Conociendo los caminos de Dios

Autor Hugo M. Zelaya

Salmo 103. 7: “Dio a conocer sus caminos a Moisés; los hijos de Israel vieron sus obras.”

Esta porción de la Escritura, inspirada a David por el Espíritu Santo, hace un gran contraste entre Moisés y el pueblo de Israel en la relación de cada uno con el Señor. “Los hijos de Israel vieron sus obras” (milagros), pero a Moisés “dio a conocer sus caminos”, lo que motivaba a Dios a hacer esas obras. Inmediatamente, nos damos cuenta de dos dinámicas en esta declaración: una interna y otra externa. Una es consecuencia de la apreciación de los sentidos naturales y la otra la percepción espiritual que se desarrolla en las profundidades del interior del hombre.

Este conocimiento no lo recibió de un día para otro. El relato bíblico parece indicar que Dios reveló sus caminos a Moisés, su manera de tratar con los hombres, en las diferentes etapas de su vida: en su nacimiento, como miembro de la familia del faraón, como pastor en Madián, en la manifestación de Dios en la zarza ardiendo, en su envío a liberar a Israel de la esclavitud egipcia, en el éxodo y en los cuarenta años en el desierto de la primera generación de israelitas. A veces Moisés estaría consciente de que Dios estaba haciendo algo en su vida y quizá en la mayoría de las veces no se daba cuenta de que el Espíritu de Dios lo estaba preparando para llevarlo a tener una relación muy cercana con él de manera que Dios pudiera revelarle a este hombre cómo es él realmente.

Pero Moisés no era el único a quien Dios quería revelarle cómo es él. Dios quiere darse a conocer a toda la humanidad. Quiere que conozcamos, no sólo su infinito poder y su señorío sobre los asuntos del hombre, sino también que él es un Dios accesible a quien podemos conocer como a un Padre celestial.

Sí, es iniciativa de Dios que nosotros, personas finitas, podamos tener una relación íntima con el Dios infinito y que en esta relación él nos dé a conocer los misterios más profundos de su corazón, qué lo motiva a interferir en los asuntos de su creación. Dudo que haya habido o habrá en toda la existencia de la humanidad una persona que por sí misma haya decidido conocer a su Creador de una manera personal ni mucho menos íntima como Moisés. El capítulo trece de Éxodo revela este tipo de relación entre Dios y un hombre. Escojamos dos pasajes que concuerdan con esta proposición:

            Te ruego que me hagas saber qué planes tienes (v. 13)

            Te ruego que me muestres tu gloria v.18)

Dios le responde de manera positiva en ambas peticiones. Antes de mostrarle una forma, su espalda, que muchos comentaristas creen que es una manifestación del Hijo en el Antiguo Testamento, primero se identifica a Moisés describiendo su carácter como “¡Dios misericordioso y clemente! ¡Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad! ¡Es misericordioso por mil generaciones! ¡Perdona la maldad, la rebelión y el pecado, pero de ningún modo declara inocente al malvado! ¡Castiga la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación!” (Éxodo 34:6-7).

El deseo de Dios es tener camaradería con todos los hombres todo el tiempo. Así lo revela Génesis 3.8 donde dice: “El hombre y su mujer oyeron la voz de Dios el Señor, que iba y venía por el huerto, con el viento del día; entonces corrieron a esconderse entre los árboles del huerto, para huir de la presencia de Dios el Señor.”

Adam Clarke hace la siguiente observación en su comentario:

“La voz es usada apropiadamente aquí, porque como Dios es un Espíritu infinito, y no puede ser confinado a ninguna forma, así él no puede tener ninguna apariencia personal. Es muy probable que Dios solía conversar con ellos en el jardín, y que el tiempo habitual era al declinar el día, en la brisa de la tarde; Y probablemente este fue el tiempo que nuestros primeros padres emplearon en los actos más solemnes de su culto religioso, en el cual Dios estuvo siempre presente. El tiempo para esta adoración solemne ha venido otra vez, y Dios está en su lugar; Pero Adán y Eva han pecado, y por lo tanto, en lugar de ser hallados en el lugar de culto, están escondidos entre los árboles. Lector, ¿con qué frecuencia ha sido este su caso?1

Los israelitas vieron menos2

Los israelitas vieron las obras de Dios sin entender por qué las hacía. No porque él no hubiera querido revelárselo, sino porque a ellos no les interesaba. Como muchos predicadores han dicho: Israel salió de Egipto, pero Egipto no salió de Israel. Casi dos mil años después del éxodo, Israel todavía no conocía los caminos de Dios. Conocía muy bien la historia de las maravillas que Dios había hecho en favor de ellos, pero hasta ahí llegaba su interés.

