De regreso a la casa del Padre
Autor Stephen Simpson
A menudo hablo con mi perro y le digo: «Sé que no te das cuenta, pero cuando te trajeron a nuestra casa, ¡te ganaste el premio mayo!» Él nunca discute. Lo trajimos a nuestra familia cuando era apenas un minúsculo perrito, nacido en los cañaverales de Luisiana del sur. Nuestra hija, viendo algo grande en esta bolita de pelusa amarilla, le puso por nombre, Espartaco Máximo.
«Sparty Max» se ha convertido en un magnífico, fuerte, grande perro con un espíritu juguetón, travieso y una asombrosa habilidad para explorar con precisión los lugares donde no debe ir. Sin embargo, está muy bien alimentado, recompensado incluso con desayunos hechos especialmente por mi papá. Tiene muchos juguetes, le gusta masticar huesos y animales de peluche, pero Sparty disfruta del sabor de los frutos prohibidos, como arbustos espinosos, lagartijas y toallas de papel.
Hace poco, llegué a casa y lo encontré sumido en el basurero, pescando basura. “¿Qué estás haciendo?”; le pregunté con voz fuerte. Él levantó la cabeza, y me dio esa vieja mirada de “¿Quién yo?”; mordiéndose culpablemente el labio inferior con una mirada de miseria total.
Por supuesto, mi enojo no duró mucho, sin embargo, quise aprovechar el momento para enseñarle a no meterse en la basura. Tomando su cabezota en mis manos, miré cariñosamente a sus grandes ojos marrones y le dije: «Sparty, te doy todo lo que puedas necesitar. Eres un perro bendecido. ¿Por qué quieres la basura? ¿Por qué prefieres esta basura por encima de tus juguetes?»
Fue un tiempo de enseñanza, en verdad. En ese momento, oí la voz del Padre Dios que me hablaba, una palabra simple, y esa palabra era «Ejem…» El Señor comenzó a darme una presentación en PowerPoint de algunas de sus bendiciones en mi vida, y algunas de las veces que rechacé su plan y elegí mi propio camino… con mucho detrimento y disgusto propio. Sé que no soy el único que hago malas elecciones. De hecho, la Biblia misma es la historia de la maravillosa creación de Dios, el rechazo del hombre al camino de Dios, la caída del hombre y de la creación y el misericordioso plan de Dios de redención y restauración para el hombre y la creación.
El hijo despilfarrador
Jesús trató frecuentemente este tema en sus enseñanzas y parábolas. Uno de mis relatos favoritos se encuentra en Lucas 15:11-31, donde Jesús dijo:
«Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde.” Entonces el padre les repartió los bienes. Unos días después, el hijo menor juntó todas sus cosas y se fue lejos, a una provincia apartada, y allí dilapidó sus bienes llevando una vida disipada. Cuando ya lo había malgastado todo, sobrevino una gran hambruna en aquella provincia, y comenzó a pasar necesidad. Se acercó entonces a uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien lo mandó a sus campos para cuidar de los cerdos. Y aunque deseaba llenarse el estómago con las algarrobas que comían los cerdos, nadie se las daba. Finalmente, recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! Pero voy a levantarme, e iré con mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo; ¡hazme como a uno de tus jornaleros!” Y así, se levantó y regresó con su padre.
Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó. Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo.” Pero el padre les dijo a sus siervos: “Traigan la mejor ropa, y vístanlo. Pónganle también un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Vayan luego a buscar el becerro gordo, y mátenlo; y comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.” Y comenzaron a regocijarse.
