Por Don Basham

Yo pensaba, en los primeros años de mi expe­riencia carismática, que la madurez tenía que ver con la cantidad de fe que pudiese ejercer. Que, si era maduro, todas mis oraciones serían contestadas o estaría tan saturado del Espíritu que nada me molestaría.

A través de los años he tenido que modificar esta creencia. Ahora sé que la oración no resuelve todos los problemas, porque hasta las personas maduras los tienen.

Me gusta la definición de madurez que Charles Simpson ofreció en cierta ocasión: «madurez es la capacidad de actuar redentivamente en cada situa­ción», y las que nos crean la mayor cantidad de problemas son las que tienen que ver con las rela­ciones. La marca de un cristiano maduro es su ha­bilidad de manejar bien sus problemas con otras personas.

En este artículo queremos enfocar la manera de tratar constructivamente con las acusaciones, sos­pechas y la condenación que surgen de nuestros malentendidos.

La dimensión de Israel

Hay una historia en el Antiguo Testamento que sirve como una buena ilustración de las causas de la incomprensión y cómo tratar con ellas. En el capítulo treinta y dos de Números, encontramos a los israelitas al final de sus cuarenta años de vagar en el desierto. Acampaban a la orilla del Jordán, listos para entrar en la tierra prometida. La vida de Moisés a punto de terminar y el llamamiento que había recibido de Dios estaba por cumplirse cuando se le hizo la siguiente petición:

Los hijos de Rubén y los hijos de Gad tenían una muy inmensa muchedumbre de ganado; y vieron la tierra de Jazer y de Galaad, y el país les pa­reció lugar de ganado.

Vinieron, pues, los hijos de Gad y los hijos de Rubén, y hablaron a Moisés, al sacerdote Eleazar, y a los príncipes de la congregación, diciendo: la tierra que Jehová hirió delante de la con­gregación de Israel, es tierra de ganado, y tus siervos tienen ganado.

Por tanto, dijeron, si hallamos gracia en tus ojos, dése esta tierra a tus siervos en heredad, y no nos hagas pasar el Jordán. (1, 2,4-5).

Sin embargo, Moisés reaccionó negativamente.

Su única intención por cuarenta años había sido llevar a los israelitas al otro lado del Jordán, a la tierra de Canaán. Recordaba aún el mal reporte de los espías que desalentaron al pueblo y le im­pidieron entrar en la tierra prometida. Así que fustigó a las dos tribus y media con el siguiente discurso:

¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vo­sotros os quedaréis aquí?

¿Y por qué desanimáis a los hijos de Israel, para que no pasen a la tierra que les ha dado Jehová?

Así hicieron vuestros padres, cuando los envié desde Cades-barnea para que vieran la tierra.

Subieron hasta el torrente de Escol, y des­pués que vieron la tierra, desalentaron a los hijos de Israel para que no viniesen a la tierra que Jehová les había dado …

y la ira de Jehová se encendió contra Is­rael, y los hizo andar errantes cuarenta años por el desierto, hasta que fue acabada toda aquella generación que había hecho mal delante de Jehová.

y he aquí, vosotros habéis sucedido en lu­gar de vuestros padres, prole de hombres pecadores, para añadir aún a la ira de Jehová con­tra Israel.

Si os volviereis de en pos de él, él volverá otra vez a dejaros en el desierto, y destruiréis a todo este pueblo. (vs. 6-9, 13-15).

Moisés oyó lo que Gad y Rubén habían dicho desde una perspectiva prejuiciada por la infeliz experiencia de hacía cuarenta años.

Entendemos la razón por la que Moisés se sentía de esa manera, pero estaba mal interpretando la situación. De manera que estas tribus tuvieron que probarle su lealtad.

Los malentendidos vienen muchas veces porque sentimos que nuestro bienestar futuro, nuestro destino, o nuestra meta está en peligro con lo que está sucediendo.

Entonces ellos vinieron a Moisés y dijeron:

Edificaremos aquí majadas para nuestro gana­do, y ciudades para nuestros niños;

y nosotros nos armaremos, e iremos con di­ligencia delante de los hijos de Israel, hasta que los metamos en su lugar; y nuestros niños quedarán en ciudades fortificadas a «causa de los moradores del país.

No volveremos a nuestras casas hasta que los hijos de Israel posean cada uno su heredad.

Porque no tomaremos heredad con ellos al otro lado del Jordán ni adelante, por cuanto tendremos ya nuestra heredad a este otro lado del Jordán al oriente (vs. 16-19).

La naturaleza del problema era la siguiente: Gad, Rubén y la media tribu de Manasés interpretaron su destino de manera diferente al de las otras tribus. Vieron su llamamiento y su lugar geográfico diferente al de las demás tribus. Por eso se convirtieron en una minoría mal entendida y en un grupo de disidentes.

La historia continúa en el libro de Josué. Las dos y media tribus ocuparon las ciudades al este del Jordán y construyeron corrales para su ganado y casas para sus hijos, Entonces los hombres, cuarenta mil de ellos, participaron en la guerra de conquista de Canaán junto con las otras tribus. Cuando las batallas terminaron, Josué les dio per­miso para que regresaran al lugar de su herencia al otro lado del río.

