Por Charles Simpson

El mundo está buscando quién le muestre el camino.

Cierto día salí a visitar a una familia de mi congregación. Cuando llegué, mi anfitrión me ofreció un sillón bajo cerca de la entrada. Yo me senté; él cerró la puerta y lo que vi me tomó por sorpresa. Detrás de la puerta había un enorme «bulldog» del tamaño de un ternero; era el perro más grande que jamás había visto y estaba demasiado cerca. Yo no le tengo miedo a los perros, pero respeto a los de ese tamaño. Me hundí en el sillón y el perro se sentó con la cabeza erguida, nues­tros ojos al mismo nivel. Ninguno de los dos se movía.

«¿Es peligroso?», pregunté sin quitarle los ojos de encima.

«No; no hace nada … pero no haga movimientos bruscos.»

«¿Bruscos? Si no me puedo mover del todo.» Una cosa es que una persona quede inmovilizada temporalmente por el temor y otra que familias enteras, congregaciones y naciones sean paralizadas por el miedo. Ahora puedo ver hacia atrás y reír por mi experiencia, pero la parálisis presente y la falta de liderazgo en la sociedad occidental no cau­san risa.

Una vez estaba dirigiendo un retiro con estudian­tes del Seminario Teológico Fuller en un hotel de montaña. Simultáneamente, se llevaba a cabo una concentración juvenil de un grupo de acción política cuya identidad no tenía muy clara entonces. Para llegar a nuestras reuniones, tenía que pasar por una sala donde estaba el otro grupo y una mañana escu­ché a una joven que comenzaba su discurso de esta manera: «El liderazgo es una lucha por la conquista de los corazones y las vidas de los hombres.» Por mucho rato estas palabras hicieron eco en mi men­te. » ¡El liderazgo es una lucha por la conquista de los corazones y las vidas de los hombres!» ¡Qué verdad más profunda!

Comencé a ver entonces mi ministerio para los jóvenes en el seminario bajo una nueva luz. Estamos en una lucha por ganar el liderazgo mundial… y por el momento estamos perdiendo.

Meses después leí un libro escrito por Douglas Hyde titulado Dedication and Leadership (Dedica­ción y liderazgo). Hyde fue jefe del partido comu­nista en Inglaterra por muchos años y editor de un diario londinense (The London Daily Worker), antes de convertirse a Cristo y dejar el partido. En su libro él da la siguiente definición: «El liderazgo es una lucha por la conquista de los corazones y las vidas de los hombres.» Recordé entonces lo que había oído en el grupo de acción política y com­prendí que los comunistas tienen bien definidos sus objetivos.

Los cristianos tenemos también un mandato de Dios. «Haced discípulos de todas las naciones» fueron las últimas palabras de Jesús en la tierra pa­ra la Iglesia. Los hombres en su generación fueron líderes internacionales que sacaron a multitudes fuera de la hechicería, la idolatría, la enfermedad, la pobreza, la ignorancia y otras formas de oscuri­dad. El primer Adán fue comisionado para sojuz­gar y ejercer dominio en la tierra. Los hijos del úl­timo Adán, Jesucristo, no debieran de hacer menos. La dominación toma el poder haciendo trampa. El li­derazgo es positivo y cultiva lo mejor en sus segui­dores; la dominación es negativa y mantiene su po­der retardando el crecimiento y el desarrollo de los que la siguen.

Algunas veces la dominación y el li­derazgo se pueden confundir temporalmente, pero el fruto que producen es claramente diferente. Un vacío de liderazgo verdadero ofrece muchas opor­tunidades para la dominación, pero la respuesta nunca debe ser la destrucción del liderazgo, sino observar el fruto para ver qué produce. Jesús se re­firió a esto en su parábola del trigo y la cizaña en Mateo 13: 24-30. Los siervos querían arrancar la ci­zaña, pero Jesús sabía que eso dañaría también el trigo. El tiempo revelará la verdadera calidad del liderazgo.