»El hijo mayor estaba en el campo, y cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas. Entonces llamó a uno de los criados, y le preguntó qué estaba pasando. El criado le respondió: “Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha ordenado matar el becerro gordo, porque lo ha recibido sano y salvo.” Cuando el hermano mayor escuchó esto, se enojó tanto que no quería entrar. Así que su padre salió a rogarle que entrara. Pero el hijo mayor le dijo a su padre: “Aunque llevo tantos años de servirte, y nunca te he desobedecido, tú nunca me has dado siquiera un cabrito para disfrutar con mis amigos. Pero ahora viene este hijo tuyo, que ha malgastado tus bienes con rameras, ¡y has ordenado matar el becerro gordo para él!” El padre le dijo: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero era necesario hacer una fiesta y regocijarnos, porque tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.”»
Una maestra de la Escuela Dominical contó esta historia a una clase de niños pequeños. Al final de la historia, la maestra preguntó: «¿Quién estaba realmente molesto cuando el hijo menor regresó a casa?» Un niño levantó la mano y dijo: «¡El becerro gordo!» ¡Es difícil discutir con eso!
El corazón del Padre
Hay un gran contraste entre la manera en que el padre recibe a su hijo descarriado versus la manera en que el hermano mayor recibe al menor. Jesús presenta esta historia para ilustrar el corazón de nuestro Padre Celestial hacia aquellos que andan perdidos y errantes, incluso aquellos que se han desviado y derrochado su herencia por decisión personal.
Una ilustración aún más grande del corazón del Padre, y a los grandes extremos que ha ido para traer restauración, está en la misma historia de Jesús. El Antiguo Testamento está repleto de promesas proféticas acerca del Mesías venidero y su propósito. Los versículos finales del Antiguo Testamento profetizan esto acerca de Jesús:
“Y él hará que el corazón de los padres se vuelva hacia los hijos, y que el corazón de los hijos se vuelva hacia los padres, para que yo no venga a destruir la tierra por completo (Malaquías 4.6).”
Si el Nuevo Testamento nunca hubiera sucedido; si Jesús nunca hubiera nacido; entonces la última palabra de la Biblia habría sido una «maldición». Ya sea en la parábola del hijo pródigo o en la historia de Jesús, Dios nos ha hecho evidente que hará lo que sea necesario para restablecer la relación entre sus hijos y él mismo y para restaurar las relaciones humanas.
Esta es una manera de discernir el Espíritu de Cristo del espíritu del infierno. Nuestro enemigo Satanás trata de engañar, manipular y dividir a las familias; para seducir espiritualmente a los hijos y alejarlos del Reino de Dios: justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
Jesús vino para traer vida y restauración. No inspira la rebelión ni la brujería; él las derrota con gracia, revelación, poder y sanidad. Siempre es un consuelo recordar que este es el latido de su corazón, su pasión, su propósito. Tanto como nosotros, los padres humanos, deseamos que nuestros hijos tengan una relación correcta con el Padre, sabemos que su deseo es aún mayor.
Testimonio personal
El Pastor Scott de la Iglesia Bautista de East Moss Point, Miss. me bautizó en agua cuando yo tenía 13 años. Había aceptado a Jesús como mi Salvador a una edad más temprana, y después, cuando tenía 12 años, fui inesperadamente bautizado en el Espíritu Santo y hablaba en lenguas. Pero, aunque definitivamente creía en Dios, y a veces me sentía cerca de él, tropezaba a menudo en el camino.
El Señor fue fiel en llamarme cada vez, y en hablarme acerca de dedicarle mi vida a él. Llegó el momento de hacer esa profesión de fe pública. El hermano Scott y mi padre hablaron conmigo acerca de lo que significaba ser bautizado. Oramos, entré en la pileta bautismal, fui sumergido y sentí la presencia y el favor de Dios en mí.
Poco después, empecé a escuchar a Dios llamándome al ministerio. No estaba seguro de lo que eso significaba, pero como hijo de un ministro y nieto de un ministro, no estaba muy seguro de querer aceptar ese llamamiento. Yo amaba a mi papá y a mi abuelo, y respetaba lo que hacían, pero me disgustaban algunos de los problemas con los que tenían que luchar en la vida de la iglesia. Papá y abuelo nunca se quejaron conmigo, pero yo no era lerdo para entender. (Por cierto, la mayoría de los hijos de pastores son muy observadores.)
