Por Samuel Berberián

Cuando hablamos de fidelidad familiar, habla­mos de fidelidad con relación al esposo con la espo­sa, la relación entre hijos y padres, y la relación entre hermanos.

Como base del estudio, veamos la porción de 1 Pedro 3: 17:

Asimismo, vosotras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conduc­ta casta y respetuosa.

Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.

Porque así también se ataviaban en otro tiem­po aquellas mujeres santas que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna ame­naza.

Vosotros maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederos de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.

Esta porción empieza con las damas porque son las que «dan más» y luego los que «dan menos». Note que, de los siete versículos, seis están dedica­dos a la mujer y uno solo al hombre. Dicen que una bala bien ubicada acaba al hombre. El versí­culo siete lo hace muy claro, sin ejemplos, mien­tras que a la mujer le da varios ejemplos por si no lo entiende.

Hay dos extremos que los cristianos tenemos en cuanto al arreglo de la mujer: algunos dicen que la mujer no tiene que arreglarse para nada. Eso no es lo que dice esta porción. Otros permi­ten a la mujer arreglarse tanto que provoca que se la quite otro. ¿Su mujer se viste para atraer a otros, o se viste para atraerlo a usted? Si su mu­jer se arregla para usted, entonces defina usted, como hombre y líder los límites. Cuando la gente tiene problemas con mi barba, eso es cuestión de mi mujer, a ella le gusta … y por otra parte se viste y se arregla como a mí me agrada y yo me visto y me arreglo como a ella le gusta, entonces no hay problemas.

El problema surge cuando uno no vive para el otro, sino para uno mismo. Esto no es fidelidad familiar. El caso es similar para los jóvenes que vi­ven con sus padres. Hay que adaptar el vestir al gusto de ellos, y más que todo cuando ellos están pagando las «tortillas».

Cuando hay fidelidad en el hogar, hay diálogo. En muchos hogares lo que hay es «diáblogo» por­que es cuando el diablo aporta las suyas; hay ho­gares demasiado callados, uno con el diario, el otro con la cara pegada al televisor y el otro con la cara metida en la almohada. Esto es una falta de honradez, un factor de la fidelidad. Cuando hay honradez, se enfrentan las cosas con el debido respeto y en su debido lugar. El hogar es el lugar donde el ser humano aprende a comunicarse.

Honradez significa transparencia personal con la familia, con los hechos como también con la pala­bra. No hay secretos eternos en una familia. Pue­de ser por un rato, pero tarde o temprano, en mi familia, si hay algo, lo sabrán de mí, no de las per­sonas de afuera. Me agrade o desagrade, soy parte de ellos, y ellos son parte de mí.

Cuando hay honradez, usted acepta a los miem­bros de su familia, le agraden o desagraden. A veces me levanto en la mañana y no me siento ser marido de mi mujer, pero yo nunca juré sentimien­tos a mi familia, sino honradez. En el hogar no hacemos las cosas por gusto o por sentimiento, si­no por honradez.

Cuando hay honradez usted proyecta respeto a los miembros de la familia según el lugar que estos ocupan. Mi padre puede ser el hombre más terri­ble del mundo, pero es mi padre, y como tal lo respeto. Nunca critico a mi padre delante de mis hijos, y si estoy en desacuerdo con él no 1o discu­to delante de otros. La Biblia nos enseña que de­bemos honrar a nuestros padres, sean como fueren.

Mi hijo puede ser el más sinvergüenza del mun­do, pero yo le respeto porque es mi hijo. He oído decir, «Ay, es que mi hijo es tan malcriado». ¡Ne­cio! ¿Para qué lo malcrió? Si usted acepta esto co­mo verdad, no lo diga. La mejor manera es hincar­se delante de Dios y decir: «Señor, cámbiame a mí porque mi hijo está resultando como yo.»

Mi esposa dice algo que es muy real, a mí me ha llamado la atención. Ella dice: «Usted tiene una mujer que no respeta a su marido, y usted en encontrará hijos que no respetan tampoco a otros.»

