Por Ern Baxter

Segunda Parte – Crisis en el Movimiento Carismático

En la primera parte consideramos el prospecto de lo que he llamado «la crisis carismática»: la op­ción de ir hacia adelante hasta alcanzar madurez espiritual o estancarse en el presente nivel de cre­cimiento y declinar. El peligro más grande no ra­dica en apartarse deliberadamente de Dios, sino en rehusarnos a seguir adelante con El.

Sabemos que la iglesia de Corinto se encaró con una crisis similar. Pablo reconoció la inspiración espiritual de los corintios en los dones, pero seña­ló tres áreas en las que necesitaban corrección: La primera que mencionamos en el artículo anterior es que no comprendieron el propósito divino. No parecían darse cuenta que Dios quería que crecie­ran en obediencia a su llamamiento y que no se limitaran a disfrutar de sus bendiciones solamente. También mencionamos las divisiones como una segunda área en la que los corintios (y muchos de nosotros) necesitaban ajustes. Esto nos lleva al tercer punto.

Area Tres: No continuaron con el poder Divino

Dios escogió a Pablo y le dio grandes revelacio­nes que él compartió en sus cartas. Cuando el ca­non de las Escrituras fue adoptado por la provi­dencia y supervisión del Espíritu Santo, las cartas de Pablo no fueron puestas en orden cronológico, sino en el orden de la verdad. De manera que la primera carta es la Epístola a los Romanos, que es un ensayo divinamente inspirado sobre el signifi­cado de la salvación.

 Pablo enseñó en Romanos que la salvación es por la gracia, por medio de la fe; el hombre es justificado por la fe. Romanos 5: 1 dice: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo».

Pablo declara con tanta claridad el propósito de Dios con respecto a la salvación por la gracia, que los que respondían a la verdad en Romanos ha­cían una de dos cosas. Unos decían: «¡Qué bue­no es eso! Si soy salvo por gracia y no por obras, entonces puedo engrandecer la gracia de Dios con unos cuantos pecados extras. Puedo pecar un poquito más para que él me dé más de su gracia».

Pero Pablo dice: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo, hemos sido bautizados en su muerte?» (Rom. 6:3). La idea de la gracia no es sólo la de salvarte de tus peca­dos, sino la de salvarte del pecado. De la fábrica que manufactura pecados.

Sigue diciendo Pablo: «Ustedes no han enten­dido mi mensaje en Romanos. No sólo digo que Cristo murió por sus pecados. También murió para el pecado. Cristo puso el hacha a la raíz del pecado». El bautismo es la declaración de nuestra muerte a aquello a que entregábamos nuestros miembros en la vida pasada. Así que la primera forma errada de reaccionar a Romanos -la de los corintios- era la de cometer más pecados, para que Dios ejerciera más gracia. La ruta era la licencia, superficialidad, mundanalidad y carnalidad.

¿Cuál es el segundo error de reacción? El de los gálatas. Ellos pensaron que no se podía ser salvo sólo por gracia. Eso era demasiado fácil. Había que tener algunas observancias religiosas por si acaso – algunos días santos, lunas nuevas, sábados y probablemente algún cambio de dieta. La ruta del legalismo.

La respuesta de Pablo es contundente: «¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obe­decer la verdad?» (Gal. 3: 1 *). Note que no dice «creer a la verdad». No hay tal cosa como creer la verdad y no obedecerla.

Cristo les había predicado con toda claridad y el hecho de que hubiesen sido engañados como por arte de magia es pavoroso. Si los convertidos de Pablo que habían recibido el impacto apostóli­co del mensaje puro de este hombre podían ser fascinados, entonces nosotros debemos considerar esto como una advertencia solemne.

El punto que nos interesa por ahora es la obra continua del Espíritu Santo. Como dice Gálatas 3:3, seguramente no se puede pensar que una per­sona comience su vida cristiana por el Espíritu y la termine con observaciones externas. Uno de los puntos de crisis que encontramos en el Movimien­to Carismático es el peligro de no continuar con el poder divino que es lo que nos llevará finalmente a la madurez. El Espíritu Santo ha comenzado al­go y él lo completará. Nuestro problema es dete­nernos con lo que él ha comenzado.