Y comencé a resistir al Espíritu Santo. ¡Gran error! Yo sabía lo suficiente sobre la iglesia para poner buena cara en términos de ser agradable y educado. A veces, incluso lo decía en serio. Pero me hice un experto en vivir una doble vida. Me convertí en un hipócrita. El fuego en mi corazón que tenía por Dios comenzó a apagarse.
Podía alabar a Dios el domingo, y con los mismos labios, maldecir como el diablo el lunes. Podía mirar a alguien directamente a los ojos, y mentirles, con una sonrisa aparentemente sincera. Salía furtivamente de nuestra casa por la noche, para fumar, lanzar huevos a las casas de los vecinos, robaba artículos de las tiendas, bebía cerveza y cometía “hazañas mayores”. Todo el tiempo, el Señor continuó persiguiéndome, llamándome y recordándome quién es él realmente. Además, ¡me disciplinaba a menudo! ¡Bien disciplinado!
Felizmente, había algunas anclas que el Señor usó para impedirme caer en un precipicio: mi familia, amigos de pacto, y su presencia durante los tiempos de adoración. No podía negar la gloria y el poder de Dios. Había momentos en que cantaba, y la presencia de Dios casi me quitaba el aliento. Me sentía profundamente culpable, me arrepentía… y luego volvía a los viejos hábitos en la escuela o con amigos.
¡Sí, Señor!
Finalmente, cuando tenía 17 años y estaba por graduarme de la escuela secundaria, una serie de crisis en mi vida y en las vidas de mis amigos me hicieron más abierto a buscar a Dios y arrepentirme. Una vez más, él me recordó su llamado. Yo dije: «Sí, Señor, entraré en el ministerio, como tú lo definas. Pero, ¿podemos tener algunos acuerdos? «Todavía quería negociar con Dios. Él amablemente dijo: «Ya veremos».
Respiré profundo y dije: «Señor, ¿podemos estar de acuerdo en que esta es tu idea, y no la mía?» Él dijo: «¡Bueno, por supuesto es mi idea! Absolutamente. «Otra cosa: Vas a tener que ayudarme con esto, porque estoy bien seguro de que no soy capaz de hacerlo solo.» Casi me pareció como si el Señor se riera, pero siguió siendo lo suficientemente amable para decir: «No, no puedes hacerlo por ti mismo, pero te doy mi palabra que estaré contigo y te daré lo que necesitas para hacer mi voluntad”.
Eso fue hace 35 años. Lo he defraudado a menudo, pero él nunca lo ha hecho. Escuchó las oraciones y lágrimas de mis padres y abuelos y personas que me amaban. Todo lo bueno que he hecho en mi vida y ministerio es por causa de él.
Mi punto al decir todo esto es recordarnos a todos que Dios es un Padre muy, muy bueno. Él ve y lo sabe todo. Más aún, él está atento a nuestra necesidad. Cualquiera que sea la historia ahora, no está terminada. No se desanime, dondequiera que esté en su jornada; dondequiera que estén sus hijos o nietos en su jornada. No deje de orar, no deje de buscarlo. Pero incluso si usted no lo hace, sepa esto: Él nunca dejará de buscarlo a usted. Él nunca dejará de ir tras sus hijos y sus nietos.
Mi oración y mi ayuno es que Dios tenga misericordia de nosotros y de nuestras familias. Recordemos esta preciosa promesa que Dios nos da por medio de su profeta Isaías: «Yo defenderé tu causa, y salvaré a tus hijos.» (Isaías 49:25).
Stephen Simpson es el Editor de One-to-One, correo electrónico onetreesteve@bellsouth.net. También puede seguir sus comentarios en Twitter@ Bamastephen.
Tomado de One-to-One Magazine Otoño 2016
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Valera Contemporánea.