Autor Jim Croft
Fue en el verano de 1970 cuando una hermana en el Señor me envió una carta que ella misma había recibido de una amiga de su infancia, cristiana y esposa de un alto oficial del ejército norteamericano destacado en Formosa. La carta era un ruego desesperado de este miembro del Cuerpo de Cristo, al otro lado del mundo, para que intercediera por su hijo de 13 años que estaba haciendo estragos en su casa con su rebelión y su adicción a las drogas. Según la carta, el muchacho se volvía tan violento que a veces era necesario contenerlo físicamente. Como resultado, los superiores del padre le habían dirigido un ultimátum: «Controle a su hijo o será enviado de regreso al continente».
Cuando me arrodillé para orar, con la carta en mis manos, sentí que debía atar a los poderes espirituales sobre Formosa que estaban controlando a los demonios dentro del joven. Una impresión de esta naturaleza era bastante extraña para mí en esos días, pero cuando oré en obediencia, inmediatamente recibí una visión de esa isla. En ella pude detectar los rostros distintos de imágenes que se ven en algunas formas de adoración oriental.
Recuerdo haber orado específicamente contra un ángel causante de la violencia histérica del muchacho y después de como diez minutos de oración, me levanté con este pensamiento: «Bien, ya oré; esperaré para ver lo que Dios ha hecho». En realidad no tenía ninguna seguridad subjetiva que algo específico hubiese sucedido; sin embargo sí sabía que había luchado contra fuerzas espirituales inteligentes y que éstas se daban cuenta de la autoridad que yo había tomado para resistirlas.
Después de ese corto tiempo de oración, no pensé más en ese incidente hasta una noche un año más tarde. Mi esposa y yo estábamos en una fiesta que se nos ofrecía en la casa de la señora que me había traído la carta de Formosa y toda esa noche me encontré observando a un muchacho pelirrojo, de catorce años y bien portado. La posición del joven, sentado a los pies de su padre, escuchando con atención la conversación entre los adultos, me recordó en cierto modo al endemoniado gadareno mencionado en el evangelio de Lucas, a quien encontraron sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio. Era como si el Señor me estuviera diciendo: «Allí sentado está el fruto de tus oraciones».
Inmediatamente pregunté a nuestra anfitriona si ese era el joven por quien había orado y ella respondió alegremente que en realidad así era. Agregó que su madre no sólo había visto un tremendo cambio en el muchacho después de haber enviado su carta solicitando la oración, sino que también su esposo y sus dos hijas habían entrado, alrededor de ese tiempo, en una relación más íntima con el Señor.
Ese día me di cuenta -y las experiencias subsecuentes lo han confirmado- que el haber orado por aquella carta había marcado mi entrada a una importante sección de la escuela de Dios que me prepararía para el mismo propósito para el cual Dios me había alcanzado. Porque al igual que otros cristianos, nací para hacer guerra espiritual, utilizando todas las tácticas y las armas que da el Espíritu Santo. La primera lección que aprendí fue lo indispensable de la oración.
La oración es la clave
La vida religiosa se vuelve una rutina fatigosa a menos que las vidas del pueblo de Dios en cualquier grupo se centren alrededor de la oración sistemática. Todo se puede lograr por medio de la oración y nada de valor eterno se tendrá sin ella. Cabe notar que Jesús jamás enseñó específicamente, ni Juan el Bautista a los suyos a profetizar; pero ambos enseñaron a sus hombres a orar (Lucas 11: 1-2). La vida de oración unida de la Iglesia es de suma importancia porque la oración es el medio que tenemos como pueblo de Dios de quitarle a Satanás todo lo que se perdió con la caída de Adán -ya sea la salud, la creatividad, el dominio sobre los elementos, el fruto de la tierra o el privilegio de caminar con Dios al aire del día. Esto es lo que Dios desea para nosotros y sólo se puede lograr con la oración. Por medio de la oración ganamos las batallas y con nuestro servicio recogemos los despojos.
