Por Ern Baxter

La Biblia usa un número de metáforas para describir el progreso de la verdad, tales como le­che y viandas, niñez y madurez adulta. Estos mis­mos principios se pueden aplicar a la oración. En los términos más sencillos, la oración se define mejor como «pedir». Sin embargo, cuando busca­mos información bíblica sobre este tema, descu­brimos que, si bien el pedir es parte de su funda­mento, hay mucho más en la oración que el hacer peticiones.

Sabemos por el apóstol Santiago, por ejemplo, que la oración de unos pudiera ser egoísta. En es­ta epístola dice que algunos piden y no reciben porque apuntan mal; sólo quieren satisfacer sus propios deseos (4:2,3). Sus palabras modifican in­mediatamente el gran arrastre que a menudo se atribuye al pedir en la oración. Se dice mucho que todo lo que hay que tener es suficiente fe, dando la impresión que no hay condiciones que cumplir para recibir respuestas en la oración. Asumen que la oración es sólo pedir, porque Jesús dijo: «Pidan todo lo que quieran y yo lo haré.» Cierto, él lo di­jo, pero no fue todo lo que dijo.

Uno de los peligros en formar toda una doctrina sobre un solo texto es que no estamos tomando en cuenta todo lo que las Escrituras dicen sobre el te­ma. Si nos concentramos en lo que un solo versícu­lo dice sobre un tema, tendremos apenas una par­te muy pequeña de lo que Dios ha revelado en el asunto. Así que, uno de los principios primordia­les en la sana interpretación, es el de tomar en cuenta todo lo que dicen las Escrituras.

Es demasiado simplista decir que todo lo que tenemos que hacer es pedir y que él hará cualquier cosa que le pidamos. Santiago no es el único que habla sobre condiciones para recibir respuestas a la oración; en toda la Biblia se encuentran modifi­cadores de la oración. La oración implica mucho más que pedir.

De acuerdo a su voluntad

La oración no es para servirse uno mismo, sino para servir a Dios. En l Juan 5: 14-15 leemos: «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa (aquí viene un modificador de la palabra «pedir») conforme a su voluntad, él nos oye.» No cualquier cosa vieja que se nos ocurra, sino de acuerdo con su voluntad. La fuerte impli­cación es que, si no pedimos conforme a su volun­tad, él no nos oye; y es mejor que así sea. Yo es­toy tan agradecido por las oraciones que Dios no ha contestado, como por las que he recibido res­puesta. Está registrado en la historia de Israel que «El les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos» (Sal. 1 06: 15). Ay, de nosotros si Dios responde nuestras oraciones egoístas con el resul­tado que obtuvo Israel.

Debemos orar conforme a su voluntad, y él nos oirá. Juan continúa en el siguiente versículo: «Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.» Esta es la promesa: Las ora­ciones egoístas no son contestadas. Las oraciones hechas para servir a Dios son siempre contestadas. Las que yo llamo oraciones de la voluntad de Dios, o conforme a su voluntad, tienen que ser contes­tadas. Así dice él.

Tenemos dos fuentes para descubrir la volun­tad de Dios. Una es la infalible Escritura. Yo no tengo problemas con la infalibilidad de las Escri­turas, porque un Dios infalible no puede hablar una palabra falible. Por lo tanto, la Palabra de Dios es una expresión de la voluntad suya, y cuando oro según la voluntad de Dios revelada en su pala­bra, tengo confianza que Dios me oye.

El Espíritu Santo

Un problema, sin embargo, es que hay muchas peticiones que están fuera del alcance de lo que las Escrituras han dicho, y no estamos muy segu­ros de la voluntad de Dios en esos asuntos. ¿Cómo saber entonces que estamos orando conforme a su voluntad? La respuesta está en el ministerio del Espíritu Santo.

El Espíritu ha residido aquí por dos mil años por una razón: cumplir con el propósito de Dios en la historia. El no vino sólo para bendecirme, es­tremecerme el cuerpo y darme dones espirituales. El es el agente de la autoridad de la Trinidad. Por medio nuestro y de nuestras oraciones de interce­sión, él llevará el reino de Dios, el gobierno de Dios, a las naciones de la tierra. El Espíritu Santo quie­re cumplir la voluntad de Dios y nos ayuda a orar conforme a esa voluntad.

