Yanina “un testimonio”

UNA PUERTA ABIERTA DESPUES DE MUCHOS CALLEJONES SIN SALIDA.

De niña aprendí que había un dios y nada más que eso; para mí era un dios sin sentido. Mi madre procedía de una tradición católica y mi padre era judío. Ambos creían más en ellos mismos que en una divinidad. Fui criada para rendirle culto a la mente y por lo tanto la educación llegó a ser el todo para mí.

Probablemente fui la primera estudiante de pre-medicina en pañales en la historia del mundo. Las conversaciones que recuerdo desde temprana edad, no dejaban duda en cuanto a mi carrera.

«¡Yanina será doctora!»

«Nuestra pequeña es muy inteligente. ¡Quizás llegue a ser abogada!» ·»No serás feliz con un trabajo corriente. ¡Necesitas algo desafiante o te frustrarás!»

«Querida, cuéntales a mis amigos tu juego de ajedrez, o saca tu violín y toca una melodía.»

«Usa tu mente para ayudar a la humanidad, Yanina. ¡No la desperdicies! »

Y así iban las cosas. Como cualquiera niña en crecimiento, yo confiaba naturalmente en mis padres para aprender de ellos lo que era cierto e importante.

Tenía especial amor para mi padre y trataba de ser tan lista como él. Le gustaba la música clásica, se leía alrededor de siete libros por semana, jugaba al ajedrez muy bien y hacía los crucigramas más complicados con tinta. Trabajaba como auditor del Departamento de Bienestar Social de la ciudad de Nueva York.

Papá sufrió su primera convulsión cuando yo tenía ocho años. Los doctores dijeron que era una enfermedad llamada polyarteritis que, ataca los tejidos arteriosos. Destruye todo el cuerpo. Por cuatro años sufrió de coágulos de sangre, infartos, hinchazón en todo su cuerpo y convulsiones que se prolongaban hasta una hora. Cuando le venía un ataque, yo le sostenía un pañuelo en su boca para que no se mordiera la lengua, mientras mamá llamaba al hospital.

Al final había quedado casi ‘totalmente sordo y ciego. Sabíamos que iba a morir. Yo no entendía la muerte y no quería aceptar el hecho que algún día dejaría de existir.

En cierta ocasión, ya tarde en la noche, cuando el ataque fue más fuerte, mi madre corrió por el traspatio para pedirle ayuda a un vecino. Podía oír su voz clamando al correr.

«¡Dios mío! ¡Dios mío!»

Sonaba tan extraño. Me preguntaba dónde estaba Dios en realidad y si El podía ayudar a mi padre. Yo tenía doce años cuando murió y desde entonces las cosas comenzaron a ir mal. Mamá estaba empleada como trabajadora social y por las noches salía con diferentes hombres; por lo tanto, yo cuidaba de mi hermano menor. Escasamente recuerdo los dos años siguientes excepto que estaba aterrorizada por mi aspecto y me preguntaba si en realidad tenía alguna habilidad.

En el grado noveno me comencé a interesar en la política y esto me llevó a unirme al Club de Debates, y eventualmente a las reuniones de la ESD (Estudiantes por una Sociedad Democrática). Una de las oficinas más poderosas de la ESD estaba situada dentro de la Universidad de Nueva York en Búfalo, El Movimiento pro Paz estaba comenzando, junto con demostraciones contra la guerra de Vietnam. Yo me uní a un destile de protesta de 14 millas de largo a través de la ciudad.

Como en muchos jóvenes de mi edad, había una gran rebelión emocional que crecía en mis adentros, y necesitaba un escape. Buscábamos las respuestas en la sociedad en que vivíamos. Si nuestra sociedad no las tenía, queríamos un cambio. Cuando hablaba a mis amigos de la lucha entre las clases pensaban que estaba loca.

En el décimo grado asistí a las reuniones de la «Juventud contra la Guerra y el Facismo» de tendencias anti-imperialistas. Mi conocimiento sobre la teoría económica se estaba ampliando rápidamente pero no podía controlar mi resentimiento cuando mis compañeros de escuela me gritaban «comunista» al pasar por los corredores. Aún deseaba pertenecer. Me hubiera controlado de haber sabido que pocos años después, esos mismos compañeros estarían bien ebrios quemando sus carnets de reclutamiento en medio del patio de la universidad, sin sospechar que estaban siendo manipulados.

