo es grandio­so. Pero el bautismo en el Cuerpo es el problemá­tico. Requiere nuestra dedicación continua.

Cuando no hay dedicación estable, el resulta­do por lo general es la separación. Cuando las co­sas se ponen difíciles los cristianos se dejan de congregar y no dan un testimonio unido en el mundo.

Hace poco tuve la oportunidad de hablar en una conferencia donde había una representación del 63 % de la fuerza misionera de ese país en particular. Cuando terminé, algunos de ellos se mostraron resentidos; pero otros reconocieron el problema en que estaban. No sé si fui de gran a­yuda, pero lo que les dije fue que era mejor que se buscaran el uno al otro y aseguraran unidos una solución a los problemas que encaraban. Hay poca esperanza cuando se ve a los misioneros tan divi­didos denominacionalmente, más viciosa y vigoro­samente en sus respectivos campos que en su país de origen.

Salí de allí con pesadez en mi corazón para ministrar en otra reunión en el mismo país. Había varios cientos de personas en la primera reunión y Dios me dijo: «En esta congregación está la salva­ción de esta nación, pues aquí tengo a los apósto­les, los profetas, los evangelistas y los pastores que llevaran la salvación a su propia nación». El pro­pósito de Dios es el de levantar hombres en cada nación para que lleven ellos mismos el mensaje de salvación a su propia gente.

Atando al hombre fuerte

Al siguiente día Dios me dijo lo que debía de hablar esa noche. No lo hace con frecuencia pero me hizo ver que aunque aquellos fuesen apóstoles, profetas, evangelistas y pastores, que su máxima prioridad era la de atar al hombre fuerte. Cuando se lucha contra los principados y potestades de las que hablo ahora, no es como cuando se pelea contra un demonio pequeño. Cualquier creyente que opere en terreno cristiano normal, puede e­char fuera a un demonio. Pero ninguno de noso­tros sería tan insensato como para confrontar solo al principado de la Florida. Es más, no creo que es lo que Dios quiera. Este rango de potestad de­be ser confrontado por la comunidad que opera en pluralidad.

Jesús enseñó que si se quiere tomar el palacio y los bienes de un hombre fuerte, hay que domi­nar primero al hombre fuerte, asumiendo que se es más fuerte que él. El hombre más fuerte fue y sigue siendo Jesús, manifestado en nuestros días corporativamente en el hombre maduro de Efe­sios 4. Yo creo que cualquier individuo cristiano puede echar fuera a un demonio, pero únicamente el Cuerpo unido tiene la autoridad para hacer la guerra contra los príncipes y potestades que go­biernan las tinieblas.

Yo supe, tan pronto recibí esa palabra, que tendría una confrontación satánica. Ya había experimentado estos ataques antes. Después de un culto sublime de alabanza y de adoración en el que me atreví a venir contra el principado de Ha­waii, uno de los más diabólicos y poderosos del pacífico, al día siguiente, casi tenemos una muer­te en la familia, y todos los indicios señalaban que era una reacción contra lo que había hecho.

Este no es lugar para presumir ni para ligere­zas ni frivolidades; ni para llamar al diablo con nombres extraños o cantar tonterías. Cuando Ju­das dice que el arcángel Miguel no se atrevió a proferir juicio de maldición contra satanás sino que llamó al Señor para que lo reprendiera, nos enseña la solemnidad de nuestra tarea. Insultar al diablo y burlarnos de su reino no dará el resultado deseado.

La fuerza más grande para la salvación de las almas no se logra con trucos ni con la maquinaria del evangelismo moderno; esta vendrá cuando nos demos cuenta que las almas de los hombres están atadas en el infierno por un poder satánico que só­lo se puede romper con la oración intercesora, el ataque y el asalto autoritario del pueblo de Dios. Una vez que el hombre fuerte es dominado se puede entrar y despojar el palacio de su botín.

