Por Larry Christenson

Cuando hablamos de los signos vitales del cris­tiano, pienso en una persona que ha tenido un accidente. La pregunta inmediata que surge en ta­les casos es: ¿qué señales de vida da? Si el acciden­tado está consciente, una de las cosas que confir­mará su estado es su orientación, o desorienta­ción.

Si la persona está desorientada, es obvio que al­go anda mal con su sistema neurológico y se puede determinar su estado racional mediante su res­puesta a las siguientes preguntas: Primera, si sabe quién es él; segunda, si sabe dónde vive; y tercera, si sabe cuál es su empleo.

Me parece que un cristiano orientado sabe so­bre todo quién es él. Ese conocimiento viene par­cialmente reconociendo lo que era antes y lo que la gracia de Jesucristo ha hecho en él por medio del perdón de sus pecados. Además, tendrá una ac­titud positiva y expectante del futuro, igual que la tiene del presente, porque tiene comunicación abierta y continua con el Señor y con la familia de Dios. La palabra clave es identidad. El cristiano bien orientado está bien seguro de su identidad.

El segundo signo vital es que sabe dónde vive. En un sentido muy práctico esto tiene que ver con el cuerpo local donde se congrega, donde se le imparten las Escrituras; donde recibe su alimento espiritual. Un cristiano bien orientado sabe dónde pertenece.

El tercero es que sabe en qué se emplea y esto habla de ministerio, de dones y llamamiento.

Estas tres cosas bien definidas en el cristiano, evidencian su buena orientación y su contacto con la realidad. Una persona desorientada pudiera moverse, caminar o funcionar de cierta manera, pero no logrará coordinarse en estas tres áreas. Hay cristianos que andan por allí sueltos haciendo ruidos como si fueran normales, pero en realidad están desorientados.

Manteniendo su buena condición

Hay dos áreas básicas que son de suma impor­tancia para el mantenimiento de una buena condi­ción espiritual que conduzca a un crecimiento y madurez en el Señor: la oración y la Palabra. Es­tas fueron las dos prioridades que los apóstoles se fijaron para ellos en Hechos 6:4: «Y nosotros nos entregaremos a la oración, y al ministerio de la pa­labra.» Esto es tanto cierto en el pastor como en la congregación. La vida de la congregación es un barómetro preciso de la vida de oración y del mi­nisterio de la Palabra del pastor y de los líderes que tiene.

Bajo la categoría de la Palabra situamos, como es natural, la Biblia en primer lugar. Pero también he encontrado que ciertos libros importantes han llegado justo a tiempo en mi vida. También las enseñanzas que oigo en conferencias o en cintas grabadas tienen mucho que ver con el manteni­miento de mi condición espiritual. Conozco a per­sonas que me han dicho que ellos leen solamente las Escrituras. Esa no ha sido mi experiencia. Mu­chas veces he sido influenciado por una palabra que fue basada en las Escrituras, pero que fue ilu­minada para mí en una enseñanza. Los ministerios de enseñanza para la Iglesia tienen una función re­conocida para ayudarla en su crecimiento.

Por supuesto que las Escrituras por sí solas han moldeado mi vida de una manera fundamental, particularmente cuando he ahondado en ellas y las he estudiado considerablemente. Por ejemplo, una vez hice un estudio de Hebreos durante un año, examinándolo versículo por versículo en el griego original, y esto tuvo un efecto significativo en mi vida.

Como sea, estas dos áreas: la oración y la Pala­bra, son fundamentales en el crecimiento y mante­nimiento de los cristianos.

A veces le es difícil a los cristianos mantener una rutina regular de oración y de estudio de la Biblia. La siguiente sugerencia pudiera reflejar mi personalidad y no necesariamente una regla para todos, aunque tiene una aplicación general. La respuesta se concreta en una palabra: disciplina. La disciplina ha hecho más en la continuidad de mi vida cristiana que cualquiera otra cosa. Me re­fiero a lo que Dios espera que yo haga, lo que no puedo recibir por inspiración o por fe. Para poder hacer lo que todo cristiano debe, he tenido que llevar una vida disciplinada.