El Señor desea manifestar cada uno de Sus atributos redentores a través de Su Iglesia del mismo modo que lo hizo con Jesús. Jesús era y es Jehová Sabaoth -el Señor, el Capitán de los Ejércitos de Dios y si nosotros, Su pueblo, somos fieles en la oración, nos uniremos a nuestro Capitán como la esposa del Guerrero, como Su hacha de guerra, como Su poderoso caballo de batalla para hollar al pecado y al reino de Satanás (Hebreos 2: 10, Cantares 6:10; Jer. 51:20-21 Zac. 10:3-5; 2 Coro 2:14; Rom. 16:20).
Algunos pensarán que el lenguaje es presumido -que le resta a la victoria lograda por la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. Permítanme usar una analogía sencilla para mostrarles que nos es así.
Jesús conquistó al pecado, a la muerte, a la enfermedad, a Satanás y a todas sus huestes cuando se levantó de los muertos hace dos mil años. La muerte y resurrección de Jesús, los golpes más decisivos que Dios dio en Su batalla contra Satanás, se pueden comparar en su efecto con las dos bombas atómicas que terminaron con la Segunda Guerra Mundial. Cuando explota una bomba atómica, todo lo que existe en un radio de ochenta Kilómetros es inevitablemente destruido. Sin embargo, la destrucción no se manifiesta hasta que las ondas de poder se extiendan desde el punto de explosión, utilizando la energía liberada por la descarga inicial para arrasar todo lo que encuentre en su camino. Para aplicar esto al ambiente espiritual, la más potente de todas las bombas cayó en Jerusalén hace dos mil años y cada generación de creyentes ha sido sucesivamente una extensión de sus ondas de poder. Al desarrollarse rápidamente el hongo de autoridad del Evangelio, cada generación de cristianos tiene que invocar de nuevo el poder de la descarga inicial con el cual derribará los muros de las fortalezas que se le oponen.
Es mi intención en este artículo presentar esquemáticamente una estrategia de batalla con la cual podremos combatir metódicamente a Satanás, empleando con efectividad la dinámica obra inicial de la cruz en el área de influencia que nos ha sido dada.
El plan en seis partes
La Biblia dice que antes de hacer la guerra, es necesario tener primero un plan de batalla para derrotar al enemigo (Lucas 14:31-33). Para que nuestro plan sea efectivo tendremos que contestar a las siguientes seis preguntas: (1) ¿Tenemos la responsabilidad de pelear en esta guerra? (2) ¿Quién es y dónde está nuestro enemigo? (3) ¿Cuál es nuestro primer objetivo de batalla? (4) ¿Cuáles son nuestras armas y cómo las usamos? (5) ¿Quiénes son nuestros aliados? (6) ¿Cuál es el fundamento de nuestro reto contra el enemigo?
Usaremos la cita de Lucas 11: 20-23 para responder a las primeras preguntas:
“Pero si yo por el dedo de Dios echo fuera demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte, bien armado, custodia su palacio, sus bienes están seguros. Pero alguno más fuerte que él le ataca y le domina, le quita toda su armadura en la cual había confiado, y distribuye su botín. El que no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama.”
1. ¿Tenemos la responsabilidad de pelear en esta guerra?
La neutralidad no existe en la guerra contra Satanás. Todos estamos con el Señor y contra Satanás, o contra el Señor y colaborando con Satanás; estamos recogiendo el botín en nombre del Reino de Cristo o ayudando a Satanás a desparramar los recursos que Dios nos ha proporcionado. Querer ser neutral es como un atleta profesional que acuerda darle el partido al equipo oponente. Aunque se quede en el juego, estará del lado de la oposición porque no hace el intento de impedir que ganen ni se esfuerza para ayudar a su equipo a obtener la victoria.
