Autor Walter H. Beuttler

La dirección de Dios es siempre digna de confianza, pero no siempre se puede predecir.

La noche era clara y las estrellas brillantes. No había ninguna sensación de movimiento dentro del avión Constelación G de la TWA que parecía estar suspendido sin moverse entre el cielo y la tierra. Únicamente el sonido monótono de los motores daba alguna idea de que íbamos en vuelo a Europa, habiendo dejado atrás la península de Labrador. Era una noche ideal para la aurora boreal. Esas luces fabulosas y misteriosas, nórdicas daban un magnífico espectáculo con sus cortinas multicolores de delicados matices, mientras que las estrellas titilaban como para adornar esas seductoras pero prohibidas regiones polares.

Mientras contemplaba este espectacular fenómeno ártico en admiración silenciosa, bien pasada la medianoche, de repente el Señor me habló diciendo : «Yo te he enviado en esta jornada.» Las palabras sonaron tan claras corno una campana y tan penetrantes como una navaja. Aunque fueron fácilmente inteligibles, no parecían ser naturalmente audibles. Su implicación transformó aquella cabina en una catedral de adoración por el resto de la noche, mientras consideraba el privilegio de ser enviado por Dios en una jornada.

¡Oír palabras tan benditas eran un fenómeno mucho más maravilloso en el ámbito del Espíritu que el fenómeno de la aurora boreal en el ambiente de la naturaleza!

La dirección viene con la humildad  

Realmente que el viaje tuvo su comienzo en 1951 durante un tiempo de avivamiento en el Instituto Bíblico del Noreste en Green Lane, Pennsylvania. La presencia de Dios flotaba densamente sobre el servicio nocturno del viernes. Por el discernimiento que graciosamente nos dio el Espíritu, sabía que Dios cumpliría con Su propósito únicamente si no buscábamos gratificarnos en el éxtasis espiritual, si no nos abandonábamos a la carnalidad espiritual. También sabía instintivamente que debíamos estar de pie en una actitud de adoración y mantener absoluto silencio. No obstante, podía percibir que la presa del dominio propio que retenía la explosión emocional, estaba en su límite de resistencia. Algunos ya comenzaban a perder el control. Alarmado y sintiéndome progresivamente temeroso de perder el propósito de Dios, recurrí a la reprensión para tratar de salvar la reunión. Inmediatamente todo el movimiento del Espíritu cesó, la presencia de Dios se levantó y dejó el servicio como si hubiera sido herido por una plaga. Cuando el servicio hubo muerto y ya no se pudo salvar, despedimos a la gente con esperanzas para otro día.

Durante la noche fui despertado por una voz audible cantando en el cuarto. Cuando voltee en dirección a la voz vi al Señor con una vestidura blanca parado por la ventana. Estaba viendo en dirección mía y continuaba cantado entre tanto yo me sentaba derecho en la cama. Cantó dos estrofas de un canto que jamás había oído. La primera estrofa trataba del pecado y del perdón, la segunda de la gracia y de la gloria. Cuando hubo llegado al final de Su canto (la voz era profunda, rica y masculina) desapareció de pronto. Viendo que eran las 2.30 de la madrugada, me levanté, pues durante este avivamiento el Señor me despertaba todas las noches a la misma hora para darme instrucciones de lo que haría en los servicios de la mañana y de la noche. (Estas instrucciones podían ser muy detalladas incluyendo, por ejemplo, quién habría de cantar algún número especial, a qué punto en el servicio, que estrofas deberían ser específicamente omitidas, etc. Se requería también mucho tiempo par., esperar en el Señor, para prepararme para cumplir con el requisito dado específicamente para las reuniones, de «obediencia instantánea e incuestionable.» Cuando en cierta ocasión me pregunté a mi mismo: » ¿Cómo podré hacer mi trabajo (académico)?», la respuesta inesperada estaba allí inmediatamente: «No tienes ningún trabajo que hacer; tu trabajo es cooperar conmigo para hacer mi trabajo.»