Para mí, eso significa generalmente un horario matutino regular de ejercicio, oración, estudio de la Biblia y devoción familiar. No es extraño pasar dos o tres horas al comenzar cada día en estas dis­ciplinas básicas y eso requiere que debo levantar­me bien temprano. Pero al final de este período, estoy listo para entrar en lo que esté inmediata­mente en mi agenda con un sentido de haber dado prioridad y atención a mi relación con el Señor y con mi familia, y a mi condición física, mental y espiritual.

Es importante anotar que todos estamos pro­pensos a entrar en períodos bajos o tiempos secos en la vida cristiana y yo no sé cómo evitarlos. Pe­ro he observado que, si continuamos nuestra disci­plina normal, estos tienden a pasar más rápidamen­te y no tenemos que quedarnos allí más de lo ne­cesario. Cuando me encuentro con toda una serie de circunstancias negativas, me entrego a mi ruti­na diaria con mayor determinación y eso tiende a sacarme con mayor rapidez de su efecto miserable.

Uno de los problemas que tienen muchos cris­tianos es que esperan que todo les venga fácil. Es­tamos acostumbrados a lo instantáneo y a obte­ner resultados inmediatos. Es más saludable pen­sar que «hoy seremos fieles al Señor, permitiendo que él produzca lo que esté listo en nosotros.» Nuestra orientación debe enfocarse más en la fidelidad de nuestra relación con el Señor que en los resultados fáciles o instantáneos en nuestra vida.

Para mantener una vida cristiana estable es ne­cesario responder a la presencia del Señor. Como dice el Salmo 16: «A Jehová he puesto siempre delante de mí, porque está a mi diestra, no seré conmovido.» Cuando salgo a correr temprano por las mañanas, por lo general repito este versículo y mentalmente veo al Señor a mi diestra. (Este es el tiempo que uso para hacer la mayoría de mis ora­ciones de intercesión.)

Necesitamos la confianza diaria que el Señor es­tá con nosotros. Aunque no sabemos todo lo que sucederá ese día, si reconocemos que él está con nosotros, es suficiente seguridad para enfrentar lo que esté por delante.

Problemas en el camino

Hay un denominador común en las personas que tuvieron una relación cercana con el Señor y luego se enfriaron. La mayoría de ellos se senta­ron en la «silla de los escarnecedores.» Tal vez ellos no se burlaban literalmente, pero estuvieron aso­ciados con personas que tenían un espíritu negati­vo, de queja, de escepticismo o de burla y fueron atrapados por ese ambiente que minó su relación con el Señor.

Cuando me encuentro con personas que parecen estar «bajo una nube», comienzo a hacer preguntas como» ¿qué has estado leyendo últimamente?» o «¿dónde has estado?» «¿quién ha estado contigo?» Recuerdo a una mujer que manifestaba un espíri­tu negativo y cuando las personas comenzaban a acercársele, ellas también resultaban igual. El pro­blema es que habían bebido de un pozo contami­nado y habían asumido una posición de duda en vez de fe.

La queja, la crítica y el negativismo, producen duda en el espíritu.

Otro obstáculo en la vida cristiana estable es al­gún pecado en particular que la persona tolere y permita que lo infecte sin detenerlo.

Y otra barrera muy frecuente está ilustrada en la parábola del sembrador: las preocupaciones del mundo. Conozco a personas que están entregadas a sus trabajos que les absorben completamente. El trabajo es a menudo un competidor formidable en la prioridad que debemos dar al Señor.

Un antídoto para esta clase de tentación es un compromiso y una entrega total al Señor y a su Cuerpo. Hay muchas personas atrapadas en situa­ciones semejantes que sienten que aman realmen­te al Señor, pero no tienen comunión con sus her­manos y hermanas en Cristo, pues les parecen lega­listas y que les demandan demasiado.

Básicamente, el compromiso cristiano es muy semejante al matrimonio. Es necesario estar total­mente comprometido y entregado al cónyuge en todos los niveles de la relación. En la vida cristia­na eso demanda un compromiso real con un cuer­po local de creyentes, que no será perfecto, por­que ninguna congregación lo es; pero es necesario que hagamos este compromiso: «Aquí es donde me ha ubicado Dios y daré aquí mi contribución; aquí beberé el agua de vida y obtendré el alimen­to que necesito. Estoy comprometido con el Se­ñor y con este cuerpo de creyentes y aquí haré realidad mi entrega.» Las personas que se han apartado de Dios, han comenzado perdiendo inte­rés en el Cuerpo de Cristo.