Estoy firmemente convencido que el plan de Dios es el de enlistar a todo hijo Suyo a entrar en la guerra espiritual. Desde el huerto Dios afirmó solemnemente que la semilla de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Dios nos ha llamado, al Cuerpo de Cristo, a herir la cabeza de Satanás. El Señor lo hará con Su poder y usará nuestros pies porque ha escogido obrar en la tierra por medio de los esfuerzos de Su Cuerpo (Rom. 16:20; 1 Cor. 12: 21). La victoria sobre Satanás no será total hasta que no nos dediquemos a combatirlo activamente con la oración.
2. ¿Quién es y dónde está nuestro enemigo?
El enemigo es el hombre fuerte, Satanás, la serpiente antigua, el diablo. Para que la identificación sea completa, tenemos que saber cómo está formado su ejército, el tipo de armadura que usa y el botín que persigue. Se le conoce como Lucifer, el príncipe de las potestades del aire, comandante de miles de ángeles rebeldes (Ef. 2:2 y 6: 1 O) y como Beelzebú, el príncipe de los demonios (Mat. 12:24), mariscal sobre millones de espíritus inmundos que plagan la tierra (Lucas 11 :24) Esencialmente, él es el dios de este sistema mundial (2 Cor 4;4).
Su armadura es la fuerza del pecado, la rebelión y el dolor que se manifiestan en diferentes formas como en enfermedades, borracheras, hogares desintegrados, pobreza, miedo, desesperación y tormentos mentales.
El botín que persigue incluye a las vidas de los hombres no redimidos, así como a toda cosa viviente y recurso material sobre la tierra. Toda la creación fue sometida a la influencia satánica cuando Adán cayó (Ro. 8:29-23), robándose, el diablo, mucho de lo que Dios quería que disfrutáramos nosotros y haciendo que el verdadero potencial de toda la creación se corrompiese por medio del engaño. Sin embargo, con la oración agresiva podemos restaurar la vida divina en la creación que nos rodea.
Tenemos que ver la posición del enemigo en dos niveles si queremos propinarle golpes efectivos. Su palacio y puesto de mando están en las alturas que es su primer nivel. Desde allí gobierna sobre todos los ángeles rebeldes que ocupan el primero y segundo cielos. La siguiente cita de Efesios 6: 12 compuesta de varias versiones de la Biblia nos ayudará a identificar estos dos niveles.
Porque nuestra lucha no es contra enemigos de sangre y carne, sino contra espíritus dominantes y potestades cósmicas que controlan y gobiernan a este mundo en tinieblas. Contra las huestes de espíritus malignos que vienen del mismo cuartel del mal, formados en orden de batalla celestial contra nosotros.
Nuestra guerra, en el nivel más alto, no es contra las fuerzas que operan desde el infierno, sino contra los ángeles malignos situados en el primero y segundo cielos que se esfuerzan para ejercer poderes cósmicos contra los propósitos del Reino de Jesucristo. La Biblia nos enseña que hay tres cielos. Cuando Pablo dice en 2 Corintios 12:2 que fue arrebatado hasta el tercer cielo donde está la morada de Dios, esto presupone que hay un primero y segundo cielos, especialmente si se compara con la declaración de Efesios 4: 10 que dice que Cristo ascendió mucho más arriba de todos los cielos. Ya que Jesús vio a Satanás caer del cielo como un rayo (Lucas 10: 18), Y puesto que todavía es el príncipe de la potestad del aire (Ef. 2:2), la conclusión que sacamos de las Escrituras es que Satanás ocupa ahora el primero y segundo cielos y Dios el tercero.
Satanás gobierna desde el segundo cielo por medio de un ejército bien organizado formado por príncipes, gobernadores y generales angelicales. Estos poderosos seres hacen guerra contra nosotros estorbando nuestra vida de oración, esforzándose para bloquear el movimiento del Espíritu Santo en un lugar determinado y cooperando en los planes de batalla con los demonios confinados a la tierra.