Mientras estaba en una adoración contemplativa por el canto que El había cantado para mí, me di cuenta de una inquietud que sentía por dentro y dije: «Señor, ¿pasa algo malo?» Inmediatamente vino la respuesta: «¡El error de Uza!» En seguida supe que con la reprensión carnal de mi acalorado espíritu había hecho igual que Uza en el Antiguo Testamento, (2 Samuel 6:6-7). La gravedad de mi error fue obvia en la muerte instantánea del servicio. «Lo siento, Señor, «dije yo, «pero ¿qué puedo hacer?» La respuesta no se hizo esperar: «El domingo en la mañana durante el servicio de comunión, quiero que te levantes y hagas una confesión total y le pidas a los alumnos que te perdonen.» (Estas palabras, como en otras ocasiones, no vinieron individualmente una por una, sino como un pensamiento completo e instantáneo). Yo me quise excusar diciendo: «Señor, soy un maestro. ¿Qué pensarán de mí los estudiantes?» No hubo respuesta; ninguna era necesaria.

El domingo por la mañana llegó muy pronto. Mientras el pan era servido, de pronto mi corazón comenzó a palpitar agitadamente y supe que era la señal para pararme. Así lo hice diciendo: «Estudiantes, tengo que hacer una confesión.» Todas las cabezas se volvieron mientras que un fuerte silencio saturaba la capilla. Habiéndoles dicho cuidadosamente todo lo que había sucedido para que no hubiese esfuerzo alguno de minimizar mi culpa con cualquier grado de excusa o circunstancia mitigante, terminé diciendo: «Deseo que todos me perdonen por haber matado el servicio.» Inmediatamente una persona se levantó y en una poderosa manifestación profética, obviamente para mí, dijo:

«Porque has hecho esta cosa y te has humillado delante de la congregación, por lo tanto el Señor tu Dios te levantará y … » Cuando oí de esa manera la respuesta de Dios a mi obediencia de humillarme públicamente, caí de rodillas llorando. Inmediatamente el Espíritu habló dentro de mí palabra por palabra con gran claridad:

«Ve y enseña a todas las naciones.» Entonces el Espíritu descendió poderosamente sobre todo el cuerpo estudiantil durante unas tres horas, donde hubo confesiones de pecado, peticiones de perdón, consagraciones más profundas y rededicaciones a la obra del ministerio.

La obediencia abre puertas 

En la primavera, cuando el año escolar llegaba a su final, el Señor de alguna forma puso estas palabras en mi conciencia interna:

«Ve, consigue un pasaporte.»

«Señor,» dije yo, «No necesito un pasaporte. No tengo a dónde ir, ni dinero con qué ir.»

De nuevo vinieron las palabras con claridad, «Ve, consigue un pasaporte.» Yo repetí mis objeciones Y unos días más tardes el Señor repitió las mismas palabras por tercera vez. «Ve, consigue un pasaporte.» Esta vez casi obedezco, pero me detuve porque no veía ninguna razón de obtener un pasaporte.

Entonces unos días después una señora de la iglesia vino y me dijo: «Hermano Beuttler, ¿tiene usted un pasaporte?»

«No,» dije yo, «¿por qué he de tener un pasaporte si no voy para ninguna parte?»

«Qué lástima, porque aquí tengo un boleto aéreo para ir a Europa. Es un vuelo especial. Yo planeaba ir pero no puedo.

No me permiten hacer un reclamo por el dinero, pero sí darlo a otra persona.»

«Conseguiré un pasaporte inmediatamente.» le aseguré.

«No lo harás,» replicó ella, «este vuelo sale en dos semanas y se requieren cuatro para obtener un pasaporte.» (Así era entonces).

Por tres días el Espíritu de Dios se contristaba dentro de mi espíritu y ambos sentíamos el dolor de no poder llevar a cabo la tarea de Dios. Era uno de esos sentimientos de fracaso que ni llanto ni remordimiento podían quitar. Dios no me habló más hasta casi finalizar ese año cuando el Espíritu comenzó de nuevo a instarme a obtener un pasaporte. Esta vez no hubo titubeos ni protestas pues ya casi había perdido las esperanzas de ir y me sentía muy alegre de tener otra oportunidad. El dinero comenzó a venir de fuentes inesperadas sin esfuerzo de ninguna naturaleza, de modo que una semana antes de la Navidad me encontraba camino a Alemania sin saber con qué propósito.