La necesidad de liderazgo

El esposo ha perdido el derecho de ser la cabeza de la familia. El liderazgo masculino es severamente criticado y a menudo rechazado en la vida de la familia. El estilo de vida de la familia ha cambiado y ha hecho subir las estadísticas de divorcios, tanto que el matrimonio tiene ahora un cincuenta por ciento de probabilidades de sobrevivir. El porcenta­je es aun menor para matrimonios que vivan en paz, con felicidad y prosperidad. Un joven que se casa no sabe qué esperar de su esposa o lo que ella espe­ra de él. No sabe si estudiar educación para el hogar o prepararse en una profesión. Pronto será asunto de elegir quién toma el nombre de quien.

La iglesia no está en mejor condición. Las metas ecuménicas de la generación pasada están ahora es­tancadas en la política internacional. Los cristianos que se sentían seguros en sus tradiciones, las han visto desaparecer frente al cinismo. Pero los cínicos no han podido reemplazar lo que han derribado.

Uno recuerda las lágrimas de Jesús cuando vio a Israel como ovejas sin pastor. Y tenían maestros, clérigos, teólogos y políticos, pero no había líderes como Moisés, Elías y David. El deber de la iglesia no es sólo tener líderes para ella misma, sino pro­ducir liderazgo para todo el mundo y en todas las áreas: en la industria, la economía, la política, la educación, etc. La iglesia es el semillero para el li­derazgo del mundo. Si la luz se apagara en la iglesia, el mundo quedaría sin luz.

Que el secularismo no se atreva a apuntar un de­do de crítica al pueblo de Dios, porque en su fun­cionamiento anti-espiritual ha producido un perío­do de inestabilidad en los gobiernos y las institucio­nes sin paralelo en la historia. Nunca se había visto anarquía semejante. Estamos ahora menos estables que cuando comenzamos. Los cambios de gobierno ocurren por violencia o por escándalo. Los líderes de la post-guerra que dieron a la civilización occi­dental un período de estabilidad, paz y progreso, se han ido: Churchill, de Gaulle, Eisenhower, Adenauer y otros. Con ellos se ha ido el clima que les permitió ser líderes.

Actitudes que estorban al liderazgo

El liderazgo nace de entre el pueblo y debe ser reconocido por el pueblo. En Ezequiel 22:30 Dios dice: «Y busqué entre ellos hombre que hiciese va­llado … » Dios usa a hombres corrientes. Sólo una vez envió a un líder del cielo. Y fue crucificado.

Existe hoy un clima de desconfianza de toda au­toridad que hace casi imposible el surgimiento y el ejercicio de un liderazgo verdadero. Parece que se debe pasar por un período sin líderes para poder apreciar, aunque sea un liderazgo pobre. No confiamos en nadie, porque hemos dejado de confiar en Dios. Las mujeres se levantan contra los hombres. Los jóvenes contra los viejos. Los pobres contra los ricos, los negros contra los blancos, los trabajado­res contra sus patrones, el congreso contra el presi­dente y los cristianos contra sí mismos. Es la vieja táctica de «divide y vencerás».

La semilla diabólica de la sospecha ha sido tan ampliamente sembrada que cualquiera que haga el intento de dirigir es acu­sado de tener malos motivos. Entretanto, nuestras naciones languidecen como instrumentos poderosos que se devoran a sí mismas sin el aceite de la gracia.

El egoísmo y el orgullo están relacionados muy de cerca con la desconfianza. «Si no puede ser mío, tampoco lo será de nadie.» «Somos tan buenos co­mo cualquiera.» El árbol se conoce por su fruto.

La historia en el Antiguo Testamento dice la manera en que José se acercó a sus hermanos en el campo y les dijo: «Tuve un sueño en el que está­bamos atando manojos. El mío estaba derecho y los de ustedes se inclinaban al mío.» ¿Se alegraron sus hermanos por el sueño de José? No. Se pusie­ron furiosos. José soñó otra vez que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban a él, significando que su padre, su madre y sus once hermanos se postrarían ante él. Sus hermanos se enojaron tan­to que lo vendieron como esclavo pretendiendo que había sido devorado por las fieras del campo, pero no sin antes considerar seriamente matarlo.