En su camino de regreso a Galaad, antes de cru­zar el Jordán, Rubén, Gad y Manasés decidieron construir un altar en la tierra que pertenecía a las otras nueve tribus. Para sorpresa de ellos, el altar se convirtió en un punto de controversia y con­tención.

Cuando oyeron esto los hijos de Israel, se juntó toda la congregación de los hijos de Israel en Silo, para subir a pelear contra ellos (Jos. 22: 12).

La mayoría sacó inmediatamente las conclusio­nes equivocadas. Con base en lo que habían visto y oído, las nueve tribus decidieron erradamente que los otros se habían rebelado y habían caído en la apostasía yendo tras Baal. Como querían defender su «verdadera fe», se dispusieron a pelear y matar a sus propios hermanos. Defenderían el altar en Silo y acabarían con los rebeldes – todo para la gloria de Dios, por supuesto.

Debemos entender que el fundamento de su precipitada reacción había sido puesto con anterioridad y que ya existía la sospecha en ellos. ¿Por qué querrían estas dos tribus y media esta­blecerse al «otro lado» del río? A pesar de que cuarenta mil hombres hubiesen peleado al lado de las otras tribus para probar su valor y su lealtad, todavía seguían siendo «diferentes».

Afortunadamente, algunas cabezas más calma­das hicieron sentir su influencia y evitaron la gue­rra. Escogieron al hijo del sacerdote y a diez prín­cipes, uno por cada tribu, y los enviaron a confe­renciar con Rubén, Gad y Manasés. Pero aún esta delegación estaba enojada y prejuiciada en el pro­blema y cuando llegaron les dijeron:

Toda la congregación de Jehová dice así: ¿Qué transgresión es esta con que prevaricáis contra el Dios de Israel para apartaros hoy de seguir a Jehová, edificándoos altar para ser re­beldes contra Jehová? (v. 16).

Además de prejuicios y medias verdades, tam­bién había una actitud de superioridad entre las nueve y media tribus que les hacía sacar las conclusiones equivocadas. Note la «invitación» que hacen:

Si os parece que la tierra de vuestra pose­sión es inmunda, pasaos a la tierra de la posesión de Jehová, en la cual está el tabernácu­lo de Jehová, y tomad posesión entre nosotros; pero no os rebeléis contra Jehová, ni os rebe­léis contra nosotros, edificándoos altar además del altar de Jehová nuestro Dios … (v. 19).

Todo esto vino como una gran sorpresa para las tres y media tribus. Estaban atónitos de que las otras tribus hubiesen mal interpretado tan completamente sus intenciones. Pero hicieron in­mediatamente su defensa.

Entonces los hijos de Rubén y los hijos de Gad y la media tribu de Manasés respondieron y dijeron a los cabezas de los millares de Israel:

Jehová Dios de los dioses, Jehová Dios de los dioses, él sabe, y hace saber a Israel: si fue por rebelión o por prevaricación contra Jeho­vá, no nos salves hoy.

Si nos hemos edificado altar para volvernos de en pos de Jehová, o para sacrificar holocausto u ofrenda, o para ofrecer sobre él ofrendas de paz, el mismo Jehová nos lo demande.

Lo hicimos más bien por temor que maña­na vuestros hijos digan a nuestros hijos: ¿Qué tenéis vosotros con Jehová Dios de Israel?

Jehová ha puesto por lindero el Jordán en­tre nosotros y vosotros, oh hijos de Rubén e hijos de Gad; no tenéis vosotros parte en Je­hová; y así vuestros hijos harían que nuestros hijos dejasen de temer a Jehová (vs. 21-25).

Por falta de comprensión, nueve tribus y media habían estado dispuestas a acabar con las otras dos y media.

Causas del mal entendimiento

Este tipo de situación, con su potencial inclina­ción a la tragedia, se repite muy a menudo en la Iglesia. Cualquier grupo que tenga una visión di­ferente, o que se atreva a actuar proféticamente en su comprensión, o que innove en cualquier for­ma, se convierte inmediatamente en un sospecho­so. Otros, movidos por su entusiasmo religioso y partiendo de conclusiones equivocadas y apresu­radas se les han opuesto, a veces matándolos, «creyendo hacerle un favor a Dios» según la profecía de Jesús. Es importante que reconozcamos en esta historia los factores que conducen a la in­comprensión entre grupos cristianos aún en nues­tros días.

El primer factor es la disconformidad. Dos y media tribus se desviaron de lo «normal». Tenían una visión de Dios un poco diferente a las de las otras tribus. Cuando alguien actúa en una forma distinta a la nuestra o dice algo diferente de lo que sentimos o creemos, pensamos inmediata­mente que tal persona está equivocada.

El segundo factor es la falta de comunicación.

Ambos lados tuvieron culpa con esto. Gad, Rubén y Manasés construyeron una réplica del altar en el territorio de las otras tribus en Canaán, y no se molestaron en decirles lo que hacían.