El Señor no me había dado ninguna dirección a dónde ir. Sin embargo, recordó que el boleto de la TWA era para Alemania y me dirigí para allá, mi familia estaba allí Y mi madre estaba enferma y no conocía al Señor y asumí que Dios quería que le hablara a ella de El. Una vez que llegué a Alemania, el Señor abrió las puertas de una iglesia bautista para que ministrara. Todos los días el Señor me despertaba a las 4:30 de la mañana con Su presencia para instruirme «sobre lo que debí decir y hablar» (Juan 12:49 Isaías 50:4). El tema de toda esa semana era sobre «El Conocimiento de Dios.» Cuando el último servicio llegaba a su conclusión, el pastor dijo a la congregación: «He orado por mucho tiempo que Dios nos condujera a verdades más profundas de las que hemos conocido como bautistas y ahora Dios ha enviado a este hombre de Norte América como respuesta a mi oración.» Con esto comenzó a llorar abiertamente. Más tarde me dijeron que jamás antes habían visto llorar a su pastor.

Esto parecía suficientemente extraordinario, pero Dios tenía más en Su agenda. Cuando todavía estábamos en estas reuniones especiales, el Señor envió más instrucciones en una forma muy clara de entender, pero difícil de describir. De alguna manera percibía delante y sobre mí, las palabras con toda claridad: «Ve a Amsterdam por avión en el Año Nuevo, como a la media tarde.» Las palabras estaban como impresas y de un color entre azul y púrpura. Podía verlas perfectamente, pero no con mi vista natural. «Señor, no tengo nada que hacer en Amsterdam y además quiero pasar el Año Nuevo con mi madre,» dije yo sin ganas de ir. Más tarde en la semana hubo una repetición exacta de las instrucciones del Señor y mi respuesta fue igual. Por tercera vez y de igual manera se repitió la misma escena, pero esta vez estaba por dar la misma respuesta cuando me acordé cómo había perdido mi viaje a Europa. Supe instintivamente que esta era mi última oportunidad y me reprendí a mí mismo por haber sido tan imprudente y acepté ir con plena seguridad de que, aunque esta era la manera más extraña que Dios jamás se había comunicado conmigo, era no obstante, Su asignación para mí. De todas maneras, era entonces, la cosa más incompatible con mis intereses y deseos personales.

Dios conoce los itinerarios  

En mis preparativos para ir a Amsterdam, me fui a Stuttgart para investigar los itinerarios de la Compañía Real Holandesa de Aviación, quienes me informaron con mucho pesar que no tenían vuelos para Amsterdam el Año Nuevo. En Línea Aérea Suiza me dijeron que no había servicio aéreo para Amsterdarm por ninguna línea en ningún día feriado, Año Nuevo inclusive. Esta información desató una gran crisis personal debido a la mucha enseñanza que había dado sobre el tema de la dirección divina y ahora mi aparente dirección de Dios no parecía encajar dentro de mis circunstancias. Algo andaba mal, la dirección o la información y si era mi dirección entonces ¿que era lo que estaba mal en mí y mi enseñanza?

En este predicamento estaba cuando salí de la cálida oficina de la Línea Aérea Suiza al frío cortante de afuera. Con mi boina bien puesta sobre mis orejas y mis manos metidas en las bolsas de mi abrigo me incliné hacia adelante, cara al viento, la lluvia y la nieve, y comencé a chapotear en la resbalosa nieve medio derretida, sumamente turbado en mi corazón. Ni una evaluación fresca de mi discernimiento de la dirección de Dios ni una retractación mental de mis pasos me llevaban cerca de la solución de mi problema. Parecía haber llegado al fin de mi juicio, envuelto en un signo de interrogación dentro de un enigma.