Casi siempre se tienen problemas cuando se eli­ge, se nombra o se reconoce algún tipo de liderazgo, porque algunos que no fueron escogidos se sienten con derechos. Su petulancia es una de las mejores evidencias que confirma que no debieron ser ele­gidos.

Cuando Israel era esclavo en Egipto, Moisés, sintió una enorme carga por su pueblo. Un día golpeó y mató a un egipcio que maltrataba a uno de sus hermanos hebreos, Más tarde dos hebreos peleaban entre sí por lo que Moisés los amonestó. Uno de ellos le espetó: «¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?»

Los fariseos (conservadores) y los saduceos (li­berales) se despreciaban mutuamente, pero se pu­sieron de acuerdo para matar a Jesús, el Mesías enviado por Dios. Prevalecieron sobre los romanos, que los oprimían, para que lo hicieran por ellos. Es una vieja historia: ocupar un cargo de liderazgo es invitar a la persecución.

Un hombre estaba atrapando cangrejos y metién­dolos en una canasta. Alguien que lo observaba comentó: «¿No temes que se salgan sin taparlos?» «¡No!», respondió él y continuó en su tarea. Los cangrejos estaban inquietos y subían por los lados de la canasta.

«¿Estás seguro que no se saldrán?»

«Seguro. Veo que no sabes nada de cangrejolo­gía».

» ¿Cangrejología?»

» ¡Sí. Cangrejología! ¡Cuando uno está casi por salirse, los otros se agarran de él y lo halan para abajo!»

En un clima de orgullo y de egoísmo hay quie­nes abogan por una causa perdida en vez de sacri­ficar sus propios intereses en aras del bien común.  

Otro factor que estorba el surgimiento del lide­razgo es la actitud de miedo producida por un «cli­ma de crisis.» Los medios noticiosos de hoy son tan eficientes que se puede ver la sangre de las víc­timas en la televisión antes que se seque. Las crisis en países lejanos se vuelven personales en nuestro mundo empequeñecido. La violencia nos confron­ta con tanta frecuencia que el miedo, y a veces el terror, nos invaden. Además, aunque llenos de miedo, muchos se han vuelto adictos a la violencia. La toman como entretenimiento y sus sentidos es­tán tan saturados que para sentir alguna emoción tienen que ver a un tiburón despedazar a la gente a dentelladas. Cualquier cosa menor se puede ver en las noticias de las seis de la tarde.

Fui criado en un pequeño pueblo y recuerdo que, cuando era niño, muchas de las señoras escu­chaban las radionovelas. Cualquier día por la tar­de era posible oír las tragedias en los radios del vecindario encendidos a todo volumen. Usted podía ir caminando por la calle y no se perdía ni una palabra de «La viuda joven,» «Los amores de fula­no,» «La otra esposa de Alberto.» Recuerdo que había una actitud común entre todas estas mujeres. Toda su conversación se centraba alrededor del te­ma de las novelas, la lástima de sí mismo. También muchas de nuestras conversaciones tienen que ver con la crisis y el miedo que está alrededor.

Nos hemos olvidado que nuestras iglesias y na­ciones alcanzaron su lugar de privilegio porque hubo hombres que corrieron riesgos fundados en su fe en Dios, su fe mutua y su confianza en sí mismos. Su preocupación principal no eran los «ismos». Una vez oí a un gran hombre de Dios decir que si los cristianos fueran lo que debían ser todos estos «ismos» se convertirían en «eras­mas». No correr riesgos es contentarse con la me­diocridad donde la confianza se disuelve en el temor y el orden en el caos.

Un vistazo a un verdadero líder

El primer libro de Samuel, capítulos 13 y 14 narra la historia de Jonatán, el hijo del rey Saúl.

Había ya reinado Saúl un año; y cuando hubo reinado dos años sobre Israel, escogió luego a tres mil hombres de Israel, de los cua­les estaban con Saúl dos mil en Micmas y en el monte de Bet-el, y mil estaban con Jonatán en Gabaa de Benjamín; y envió al resto del pueblo cada uno a sus tiendas.

y Jonatán atacó a la guarnición de los filis­teos que había en el collado y lo oyeron los filisteos. E hizo Saúl tocar la trompeta por to­do el país, diciendo: Oigan los hebreos.

