Por Bob Munford

En el capítulo 14 de Mateo se narra uno de los milagros más extraños que, yo creo, hay en el Nuevo Testamento: la historia de Jesús y Pedro caminando sobre el agua (Mat. 14:25-33).

Un examen típico de los milagros de Jesús indi­cará claramente que estos eran demostraciones del poder de Dios para aliviar el sufrimiento o para llenar alguna necesidad obvia: la sanidad de los enfermos, la resurrección de muertos. la libera­ción de demonios, la alimentación de las multitu­des y aquel cuando convirtió el agua en vino. Pe­ro, ¿caminar sobre el agua? Jesús sí porque él era el Hijo de Dios; además, la barca ya había partido y él venía a reunirse con sus discípulos. Pero, ¿por qué Pedro? Ya él estaba en la barca. Sin embargo, cuando en su típicamente impulsiva manera le grita: «Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre el agua», la sorprendente respuesta de Jesús fue: «Ven».

¿Por qué endosaría el Señor y tomaría parte en un suceso sobrenatural que, en vez de llenar una necesidad real, tenía todas las características del truco de algún mago? Estoy seguro que parte de la respuesta está en lo  que el Señor quiere que aprendamos y experimentemos en el área de 1a oración y de la fe. Cuando Pedro pidió a Jesús que le permitiera duplicar esa hazaña milagrosa de desafiar la fuerza de la gravedad, era movido por el mismo deseo profundo residente en todos noso­tros cuando oramos para que Dios intervenga so­brenaturalmente. «Dios, necesitamos tu ayuda so­brenatural en esta situación». Jesús concedió que Pedro caminara por un poder más allá del suyo propio, indicando claramente la voluntad de Dios para él y para nosotros. La evidencia abrumadora de las Escrituras testifica que Dios quiere que ore­mos y que él se deleita en responder cuando lo hacemos.

En este tiempo, se ha hecho mucho énfasis (y apropiadamente) sobre cómo vivir juntos como miembros del pacto que hacemos con la familia de Dios, de cómo honrar y servirnos el uno al otro. También es apropiado volver a enfatizar ya reafirmar nuestra creencia en el deseo que Dios tiene de oír y de responder a nuestras oraciones.

Lo que dicen las Escrituras sobre la oración

No podemos leer el Nuevo Testamento y su enseñanza sobre la oración, sin sentir una crecien­te expectativa en el corazón. Cuando leemos las promesas extravagantes de Jesús con respecto a la oración, nos impulsa a encarar las situaciones más difíciles con las palabras del mismo Jesús. «Para Dios todo es posible» (Mat. 19: 26). He aquí algu­nas de estas promesas:

«Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará lo bueno a los que le piden?» (Mat. 7:11).

y por la’ mañana, cuando pasaban por el lu­gar, vieron la higuera seca de raíz.

Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Rabí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.

Y Jesús respondió diciéndoles: Tened fe en Dios.

En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte, «Quítate y échate en el mar», y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, se le concederá.

Por eso os digo que todas las cosas por las que oráis y’ pedís, creed que ya las habéis’ reci­bido, y se os concederán (Mar. 11:20-24).

Porque en verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte:

«Muévete de aquí para allá», y se moverá; y nada os será imposible (Mat. 17:20).

En verdad, en verdad os digo, el que cree en mí, las obras que yo hago él las hará también; y aun cosas mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre.

y todo lo que pidáis en mi nombre lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Si me pedís algo en mi nombre, yo 10 haré (Jn.14:12-14).

Un erudito hizo la siguiente observación con respecto a estas copiosas promesas bíblicas: «Je­sús tenía que estar loco o tenía que ser Dios para hacer aseveraciones tan extravagantes y exóticas con respecto a la oración».

Las condiciones que protegen las promesas de Dios

Dios nunca permitirá que sus promesas y su po­der se usen aparte de sus propósitos. Por lo tanto, él ha protegido sabiamente esas extravagantes pro­mesas de lo que la oración puede hacer para que no se mal usen ni abusen y las ha rodeado de cier­tas condiciones. La siguiente es una lista de siete condiciones que Dios espera que cumplamos si queremos conectarnos con los recursos divinos en el cielo por medio de la oración.

Primero, Dios quiere que pidamos después de haber perdonado y de haber recibido perdón.

«Y siempre que oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien; para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras trans­gresiones» (Mar. 11 :25).

La ausencia de perdón puede detener las res­puestas a nuestras oraciones con tanta seguridad como si nosotros cerrásemos y pusiéremos canda­dos a la puerta, Alguien ha dicho que el resenti­miento y la falta de perdón nos hace cerrar los pu­ños, haciendo imposible que Dios ponga algo en nuestras manos.