Al finalizar aquel año escolar, la alienación en el hogar y el colegio estaban llegando a un límite. Me sentí atraída por el movimiento «hippie» y huí de la casa rumbo a San Francisco, tomando «ácido» y participando del amor libre. Tenía entonces 15 años. No pasó mucho tiempo antes de convertirme en una adicta, viviendo parte del tiempo con un artista y luego con otros hombres. Tomaba el “ácido”, para hacer juegos mentales como pensar en no pensar.

En San Francisco una amiga y yo experimentamos con el control mental bajo el efecto de las drogas. Creía sólo en un universo físico basado en la energía y sus vibraciones. No conocía nada del mundo espiritual; pensaba que cada cosa física, incluso la mente, tenía una longitud de onda particular. Por lo tanto, por medio del uso del pensamiento concentrado y proyectado, algo así como una sugestión hipnótica, uno podía literalmente hacer que otra persona le obedeciera como un muñeco.

Cierta vez le sugestionamos a un muchacho que estaba endrogado que no debía sentarse y desperdiciar toda esa buena música que estábamos oyendo; continuamos proyectándole pensamientos y lo mantuvimos bailando por cinco horas. Yo no sabía acerca del mal y por lo tanto no se me ocurrió que estaba siendo usada por fuerzas malignas para atormentar al muchacho. Pero toda la energía de mi alma se dirigía hacia ese fin. ¿Cómo va a entender una el alma cuando en todo lo que cree es en el poder físico de la mente?

Expo ’67 vino como un gran acontecimiento en Montreal y decidí viajar gratis a Canadá parando autos en el camino. En Salt Lake City conocí a un hombre, propietario de un periódico marxista quien me facilitó credenciales de prensa falsas y una carta de presentación para poder cruzar la frontera del Canadá. El pase de prensa me permitió entrar y salir de la Exposición y me proporcionó giras gratis por los pabellones y toda clase de atenciones. De vez en cuando tomaba un trabajo de vendedora en algún puesto de la Exposición cuando necesitaba dinero para comprar drogas. Montreal es una ciudad extraña, deslumbrante, cosmopolita y aún los «hippies» tienen clase.

Era a fines del otoño cuando el tiempo se puso muy frío; así que me fui, auto-stop, hasta Vancouver y fui a dar en un apartamento liberado. Allí le entré más fuerte a las drogas negociando y pidiendo. Cuando los policías me preguntaban qué hacía en las calles, sacaba mi carnet de identificación falso que decía: Yanina Kent, edad 21 años. Reportera de los Estados Unidos.

Entonces les decía que estaba escribiendo una historia sobre los «hippies» y eso generalmente me sacaba del aprieto. Conseguí un trabajo como cantante pero eso no duró mucho tiempo. Fui expulsada del local por drogarme demasiado y acarrearle problemas al lugar.

Finalmente me arrestaron por vagancia – por obstrucción de una acera. Mis credenciales de reportera no me ayudaron en esta oportunidad. Fui puesta en una celda junto con unas prostitutas lesbianas que se pasaban hablando de todas las drogas que tomaban. Entonces se fijaron en mí y dijeron: «aún los ‘hippies’ toman drogas».

Todo lo que sentía eran sus ojos observando cada uno de mis movimientos hasta que se me erizaba la piel. ¡Deseaba salir de allí corriendo! Un muchacho, conocido mío, pagó la fianza y me sacó. Luego me robé un radio para pagarle y escapé de allí.

Siete meses después de mi huida estaba sentada en un café jugando ajedrez cuando me encontré con una gente de mi pueblo natal, Búfalo. Estaban en Toronto para asistir a una convención socialista. Del modo de vida que estaba llevando lo único que había encontrado eran problemas. Pregunté y estas personas aceptaron llevarme a Búfalo al terminar la convención.

Volví a casa con mi madre quien estaba planeando casarse con un holandés. Ella se alegró de verme pero me hizo ver bien claro que tenía que trabajar o volver a la escuela. Terminé los dos últimos años de secundaria en seis meses y logré que me aceptaran en la Universidad Estatal de Nueva York.