En la tierra, el nivel más bajo, Satanás, en su papel de Beelzebú, comanda a un ejército de infantería demoníaca cuyo propósito es el de poseer y atormentar a las personas y el de complicar y desorganizar cualquier situación. Lograr su propósito causando miedo, un cáncer, la locura, el error religioso o la confusión.
Veamos una ilustración de la manera en que Satanás usa a su ejército en estos dos niveles para gobernar sobre cualquier lugar. Hay un ángel caído quien es el príncipe supremo, bajo Satanás, designado a estorbar los propósitos de Dios en Norteamérica, digamos. Bajo él está un príncipe menor que domina el sector oeste del país y bajo su autoridad está el general sobre Nevada. Finalmente, bajo él está el poder principal sobre la ciudad de Reno cuya función específica es la de causar divorcios y desintegrar hogares. Logra su cometido desde su puesto en los cielos, aliándose y supervisando a los demonios del ejército de Beelzebú asignados a la misma tarea. Estos demonios entonces operan entre los individuos y las familias de esta ciudad, incitándolos a altercar, a que se depriman y cometan adulterio.
Para oponerse a estas fuerzas malignas y ganar la batalla en Reno, los cristianos allí tendrán que dirigir sus oraciones y sus esfuerzos para atar a todos los espíritus angelicales y demoníacos que se han formado en orden de batalla contra ellos.
3. ¿Cuál es nuestro primer objetivo de batalla?
Tenemos un precedente establecido por Daniel en este asunto. Al comienzo del capítulo 10 de Daniel, el profeta dice haber entendido por los escritos de Jeremías que el cautiverio de Israel en Babilonia duraría setenta años (Jer. 29:10). Daniel tenía acceso a los relatos históricos y sabía que los setenta años se habían cumplido ya. Sin embargo, no esperó pasivamente la intervención de Dios, sino que comenzó a ayunar y a orar para que Dios le mostrara exactamente cómo llevaría a cabo la restauración de Su pueblo. Después de interceder por veintiún días, un ángel del Señor vino a Daniel para decirle que Dios había oído su oración desde el primer día y lo había enviado inmediatamente para llevarle la revelación que buscaba; pero que un ángel satánico a quien él llamaba «el príncipe del reino de Persia» se le había opuesto al pasar por las regiones celestiales. Finalmente, el arcángel Miguel había venido a ayudarle y juntos rompieron la oposición satánica para llegar con el mensaje a Daniel.
Nuestro primer objetivo es el de ganar la batalla en los lugares celestiales -después podremos esperar resultados verdaderos en la tierra. Fue la oración continua y el ayuno de Daniel lo que dio al ángel bueno y al arcángel Miguel el poder para vencer al «príncipe de Persia». Si Daniel no hubiera perdurado en su intercesión, seguramente que el ángel no hubiera podido pasar con la respuesta. Para ganar la batalla en la tierra, es necesario que ganemos primero la guerra en los cielos. El primer blanco es la conquista de Satanás en los cielos.
Podemos ilustrar esta verdad con mayor claridad con el siguiente ejemplo de una guerra natural. La fuerza ofensiva principal de cualquier ejército moderno está compuesta de tropas de infantería en combinación con escuadrones de refuerzo aéreo. La función del ataque es la de destruir la mayor parte de la resistencia enemiga, dejando caer estratégicamente las bombas y los proyectiles antes de que las fuerzas terrestres entren en combate. El primer objetivo de un buen comandante es la destrucción del puesto de mando y el soporte aéreo del enemigo. Cuando se logra incapacitar a estos dos elementos, las tropas enemigas en la tierra pueden ser fácilmente inutilizadas y dispersadas. De otra forma, si sus escuadrones aéreos quedan intactos, estos volverán a atacar de nuevo aun después de haber ganado una victoria en tierra.