Segundo, Dios quiere que pidamos y sigamos pidiendo. En Lucas 18, Jesús narra la historia de una viuda y de un juez injusto, al cual venía de día y de noche reclamándole justicia. Finalmente, el juez le dio lo que quería para que no lo siguiera molestando.

«Aunque ni temo a Dios, ni respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continua­mente me agote la paciencia» (Luc. 18:4-5).

El verdadero propósito de la parábola es esti­mular la perseverancia en la oración. Ser fiel en la oración es seguir pidiendo. La perseverancia es una condición requerida muy a menudo para ob­tener resultados.

Tercero, Dios quiere que le pidamos con fe.

«Jesús respondió y les dijo: En verdad os di­go, si tenéis fe y no dudáis, no solo haréis lo que se le hizo a la higuera, sino que aun si decís a este monte: «Quítate y échate en el mar», así sucederá» (Mat. 21:21).

Hay muchas escrituras, demasiado numerosas para citar, que indican que nuestras oraciones de­ben ir mezcladas con fe, eliminando toda duda. La fe, según Hebreos 11 :6, es algo que todos los

cristianos debemos de tener si queremos agradar a Dios. La duda y la incredulidad causan un corto circuito en el poder de la oración. Nos ayudará saber que la duda es fe mal colocada. Dudar es ex­presar fe en el diablo en vez de en Dios. Jesús exhortó continuamente a sus discípulos a tener fe y a no dudar. La duda encoge la fe y la deja sin efecto.

Cuarto, Dios quiere que pidamos poniéndonos de acuerdo unos con otros.

«También os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo aquí en la tierra sobre cual­quier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos» (Mat. 18: 19).

En ocasiones, la clave para recibir la respuesta de Dios en la situación, es ponerse de acuerdo con otro. Cuando un marido y su esposa se ponen de acuerdo, o cuando los miembros de un grupo oran juntos, acordando precisamente la naturaleza y el contenido de la petición, con confianza y expectativa común de que Dios proveerá la respues­ta, la armonía de ese acuerdo abre el camino para que Dios actúe. La falta de acuerdo o de armonía puede impedir que la gracia de Dios se manifieste en la situación.

Quinto, Dios quiere que pidamos una vez que nos hayamos reconciliado uno con el otro.

«Si, por lo tanto, estás presentando tu ofren­da en el altar, y allí recuerdas que tu hermano tiene algo en contra tuya, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y luego ven y presenta tu ofrenda» (Mat. 5:23,24).

Es imposible calcular el valor de las bendicio­nes y de la gracia de Dios que se han perdido por las visiones y las contiendas entre hermanos. Una iglesia dividida ora con un corazón igualmente di­vidido a un Dios entristecido por ello. No nos extrañemos si recibimos tan poco de lo que Dios ha prometido. La efectividad de la oración aumenta en razón directa a la reconciliación. Es imposible ponerse de acuerdo si primero no hay reconcilia­ción.

Sexto, Dios quiere que le pidamos sujetos a su voluntad. Jesús oró en Getsemaní: «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22:42).

Muy pocos de nosotros llegaremos a enfrentar una situación tan desoladora como la que Jesús vivió esa trágica noche; no obstante, su ejemplo es un modelo para nuestras oraciones. Decir «no se haga mi voluntad, sino la tuya» es más que un escape por falta de fe. Significa una renuncia pro­funda de nuestros deseos menores para aceptar su propósito mayor. Expresado en la forma correcta, indica que no estamos tratando de forzar a Dios para que satisfaga nuestros deseos ni estamos tor­ciendo su brazo en favor de alguna causa, que aunque parezca altruista, está en realidad dirigida para la edificación de nuestro propio reino. Es mejor decir: «Dios, he orado lo mejor que he po­dido, pero si tú tienes algo diferente para esta situación, con gusto lo recibo».

Sétimo, Dios quiere que le pidamos y punto.

«No tenéis, porque no pedís» (Stgo. 4:.2).

Esta frase está cargada de verdad. Muchos de nuestros sueños, esperanzas y proyectos, no se llegan a cumplir, no porque sean contrarios a la voluntad de Dios, sino porque no van alimenta­dos con oración. El finado Dr. E. Stanley Jones tenía una frase favorita: «Todo fracaso es un fra­caso de oración». Tal vez se considera esta decla­ración un poco exagerada, pero sí se ha observado que hay muchos cristianos devotos y maduros que se concentran tanto en «la obra del Señor», que se olvidan de pedir ayuda al «Señor de la obra». No importa cómo sea la situación, si no hemos orado presentándosela a Dios, no hemos hecho todo lo que debemos.

¿Cómo responde Dios a la oración?