Mis mejores cursos universitarios fueron jugar al ajedrez, al billar y tomar «ácido». Por ese entonces revivió mi interés político y pasaba panfletos, marchaba en demostraciones, estudiaba filosofía marxista y hasta ayudé a atacar y tomar el edificio de la administración junto con un grupo de manifestantes.

Pero siempre parecía que cuando pensaba tener la respuesta, ésta se desvanecía como humo en el aire. El gobierno comunista, por ejemplo, creía en compartirlo todo, en la libertad de vivir el uno con el otro, en someterse a la mayoría del grupo y vivir en paz. Pero ningún gobierno comunista había tenido éxito. En la teoría todo estaba bien, pero aún así fracasaba. ¿Por qué?

En algún lugar de la mente tenía que estar una solución para la confusión en que se hallaba todo el mundo, incluyéndome a mí. Estaba haciendo varios «viajes» con «ácido» a la vez, aprendiendo a dirigir los pensamientos hacia diferentes ideologías. A me­ nudo podía oir la voz de mi padre diciéndome, «Yanina, usa tu mente para ayudar a la humanidad.»

El instructor del curso de guerra de guerrilleros anunció que para el fin de semana había planeada una maniobra de campo con la cooperación del Cuerpo de Infantería de Marina. Íbamos a montar con ellos un simulacro de una situación en Vietnam. Ha­ bíamos estado estudiando recientemente la actividad insurgente en Asia, el Medio Oriente, y Sur América. Así pues, con el escenario completo, fuimos a acampar a un lugar cercano.

El grupo se arregló como una villa vietnamesa simpatizante del Vietcong y se nos dieron rifles M-l. Los marinos tenían los M-l y los M-14. Todas las armas estaban equipadas con balas de salva y había cargas falsas de dinamita y granadas de humo para hacerlo todo más realista.

Me preguntaba cuánta cantidad de «ácido» podría producir un químico. Esto haría la revolución más fácil pues la gente que estuviera en «onda» podría entender la necesidad y la mecánica de la revolución. A mi manera de ver, los soldados no tenían derechos; estaban oprimidos y explotados. Si las drogas fueran asequibles, el usuario eventualmente se volvería descontento, apático y fácil de engañar; además, la historia testifica que toda cultura desarrollada en torno a las drogas decaerá.

No mucho tiempo después de nuestra maniobra de campo me tomé cinco cápsulas de un “ácido” muy potente creyendo que podría controlar su efecto. Estaba sentada en las gradas del colegio frente a mi casa, fumando marihuana y haciendo alardes con un amigo acerca de la cantidad de «ácido» que había tomado cuando comencé a sentir los efectos en mi mente. Todo se estaba mezclando. Los sonidos, los colores y las energías del área, todos se estaban uniendo. Pensé que si podía permanecer allí sentada por un momento, también me podría unir a todo eso y hacerme invisible y una con el universo.

Entonces comencé a perder el control. Cruzamos la calle hacia mi casa y se me hizo patente un fuerte dolor que no era físico. Algo muy adentro dolía y gritaba anhelando algo. Estaba manifestándose como un clamor doloroso contra el cual tenía que luchar. Golpeé mi cuerpo contra el calentador, la escalera, la pared, tratando de deshacerme de eso.

Apenas me di cuenta de la cara asustada de mi madre que me miraba; me parecía irreal y falsa. Le dije que había tomado LSD y seguidamente caminé hacia mi padrastro y le puse mis brazos alrededor del cuello tratando de ponerme cariñosa con él. Luego me trastorné por completo, tirando y quebrando todos los objetos a mi alcance; poco después perdí el conocimiento.

Cuando volví en mí, horas después, estaba encerrada en mi cuarto. Mi hermanito de 9 años llegó a la puerta cuando llamé; su cara no escondía la preocupaci6n de haber visto a su hermana como una loca, pero se controló muy bien.

«Te amo, Yanina», dijo sonriendo. «¿Estás bien?»

Le dije que sólo estaba cansada y que necesitaba estar sola por un rato. Después de que cerró la puerta una ola de culpabilidad me bañó por completo. Me acordé de las veces que había hablado a mi hermanito acerca de los beneficios de la marihuana y de la libertad que ofrecía. Verdaderamente le había descrito algo fantástico.

Date una buena mirada a ti misma, Yanina,» pensé amargamente. «¡El dolor que te lleva a la locura es el dolor de tu propia vida sin respuesta ni sentido!»