Totalmente frustrado, detuve mi andar, cerré mis ojos y dije reverentemente: «Señor, ¿conoces Tú o no el itinerario de las líneas aéreas? No hubo respuesta.

El último recurso que me quedaba era ir a las oficinas de la American Express. Allí una persona detrás de un escritorio buscó en la Guía Oficial de Líneas Aéreas moviendo su cabeza negativamente. «Lo siento, Señor, pero no hay nada.» De pronto su rostro se iluminó y dijo: «Espere un momento, aquí hay un informe especial. Usted es un hombre de suerte. Hay un vuelo especial para Amsterdam que sale de Stuttgar el primero de enero a las 4:20 P.M. ¿Lo quiere? Inmediatamente el Espíritu me dio fuertemente testimonio dentro de mí que este era mi vuelo. Compré el boleto inmediatamente con un aire de triunfo y de alegría que eran difíciles de contener. Dios sabía los itinerarios aéreos después de todo. ¡Aleluya!

La intervención divina 

El vuelo al aeropuerto Schiphol de Amsterdam fue lo suficientemente normal a pesar del mal tiempo. Lo que parecía normal, o al menos sorprendente, era el silencio de Dios a pesar de que mi corazón estaba constantemente dispuesto hacia Dios para recibir dirección concerniente a mi destino. Cuando desembarcamos en la terminal, pausada y calladamente dije: «Señor, he llegado. ¿Ahora qué?» No hubo respuesta. Entonces con un tono de urgencia y esperando que no estuviera teñido de impaciencia, pregunté de nuevo, pronunciando las palabras deliberada y enfáticamente: «Señor, he llegado a Amsterdam. Este es el aeropuerto Schiphol de Amsterdam, Holanda. ¿Qué es lo que debo hacer aquí?» Ya que no parecía avecinarse ninguna, seguí la «dirección», el juicio, del sentido común de una mente sana con la fe en la dirección inconsciente de Dios y me fui a pasar la noche a un hotel, lo que me parecía lógico. Antes de entregarme al sueño le aseguré al Señor de mi disposición de cumplir con su encargo en Amsterdam, pero agregando que si no oía de El, al día siguiente por la mañana tomaría el vuelo de las 8:00 amo de la British European Airways para Londres. A las 8:00 AM no había oído nada y me encontraba sentado con el cinturón abrochado, listo para salir en el vuelo para Londres. Pero no hubo despegue. Allí estuvimos quince minutos en el frío cortante sin despegar, cuando vimos el anuncio: «Les habla el capitán. Siento tener que pedirles que regresen a la sala de la terminal. Una densa neblina ha descendido sobre el aeropuerto y es muy peligroso despegar.» Así que entre los gemidos de los enfadados pasajeros regresamos a la sala.

Tan pronto entramos por la puerta sentí fuertemente la presencia de Dios alrededor mío, de manera que instintivamente supe que aquí era donde Dios tenía la tarea para mí. Su presencia adentro se tomó en un fuerte espíritu de intercesión que se combinaba con mi intensa adoración. Absorto en esta actividad del Espíritu, me senté en una esquina de la gran sala, inconsciente del tiempo y de lo que me rodeaba. Cuando finalmente me di cuenta que habían pasado varias horas, me levanté para enterarme del estado del tiempo y encontré que la neblina era tan densa que apenas sí se distinguían las siluetas de las naves más cercanas. Frente a mí estaban dos hombres; obviamente uno era empleado del aeropuerto y el otro un pasajero. El empleado conversaba con el pasajero de esta manera: «No entendemos esta neblina. No hay neblina en ninguna parte de Amsterdam, excepto aquí en el aeropuerto. No lo podemos en tender. » En el escritorio de información nos dijeron que todos los vuelos habían sido cancelados y no se esperaba que ninguno saliera ese día debido a la densa niebla.