Y todo Israel oyó que se decía: Saúl ha ata­cado a la guarnición de los filisteos; y también que Israel se había hecho abominable a los fi­listeos. Y se juntó el pueblo en pos de Saúl en Gilgal.

Entonces los filisteos se juntaron para pelear contra Israel, treinta mil carros, seis mil hom­bres de a caballo, y pueblo numeroso como la arena que está a la orilla del mar; y subieron y acamparon en Micmas, al oriente de Bet-avén.

Cuando los hombres de Israel vieron que es­taban en estrecho (porque el pueblo estaba en aprieto), se escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en cisternas.

Y algunos de los hebreos pasaron el Jordán a la tierra de Gad y de Galaad; pero Saúl permanecía aún en Gilgal, y todo el pueblo iba tras él temblando (13:1-7).

Para complicar más las cosas, Saúl usurpó el privilegio del sacerdocio y ofreció ilegalmente una ofrenda que Dios rechazó. Como resultado, Dios quitó su favor de Saúl y la situación se tornó de­sesperada. En medio de este cuadro gris, Jonatán se vuelve a su escudero y le dice: «Ven y pasemos a la guarnición de los filisteos que está de aquel lado… quizás haga algo Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos. Y su paje de armas le respondió: Haz todo lo que tienes en tu corazón; ve, pues aquí estoy contigo a tu voluntad» (1 S. 14: lb y 6-7). El de­senlace de la historia es que el Señor hizo algo por ellos y les dio una gran victoria contra todas las posibilidades.

Tome nota de la situación: Estaban frente a un número superior de hombres y de armas, pero no a hombres superiores. Las armas y los números no son siempre tan cruciales. El factor determinante estaba en un buen líder. Jonatán y su escudero fue­ron azadas porque tenían confianza en Dios. Pro­verbios 28;1 dice que «el impío huye sin que na­die lo persiga; mas el justo está confiado como un león.» El liderazgo de un hombre se mide por la calidad del compromiso de sus seguidores. Sólo se requiere uno totalmente comprometido (Qué res­ponsabilidad más tremenda la de los líderes). Mu­chos que se dicen ser líderes no tendrían quienes los siguieran si la adversidad golpeara sus causas.

Una vez comprometido a luchar, Jonatán per­mitió que Dios tomara la iniciativa y le diera la victoria. Cuando la victoria fue certera, los cobar­des, los que se habían echado para atrás, y los após­tatas regresaron para unirse en la operación de limpieza. El valor de Jonatán hizo que todos los isra­elitas se vieran bien. El líder es quien saca lo me­jor o lo peor de la gente.

No sólo debemos de ser guiados, sino que se re­querirá que cada uno sea un líder en su propia es­fera de influencia. Un líder debe de producir líde­res. Jesús lo hizo escogiendo a hombres muy co­rrientes, haciendo de sus seguidores hombres de valor, de carácter y productivos. Estas son las características que dan influencia; y la influencia es una forma de liderazgo.

Hay muchas excusas para no ocupar lugares de liderazgo. Unos tienen problemas que les impiden verse como líderes. No es necesario aspirar a ser guías de nadie o de sentirnos calificados para serlo. Lo que se necesita es que seamos todo lo que Dios espera de nosotros. Entonces él nos pondrá, si lo desea, en un lugar de liderazgo. Moisés se excusó diciendo que no podía hablar. Isaías, que no era digno. Jeremías, que era demasiado joven y Ezequiel, que nadie lo escucharía. Pero todos ven­cieron sus impedimentos y se convirtieron en grandes líderes.

¿Qué constituye a un líder?

Sin pretender agotar el tema, voy a sugerir ciertas cualidades esenciales para el liderazgo. Los verdaderos líderes son hechos a mano y no producidos en una línea de ensamblaje. General­mente son forjados en el horno de la adversidad y no en el regazo de la holgura.