Estamos de acuerdo que Dios oye y contesta las oraciones, una vez cumplidas las condiciones. Examinemos las diferentes maneras que Dios tie­ne para responder. Esto nos puede ayudar a reco­nocer y a aceptar sus respuestas si vienen en otras formas o por medios distintos de lo anticipado.

  1. Dios puede decir: «sí» en la forma que espe­ramos su respuesta cuando oramos. Nos puede dar lo que pedimos exactamente como lo antici­pamos. Oramos por la sanidad de un amigo y es sanado. Le pedimos una suma específica de dine­ro y la recibimos.

Por ejemplo, recuerdo hace algunos años, que las entradas de dinero para la familia eran muy precarias. Llegó un día en el que» tenía que pagar dos cuentas por $124.63 en total y no había di­nero por ninguna parte. No tenía salario entonces, tampoco había compromisos para conferencias que proveyeran honorarios y los derechos de au­tor por mis libros no vendrían en muchas sema­nas. Me encerré en mi cuarto y oré con denuedo hasta que sentí cierta paz en mi corazón y le di gracias a Dios por la respuesta a mi oración. Dos días después recibí una carta que no esperaba ‘y dos cheques con un total de $125.00.

  1. Dios puede decir: «Espera». Muchas veces oramos dentro de la voluntad de Dios, pero nos impacientamos. El horario de Dios no es el nues­tro. Recibí el bautismo en el Espíritu Santo cuan­do todavía estudiaba en una universidad cristiana; con el fervor de mi nueva experiencia comencé a orar para dejar mi denominación y lanzarme en un ministerio carismático vital y emocionante.

Luego vino una profecía que indicaba que había un ministerio así que me esperaba en el futuro. Mi oración había sido confirmada por la profecía ‘:1 yo quería convertirme en un «hombre de Dios de fe poderosa» de la noche a la mañana.

Pero el propósito de Dios para mi vida se cum­plió con más lentitud de la que yo había anticipa­do. Me quedaban tres años de seminario y diez años de pastorado denominacional antes que se cumpliera la profecía y llegara la respuesta de mi oración.

  1. Dios puede decir: «Sé más especifico«. Dios no responde a las generalidades en la oración por­que quiere que seamos específicos. Las oraciones generalizadas no tienen la suficiente intensidad o fe que necesitan. Las oraciones vagas en pro de la «paz del mundo», o la «unidad de la iglesia» care­cen de poder por su misma indeterminación.

Muchos recordarán al Dr. George Washington Carver, el famoso científico del Instituto de Tuskeegee. Pero tal vez no sepan que era un cris­tiano devoto y gran hombre de oración. Según el propio testimonio del Dr. Carver, todas las maña­nas, cuando entraba a su laboratorio, elevaba esta oración: «Querido Señor Creador, ¿qué cosas quieres mostrarme hoy?»

Pero él mismo confiesa que tuvo que aprender a ser más específico. Al principio comenzó oran­do de esta manera: «Querido Señor Creador, ¿de qué está hecho el universo?» y el Señor le contes­taba que estaba pidiendo demasiado. Entonces cambió a la siguiente manera: «Señor Creador, ¿de qué está hecho el hombre?» y Dios le respon­día que todavía estaba pidiendo demasiado. Final­mente, el Dr. Carver terminó orando: «Querido Señor Creador, ¿para qué creaste el maní?»

Dios comenzó a contestar la oración más espe­cífica de este hombre y en los años que siguieron descubrió más de 200 diferentes usos comerciales para el maní; incluyendo a la más conocida for­ma, la mantequilla de maní. La próxima vez que coma un emparedado de mantequilla de maní, re­cuerde que Dios quiere que sea más específico en su oración.

  1. Dios puede decir: «No». No es fácil llegar a creer que Dios conteste «no» a algunas de nuestras oraciones, especialmente para aquellos cristianos que piensan que lo único que tienen que hacer es confesar y confesar hasta recibir lo que piden. La verdad es que aun después de haber cumplido con todas las otras condiciones, hay veces que Dios responde, «no». En Corintios 12: 7 -9, Pablo dice que él pidió tres veces al Señor para que «su espina en la carne» se fuera y en todas ellas Dios le respondió que «no». Sus palabras precisas fueron: «Bástate mi gracia». Es aparente en el caso de Pablo que Dios sabía que él necesitaba ese problema con el que luchaba para impedir que se enalteciera por la «extraordinaria grandeza de las revelaciones» que había recibido.

Dudo que alguno de nosotros tenga esa razón en particular para recibir un «no» del Señor. Sin embargo, debemos de estar agradecidos cuando Dios responde negativamente a algunas’ de nues­tras peticiones. Todos corremos el riesgo de pedir egoístamente y sin visión del futuro, de manera que una contestación afirmativa podría hacernos daño o causarnos dolor a nosotros o a otros.