¿Cuántas veces hemos visto que nuestros esfuerzos en la liberación o en la sanidad son sólo de corta duración? La razón principal es a menudo que las fuerzas mayores del aire han quedado intactas para bombardear y recapturar lo que se ha ganado tan duramente en la tierra. Pero cuando las fuerzas del aire, el objetivo principal, han sido atadas, tenemos libertad para recoger los despojos de las vidas redimidas con muy poca oposición de lo que queda del enemigo. Si ganamos la batalla en el aire, tendremos la victoria completa.
4. Escogiendo y usando nuestras armas
Las armas de nuestro conflicto bélico no son carnales ni naturales; son espirituales. Si vamos a batallar contra espíritus, tenemos que usar armas espirituales, pues no les podemos hacer daño con las armas materiales. Se dice que en cierta ocasión Martín Lutero le lanzó un tintero al diablo. Si bien su celo era muy encomiable, su proyectil no tuvo ningún efecto. Satanás jamás se hubiera olvidado de su herida si Lutero hubiera usado una de las siguientes armas espirituales.
La sangre, la Palabra, nuestro testimonio, la alabanza y el nombre de Jesús son cinco de las armas de nuestro arsenal. Vencemos las fuerzas del mal cuando testificamos lo que la Palabra de Dios dice que la sangre hace por nosotros. La alabanza es un arma poderosa que aprisiona a los nobles del reino de Satanás con cadenas y a sus reyes con grillos (Salmo 149:5). El nombre de Jesús es nuestro golpe de gracia con el que humillamos completamente a nuestros enemigos, forzándolos a doblar sus rodillas ya confesar que Jesús es el Señor y el Conquistador.
Cuando usamos nuestras armas en oración, nos ayuda mucho visualizar su efecto en el enemigo. Por ejemplo, vea la sangre como aceite hirviendo terminando con el poder del enemigo; la Palabra como un mazo hiriendo la cabeza dura del diablo (Jer. 23:29) y su testimonio como el acto de aplastar a algún ángel malo según las poderosas obras del Señor en favor de Su pueblo. Proyecte en su espíritu que cuando está alabando a Dios, los pies de los espíritus opresores están siendo engrillados y ellos mismos tirados al suelo para que usted ponga su pie sobre sus cuellos mientras confiesan que Jesús es el Señor (Salmo 18:37-42; Fil. 2: 1 O).
5. ¿Quiénes son nuestros aliados?
Es indispensable conocer y confiar en nuestros aliados antes de hacer batalla resueltamente. Los primeros que debemos reconocer son los que se mencionan en Hebreos 12: 22-24.
“Sino que os habéis acercado al Monte Sion, y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a millares de ángeles, y a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos, y a Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada, que habla mejor que la sangre de Abel.”
A. En primera línea están los santos ángeles de Dios. Así como doce legiones estaban formadas para venir en ayuda de Jesús la noche que fue traicionado, por lo menos ese mismo número está listo para pelear a nuestro favor. (En los días de Augusto César, una legión estaba compuesta de 6.100 hombres de a pie y 726 de a caballo, de modo que eso significa que por lo menos 81.912 ángeles han sido dispuestos para ayudarnos).
B. También tenemos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, con quienes hemos establecido relaciones firmes dignas de confianza. Ellos también se unirán a nosotros haciendo suya nuestra batalla.
C. La tercera categoría de aliados consiste de los santos que nos han precedido y ahora están con el Señor. Ellos que viven en el cielo, reconocerán nuestra victoria contra las fuerzas satánicas y exclamarán con cada porción de territorio que tomemos: «Ahora ha venido la salvación, y el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo» (Apoc. 12: 10). Proclaman nuestra victoria porque saben que cuando el reino y la autoridad de Cristo sean establecidos en los cielos, pronto serán instituidas en la tierra también.
Como Moisés y Elías que mantuvieron un interés vivo en el ministerio terrenal de Jesús mucho tiempo después de que hubieron desaparecido de este mundo, así los santos de antaño nos alientan a seguir adelante y esperan unirse a nuestra batalla en el futuro (Lucas 9:20-31; Apoc. 12:10; Heb. 12:1; 1 Cor. 13:9-13).