La honradez es un elemento contagioso dentro de la familia. Usted honra a un miembro, y todos tienden a honrarse  unos a otros. Usted falta el respeto a uno, se empiezan a faltar el respeto los unos a los otros.

He visto en diferentes hogares cuando se dan sobrenombres desagradables como: «Mirá Gordo. No me dejaste para el gasto.» «Mirá Vieja, ya te di lo suficiente para la semana.» Uno cree tener de­recho de hacer esto, pero produce estragos en las relaciones en el hogar. No hay honradez … usted no puede decir lo que quiere en el hogar, aunque sea en medio de su propia familia. Hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios y en el hogar debemos poner en alto los unos a los otros. «Es que mi marido, siempre con sus chistes ton­tos.» «Es que mi mujer, pobre, nunca aprendió a cocinar, todo lo quema.» Esto destruye el hogar, lentamente pero seguro.

Cuando hay fidelidad en el hogar, hay perseve­rancia. ¿Qué es la “perseverancia”? Es hacer algo, con ganas o sin ellas, me importe o no. Cuando los jóvenes se enamoran, luego pasan los años y entonces dicen que no se toleran el uno al otro. «Es que no siento lo mismo ya,» «Es que se puso muy vieja mi señora.» Pues lo hizo para quedar bien con usted que también se puso viejo. ¿Qué más quiere? Es que no están dispuestos a perse­verar. Es un convencionalismo. Cuando me conviene, bien, y cuando no, adiós, busco a otra. La familia no es un mercado, comprando y vendien­do. La familia es donde se convive en las buenas y en las malas, con perseverancia.

Un muchacho dice: «A mí si me tratan así, me voy de mi casa.» ¿Adónde se va a ir? ¿Cómo va a irse de la casa? «A ver qué hago,» dice y quizás se contagie de «gringuitis», agarre una mochila y se vaya a pasear por allí, porque no aguanta estar en su hogar y no podía perseverar.

En la familia hay un compromiso de por vida. Yo soy hijo de mi padre hasta que él muera. Y hasta que muera le voy a respetar porque hay per­severancia. ¿Por qué voy a tratar bien a mis pa­dres? Un día yo también seré viejo, y mis hijos están aprendiendo hoy cómo se trata a los viejos.

No es cuestión que debo quedarme admirando a mis padres toda la vida. Un día conocí a una muchacha que se veía más bonita que las demás y ¡adiós! Me fui, esto fue en buena hora, para así formar un nuevo hogar, porque Dios lo dispuso. Cada cosa en su lugar. Es una desgracia cuando un joven de 30 años no decide casarse, y se que­da atado a sus queridos padres toda la vida.

Cuando hay fidelidad familiar, hay defensa de los unos para con los otros. Un día cuando me enojé con mi madre por una camisa que había planchado, mi padre me dio unos golpes y me hi­zo ver claramente que no podía faltarle el respeto a mi madre sin tener que verme con él. Y del mis­mo modo yo no dejo que mis hijos le falten el respeto a mi esposa, y mi esposa no deja que ellos me falten el respeto a mí. Hay defensa. Otras per­sonas no podrán destruir este hogar porque noso­tros lo defenderemos.

Por eso dice Pedro que el hombre que no respe­ta a su mujer, ni Dios le contesta las oraciones. ¿Será por eso que  muchas oraciones no son con­testadas? Esta es la realidad que se vive hoy.

Cuando hay fidelidad familiar, hay también sa­tisfacción en el hogar. El principio de satisfacción no es lo que mi familia me pueda dar a mí, sino lo que yo pueda dar a mi familia. Esa relación se cultiva dando, más que recibiendo. No es cuánto mis padres me provean a mí, es cuánto yo colabo­ro con la familia. Cristo nos dio el ejemplo, por­que Él nos amó cuando éramos pecadores, perdi­dos. El logró ganar mi corazón, ganar el suyo tan sólo con amor.