Esa noche cuando entré al auditorio para mi­nistrar, fui atacado de repente con un agudo dolor de cabeza. Por experiencias pasadas sabía que estos podrían durar entre tres a cuatro horas, así que le dije al hermano que estaba a la par mía:

«Pídale a los hermanos que vengan contra los po­deres de las tinieblas y veamos que sucede». Cuan­do la congregación comenzó asaltar a los poderes de las tinieblas, mi esposa Ruth y yo, sin saber lo que estaba sucediendo con el otro, nos enojamos contra satanás. En ese momento hice una declara­ción que sabía resultaría efectiva contra los pode­res satánicos que habían osado atacarme. Como en quince segundos mi visión que había estado perturbada por el dolor de cabeza se aclaró y la agudeza del dolor se fue.

Algo había hecho falta en mi predicación du­rante todos estos años: es necesario atar primero al hombre fuerte. Es lo primero que se debe hacer cuando se quiere tomar un territorio sobre el cual satanás ha tenido autoridad. La lucha es tal que tendremos que movernos en asociación con minis­terios que se complementen y suplementen uno al otro porque ya no es sólo asunto de predicar y de enseñar. Ahora se trata de acumular el poder que primero pueda atar al hombre fuerte.

Al fin de la reunión pedí que siete de los líde­res más prominentes de esa área se pusieran en pie y se comprometieran a reunirse fielmente, una mañana cada semana, para orar por su país y para luchar contra el príncipe sobre esa nación. La pre­sencia de Dios era tan real que cuando estos hom­bres se miraron el uno al otro se dieron cuenta que este era un pacto de supervivencia. Después hice la misma invitación para que otros, además de los siete, hicieran lo mismo. Cuarenta hombres jóvenes se pusieron en pie y supe que mi tarea ha­bía terminado.

El plan de Dios para la salvación de las nacio­nes no solamente involucra el llevar a hombres y mujeres hasta el reino de Dios, también es conte­ner toda impiedad y llevar los principios del reino a esa nación. El plan de Dios es de ir a un país con un contingente espiritual para que unidos aten al hombre fuerte y con el poder del Espíritu Santo dejen a una comunidad testificando con su ejemplo.

El testimonio de la comunidad

Dios puso algo en mí espíritu que me hace pensar en cosas grandes. J.B. Phillips escribió un libro titulado Tu Dios es Demasiado Pequeño. Confieso que mi Dios había sido demasiado pe­queño. Mi visión demasiado limitada, y mis hori­zontes muy reducidos. Creo con todo mi corazón que estamos en un punto crítico en la historia el que la Biblia llama «la mies de la tierra» o «el fin del mundo». La proliferación de las naciones y la desintegración de los grandes imperios, harán que las naciones sean más manejables. Su tamaño hará posible entrar en ella con una estrategia adecuada para establecer literalmente la autoridad de Cristo en esa nación.

Dios está abriendo las puertas para ministrarle a los líderes y a los hombres de gobierno a través de toda la tierra. Yo no creo que Dios vaya a per­mitir que Jesucristo y no un grupito inconsecuen­te y despreciable escapen de la historia en derrota. Sé que Dios vive y que El llenará toda la tierra con su gloria.

Veamos ahora lo que dice el resto del capítulo dos de los Hechos.

Y se dedicaban continuamente a las enseñan­zas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan ya la oración.

Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.

Y todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas, y comenzaron a vender todas sus propiedades y sus bienes, y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno.

Y día tras día continuaban unánimes en el templo; y partiendo el pan en los hogares, co­mían juntos con alegría y sencillez de cora­zón, alabando a Dios y hallando favor con to­do el pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que se salvaban». (Hechos 2: 42-47).

Esa era una comunidad testificadora – que evangelizaba con su ejemplo. En mi corazón hay fe para creer que Jesús quiere que hagamos «discí­pulos de todas las naciones». Y creo que el man­damiento no es solamente para los apóstoles, los profetas, los evangelistas y otros ministerios so­bresalientes, sino también creo en una forma con­tinua de evangelismo el testimonio con la vida de la comunidad de los redimidos. 

Reproducido de la revista Vino Nuevo Vol.  3-Nº 4 diciembre 1979