Por Barry Frost
Hay una tendencia entre los cristianos de pensar en las funciones nuestras dentro del Cuerpo de Cristo en términos muy elevados de super-espiritualidad. Pero el Espíritu Santo quiere que afirmemos bien los pies sobre la tierra en el camino del discipulado cristiano. Consideremos cuáles son las aplicaciones en el ejercicio diario de los propósitos de Dios para la Iglesia. Debemos darnos cuenta que para funcionar espiritualmente como cuerpo cada miembro tiene que asumir primero sus responsabilidades prácticas. Una de ellas es el trabajo.
DIOS INSTITUYO El TRABAJO
Encontramos en el libro de Génesis que Dios instituyó el trabajo dentro de los propósitos creativos para el hombre. «Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y los puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase» (Gen. 2: 15). Adán no se pasaba todo el día sentado siendo «espiritual». No, servía al Señor cumpliendo con las responsabilidades que le habían sido dadas como parte de su comunión con El.
En el Salmo 104 David se refiere al trabajo como muestra de la sabiduría creativa de Dios. «Sale el hombre a su labor, y a su la branza hasta la tarde. ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría» (vss. 23, 24).
Pasando al Nuevo Testamos encontramos que Jesús dijo mucho con respecto al trabajo. «Un hombre se fue de viaje y al salir de su casa dejó a sus siervos encargados, asignándole a cada uno su tarea» (Mar. 13.34). El Señor Jesús no ha eximido a nadie de responsabilidad en su reino; a cada uno ha asignado su tarea. No hay llamamiento, por más elevado que sea, que niegue la necesidad del trabajo. Con excepción de la mujer casada (y ellas tienen verdaderamente su tarea), todos los miembros del Cuerpo de Cristo han sido llamados a una labor en particular.
¿POR QUE TRABAJAR?
(1) El trabajo es el medio por el cual proveemos para nosotros mismos, para nuestras familias y para el Cuerpo de Cristo. Con el fruto de nuestro trabajo podemos dar al Señor lo que es Suyo, llenar nuestras necesidades y dar a otros también. (Vea 1 Tes. 4:11,12; Ef. 4:28;Gal. 6:10).
La responsabilidad de cada individuo de trabajar, tiene un efecto de largo alcance en el Reino de Dios. El que no cumple con su obligación de trabajar, niega su responsabilidad económica, le roba a Dios (Mal. 3: 8), le quita a sus siervos (1 Cor. 9: 13, 14), y se convierte en una carga para los hermanos y en tropiezo para la edificación del Cuerpo y consecuentemente en un estorbo para el regreso de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando Dios nos dirigió a formar nuestro grupo, encontramos que eran pocos los hermanos que asumían la responsabilidad económica y que la mayoría no se daban por enterados de su deber en esta área. Decidimos equilibrar las cosas y no sobrecargar a unos pocos miembros. Así que cuando entramos en una relación de compromiso, esto se convirtió en una excelente oportunidad para probar nuestro compromiso y amor.
Tenemos también una buena cantidad de jóvenes que estudian a tiempo completo. En vista que la Palabra de Dios establece con claridad nuestras prioridades – «Pero buscad primero su reino, y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mat. 6:33) – hemos mantenido que los intereses y los compromisos cristianos deben venir primero y que el ejercicio educativo tendrá que alinearse según el caso. Muchos de los estudiantes trabajan parte del tiempo, y esto los capacita para cumplir con sus responsabilidades económicas delante de Dios, cubriendo sus necesidades físicas para que el Cuerpo de Cristo no se sobrecargue. Aquellos que han aceptado estas prioridades, han cosechado también grandes beneficios en la comunión y en sus estudios.
(2) El trabajo ofrece una oportunidad para aprender a servir, la base de todo ministerio espiritual.
«Pero Jesús, llamándoles a sí, dijo: Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus poderosos ejercen autoridad sobre ellos. Entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro sirviente, y cualquiera que desee ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; así como el hijo del Hombre no vino para ser servido sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos» (Mat. 20:25-28).