Tome a Daniel, por ejemplo. Vino a Babilonia como esclavo y pronto se convirtió en el presiden­te. Su jefe cayó del poder, pero él no. El siguiente rey lo retuvo en su puesto. Leemos en Daniel 11: 32: » … el pueblo que conoce a Dios se esforzará y actuará.» En tiempos de caos, de transición y de crisis, conocer a Dios personalmente puede llegar a ser el fundamento para el liderazgo. El que conoce a Dios sabe de sus propósitos y plan para lle­varlos a cabo. En él también encontramos los recursos espirituales para destruir los yugos del mie­do, la timidez y la incredulidad. En Dios encon­tramos las palabras que producen un sonido cierto – que da confianza. «Los que conocen a su Dios se esforzarán y actuarán.»

El segundo atributo es consecuencia del prime­ro. Conocer a Dios produce un corazón recto; y la pureza interna es un requisito para un liderazgo sano. «Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gi­me» (Pr. 29:2). Muchos líderes comienzan su jor­nada y cuando su autoridad crece, se descubre que sus motivos no eran buenos. Uno puede cono­cer a Dios sin descubrirse a sí mismo. Esto le suce­dió a hombres como Moisés, Elías y los apóstoles. Nadie está preparado para guiar si no ha descubier­to su debilidad en la presencia de Dios y no le im­porte quién guíe, mientras haya liderazgo.

Las primeras dos son preparación para la terce­ra cualidad. Conocer a Dios produce un corazón recto y eso nos prepara para ser ungidos por el Es­píritu Santo. Este poder recibido es la gracia que conduce al éxito a los seguidores llamados por Dios y la que derrota a los enemigos. En el Anti­guo Testamento, los líderes, los reyes y los sacer­dotes eran ungidos con aceite. Era una proclama­ción de la presencia del Espíritu Santo en ellos que les daba poder para conducir al pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento, Dios ha derrama­do su Espíritu Santo sobre todos los que lo han pedido porque quiere que seamos una nación de reyes, sacerdotes y líderes.

Toda la Iglesia debe de ser investida con el po­der de Dios y llena del carisma necesario en el liderazgo. El factor solitario más evidente en la iglesia moderna, comparada con la iglesia primi­tiva, es la falta de unción del Espíritu Santo en su proclamación, programas y congregación. El po­der sobrenatural es esencial para derrotar una oposición sobrenatural.

Estos tres atributos todavía hacen surgir otros. El poder del Espíritu Santo produce una confian­za y un valor sobrenatural. En el primer capítu­lo de Josué, este líder es amonestado cuatro veces a tener valor y confianza. La impresión es que Jo­sué habría de vencer grandes dificultades. Cual­quier líder que se acobarda llevará a sus seguido­res a la muerte. Todo obstáculo puede ser vencido con la ayuda de Dios, pero existe muy poca evi­dencia que Dios ayude a los cobardes. La cobardía es una característica que no viene de Dios y se asemeja al homicidio, la mentira, el adulterio y la hechicería (Ap. 21 :8).

Se podría decir mucho sobre otros atributos como la compasión, la visión y la sabiduría. El verdadero liderazgo nace de un amor genuino por aquellos que seguirán. El interés por el bienestar de la gente hace que un líder se adelante para ser­vir, aunque eso le cueste el afecto de la gente. Ay de aquellos que son guiados por alguien que sólo se ama a sí mismo. La gente nunca debe ser usada sólo para alcanzar una causa. Dios nos amó tanto que se entregó a sí mismo; amémonos unos a otros.

La visión también es un atributo para el lideraz­go. «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?» (Le. 6:39). Sin visión progresiva el pueblo languidece y perece (vea Proverbios 29: 18). Debemos estar agradeci­dos por nuestros antepasados, pero no podemos existir de su pan y su visión. ¿Dónde está la vi­sión del propósito de Dios para esta generación? Los que la encuentren serán los líderes del pueblo de Dios.