La doble reacción de la verdad de Romanos es la misma de hoy: vida licenciosa, superficialidad, mundanalidad y carnalidad, por una parte, y por la otra, legalismo y engaño. Cualquiera de estos dos extremos cancela al Espíritu Santo como la fuerza continua, efectiva y vivificadora que viene de Dios.

LA FUNCION DEL ESPIRITU SANTO

El Espíritu Santo es el agente eficaz en el Rei­no de Dios. El es quien nos convence de pecado y nos convierte. Nos regenera y nos da poder. Reci­bimos dones del Espíritu Santo. Nos santifica en el cuerpo. El es el agente activo de la Trinidad.

¿Cómo puede entonces una persona terminar manejando su propia vida? Este es el punto en la obra continua del Espíritu Santo. Las alternativas de no vivir por el Espíritu son la carnalidad y el legalismo.

Cuántos hombres han oído a su padre terrenal decir: » ¡Bueno muchacho, es tiempo de crecer!». Yo puedo ver el deseo del Padre celestial de que crezcamos.

Un día tendremos que dejar el «osito de peluche». No resiento la inmadurez de las personas cuando vienen a Cristo inicialmente. El comienzo en el Espíritu puede ser sencillo y hermoso y un nuevo convertido a menudo tiene las característi­cas de un recién nacido. Pero todo niño tiene que crecer algún día. El peligro sutil para nosotros es ignorar la suave presión del Espíritu Santo que con amor y efectividad desea llevarnos a la madu­rez.

Después de todo, un niño no tiene que pagar las cuentas, tomar responsabilidades en la fami­lia, planear ni organizar. Eso es para los adultos y muchos en la escena carismática lo que dicen en efecto es que ¿quién quiere crecer para pagar cuentas y todo eso cuando se está pasando un ra­to tan bueno?

Hace cinco años, cuando algunos de mis herma­nos y yo comenzamos a hablar de discipulado, su­jeción, relaciones de pacto y autoridad, creímos que vendría como una gran bendición para el pue­blo de Dios. Pensamos que querrían madurar para cumplir con el propósito de Dios. Pero en vez de eso, hi­cieron un escándalo que llegó hasta el cielo. Lo que decían en realidad era que les estábamos qui­tando sus «ositos de peluche».

¿Pasaremos la vida en conferencias carismáticas acariciando nuestros ositos hasta que Jesús venga? Es maravilloso ir a conferencias, sentir cómo se erizan los pelos al decir «Jesús es el Señor», pero allí no es donde se van a probar los propósitos de Dios. Por ejemplo, los comunistas no han tomado más de las tres quintas partes del mundo e infil­trado las otras dos quintas partes con conferen­cias. Lo han hecho ganando adeptos y absorvién­dolos en células.

El Espíritu Santo es el agente de la Trinidad que hará cumplir en usted y en mí los propósitos de Dios. El continuará inspirándonos para alabar­le, adorarle y cantarle. Todo esto es válido, pero El también está interesado en que arreglemos el enredo económico que tenemos. Quiere que todas las áreas de nuestras vidas estén ajustadas a la voluntad de Dios y su palabra. El Espíritu Santo es el espíritu de Jesús, cuyo carácter y calidad de vida deben ser reproducidos en nosotros.

Si hay algún sufrimiento en su vida cristiana, se debe a que hay un área que no se ha desarrollado para alcanzar la madurez. El infantilismo en un cuerpo adulto es causa de preocupación. El Espí­ritu Santo quiere ayudarnos a crecer. Esas áreas infantiles no se van a desvanecer hablando en len­guas solamente. La madurez viene cuando somos expuestos a la luz del Espíritu y de la palabra y a su disciplina edificadora. Efesios 4: 15 dice que «debemos crecer en todos los aspectos en… Cris­to». Subraye la palabra todos.