Ahora bien, no es poca cosa conocer las obras de Dios porque estas demuestran su gracia y su misericordia. La diferencia entre Israel y Moisés es el enfoque que cada uno daba a esa relación. A Israel no le importaba conocer a Dios íntimamente mientras él siguiera favoreciéndolos con sus milagros. En tanto Moisés tenía un deseo profundo de saber cómo es realmente este Dios que se mueve de una manera muy diferente a los hombres. Sabía que Dios es espíritu y que su conocimiento tenía que ser en el espíritu. Moisés también vio sus obras, pero eso no satisfacía el deseo de su corazón. Quiso conocer al autor de los milagros.

Contexto del Nuevo Testamento

Encontramos también que esta actitud es una demarcación entre un cristiano superficial y uno espiritual. Muchos buscan a Dios sólo por lo que él hace por ellos: Sanidad; bendiciones materiales; problemas relacionales, etc. Sus oraciones son solo por cosas terrenales – bendiciones físicas. Ese patrón, que es predominante en muchas de nuestras iglesias de hoy, indica una condición de inmadurez espiritual.

Estamos de acuerdo que cuando una persona está recién convertida, él o ella no han madurado en su relación con el Señor y no puede asimilar necesidades más profundas de las que puede asociar con sus sentidos naturales. Pero una cosa es ser un bebé recién nacido en Cristo y otra nunca madurar. Algo no anda bien en la vida espiritual de una persona que después de años, su relación con Dios permanece en las “obras” y no avanza en sus “caminos”.

Uno de los problemas con permanecer en ese nivel superficial es que no se llega a saber cómo es Dios, que todo lo que hace tiene un propósito aunque no encaje en nuestra manera de pensar. Bien dice Isaías 55.8 y 9: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más altos que los caminos y pensamientos de ustedes.” Esto lo dijo después de invitarnos a venir a él para que alcancemos a conocerlo como realmente es.

Otro problema con quedarnos bebés en Cristo es que terminamos cayendo en estructuras legalistas que en la mayoría de los casos no representan a Dios, sino nuestro concepto de él. Muchas iglesias evangélicas adoptan un sistema de reglas para alcanzar un aspecto diferente del crecimiento espiritual. En el primer siglo era guardar el sábado y no comer nada sin antes lavarse las manos. En nuestro día, la santidad, por ejemplo, es vista en las hermanas como abstenerse de cortarse el pelo, de usar pantalones y de maquillarse. En los hermanos es venir a la iglesia con vestido entero, no dejarse crecer el pelo y no usar joyas, como cadenas y anillos que no sean el matrimonial. Para otros es no tener árbol de Navidad en la casa ni decorarla con luces y pesebres.

Pablo tuvo que lidiar con este problema en las iglesias que él había establecido. Particularmente en la iglesia en Galacia donde judíos cristianizados habían convencido a los gálatas que se circuncidaran para obtener la salvación. Pablo compara esta clase de legalismo con “hechicería” en Gálatas 3.1 que en la Nueva Versión internacional dice: ¡Gálatas torpes! ¿Quién los ha hechizado a ustedes, ante quienes Jesucristo crucificado ha sido presentado tan claramente?

Es bueno respetar las convicciones de otros y dar lugar al Espíritu Santo para que haga su obra de transformación en la vida de los hermanos. También es bueno no juzgar a otros porque no guardan las mismas reglas. El legalismo produce engaño y muerte. “El que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna” (Gálatas 6.8).

La vida eterna está en conocer a Dios

Juan 17.3 dice: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”

La vida eterna es la vida de Dios. Es más que la existencia de Dios en un medio que no es el nuestro por naturaleza. Nosotros llamamos existencia al medio donde respiramos y podemos ver, oír, oler, palpar, y gustar esta vida humana. La vida eterna es más que eso. Es más fácil recibirla que explicarla. Para recibirla tenemos que relacionarnos con un Dios que tiene un entorno diferente al nuestro y una naturaleza que no está limitada por el tiempo y el espacio, porque él existe fuera de estos. Vive en un entorno que se llama eternidad porque él es eterno y él está ahí.