¿Qué podríamos decir de la necesidad de sabi­duría? Las Escrituras dicen que es algo principal. Nada se compara con ella. Por ella fueron forma­dos los mundos (Pr. 8:27-30) y, la casa es edifica­da y llena de todo bien preciado y agradable (Pr. 24:3-4). La oración pidiendo sabiduría es el in­cienso constante que asciende del corazón de to­do verdadero líder.

Estas cualidades son apropiadas muy raras ve­ces por líderes solitarios desde sus pedestales. Son producidos generalmente en la multitud de consejeros y en la disciplina de la comisión.

Hace un tiempo, mi familia y yo estábamos en California donde debía ministrar. Después de las reuniones alquilé un automóvil para trasladarnos al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Aunque nunca había hecho ese recorrido antes, tenía buenas indicaciones de donde estaba y su­ficiente tiempo si llegaba a necesitarlo.

Crecí en el campo y enfrentarme a las súper ca­rreteras con seis carriles de tráfico representa una ardua tarea para mí. Desesperadamente intenté leer el mapa y hacer las salidas correctas sin que la corriente de vehículos me arrastrara, pero cuando me di cuenta ya había pasado el área cen­tral de Los Ángeles y el aeropuerto había queda­do bien atrás. Tomé la siguiente salida y mientras esperaba la luz verde, le pregunté al conductor del auto parado a la par dónde estaba el aeropuerto.

«Vuelva a la autopista rumbo al sur; tome la próxima carretera a la derecha … «

Para entonces, la luz cambió y el auto de al la­do se adelantó.

«¡No se puede perder!», gritó el conductor mientras lo veía alejarse.

Ahora íbamos rumbo al sur y todavía teníamos tiempo de llegar. Doblé a la derecha como me lo había indicado y creo que íbamos hacia el suroes­te. Estaba oscureciendo y me detuve en una esta­ción de gasolina para preguntar dónde estaba el aeropuerto. El operador me respondió en español.

Por un momento sentí pánico creyendo que es­taba en México. Allí nadie me ayudaría. Si sólo pudiera ver los aviones en el aire, tal vez tendría alguna idea de dónde estaba el aeropuerto, pensé. Pero descubrí que es casi imposible seguir aeropla­nos mientras se viaja en las autopistas de Los Án­geles.

El tiempo se estaba acabando y todavía no sa­bía donde estábamos. Mi familia estaba confiando en mi liderazgo y yo estaba perdido. Con verdade­ra humildad y desesperación le pregunté a otro motorista detenido frente a otra luz roja:

«¿Me puede indicar dónde está el aeropuerto internacional de Los Ángeles? Estoy perdido y es­tamos retrasados para tomar nuestro vuelo.»

» ¡Sígame!», me gritó, sobre el ruido del tráfico.

«¡Alabado sea Dios!», exclamé, en voz alta.

«Nos va a mostrar el camino.»

Me pegué a su defensa trasera como con goma.

Cuando él doblaba, yo doblaba. El aceleraba, y yo también. Por supuesto que la idea cruzó por mi mente más de una vez: «¿Y si estuviera perdido él también?» Pero tenía que confiar en alguien. Ha­bía confiado en mi propio conocimiento con muy malos resultados. Finalmente distinguimos el aero­puerto. Nuestro benefactor apuntó a la puerta de entrada, nos dio un saludo con la mano y se fue.

¡Qué agradecido estaba por su bondad! Se había desviado varias millas de su curso para ayudarnos. Entonces pensé en lo mucho que el mundo nece­sita que alguien le muestre el camino.

«¡No te puedes perder!», dicen muchos, pero tantos sí se pierden.

El verdadero líder muestra el camino a un lugar donde él ha estado antes. El verdadero liderazgo es más que un mapa: es un guía que conoce el camino.

Charles V. Simpson recibió su educación en la Universidad de William Carey en Hattiesburg, Mtssisstppi y en el Seminario Teológico Bautista de Nueva Orleans, Louisiana. Además de sus responsabilidades pastorales y ministerio interna­cional, es presidente de la Junta Editorial de New Wine. El, su esposa Carolyn y tres hijos viven en Mobile, Alabama.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 3 -octubre 1983