La crisis carismática en los días de Pablo tenía que ver con la falta de cooperación con el pueblo de Dios y con el poder continuo del Espíritu San­to. Su relevancia en nuestros días es obvia.

El CAMINO A LA MADUREZ

Aunque Pablo hizo severas advertencias a los corintios, también dio un énfasis positivo, básico y esencial para ellos y para nosotros de igual ma­nera. Veamos sus tres dimensiones:

  1. La autoridad de la Palabra

Cuando la gente deja de crecer, pronto comen­zará a negar, en conducta o concepto, la autori­dad de las Escrituras. La carnalidad de los corin­tios les indujo a cuestionar la autoridad de la pa­labra apostólica. Todo se reduce a este simple hecho: si Dios ha hablado y la Biblia es su discur­so (y así lo creo yo), y si usted me dice que la Bi­blia no es inerrante (o que contiene errores), en­tonces lo que usted me está diciendo es que Dios puede hablar erradamente.

Su palabra vino a través de santos hombres que hablaron «llevados por el Espíritu Santo». Dios es capaz de preservar su palabra. Ni una jota ni una tilde se perderá hasta que todo se cumpla. Tengo fe absoluta que es la palabra de Dios hablada en su veracidad e integridad, sin error en el autógrafo original. Y me he dado cuenta que cada vez que el hombre intenta alterar la verdad de Dios, tiene que atacar la Biblia.

Veamos de qué manera enfrentó Pablo esta ten­dencia:

Si alguno piensa que es profeta o espiritual, re­conozca que las cosas que os escribo son man­damiento del Señor (1 Cor. 14:37).

El versículo siguiente es muy interesante tam­bién: «Pero si alguno no reconoce esto, él no es reconocido». Algunos manuscritos antiguos di­cen: «… es ignorante, que sea ignorante». No es­toy dispuesto a discutir con personas que niegan la autoridad de la palabra de Dios. Si Dios no ha hablado, entonces no tengo ningún fundamento para mis convicciones cristianas. Estas serían sola­mente opiniones.

Me preocupa la disipación de la autoridad de la palabra en muchos círculos. Usted y yo debemos tomar una posición firme en la palabra de Dios. Si usted la recibe como la Escritura inerrante, enton­ces será el fundamento de sus convicciones. Si no tiene seguridad, tendrá que vivir en las tiendas del titubeo. Nuestra confesión debe ser: «Afirmo que la palabra de Dios es inerrante».

  1. El mantenimiento saludable de los carismas

Una de las formas más fáciles y rápidas de des­hacerse de los problemas carismáticos es echar por la borda todo lo que tenga que ver con los dones. Recuerdo a una señora que después de una confe­rencia vino a mí para decirme que estaba hastiada con los dones espirituales, que ya no creía más en ellos porque había oído cosas desagradables al respecto.

Los problemas no se resuelven destruyéndolos, sino buscando su solución.

Con todo el exceso que había en la iglesia caris­mática de Corinto, donde todos hablaban en len­guas a la vez, con cuatro y cinco profetas profeti­zando simultáneamente, de seguro que había con­fusión. Sin embargo, Pablo nunca les dijo que sus dones fuesen del diablo. Lo que les dijo fue que los estaban practicando con carnalidad. Pablo nunca cuestionó la validez de los dones.

En Tesalónica, un puesto de avanzada del ejér­cito romano, donde todo se hacía de acuerdo a la ley romana, los cristianos eran tan correctos y conservadores que cuando algunas profecías malas se colaron, dijeron: «No queremos más profetas». Pero Pablo les corrige diciendo: «No se apaguen por el mal uso de los dones espirituales por parte de personas carnales. Busquen la excelencia en los dones y esfuércense en todos ellos. No menos­precien las profecías ni las prohíban».