De pronto no tenía importancia que el cuerpo físico de Yanina se quedara mucho tiempo más en el universo físico. Me mantuve con esta actitud suicida por varios meses. Contemplaba a los muchachos cerca de la cafetería universitaria. deambulando sin sentido, que trataban de ser tan individualistas con sus barbas y acababan con una apariencia tan falsa. Hablaban mucho acerca de cómo ayudar a la sociedad, pero nunca hacían más que buscar ocasión con las muchachas.

Observé a algunos de los activistas políticos que yo conocía y me di cuenta que de todos eran las personas más confundidas y echadas a perder­ agresivas, pervertidas, que ni siquiera vivían la vida en que ellos decían creer. Deseaba tanto una respuesta a todo esto… Supongo que era la esperanza de una mejora y de encontrar la solución lo que me contuvo de quitarme la vida. Pero pasaba deprimida la mayor parte del tiempo pues se iban derrumbando poco a poco mis ideales políticos.

Cuando Patricio, mi novio de secundaria, volvió a Búffalo de San Francisco, me alegré mucho de verlo. El había estado viviendo en una comuna cristiana llamada «Casa Clayton.» Me trató de explicar lo que había estado haciendo pero no le entendí. El cristianismo me parecía sólo otra doctrina religiosa, no una manera de vida.

Fuimos a visitar a una amiga y Patricio le comenzó a hablar del Señor Jesús. Podía sentir algo como celos encendiendo un fuego dentro de mí. Esto no tenía ningún sentido ya que nuestros tiempos de diversión y de tomar drogas juntos habían termi­ nado. Sabía que Patricio no trataba de conquistar a mi amiga, pero había tal sensación de amor a su alrededor cuando hablaba de Jesús … ¿Estaría celosa de un puño de ideas que Patricio había encontrado y que yo no podía entender? Había buscado en tantos lugares … ¿Sería posible que hubiera omitido alguno?

No quería demostrar los sentimientos que estaban aflorando en mí y por lo tanto me fui al cuarto de al lado para poder pensar. Mi mente corría como una computadora, seleccionando, rechazando, tratando de reorganizar mi conocimiento para tener algo firme en que basarme. Pero nada calzaba. ¡Mi bien educada mente que era lo único en que dependía, no me estaba dando nada! Esta realidad que Patricio parecía tener, amenazaba mi única seguridad, mi intelecto.

Desesperada por conocer, temblando por fuera y por dentro, finalmente clamé con todas mis fuerzas «¡Jesús o alguien allá afuera, ayúdame a entender!»

Al instante una gran calma vino sobre mí; una quietud que parecía estar en cada partícula del aire en el cuarto. Sólo la puedo describir como la primera sensación de paz verdadera que jamás sentí en la vida. Volví a la sala y me senté en silencio para escuchar lo que Patricio estaba diciendo.

Antes, todo lo que había oído eran palabras, pero ahora, todo tenía significado. No cabía duda de que Dios era real. Yo había sentido Su respuesta a mi clamor de auxilio y me había traido la paz que yo tan desesperadamente necesitaba entonces. Yo era un ser humano con necesidades que el mundo material nunca podría satisfacer por completo.

Todo era tan claro ahora. Cualquier suposición política de que los hombres al vivir y trabajar juntos lleguen a amarse automáticamente o a llenar sus propias necesidades, es ridícula. Sólo hombres mezquinos que se unen en su orgullo mutuo para establecerse como la última autoridad sobre la tierra, tratarán de hacerle creer que la mente es absoluta.

Se dice que la necedad de Dios es más sabia que los hombres y que Su debilidad es más fuerte que los hombres y yo sé que esto es cierto. En Su sabiduría y amor infinitos, El ha dado a la humanidad mucho más que sólo el balance de la economía y los recursos que son la ínfima parte en realidad. Él nos ha dado a Jesús, quien da sentido a la vida. Volví con Patricio a la Casa Clayton, libre de la esclavitud de las drogas y las doctrinas.

En los meses siguientes, mi entendimiento intelectual dio paso a algo mucho más profundo y completo. Sólo lo podemos llamar amor porque no tenemos otro nombre que darle. El amor puede ser un sistema de vida si es el amor Suyo. Mi búsqueda ha terminado. Ruego a Dios por usted en la suya.