  1. Dios puede responder en una medida mucho más abundante de lo que pedimos o entendemos. Es significativo que Jesús nunca moderó el conte­nido de las oraciones de sus discípulos. Nunca les criticó por pedir o creer demasiado. Más bien, el problema más grande que tuvo con ellos fue su falta de fe y su limitada expectativa de lo que Dios podía hacer por medio de sus oraciones.

Es bueno saber que tenemos un Padre celestial que nos ama tanto que en ocasiones su gracia se extiende más allá de lo que esperamos.

En una ocasión, hace varios años, tomamos en arriendo un pequeño automóvil por una cantidad mensual que representaba una considerable obli­gación para nosotros. Entonces mi esposa y yo comenzamos a orar para que Dios nos proveyera un vehículo propio. «

Dios contestó más allá de nuestra fe y peticio­nes cuando un arrendador de carros cristiano y su esposa decidieron dejarnos usar un carro nuevo sin ningún costo. «Es de ustedes por un año. Lue­go, cuando salgan los modelos del año entrante, tráiganlo y les daré uno nuevo». Durante cuatro años consecutivos, recibimos un carro nuevo sin que nos costara un centavo.

  1. Dios puede responder antes que pidamos. Si bien debemos de saber las condiciones que tene­mos que cumplir para recibir la respuesta a nues­tras oraciones, nos alegrará saber que Dios puede obrar por iniciativa propia dándonos su provisión en formas que nunca pudimos imaginar. Una in­dicación de que estamos caminando dentro de los propósitos de Dios, son las bendiciones que apare­cen inesperadamente sin solicitarlas.

Hace unos años, cuando todavía pastoreaba una iglesia en Pennsylvania, hice un viaje a Nueva York con la familia para pasar juntos un fin de semana. Hicimos el viaje con un presupuesto muy ajustado y el suficiente dinero para ir y regresar a casa.

Mientras estábamos en la ciudad, visitamos las oficinas de Teen Challenge donde tenía una entre­vista con David Wilkerson, para discutir la prepa­ración de un artículo sobre su ministerio. Cuando terminó la entrevista, David me siguió hasta mi carro para saludar a Alice y a los niños. Ya estaba por entrar en el auto cuando sonriendo puso en mis manos una cantidad de billetes. Cuando traté de protestar, él se retiró todavía sonriendo y me dijo: «Nunca desobedezco al Espíritu Santo».

Los veinte billetes de a dólar que nos dio cam­bió lo que hubiera sido un viaje de 350 millas de prisa y con hambre en algo más placentero y con una parada en un buen comedor. No lo habíamos pedido, pero Dios lo hizo de todas maneras.

  1. Dios puede responder, dándonos sencilla­mente más de Sí mismo. Como ya lo hemos di­cho, hay varias razones por las cuales nuestras ora­ciones no son contestadas en la forma que espera­mos. Podríamos estar pidiendo para hoy lo que Dios quiere darnos en el futuro; o pidiendo sin ha­ber cumplido las condiciones; podría ser nuestra impaciencia o falta de madurez en lo que pedimos.

De una cosa podemos estar bien seguros: si somos honestos en nuestras peticiones, deseando sinceramente que se cumpla en nosotros la volun­tad y el propósito de Dios, él nos responderá. Hay tiempos cuando Dios decide con sabiduría que lo que necesitamos más que nada no es lo que esta­mos pidiendo, alguna cosa o algún don, sino la presencia manifiesta de él mismo.

Cuando se hace un análisis final, él mismo es más precioso y más deseable que cualquier «res­puesta» en particular. Cuando Jesús dice en res­puesta a nuestras oraciones: «He aquí yo estoy contigo siempre … hasta el fin del mundo», cual­quiera que sea nuestra petición, urgente o crucial, trasciende a un plano diferente. La duda o la incredulidad, el ma1entendimiento, nuestra igno­rancia o falta de madurez pudieran a veces estor­bar la respuesta de Dios. Pero si él decide manifes­tar su presencia con amor para sostenernos en la situación, eso solo ‘convierte nuestra oración por finita y defectuosa que sea, en algo infinitamente valioso.

Don Basham nació en Wichita Falls, Texas, E. U. A. Es licenciado en Arte y Divinidad de la Universidad de Phillips y graduado del Semina­rio de Enid, Oklahoma. Es un ministro ordenado de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) y ha pastoreado iglesias en Washington, D. C., Toronto, Canadá y Sharon, Pennsylvania.

Don es editor de New Wine Magazine y an­ciano en Gulf Coast Covenant Church, en Mo­bile, Alabama, donde vive con Alice, su esposa.  

Tomado de New Wine Magazine – Febrero 1980

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 3 -octubre 1981