Una congregación local no es siempre el lugar más emocionante. Una gran parte del compromiso es rutinario. Pero, del mismo modo que en el ma­trimonio, estamos tan comprometidos para los días normales y ordinarios como para los emocio­nantes.

Buscando la voluntad de Dios

El buscar y encontrar la voluntad de Dios en cualquier situación, es un proceso que se puede caracterizar en tres palabras.

La primera es consejo. Para encontrar la volun­tad de Dios es necesario buscar el consejo de las Escrituras, y de las personas que conocen la Biblia y también mi condición personal.

La segunda palabra es consenso. El Señor lleva a la unidad o al mismo consenso a todos aquellos que buscan su voluntad. Nos sentimos bien y sin ningún estorbo cuando Dios revela su voluntad de una situación en particular dentro de este contex­to.

La tercera palabra es confirmación. Sabemos que es posible que hayamos oído mal, a pesar del consejo y del consenso, y debemos pedir a Dios confirmación para que con confianza podamos dar el paso de fe. Entonces, tal vez por medio de las circunstancias, por profecía o por otras mane­ras, el Señor confirme cuál sea su voluntad.

Este proceso básico lo he seguido para determi­nar la voluntad de Dios tanto en mi vida personal como en la vida de la Iglesia.

Por ejemplo, mi esposa y yo estamos contem­plando el prospecto de viajar más extensamente durante los próximos años. Lo hemos puesto de­lante de Dios en oración para determinar si en rea­lidad es lo que él quiere que hagamos. Hemos bus­cado el consejo de los ancianos de la iglesia y de otras personas en quienes tengo confianza. Hemos llegado a un consenso y ahora hemos visto cómo el Señor comienza a confirmarlo de las maneras más interesantes, tales como cartas y conversaciones.

El ingrediente más importante

La fe es el ingrediente más importante en la es­tabilidad y crecimiento cristiano; la clase de fe que espera la ayuda de Dios en las situaciones co­tidianas. Básicamente es una experiencia del invo­lucramiento de Dios, de su presencia y providen­cia, en todo lo que hacemos.

Esta actitud es difícil de mantener y es necesa­rio batallar para hacerla prevalecer. Por ejemplo, a veces despierto por las mañanas con una actitud negativa. Para combatir esta condición es necesa­rio tomar un paso de fe más decisivo y resolver comenzar cada mañana con la expectativa de que Dios está dirigiéndome y que él está en control antes de considerar cualquier error o problema.

Resultados de una vida estable

Uno de los resultados de una vida como la que hemos descrito es que Dios nos da su aprobación. No tengo ninguna duda que soy aceptado en Cris­to. Lo que quiero saber, sin embargo, es si estoy agradando a Dios, porque Dios acepta a muchas personas con las que no está agradado. Uno de los frutos de caminar fielmente con Dios es que él nos hace saber que somos su deleite.

Puedo ilustrar esta distinción con un ejemplo. Un padre llora por su hijo que se ha ido por mal camino y sus lágrimas demostrarán su gran amor, pero no puede decir que se deleita por la condición de su hijo. Se interesa, ama y acepta a su hijo, pe­ro lo que siente es muy diferente del agrado que le brinda un hijo que anda por el buen camino.

Dios se deleita y se agrada con nosotros cuando caminamos cerca de él. Eso no quiere decir que no nos corregirá y mostrará las áreas que necesi­tar cambiar, pero tendremos siempre la facultad de sentir la presencia y el agrado de Dios.

El deseo de agradar a Dios nos hace cambiar de camino. Ya no transitaremos por el «camino de la gloria» donde todo lo que buscamos es lo que nos beneficie a nosotros. En su lugar, buscaremos ca­minar en fidelidad y si esto significa pobreza, difi­cultades o sufrimiento, no nos importará porque sabemos que estamos agradando a Dios.

Larry Christenson ha servido desde 1960 co­mo pastor de la Iglesia Luterana La Trinidad en San Pedro, California. Su influencia, sin embargo, se extiende más allá de su pastora­do local, como conferenciante y escritor. Entre sus libros se destacan La Familia Cristiana y La Mente Renovada. Este articulo es una adapta­ción de una entrevista efectuada por New Wine Magazine, para su edición de noviembre de 1981.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4- nº 10 -diciembre 1982