¿Le suena difícil? Realmente que es imposible si fuésemos nosotros quienes debemos iniciar esta relación. Pero Dios ya tomó la iniciativa y envió a su Hijo en la forma de hombre para poder morir en lugar de nosotros y así satisfacer su justicia que demandaba nuestra muerte por todas nuestras ofensas contra él. La muerte de Jesús en la cruz abrió el camino para el intercambio de vidas que él ofrece. Todos los que por fe acepten lo que dice Colosenses 2.14 que él ha anulado el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era adversa; la quitó de en medio y la clavó en la cruz, recibirán un cambio total de naturaleza. La Biblia llama a este cambio nacer de nuevo. La vida eterna es sólo para quienes conocen a Dios Padre por medio de su Hijo, Jesús.

Moisés llegó a conocer la manera de ser de Dios, su constitución, sus atributos, por qué hace lo que hace. Y en esta dispensación del Nuevo Testamento, Dios nos invita a conocerlo por medio de su Hijo y tener vida eterna que nos capacita a entrar en la realidad espiritual de Dios para realizar las funciones de la vida eterna como movernos, reproducirnos y responder al estímulo del Espíritu Santo.

Como los israelitas de antaño, muchos cristianos vienen a Dios buscando una respuesta externa: Empleo, ganar más dinero, una casa, una esposa, sanidad. No quiere decir que cuando tengamos una necesidad no vengamos a él y pedírsela. Jesús mismo nos exhorto a hacerlo en Mateo 7.7-11:

“Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán, llamen, y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? 10 ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? 11 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan!”

Pero es todo lo que desean de él y hay mucho más en una relación personal con el Señor. Dios quiere que hagamos lo que le agrada y nos abstengamos de lo que le desagrada, no porque él lo demande, sino porque no queremos ofenderlo ni contristar al Espíritu Santo. Es una relación que él inicia de su espíritu a nuestro espíritu, su profundidad llama a nuestra profundidad. David la describe de esta manera en el Salmo 42.7: “Un abismo llama a otro abismo, y resuena la voz de tus cascadas.”

Parece inconcebible que muchos cristianos no hayan visto la gloria de Dios, que no hayan tenido todo el cambio interno que Dios quiere y que toda su relación sea externa. Nunca será suficiente guardarse de cosas externas del mundo como decíamos antes (el “hacer o no hacer”: no usar poca ropa o muy tallada, no ir al cine ver televisión o internet; no hacerse tatuajes, piercing, pintarse, etc.). ¿Es malo abstenerse de todo esto? No, hagámoslo, pero entremos en una relación profunda de comunión con nuestro Dios. Si el espíritu que gobierna al mundo va más profundo, por qué no nosotros. Romanos 12.2: “No adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.”

Una persona puede eliminar cosas externas del mundo y hacer las cosas más profundas del mundo. Sus caminos enseñan qué es de Dios y qué es del mundo. Jesús dice en Mateo 23.27: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque son como los sepulcros blanqueados, que por fuera se ven hermosos pero por dentro están llenos de carroña y de total impureza.”

Los fariseos en el tiempo de Jesús buscaban la rectitud externa a descuido de su condición interna. Mucho de lo que pasa en el ministerio cristiano es farisaico. Todavía tenemos mucho de la naturaleza adámica. Nos esforzamos para ser diferentes pero por fuera. Eso es como intentar taparse con hojas lo que somos por dentro. La ofrenda de Caín eran sólo hojas, la de Abel, el anticipo del sacrificio del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” Dios sacrificó un animal para vestir a Adán y a Eva, y a su Hijo para cubrirnos con su justicia.

Jesucristo nos redimió de una naturaleza para darnos otra, la suya para llevarnos a hacer más que el cumplimiento externo de mandamientos. El conocimiento de Dios nos de la capacidad de sacrificar al hombre viejo. De salir de alguien para entrar en Alguien.

La Iglesia es una manifestación de la vida de Cristo; luz en medio de tinieblas; vida en medio de la muerte; el cielo en la tierra. No aspiremos a menos. Dediquemos toda nuestra vida a conocerlo mejor (Lea el capítulo 3 de Filipenses).

Notas

  1. Power Bible – Comentario de Adam Clarke
  2. The Treasury of David (El Tesoro de David)

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Valera Contemporánea.

Hugo M. Zelaya es fundador y pastor de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en Costa Rica. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica