Esta entrevista con el Dr. Jay E: Adams nos da una perspectiva autorizada de la naturaleza de la culpa.

El Dr. Adams es un Consejero Cristiano, decano del Instituto de Estudios Pastorales y editor del The Journal of Pastoral Practice (El diario de la práctica pastoral). Es más conocido quizás por sus libros de consejería pastoral, destacándose entre ellos Competent to Counsel (Competente para aconsejar), The Christian Counselor’s Casebook (Libro de casos del consejero cristiano) y un libro que está especialmente relacionado con el tema de esta entrevista, More Than Redemption (Más que redención). El Dr. Adams refleja en esta entrevista sus muchos años de experiencia en la consejería personal y provee un acercamiento bíblico sano para comprender y vencer el problema de la culpa.

  1. Hay una gran confusión en nuestros días con respecto al verdadero significado de la «culpa» y esto lleva a la gente a emplear la palabra de mane­ras completamente diferentes. ¿Cuál es la defini­ción bíblica de «culpa»?
  2. Muchos sicólogos y siquiatras – y desafortuna­damente muchos cristianos que han caído en su propia manera de razonar- usan la palabra «culpa» de maneras totalmente diferentes a la Biblia. En la Biblia «culpa» significa «falta» o «sujeto a castigo». El verdadero significado es que alguien ha hecho algo malo y ahora está en un lugar donde debe ser castigado. Un sentido de culpa pende so­bre él como una nube y si la situación no es resuelta, la culpa continúa.

En los círculos sicológicos este sentido de culpa se confunde con la misma culpa. Pero no lo es; es el sentimiento que acompaña a la culpa, el sentir que tiene una persona de estar en una posición ex­puesta a recibir castigo en cualquier momento.

Freud, sin embargo, creó una tercera percepción de la culpa asegurando que los «sentimientos de culpa» eran realmente un sentido falso de la culpa, un sentimiento injustificable, resultado de un conflicto interno creado por normas impuestas en la niñez. Para Freud, ese sentir de estar expuesto al castigo era realmente culpabilidad falsa. La quiso eliminar por medios sicológicos y no por el perdón. De manera que tenemos tres definiciones de culpa que dependen de la persona quien la use y es causa de gran confusión.

Yo uso la palabra culpa con un sentido bíblico: la posición en que está alguien que ha hecho algo malo de acuerdo a la Palabra de Dios y está ex­puesto a su castigo. Cuando uso las palabras «sen­timientos de culpa» quiero decir el sentir de cul­pabilidad, los malos sentimientos que acompañan a la verdadera culpa. No existe tal cosa como «culpabilidad falsa».

  1. ¿Cuáles son, en su opinión, las causas más fre­cuentes de los problemas que la gente experimenta en nuestros días con respecto a la culpa?
  2. Las causas de hoy no son diferentes a las de siempre. La incidencia pudiese ser mayor, pero las causas han sido siempre violación de los manda­mientos de Dios.

El alcance del sentimiento de culpa que las per­sonas en nuestra sociedad están experimentando ha crecido debido a que el alcance del perdón, que es la única respuesta para la culpa, ha disminuido. La razón se debe a que las personas no están tratan­do con la culpa según Dios lo ha provisto. En nuestra sociedad moderna, intentamos borrar los sentimientos de culpa, pero la culpa permanece.

Los sicólogos y los siquiatras nos han estado diciendo que estos sentimientos son malos para nosotros. Por supuesto, nos pueden hacer daño si vivimos con ellos demasiado tiempo. Pero no son malos cuando ocurren inicialmente, porque es Dios quien ha incorporado estas reacciones en nosotros. Igual que con los otros sentimientos malos como el dolor, la culpabilidad es parte de un sistema inicial de alarma diseñado para impedir que nos destruyamos nosotros mismos.

Si los ner­vios que terminan en mi mano entran en contacto con una estufa caliente, yo retiro mi mano inme­diatamente debido al dolor. El dolor no es malo; es bueno. Si no tuviera nervios sensibles al dolor en mis dedos, dejaría mi mano allí hasta que se quemara severamente. La misma cosa sucede con los malos sentimientos causados por la culpa. Son una señal temprana de alarma que Dios ha incor­porado en nosotros que dice: «Algo anda mal. Has pecado. Ocúpate de ello por medio de Cristo.»

El problema surge cuando la gente es aconsejada a liberarse de esos sentimientos de culpabilidad de cualquier otra manera. Pero cuando tratan de ha­cerlo fracasan completamente o sólo consiguen bloquear temporalmente los sentimientos por al­gún método que al final causa mayor daño. Las pastillas y el tratamiento por choque son dos ejem­plos. Sin embargo, estos métodos no hacen desa­parecer realmente los sentimientos de culpabilidad: sólo los encubren temporalmente inhibiendo el sistema de alarma del cuerpo. Aún así, la culpa subyacente permanece sin ser tocada.

La cuestión que nunca se encara es si Dios ha establecido algún dechado que ha sido violado y si existe el riesgo de castigo porque la persona sea en verdad culpable. La consejería secular moderna nunca enfrenta realmente a la culpa como tal; consecuentemente, nunca abre la puerta para el per­dón. De todas las diferentes filosofías siquiátricas que se practican en la actualidad -de acuerdo al Saturday Review of Literature hay más de 230 en sólo este país- lo que tienen en común es su in­tento de abordar los sentimientos de culpabilidad de una manera ajena a la establecida por Dios.

  1. ¿Estaría usted de acuerdo en que una de las ra­zones por la que las personas no encuentran alivio de la culpa es porque no aceptan ninguna respon­sabilidad personal por sus acciones?
  2. Sí. Antes que las enseñanzas de Freud se popu­larizaran, la gente asumía la responsabilidad por su conducta. Pero ahora nuestra sociedad toma un enfoque totalmente diferente. Si alguien mata a media docena de personas, el primer comentario es: «¿Qué le habrán hecho a este hombre?» En vez de interesarse por las familias de los que murie­ron o de los heridos, están preocupados por la persona que perpetró los crímenes: lo consideran una víctima y no un violador.

Nuestra sociedad piensa de esa manera por Freud, cuya premisa fundamental era que la per­sona nunca es responsable por lo que hace; cual­quier otro es siempre el responsable. Por supuesto que eso significa que el responsable es siempre cualquiera otro en la otra persona también, ad infinitum. De manera que, en el análisis final, nadie es realmente responsable. Somos como somos por lo que recibimos como niños o por el impacto que la sociedad ha hecho sobre nosotros a través de los años.

El cuadro bíblico, sin embargo, es enteramente diferente. De acuerdo con la Biblia, el hombre es un ser completamente responsable, de quien Dios demandará cuentas por sus acciones. Viene un jui­cio en el que lo que un hombre ha hecho o no ha hecho será evaluado por Dios. Nuestra responsabi­lidad personal es hacer lo que Dios quiere indife­rentemente de lo que alguien nos haya hecho.

  1. ¿Cree usted que la negativa de aceptar perso­nalmente la responsabilidad sólo complique la culpa que tiene la gente?
  2. Por supuesto que sí. Cuanto más se excuse una persona a sí misma, más sabrá interiormente que no está realmente encarando su problema adecua­damente. Y si el pecado no es intervenido, seguirá regresando y su culpa y los sentimientos que la acompañan la complicarán más.
  3. ¿Cuáles serían los pasos que usted aconsejaría a un cristiano para resolver su problema de culpa?
  4. Primero, le ayudo a determinar la fuente de su mal sentir; es decir, si es realmente culpa o si es algo diferente. Si hay pecado sin perdonar, enton­ces sus sentimientos son señales de aviso que lo ins­tan a confesar su pecado y a buscar el perdón de Dios y de cualquiera a quien haya causado perjui­cio. Luego deberá establecer nuevos patrones de vida. Pero primero tiene que estar bien seguro de que lo que se está tratando es culpa. Si no, estaría interpretando algún otro sentimientos molesto o insatisfecho como culpa.

Pienso que a menudo las personas catalogan mal sus sentimientos. Unos dicen que se sienten culpa­bles cuando no es así del todo. Por ejemplo, ya habrán sido perdonados, pero todavía tienen un sentir de incomodidad, porque saben que deben hacer algo más. En una situación semejante, la persona no ha cambiado aún su patrón de vida y sabe que todavía está expuesta a caer de nuevo en el mismo pecado. Lo que le falta es ser «instruido en justicia», como escribiera Pablo a Timoteo: ne­cesita adoptar nuevas costumbres y alejarse del embrollo en el futuro.

En 2 Timoteo 3: 15 -16 leemos que hay cinco cosas que las Escrituras hacen. Primero, nos llevan a la salvación. Segundo, nos enseñan lo que Dios requiere de nosotros. Tercero, nos reprenden, demostrándonos la manera en que no hemos alcan­zado la medida de los requisitos de Dios. Cuarto, nos corrigen. La palabra en griego significa »ende­rezar.» En otras palabras, las Escrituras nos sacan de los pantanos en que nos metemos y nos ponen en el camino correcto hacia el futuro. Desafortu­nadamente mucha gente se detiene aquí. Pero la Escritura tiene todavía otra función: instruir en justicia. Nos hacen aprender nuevos patrones. A menudo esta quinta función es la que hace toda la diferencia.

Sin embargo, si un cristiano está frente a una culpa genuina y no sólo a un sentimiento insatis­fecho, le recuerdo del perdón que recibió cuando vino primero a Cristo. Le aclaro que ya no hay condenación judicial pesando sobre él. Pero lo que ahora necesita es el perdón paternal. El per­dón judicial le fue provisto en la cruz una vez por todas; el paternal es el que necesita. Esta distin­ción es muy importante y muchos cristianos no lo saben.

Algunos cristianos piensan equivocadamente que porque una persona fue perdonada cuando vino a Cristo, que ya nunca necesita ser perdonada de nuevo. El Padre Nuestro dice «perdónanos nues­tras deudas»: esa es una oración pidiendo perdón. En el versículo que sigue (Mat. 6: l5) leemos que, si no perdonamos a otros, nuestro Padre en los cielos no nos perdonará a nosotros. Además, en 1 Juan 1:9 dice que si confesamos nuestros pecados él es fiel para perdonarnos. Su continuo perdón es algo que la Biblia ofrece a los creyentes. Pero en estos pasajes, es nuestro Padre quien nos perdona con un perdón paternal, no judicial. Estos dos no se deben confundir.

Tenemos que enfrentarnos a Dios como Juez o como Padre. Sólo porque ya El no es un Juez que nos condene al infierno no significa que siempre estemos en la comunión debida con él como Padre.

Seguidamente, la persona necesita usar las Escri­turas en las maneras descritas por Pablo a Timoteo, especialmente para ser instruido en justicia para que pueda aprender a ser una persona diferente. Por la gracia de Dios operando en él, el Espíritu Santo usará su Palabra para mostrarle cómo cambiar y lo capacitará para hacerlo.

  1. ¿Por qué algunas personas responden a su culpa encenagándose en lástima de sí mismos y continúan condenándose aunque Dios ya les haya perdonado?
  2. Yo no creo que una persona se condene a sí misma una vez que haya sido verdaderamente perdonada. Lo hace si nunca ha confesado real­mente su pecado a Dios y buscado su perdón. Algunas veces cuando ya ha hecho eso, no confiesa su pecado a aquellos a quienes ha herido. El no haber buscado el perdón de los demás pudiese ser la causa del problema en muchas situaciones. Sabemos que todos nuestros pecados son primor­dial y fundamentalmente contra Dios, pero también tienen sus consecuencias en las personas.

A veces la razón por la cual algunas personas se anegan en el pecado y la lástima de sí mismas es porque en realidad no quieren el perdón y no lo buscan con sinceridad. Sus expresiones de lásti­ma indican que están intentando alcanzar algo: la simpatía de los demás o quieren manipularlos con su lástima.

Los cristianos que se flagelan en vez de buscar el perdón y encarar responsablemente su problema, en ciertos casos no han experimentado la convic­ción genuina de su pecado o no saben qué hacer al respecto. En esta última situación podemos ense­ñarles lo que Dios espera que ellos hagan para ocuparse del problema. Si realmente no saben qué hacer y su respuesta al consejo es «Gracias; eso es lo que he estado esperando oír,» entonces si sigue el consejo bíblico esa flagelación y lástima de sí mismas desaparecerán pronto. En su lugar buscarán el perdón y usted podrá conducirlos a un cambio positivo. Pero si oyen lo que tienen que hacer y no lo hacen, eso indica la presencia de otro proble­ma. Sin embargo, debemos estar bien seguros de presentar la verdad en la manera apropiada, asegu­rándonos que la persona ha sido adecuadamente instruida, alentada y que se le ha dado ayuda prác­tica.

La lástima de sí mismo es un pecado – no es la manera de ocuparse de los problemas. Debemos resolver nuestros problemas bíblicamente, salien­do de ellos rápidamente y poniéndonos en marcha para convertirnos en la clase de personas que Dios quiere. Algunas veces cuando las personas reciben el perdón, sólo andan medio camino. El perdón conduce al cambio; hay algo que hay que ponerse. Dios no sólo dice que rompamos con nuestros há­bitos del pasado o que nos apartemos del camino pecaminoso. También dice que nos pongamos há­bitos nuevos de vida que le agraden. Cuando las personas intentan cambiar sólo rompiendo con sus hábitos o apartándose de algo, quedarán total­mente insatisfechos. En verdad, no habrán resuel­to sus problemas hasta que no hayan sustituido sus viejas maneras con las alternativas bíblicas.  

Si no lo hacen caen en el síndrome con Dios de «besémonos y hagamos las paces», un día en el monte y de vuelta al estiércol mañana, nunca progresando, siempre luchando contra el mismo pe­cado. Ese es el resultado de no sustituir los hábitos viejos con nuevos.