Hasta este punto todo se había desarrollado bastante bien. Pero entonces comencé a perder el camino debido a mis razonamientos. Mi razón me decía que esto no podía ser de Dios pues allí estaba sentado sin hacer nada y gastando el dinero de otra gente. La verdad es que comencé a calcular la cantidad de dinero que estaba desperdiciando cada hora que permanecía allí sentado esperando que levantara la neblina. La presencia. de Dios de la que había estado tan consciente, se disipó lentamente y en su lugar me quedaba una gran confusión. Cientos de pasajeros y yo ambulábamos vanamente sin recursos buscando un lugar para sentamos.

Finalmente, me dirigí al comedor y sentándome al extremo de una larga mesa me preguntaba lo que debía hacer. Sentado allí, acongojado y confuso, noté a un hombre, extraordinariamente bien parecido que venía en dirección mía. Llevaba un traje oscuro y tenía un porte tan real de dignidad que sentí deseos de saber quién era. Por su apariencia general concluí que debía pertenecer a una de las familias reales de Europa. Todo su comportamiento era tan culto y sin embargo, tan natural y sin afectación. Sorprendido vi cómo se sentaba justamente enfrente mío al otro lado de la mesa. Pero porque estaba tan turbado en mi espíritu no le presté mi atención, cerré mis ojos y comencé a orar diciendo:

«Señor, ¿dónde estoy?» con respecto a Su voluntad, por supuesto. Entonces abrí mis ojos y miré en la dirección donde estaba sentado este hombre, sin ninguna razón aparente. En el mismo instante vi cómo él levantaba un libro que tenía sobre sus piernas y lo abrió para leer. Naturalmente mi mirada cayó sobre el título que estaba extrañamente en alemán y decía: «FUEHREN WOHIN DU NICHT WILLST» (DIRIGIENDO DONDE NO QUIERES IR). Entonces el hombre volvió a poner el libro sobre sus piernas como si hubiera cambiado de parecer. Inmediatamente supe que esa era la respuesta de Dios. Entonces vino un salonero y dijo: » ¿Podrían los dos caballeros levantarse? Necesitamos esta mesa para alimentar a algunos pasajeros.» El se levantó y caminó en una dirección y yo en la opuesta.

De nuevo la apariencia extraordinaria de este hombre me llamó poderosamente la atención con su porte erguido y su andar culto y otra vez me pregunté quién sería. Una vez más lo aparté de mi pensamiento con la explicación que tenía que venir de alguna de las familias reales de Europa. De todos modos, desde entonces el Señor me ha confirmado, personalmente y públicamente que este hombre no era otro que el ángel del Señor a quien Dios había enviado a Amsterdam para hacerme regresar de nuevo a Su voluntad. (Dicho sea de paso, varios pastores que narraron esta historia en sus congregaciones, tuvieron un mover del Espíritu y confirmación del Espíritu de la validez del relato. La historia se leyó también al cuerpo estudiantil de la Escuela Bíblica de las Asambleas de Dios en Inglaterra por el finado Donal Gee quien me escribió personalmente diciéndome que la lectura había sido seguida por un mover del Espíritu en su escuela). Así que le confesé al Señor mi errado razonamiento y mi incredulidad y le pedí perdón con el resultado de que la conciencia de Su presencia me volvió como antes.

Como eran muchos los pasajeros que buscaban una silla desocupada, tuve la fortuna (provindencialmente) de encontrar una junto a una pequeña mesa redonda donde también estaba sentado un hombre extraño de piel oscura. Rápidamente tomé asiento, cerré los ojos y continué con mi intercesión en el Espíritu. Pero fui interrumpido por el hombre. «Señor, dígame su secreto.» Abriendo los ojos percibí que se había inclinado hacia adelante sobre la mesa con una mirada inquisidora en sus ojos.

Yo respondí: «Señor,

¿Quién es usted? ¿Qué quiere decir?»