Cristo compara la relación de Él y la Iglesia con el hombre y su mujer. Si a Cristo le ha ido tan bien, nosotros podremos tener un hogar modelo cuando tratemos de satisfacer a los miembros de nuestra familia dentro de nuestra capacidad, den­tro de los medios con que contamos. Si llego a la casa y quedaron algunos platos sin lavar, no me hiere el orgullo lavarlos. Al fin y al cabo son po­cos minutos. A veces trabajo hasta tarde con car­tas y otras cosas, y mi esposa se ofrece a tomar dictado para ayudarme a terminar mis trabajos. No es que se lo pida, ¡me lo ofrece!

No tengo que esperar que mi esposa me pida para el gasto, sino que soy yo el que tengo que saber que no tiene lo suficiente y ofrecerle antes que ella me pida. Esto es satisfacción en la rela­ción familiar.

Cuando hay fidelidad familiar, hay determina­ción, lo cual algunos llaman «capricho respon­sable». En una familia tiene que haber orden y hace falta poner límites, y decir «no» a veces. Cuando uno trata de satisfacer a la familia no dice «sí» a todo, porque eso no conviene. Hay que de­cir «no» cuando es para el bien de los hijos, y pa­ra la esposa si desea comprar algo que realmente no le hace falta.

Tiendo a ser medio dictador en mi casa. Nos le­vantamos todos a las 5: 30 de la mañana porque yo lo digo, porque a las 6:45 hay que salir de ca­sa para el colegio o para trabajar. Si mis hijos se quejan de que es muy temprano, los levanto más temprano todavía para que aprendan la lección. Pero usted no puede exigir en lo que usted no co­labora. No mando a todos a levantarse temprano y yo me quedo durmiendo un rato más. Si usted exige algo, tiene que mostrar cómo se hace prime­ro, porque así los hijos aprenderán bien. Es el gran problema de hoy, quiero que mis hijos salgan mejor que yo. Copiarán mi vida y se olvidarán de lo que les he dicho.

Cuando hay fidelidad familiar, hay admiración entre los cónyuges. Esto es algo deliberado y de­terminante en el hogar. En el momento en que yo dejo de admirar a mi señora, hay un montón de muchachitas que se ven más bonitas que ella y uno empieza a comparar. Por eso nos determina­mos a admirar a nuestro cónyuge todos los días y la mujer a su marido de igual modo, y esto es un aporte muy positivo al hogar. Desarrolle admira­ción, no adoración.

Cuando los padres admiran a sus hijos, no van a contar sus travesuras de niño a sus amigos. No van a hacer públicas las cosas que dañarán la imagen que ese joven desea lograr con sus amistades.

Dios quiere que usted y yo veamos en cada miembro de nuestra familia a un instrumento de Dios para formar nuestra vida. Cada miembro tie­ne algo bueno que compartir y aportar al hogar. Si usted tiene problemas con algún miembro de su familia, tiene que empezar de una vez a dar gra­cias a Dios por esa persona, sea hijo, hermano o padre y hacerlo deliberadamente. Me desagrada cuando una mujer viene y me habla mal de su es­poso. Necia ¿Para qué se casó con él entonces? Debemos dar gracias a Dios por nuestra familia.

Luego tenemos que pedir perdón a los miem­bros de nuestra familia que hemos ofendido. Así se empieza a recibir bendiciones cuando se pide perdón, cuando admite que se ha equivocado en algo. Cada miembro de nuestra familia fue dado por Dios y al no aceptarlos y respetarlos, estamos faltando el respeto a Dios quien nos los dio.

La familia es una institución creada por Dios y Él ciertamente la puede componer con su poder. Pero hará falta tener fidelidad en nuestras fami­lias, una fidelidad real aun en las cosas pequeñas.

Permitamos que Dios intervenga en nuestra fa­milia y como Él es fiel por naturaleza, logrará de­sarrollar por su gracia, fidelidad en lo más íntimo como en lo más público de nuestro hogar.

Samuel Berberián y su esposa Martha son licencia­dos en Teología, graduados de la Universidad Ma­riano Gálvez, en Guatemala.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 5 febrero 1984