¿Qué garantía tenemos que nuestras oraciones reflejan correctamente la voluntad de Dios? Pablo responde en Romanos 8 :26 y 27:

El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la in­tención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

Es corriente encontrarse en una posición donde uno no sabe qué decir o cómo decirlo. Necesita­mos ayuda y el Espíritu esta dispuesto. Podemos tener confianza que estamos orando bien cuando estamos conscientes que oramos en el Espíritu.

Cuando digo «orar en el Espíritu» hablo en su sentido más amplio. Cuando entro en oración, no debe ser asunto de recitar algunas cosas que yo piense que Dios deba de considerar. Debe haber primero una relación real con el Espíritu Santo para estar consciente que él me está dirigiendo en mi oración. Por supuesto que eso significa que de­bemos mantenernos muy cerca de él. Es una inti­midad que debe de cultivarse si queremos estar seguros de caminar consistentemente en el Espí­ritu, de ser llenos de él y de orar con su ayuda.

Cuando no sabemos cómo orar

Basado en mi propia experiencia, debo decir que orar en el Espíritu, a menudo significa orar en lenguas, cuando no sé de qué manera orar. Creo que cuando se ora en lenguas desconocidas, el Espíritu Santo adentro está haciendo las peti­ciones correctas con respecto a las circunstancias, necesidades personales de quien ora y del reino de Dios. Está hablando en un idioma provisto para ese propósito.

No pretendo decir que la oración en el Espíritu emplee siempre las lenguas desconocidas; ha habi­do ocasiones cuando he orado en mi idioma y sin embargo, sabía que el Espíritu me estaba ayudan­do sobrenaturalmente, porque los resultados sobrenaturales demostraban que había expresado correctamente la voluntad de Dios. También sé lo que es caer de rodillas con problemas sin solución aparente y cuando intentaba expresarme correcta­mente, parecía como si mi oración no pasaba del techo. No sabía cómo orar; no sabía para qué orar; sólo que estaba frente a un muro intelectual. Pero entonces comenzaba a hablar en lenguas, y mi corazón a derramarse en ese bendito don de Dios, y mi espíritu a levantarse, y sabía de alguna manera que el Espíritu Santo estaba articulando con exactitud garantizada, la naturaleza del pro­blema y que Dios estaba oyendo y respondiendo.

Por favor, nunca menosprecie el don de len­guas. Entre a su recámara de intercesión, y cuan­do ya haya llegado al punto donde no pueda des­cifrar sus problemas y articularlos en su idioma, no tenga vergüenza de pedir: «Espíritu Santo, ven y toma estas cosas y exprésalas al Padre, porque yo no sé cómo ni qué orar.»

La oración y el propósito de Dios

Cuando buscamos orar conforme a la volun­tad de Dios, tendremos eventualmente que cono­cer el propósito fundamental de Dios. Para encon­trarlo, debemos analizar la última parte del evan­gelio de Juan, la que no se registra en los otros evangelios. Es la conversación íntima de Jesús con sus discípulos antes de ir a su muerte. Las últimas palabras de un hombre siempre son consideradas muy importantes; destilan muchos años de estu­dio y pensamiento. Esperemos oír el clímax de la sabiduría de Jesús en sus últimos momentos en la tierra.

Jesús había enseñado a sus discípulos por tres años y medio, pero habían sido por lo gene­ral, cerrados y poco responsivos. Ahora había llegado a estos últimos y solemnes momentos y tenía ciertas verdades que debía compartir con ellos, aunque era obvio que no alcanzaron a com­prender exactamente su significado. Entre las co­sas que les dijo, están reveladas cosas nuevas sobre la oración. En Juan 14: 12,13 el Señor dijo:

De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará tam­bién; y aun mayores hará, porque yo voy al Pa­dre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorifi­cado en el Hijo.

Usted y yo vemos todo lo que queda por hacer, y no es mi intención quitarle importancia a los

otros métodos que haya para lograrlo, pero tene­mos que recordar las palabras de Jesús. Si quere­mos hacer cualquier cosa en esta nueva era, la que se inició con su muerte, resurrección y ascensión, entonces la manera de lograrlo es pidiendo al Padre en su nombre.

Para los discípulos era una revelación nueva:

Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn. 16:24).