  1. ¿Cree usted que nosotros, en la Iglesia de hoy, estemos ayudando a los cristianos a «ponerse» estos nuevos patrones de vida?
  2. Nuestro problema es que hemos sido muy bue­nos en el «qué hacer», pero absolutamente mise­rables en el «cómo hacer.» Decimos a la gente:

«Arrepiéntanse, cambien de actitud, cambien su manera de vivir.» Eso es bueno hasta donde alcan­ce, pero la gente no sabe cómo hacer estas cosas. Nosotros tenemos que explicárselas.

Un buen ejemplo del problema es la confesión. Le decimos a la gente que tiene que confesar, pero ellos no saben cómo. Algunos hacen cierta decla­ración a traspiés a Dios y luego se disculpan con la persona que han injuriado. Pero una disculpa es un sustituto inapropiado que el mundo usa para la confesión y el perdón. La Biblia no dice nada de disculparse. Hay toda una diferencia entre discul­parse con alguien y confesarle su pecado y buscar su perdón.

Cuando una persona se disculpa dice: «Lo sien­to.» La respuesta es: «Está bien.» Pero decir lo siento sólo expresa cómo se siente. Todavía no ha dicho que ha pecado contra Dios y contra el otro y no ha pedido su perdón. La manera bíblica es decir: «¿Me perdonas?» Entonces las cosas quedan en manos del otro para decir «sí» o «no». Eso le permite cumplir con la respuesta bíblica apropia­da y completar el proceso del perdón.

  1. ¿Es posible que algunos hoy no entiendan la naturaleza del perdón, así como no entienden la culpa?
  2. Algunos creen que el perdón es sólo un senti­miento, así como piensan que la culpa es sólo un sentimiento. Vivimos en una era orientada hacia los sentimientos. Pero ni el perdón ni la culpa son sentimientos.

Un día que estaba meditando en la manera que Dios nos perdona en la Biblia se me ocurrió lo que es el perdón. Dios dijo: «Nunca más me acordaré de sus pecados» (Heb. 8: 12). El nos perdona ha­ciéndonos una promesa. Cuando nosotros perdo­namos, también hacemos una promesa.

El perdón es una promesa que hacemos y que debemos mantener. Cuando yo le pido a alguien que me perdone y él responde: «Te perdono ,» tiene que saber que lo que está diciendo es lo si­guiente: «Prometo no volver a mencionarte esto de nuevo; prometo no mencionarlo a otros; pro­meto no recordarlo en contra tuya en mi corazón.» Si hace cualquiera de estas cosas está rompiendo su promesa.

La Biblia no dice: «perdona y olvida,» porque las dos cosas están ligadas entre sí. No se puede perdonar realmente sin olvidar. Por supuesto que no hablamos de tener memoria de algo malo que se hizo; la verdad es que a veces es muy sabio re­cordar las cosas para proceder con cordura en el futuro . Cuando el salmista pidió perdón a Dios dijo: «No recuerdes contra nosotros las iniquida­des de nuestros antepasados» (S. 79:8). No debe­mos guardar un mal contra la otra persona; no debemos recordar contra él. Dicho de otra forma, no debemos dejar surgir con amargura una mala acción contra nosotros en el pasado. «No recordar» es algo activo que puedo hacer para guardar mi promesa; no es lo mismo que el pasivo «olvidar».

  1. ¿Cree usted que se deba dar más consideración al principio de la restitución como manera práctica de enfrentar la culpa y completar el proceso de perdón?
  2. La restitución es decididamente un principio bíblico. Zaqueo dio voluntariamente cuatro pesos por uno que había quitado, aunque no se requería tanto de él. Hasta en el Antiguo Testamento este principio está muy claro. Cuando hemos hecho mal a alguien, debemos hacer restitución en las formas que podamos.

Hay muchas cosas que no podemos reponer. Por ejemplo, un motorista que arrolla y mata a un peatón no puede restaurar su vida. Pero puede ha­cer algo por la familia y de hecho con sus malos hábitos de conducir.

Esto no es ganar el perdón con buenas obras. Son buenas obras motivadas por el Espíritu de Dios quien usa esta experiencia para impulsarnos a honrarle de una nueva forma en nuestras vidas. Es la manera que Dios tiene de convertir una tra­gedia en victoria. Cualquier pecado, por más ho­rrible que sea, puede convertirse finalmente en una victoria para el Reino de Dios. Dios disfruta en hacer coronas de cruces, de traer resurrección de la muerte.

Tomado de New Wine Magazine, abril 1982

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 12 -abril 1983