Este pasaje nos enseña que el verdadero ministerio es servir y que esta característica necesita ser aprendida. Muchos cristianos se preocupan tanto por encontrar su «ministerio» que pasan por alto el llamamiento y el propósito de Dios en el trabajo. Tenemos que comprender que el trabajo es el canal normal que nos prepara para el ministerio. En mi propia experiencia cristiana, los dos canales principales que Dios ha usado para prepararme para el servicio, han sido el trabajo y el matrimonio. Cuando se es fiel en las áreas domésticas se será también en el servicio que se rinda dentro del Cuerpo de Cristo.
«Aquel que es fiel en lo muy poco, fiel es también en lo mucho; y el que es injusto en lo muy poco, injusto es también en lo mucho. Por tanto, si no habéis sido fieles en el uso de las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas’!» (Luc. 16: 10, 11). El matrimonio pudiera no ser un canal de entrenamiento para todos, pero para la mayoría de los cristianos, las responsabilidades de un empleo sí lo son. Estas son dos de las áreas más prácticas en las que se puede aprender a servir por experiencia. El ministerio encuentra su definición en el servicio; y cuando este encuentra su motivo en el amor, el Cuerpo de Cristo crecerá (EL 4: 15,16).
ALGUNAS BARRERAS
(1) VIVIR POR FE – Esta expresión nebulosa es usada con mucha frecuencia y ha impedido que muchos discípulos con aspiraciones nobles encuentren una relación más responsable con el Señor y su reino. Algunos cristianos han tomado la posición de que el trabajo no es «espiritual» y se desentienden del llamamiento de Dios para trabajar.
El Nuevo Testamento no nos enseña primordialmente a orar para que la comida, la ropa y el abrigo que necesitamos para nosotros y nuestra familia venga «por fe»; sino que dice: «Si alguno no provee para los suyos, y particularmente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (l Tim.5:8).
Romanos 14: 23 dice que «todo lo que no proceda de la fe, es pecado». El cristiano debe vivir por la fe en todo lo que hace, incluyendo el trabajo. Eso significa que está dependiendo del Señor para que le dé fuerza, sabiduría y la gracia necesaria para ejecutar la tarea a la que ha sido llamado.
La mayoría de las personas son llamadas a trabajar en un empleo secular – alguna labor manual, profesión o arte – otros a laborar en el evangelio a tiempo completo. Esto incluye principalmente los ministerios que han sido dados para la edificación del reino del Señor (Ef. 4: 11-13). Hay también otros servicios y ministerios en la música que cuando funcionan bajo la autoridad y cobertura debida, constituyen una labor vital en el evangelio y, por la ordenación del Señor (l Cor. 9: 14), tienen el derecho de vivir del evangelio.
Todo ministerio válido debe ser siempre reconocido y endosado por una comunidad cristiana en el área local de su residencia. La mejor ilustración de este principio se encuentra en Hechos 13: 1-4, donde Pablo y Bernabé son separados para la obra del evangelio por sus hermanos y por el Espíritu Santo.
Cuando hay un ministerio que ha sido probado y está dando fruto dentro de la comunidad, éste debe ser invitado a servir al Cuerpo de Cristo a tiempo completo. Estos ministerios son sostenidos por los diezmos y ofrendas de la comunidad misma. La invitación se hace con base al llamamiento y capacitación recibida del Señor; al reconocimiento de ese ministerio después de haberlo observado por un tiempo; y lo más importante, a la evidencia en el fruto de su carácter cristiano en el hogar y en las diferentes áreas de su desenvolvimiento social.
Hay un contraste bien marcado entre un ministerio que está bajo tal cobertura espiritual y aquellos apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros que se han llamado a sí mismos, que rehúsan trabajar y demandan su remuneración del Cuerpo. El Cuerpo de Cristo es protegido del daño que estos ministerios causan cuando existe una cobertura y unreconocimiento local adecuados.
(2) OCIOSIDAD – Esta es otra amenaza letal que la Iglesia debe derrotar. Hay muchos que vienen al reino de Dios con la errada idea que, si se ha de encontrar la libertad individual, la identidad espiritual y la realidad, es necesario apartarse del mundo materialista y de sus valores y eso requiere descartar la responsabilidad que Dios les ha dado de trabajar. (Hablo por experiencia propia, pues en un tiempo yo fui una de estas personas). Esta tendencia se lleva a menudo a las cosas de Dios y engendra ociosidad y pasividad espiritual.