Jesús dice que hasta entonces los discípulos habían usado otras maneras de pedir; ahora lo ha­rían en otro contexto: el nombre de Jesús. Pedi­rían basados en la victoria de este Hombre-Dios sobre la muerte y en su ascensión a la presencia del Padre como Príncipe y Salvador. Un hombre llamado Jesús de Nazaret sería levantado de los muertos como el Dios encarnado, y se converti­ría en el canal por medio de quien recibirían las respuestas a sus oraciones.

Obras mayores

Hay tres puntos importantes en las declaracio­nes de Jesús que debemos de considerar. Primero, a los discípulos se les dio autoridad representativa para continuar su obra. Muchas veces esas pala­bras «obras mayores» han llegado a significar mi­lagros y dones carismáticos. Pero Jesús las pone dentro del contexto de la oración. Para muchos que se inclinan a lo espectacular, esto pareciera restarles importancia. Cuando se les pregunta acer­ca de los cultos en la congregación, la conversación discurre de esta manera:

«Nuestro pastor predica el domingo por la mañana; es un brillante orador. Por la noche ten­dremos una cantata muy famosa.»

«¿Tienen otros cultos durante la semana?»

«Ah, sí; sólo culto de oración los miércoles por la noche.»

¡Por alguna razón no se ha logrado ver que el culto de oración debiera ser el más importante de todos! Un predicador que había estudiado los grandes movimientos de avivamiento me dijo en cierta ocasión: «Llevo varios años de no pastorear; he estado viajando, enseñando sobre la intercesión. Si alguna vez vuelvo a tener una congregación, nunca mediré su crecimiento por la asistencia do­minical, sino por los que asisten al culto de ora­ción.» La oración es el canal que Dios usa para que podamos hacer obras mayores. La primera parte de esta nueva revelación es pues, que los dis­cípulos recibieron la autoridad representativa en la oración para continuar la obra de Jesús.

Segundo, Jesús dijo que la obra se llevaría a cabo en obediencia a su palabra y orando en su nombre: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que que­réis, y os será hecho» (Juan 15:7).

No hay otra manera de hacer su obra

Tercero, Jesús dijo que nuestro gozo sería abundante como consecuencia de las oraciones contestadas. La alegría es una marca esencial del reino de Dios. El pueblo de Dios debe estar cons­tantemente embelesado con las respuestas a sus oraciones. Algunos cristianos tienen que buscar en sus vidas como a una aguja en un pajar, las ocasio­nes cuando Dios contestó alguna oración especí­fica. Y eso se debe a que no oran mucho. No hay tantas oraciones que contestar porque no las ofre­cen. Cuanto más oremos, más respuestas recibire­mos y más abundante será nuestro gozo.

Gobernando en la oración

Una y otra vez hemos dicho que todo se solu­cionaría si Dios se moviera en la situación. Y lo que Dios espera es que oremos conforme a su voluntad. Esto no cesa de maravillarme, porque pa­reciera que Dios ha depositado el gobierno del mundo, su propósito fundamental para la Iglesia, en las oraciones de sus seguidores: «Gobernarán por medio de la oración. Pondrán en operación mi poder en la tierra por medio de la oración colecti­va de la comunidad redimida. Yo responderé a sus oraciones, y será para cumplir mi propósito fun­damental en la historia.»

Si la oración no significa eso, ¿para qué enton­ces molestarse? ¿Si la oración es sólo alguna clase de terapia sicológica para hacernos sentir mejor, para qué orar del todo? Si la oración no cambia las cosas, ¿para qué orar? Pero, sí hace la diferen­cia. Jesús dijo: «Si viven en mí y mis palabras vi­ven en su corazón (otro modificador), pueden pe­dir lo que quieran y se hará una realidad, y mi Padre será glorificado.»

Si queremos dar gloria a Dios, no lo lograremos con banderas o reuniones grandes, aunque estas cosas sean buenas. Si queremos glorificar al Padre, lo mejor que podemos hacer es convertirnos en un pueblo que ore conforme a la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros puede llegar a ser un gober­nador cuando nos arrodillamos, una persona que cambia la dirección del mundo desde nuestra recá­mara privada y en nuestros cultos. de oración. La oración es una gran extensión del gobierno de Dios, y Dios quiere usar este brazo para llevar a cabo lo que se ha propuesto hacer en la historia de la humanidad.

Ern Baxter fue, por mucho tiempo, un líder en el movimiento carismático de los Estados Unidos. Pastoreó durante veinte años una de las iglesias evangélicas más grandes del Canadá y viajó por todo el mundo proclamando el evangelio.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 8- agosto- 1984

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