D. La cuarta línea de nuestros aliados es tan numerosa que casi excede nuestra comprensión humana. Para verla en parte, examinemos de nuevo el pasaje de Romanos 8:28. Donde se lee «todas las cosas» el griego dice «toda palabra hablada por Dios». Una traducción ampliada de este versículo podría leer de la siguiente manera:
“Sabemos que todas las cosas que Dios haya formado jamás con Su Palabra sean estrellas, la tierra, los animales o las piedras -en realidad todo el cosmos- se interesan y cooperan para bien de aquellos que aman a Dios y son llamados conforme Su propósito.”
Esta traducción engrandece el significado que hemos tenido de «todas las cosas», de querer decir sólo las circunstancias adversas a incluir una innumerable compañía de aliados que hasta ahora han estado escondidos en versículos aparentemente confusos o sólo simbólicos. Las estrellas que pelearon contra Sísara en favor de Israel (Jueces 5:29) y el asna de Balaan advirtiéndole del peligro espiritual al que se enfrentaba (Núm. 22:26-33) son dos ejemplos de las «cosas» creadas que ayudaron al pueblo de Dios. (Otros ejemplos los encontrará en Job 20:26-29; Josué 10:12, 13y Apoc.12:26).
¿Cómo evitar unirse a la batalla a través de la oración cuando tenemos armas tan poderosas y aliados tan dignos de confiar? Pues aún las piedras del campo están aliadas con nosotros y las fieras del campo estarán en paz con nosotros (Job 5:23).
6. ¿Cuál es el fundamento de nuestro reto?
Nuestro Dios es un comandante sabio que cuenta cuidadosamente el costo antes de entrar en batalla. Se asegura que las tropas que envía al frente sean fuertes y bien entrenadas para resistir los intentos del enemigo de destruir su confianza (1 Cor 1:13; Heb. 10:35). La lección de Job en este sentido es un ejemplo de Su sabiduría. Job fue un hombre fuerte y de carácter sólido, un hombre cuya justicia sobrepasaba la de sus contemporáneos. Dios mismo escogió la vida de Job como Su campo de batalla contra Satanás porque, después de contar el costo, sabía que Job podía ganar. Satanás aceptó el reto, deseoso de probar que el alma humana rechazaría prontamente a Dios y las cosas espirituales una vez que las bendiciones materiales fueran eliminadas. Así pues, el diablo usó la guerra, bandidos, la muerte, la enfermedad, la desintegración de la familia, las condiciones atmosféricas y señales extrañas en los cielos en su intento de destruir la confianza que Job tenía en Dios. Y como todos sabemos, Job salió victorioso con despojos dos veces más abundantes de lo que poseía cuando entró a luchar (Job 1:6 – 2: 1 O; 42: 1 0-17).
¿Qué podemos aprender de Job para llegar a ser campo principal de batalla?
Un estudio cuidadoso de Job 29 demostrará que la unción de Dios descansaba sobre la vida de Job y que este era sumamente respetado por su espiritualidad y por su disposición para ministrar a los oprimidos. Su intenso conocimiento de las cosas espirituales, la bendición de Dios sobre su vida y la unción del Espíritu Santo, marcaron a Job como un hombre responsable para hacer batalla. Si aplicamos esto a nuestras vidas, entonces mientras más luz, enseñanza, dones y respeto tengamos, mayores son las posibilidades de que Dios nos llame al frente de batalla.
Es interesante notar que las armas con las cuales Satanás asaltó a Job, son las mismas que se mencionan en los Evangelios como señales de la segunda venida de Cristo. La guerra, las relaciones tensas, las extrañas condiciones climatológicas y las señales en el cielo aumentarán en medio de la prosperidad y el evangelismo mundial (Mat. 24:7-14,29-30). Por inferencia, al acercarse más el fin de este siglo, más y más santos serán aptos para entrar en el conflicto contra el diablo.