El me contestó: «Soy un hombre de negocios africano, creado en la fe maometana. No obstante mi ardiente búsqueda, Mahoma no me pudo dar el perdón de mis pecados ni la paz que buscaba. Por eso dejé el mahometismo probé otras religiones, orientales y occidentales, pero en ninguna pude encontrar lo que necesitaba. Finalmente renuncié a todas las religiones, pero por muchos años he hecho una oración que es: «Oh, Dios, si es que hay un Dios, muéstrame el camino de la paz verdadera.» Entonces añadió: «Señor, ¿es usted el hombre que tiene lo que busco, y si es así, me puede enseñar el camino a la paz verdadera? Lo he estado observando desde esta mañana, sentado por allá en esa silla. Había una luz en su rostro. ¿Que era esa luz? Yo pensé dentro de mí: ¿Podrá ser este el hombre que tiene lo que busco? Si es usted, ¿Cual es su secreto?

Mientras él me decía todo eso y mucho más, el Espíritu comenzó a darme todo lo que habría de decirle. Cuando hubo terminado, le di el testimonio de mi salvación cuando en circunstancias similares yo caminaba las calles de Nueva York muy solitario, sin amigos y sin paz en mi corazón, y cómo encontré lo que estaba buscando por medio de Jesucristo, el Príncipe de Paz.

Para concluir iba a decirle: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo,» repitiendo una cita que ya había usado antes mientras le hablaba. Comencé diciendo: «Cree en el Señor Je … » cuando fui interrumpido por una voz que decía: «Su atención por favor, todos los pasajeros de la British European Airways, vuelo número tal, por favor sírvanse abordar su avión inmediatamente. Saldremos en diez minutos; la neblina está levantando.» Con esto nos dijimos adiós y jamás nos volvimos a ver.

El poder de la providencia divina  

Viendo la jornada en su perspectiva total, emerge un notable panorama de entrelazamiento de la providencia divina. Dios oyó la oración de este africano por muchos años: «Oh, Dios, si es que hay un Dios, muéstrame el camino de la paz verdadera. » El estaba en un continente. Dios oyó sus oraciones y echó a andar las ruedas de la providencia divina para contestarle. Su instrumento escogido estaba en Norteamérica, un segundo continente. A través de una dirección muy fuera de lo normal y sobrenatural, Dios trajo a ambos al mismo lugar, al mismo tiempo, en un tercer continente para hacer posible un contacto personal y proveer el tiempo necesario, Dios cerró uno de los aeropuertos de mayor tráfico con una bruma extraordinaria. Cuando el instrumento perdió su camino, Dios fue al extremo de mandar a un ángel al aeropuerto para volver a encarrilar al instrumento en la dirección de Dios. A pesar de que muchos de los pasajeros detenidos por la niebla estaban buscando lugar para sentarse, Dios tenía una silla desocupada para el instrumento, justamente enfrente del africano. Dios contestó la oración del hombre llevándole el camino a la paz verdadera por medio de Jesucristo, el Príncipe de Paz. Cuando el mensaje terminó de darse la neblina levantó y los aviones reasumieron sus vuelos. Este fue el día que Dios envió a Su ángel a Amsterdam. Esta es realmente la historia moderna de Felipe y el Etíope y un testimonio elocuente del poder de la providencia divina.

Himno laudatorio a la divina providencia  

«AL UNICO y SABIO DIOS, NUESTRO SALVADOR»… Quien por más de veintidós años abrió las puertas para enseñar el conocimiento de Dios a las partes más distantes de todos los continentes y a las islas más remotas de todos los océanos. Quién suplió todas las necesidades sin esfuerzo, guio una y otra vez en su asombrosa providencia, preservó en circunstancias de peligro mortal, y concedió el compañerismo de Su presencia en unos treinta y tres vuelos transoceánicos con diez alrededor del mundo y uno sobre el aparentemente infinito desierto blanco del Polo Norte (de Paris a Tokio, cortesía de las Asambleas de Dios de Francia). «SEA GLORIA, MAJESTAD, DOMINIO Y AUTORIDAD, ANTES DE TODO EL TIEMPO, Y AHORA, Y POR TODAS LAS EDADES. AMEN. (Judas 25).

IN MEMORIAM

Walter Beuttler (fallecido el 17 de Mayo de 1974) nació en Alemania y sirvió internacionalmente al cuerpo de Cristo como maestro de la Biblia.

Vino Nuevo Vol 2 #2