  1. La esencialidad absoluta de la unidad

La carnalidad es siempre divisiva, siempre cues­tiona la palabra de Dios y siempre abusa de los dones espirituales. Si leyésemos solamente versículos aislados de 1 Corintios 1, pensaríamos de ellos como los más grandes cristianos que jamás existieron.

Siempre doy gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús, que en todo fuisteis enriquecidos en El, en toda palabra y en todo conocimiento, según el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en vosotros, de manera que nada os falta en ningún don, esperando con anhelo la revelación de nuestro Señor Jesucristo (vss. 4-9).

Los corintios habían sido enriquecidos en to­dos los dones, pero también eran carnales y con­tenciosos, como dicen los siguientes versículos:

“Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros, sino que seáis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer.

Porque se me ha informado acerca de vosotros, hermanos míos… que hay pleitos entre voso­tras” (vss. 10,11).

Recordemos sin desviarnos del tema que mu­chos cristianos se expresan del «viejo hombre’ y del «nuevo hombre» como si uno o el otro estu­viese «dentro» de ellos. Aún reconociendo la ten­sión que hay entre el Espíritu y la carne, el «hom­bre viejo» es algo en el que se estuvo y no algo en usted. De igual manera, el «hombre nuevo» es algo en el que usted está y no algo en usted.

Cuando Pablo menciona al hombre nuevo, se refiere a una situación social, Usted y yo estuvi­mos en el hombre viejo. Por medio de la fe, el arrepentimiento y el bautismo, salimos del hom­bre viejo y fuimos trasladados dentro del hombre nuevo, Cristo. 1 Corintios 12: 13 nos dice que todos fuimos bautizados «en un cuerpo» -el pueblo de Dios. El Cuerpo de Cristo en Corinto, Éfeso o en cualquiera otra parte, es la comunidad de la «nueva vida, del nuevo hombre». Vida es el ele­mento en el que somos bautizados; somos sumer­gidos en gente.

Este «hombre nuevo» en el que somos bautiza­dos debe ser una comunidad de personas discipli­nadas y bien ordenadas. El Nuevo Testamento ofrece las guías y las direcciones para asegurar la verdadera naturaleza de esta nueva sociedad. «Y se añadieron aquel día como tres mil almas». Es­tos se sumaron a un pueblo ya existente y entra­ron bajo su gobierno, supervisión, orden y disci­plina. No puedo creer que Dios ponga orden en el universo y en la reunión de Israel alrededor del Tabernáculo sin importarle el orden en su nuevo y redimido pueblo.

EL ORDEN DE DIOS

Hemos examinado tres áreas (seguramente hay más) en las que los carismáticos de Corinto nece­sitaron corrección. No comprendieron los propó­sitos de Dios; no cooperaron con el pueblo de Dios; no continuaron en el poder de Dios.

En la consideración de este tema de la «crisis carismática», hemos afirmado la autoridad de la palabra, el mantenimiento saludable de los dones y la esencialidad de la unidad como valores positivos.

Desafortunadamente, vemos en la historia, cómo el pueblo de Dios, casi habitualmente abusa de la bendición divina. La historia bíblica y la eclesiástica lo confirman.

En el curso de mi vida he podido ser testigo de visitaciones de Dios, algunas locales y otras más extensas, que prometían convertirse en gran­des y continuos impactos en el mundo, sólo para verlas frustradas por la irresponsabilidad y la inmadurez humanas.

Si el Dios de la historia está a cargo de la Reno­vación Carismática, habrá orden en ella. El Dios que sostiene todas las cosas por la palabra de su poder ha establecido leyes en todo el universo creado. Cada una de las tribus de Israel sabía cuál era su lugar para acampar alrededor del Ta­bernáculo. Había orden en Israel. Hoy, debemos obedecer la voz de DlOS que nos llama a ocupar nuestro lugar indicado y a ejecutar nuestra función en la comunidad de los redimidos.

¡Deje que el orden divino venga al campamento!

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol.3 nº8 agosto 1980.