Job fue en sus días el único hombre que llenó los requisitos de Dios para lanzar un reto espiritual. Sin embargo, al acercarse el final, habrá millones de santos ungidos con el Espíritu que estarán capacitados para entrar en batalla y entonces habrá un conflicto global y celestial. El grito de victoria se oirá al final: «Ahora ha venido la salvación, y el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo, porque el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado». (Apoc. 12:10).
Las recompensas de la victoria
¿Por qué hacer la guerra? Porque de esta manera Dios entrena a la Iglesia en su puesto y la prepara para que sea la compañera eterna de Cristo. En conflicto nos adiestramos para agradar al Señor en la eternidad. Debemos aprender ahora para conquistar y reinar en el siglo venidero cuando serviremos como Sus co-soberanos sobre toda la creación.
Por esta razón, cada uno de nosotros, individualmente y conjuntamente como iglesia, debe establecer un plan de batalla para derribar los poderes de las tinieblas que controlan la ciudad donde Dios nos ha colocado. Si ganamos la batalla en los cielos, ocuparemos verdaderamente nuestro territorio hasta que el Señor venga. La victoria que ganamos en nuestra situación actual, el fruto perdurable que producimos y los despojos valiosos que recogemos son para presentárselos a nuestro Maestro cuando El regrese. Habrá una gran recompensa para los que han sido fieles en asaltar el cuartel general de Satanás, atando a sus príncipes por medio de la oración y recogiendo los despojos de batalla con su servicio.
Ojalá que todo el que lea este artículo sea apto para oír las palabras del Señor: «Bien hecho: siervo bueno y fiel, en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor» (Mat. 25:21).
Una oración para hacer guerra espiritual
«Satanás, venimos en tu contra en el nombre del Señor Jesucristo. Estamos armados con la sangre y la Palabra de Dios, nuestra espada. Ahora mismo te traspasamos con la verdad que Cristo vino en la carne para destruir tus obras.
Ahora mismo, mientras elevamos nuestras alabanzas al Señor, el príncipe supremo designado para reinar sobre esta ciudad ha sido aprisionado con grillos, de la misma manera que estás atado con cadenas de hierro. Todo lo que atamos en la tierra es atado en los cielos y con esa autoridad te derribamos.
Dispersamos, por fe, toda fuerza celestial formada en contra nuestra, mientras los santos ángeles los hieren por nosotros. Mayor es el que está en nosotros y más poderosos los que están de nuestra parte que los que están contigo. Jesucristo mismo envía Su Palabra para librarnos de tus artimañas. Ponemos en fuga a todo poder demoníaco en esta ciudad que intenta estorbarnos. Satanás, hemos atado a tus príncipes; por tanto todos tus demonios andan a tientas, en tinieblas, tambaleándose bajo el poder de la resurrección de Jesús.
Satanás, tú y cada uno de tus ángeles y demonios están atados ya. Reímos con Dios al verte en ridículo reconociendo que tienes que doblar tu rodilla al nombre de Jesús.
Ahora por fe, desatamos la paz y la gracia de Cristo.
Ven, Espíritu Santo y obra entre nosotros, salvando y sanando y estableciendo Su reino para la gloria del Padre. Amén».
JIM CROFT. En repetidas ocasiones en los últimos cuatro años, Jim ha ministrado juntamente conmigo. Su ministerio ha sido probado como consejero y en el campo de la liberación. Jim posee una habilidad especial para discernir los estorbos espirituales ocultos que son la raíz causante de los problemas en las personas. Este tipo de experiencia ha hecho que ambos nos demos cuenta aún más que las batallas finales de este siglo tendrán que pelearse contra las huestes satánicas «en los lugares celestiales». Derek Prince
Reproducido de V.N. Vol 2 #6, 1978