Proverbios tiene mucho que decir del hombre perezoso. «El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar. Hay quien todo el día codicia; pero el justo da, y no detiene su mano» (21 :25,26). También dice que el perezoso no quiere trabajar y usa excusas como el mal tiempo (Prov. 20:4), las circunstancias externas, las personas con las que tiene que trabajar, la ubicación del empleo, etc. (Prov. 22: 13). La pereza es una condición indeseable en el cristiano y es por lo tanto un pecado.
En 1 Timoteo 5 hay consejo sano para las mujeres con respecto al ocio. Este pasaje es muy apropiado para las viudas jóvenes y las mujeres solteras. Note que en los versículos 13 y 14, la ociosidad engendra otras formas de pecado y trae reproche para el Cuerpo de Cristo.
Finalmente, «Por la pereza se cae la techumbre, y por la flojedad de las manos se llueve la casa» (Ec. 10: 18). Esto es cierto no sólo en las casas de los hombres, también la casa o templo de Dios se deteriora por la pereza y la flojedad de los miembros del Cuerpo de Cristo.
(3) EGOISMO – Esta es la última, pero la más sutil de las barreras que consideraremos en este enfoque de la responsabilidad del cristiano de trabajar. Jesús fue quien hizo esta declaración: «Todo el que procure guardar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la conservará» (Luc. 17:33). El egoísmo impide que muchos trabajen y desorienta a otros en sus motivos.
La Palabra de Dios nos exhorta a trabajar y a no robar más para que tengamos qué compartir con los que tienen necesidad. Cuando una persona tiene la capacidad y la oportunidad de trabajar y se rehúsa a hacerlo, está robando. La Iglesia primitiva negaba el privilegio de su comunión a aquellos que se comportaban de esta manera (2 Tes. 3: 10-15). Recuerde que el llamamiento para trabajar es un mandamiento y no una prerrogativa.
EJEMPLOS BíBLlCOS
En conclusión, ofrezco dos ejemplos de diligencia en los discípulos que dejaron una impresión perdurable en el Cuerpo de Cristo. Son encomiados por su trabajo y por su generosidad.
«Había entonces en Jope una discípula llamada Tabita (que traducido al griego es Dorcas); esta mujer era rica en buenas obras y actos de caridad que hacía continuamente» (Hech. 9:36). Es interesante notar que a Tabita se le llama una discípula, es decir, alguien bajo autoridad y disciplina.
Pedro estaba cerca cuando Tabita enfermó y murió y sus condiscípulos enviaron por él. «Y Pedro se levantó y fue con ellos. Y cuando llegó le llevaron al aposento alto; y todas las viudas le rodearon llorando, y mostrando todas las túnicas y ropas que Dorcas solía hacer cuando estaba con ellas» (vs. 39), Había dejado en sus compañeras un olor grato de trabajo y servicio. Cuando se lee el relato completo de la resurrección de esta mujer, encontramos que sus buenas obras y actos de caridad fue lo que precipitó la visitación de Dios.
En Hechos 10, Dios se acerca con poder a los gentiles. La casa donde se desarrollan los hechos es la de un hombre llamado Cornelio. ¿Qué clase de persona era él? La primera cosa que se dice de él es que era un militar, centurión de un batallón. Luego dice que era «hombre piadoso, que temía a Dios con toda su casa, y daba limosnas al pueblo judío, y oraba a Dios continuamente» (vs.10).
Ambos, Tabita y Cornelio, habían aprendido primero la lección principal del trabajo responsable y de dar en el temor de Dios; luego recibieron la visitación de Dios, De igual manera, cada uno de nosotros que intenta vivir en el reino de Dios y que desea crecer espiritualmente, tiene una responsabilidad definida y práctica en el trabajo. No despreciemos los medios que Dios ha ordenado para proveernos de nuestros bienes materiales y para enseñarnos a servirle fielmente, a El y a los demás.
Barry Frost es anciano y maestro bíblico en Shiloh Fellowship, East Lansing, Michign. Es casado y tiene tres hijos.
Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 4 nº 1vivir por fe