El tercer factor es la sospecha escondida, espe­cialmente de parte de las nueve y media tribus, las «ortodoxas», porque las otras no se conformaron a sus expectativas. «Algo malo deben estar tra­mando; no quieren acompañar a Moisés en sus de­seos; quieren tener su herencia en el lado equivo­cado del Jordán.»

El cuarto factor es una verdadera ausencia de amor y de confianza. Durante años, cuarenta mil de sus hermanos habían peleado hombro a hom­bro con las otras tribus para asegurar su herencia. y todavía prevalecía una ausencia de amor y de confianza entre ellos.

El quinto factor es la protección de sus propios intereses, en ambos lados. Cada vez que la gente se vuelve hacia adentro, preocupándose únicamen­te por sus propios intereses, deja la puerta abierta para la incomprensión y la división.

El sexto factor es el celo entre las tribus.

El sétimo factor es la mala interpretación de la evidencia. Las nueve y media tribus pensaron que las otras se habían rebelado porque habían hecho su propio altar y allí sacrificarían sus holocaustos. Y aunque había una evidencia física que aparente­mente justificaba sus temores, no la supieron in­terpretar según el corazón de sus hermanos.

El octavo factor es que interpretaron la situa­ción basados en los problemas del pasado. Cuando Moisés oyó a las dos y media tribus pedirle el lu­gar donde estaban acampados a este lado del Jor­dán, inmediatamente recordó a sus padres que habían dado un mal reporte en Cades-barnea y de­salentaron a todo el pueblo, impidiéndoles entrar en la tierra prometida. Los problemas del pasado tienden a prejuiciar a la gente.

El noveno factor es la propensión de creer lo peor y muy rara vez lo mejor. Pesimismo versus optimismo.

Un humorista dijo que la diferencia entre uno y otro es que el pesimista cree que la botella está medio vacía y el optimista cree que está medio llena. La manera de interpretar la situación puede crear graves problemas y en este caso, las nueve y media tribus estaban pensando lo peor.

El décimo y factor final es el miedo al futuro.

Muchas veces los malos entendidos vienen cuan­do el bienestar futuro, destino o meta se ven amenazados por lo que está sucediendo. Este fue el temor expresado por las dos y media tribus cuando en efecto dijeron: «Hicimos este altar pa­ra nuestros hijos, porque creemos que en el futuro van a ser maltratados por los de ustedes.»

Afortunadamente, a pesar de las sospechas y malos entendidos, la historia tiene un final feliz. La delegación enviada por la mayoría aceptó la explicación de la minoría y los planes de guerra fueron cancelados. No obstante, muchas otras his­torias del pueblo de Dios no terminan así. La in­comprensión ha culminado a menudo en tragedia. Cristianos sinceros han sufrido persecución y has­ta martirio. La pregunta que cabe aquí es: ¿Por qué es que el pueblo de Dios no se puede llevar bien? Las razones son múltiples, incluyendo la de­bilidad de la naturaleza humana y la continua ba­talla espiritual contra el enemigo. Además de estas, también Dios tiene algún propósito en especial que quiere cumplir por medio de la oposición y la persecución dentro de la Iglesia.

El propósito de la oposición

En 2 Timoteo 3: 12, después de contar las cosas que padeció, Pablo dice: «Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos.» Vivir una vida santa es invitar a la incomprensión y a la persecución; es parte del trato.

Dentro del plan de Dios, los enemigos toman su parte al igual que los amigos para lograr su propó­sito ¿Cuáles son las cosas que vienen por medio de la oposición?

Primeramente, la oposición fortalece el carácter.

Las bendiciones, los milagros y la oración hacen grandes cosas; pero en lo que se refiere a las rela­ciones, la oración por sí sola no produce un buen carácter. Tampoco los milagros; la verdad es que en el desarrollo del carácter muchas veces lo que hace es impedirlo o posponerlo. Si usted tuviera que vivir a base de milagros todo el tiempo, su vi­da estaría sobreprotegida de tal manera que nada malo o difícil vendría para ejercer presión sobre usted para que cambie. Usaría la oración para sa­lirse con la suya en las disputas o las crisis que le sobrevinieran. Los días felices no son los que pro­ducen la fuerza de carácter; la lucha, la persecución y la incomprensión sí.

Dios tiene un propósito especial que quiere cumplir a través de la oposición y la persecución…

La oposición tiene su función beneficiosa por­que nos mantiene humildes. La Biblia dice: «Hu­millaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios … » (1 Pe. 5: 6). Si no lo hacemos él se encargará de humillarnos. La oposición quebranta el orgullo en nosotros y nos mantiene humildes.

La Tercera cosa que hace la oposición es que nos mueve a examinar y purificar nuestros moti­vos. La mayoría de nosotros hace las cosas con una mezcla de motivos. Si nunca fuésemos reta­dos, la tendencia sería volvernos más y más egoís­tas. Tomaríamos por sentado el derecho de hacer la decisión que se nos antoje o de hacer cualquier cosa que deseemos.

El cuarto propósito de la oposición es el de re­velar nuestras faltas y flaquezas. Muchas veces la crítica y la condenación vienen porque no esta­mos haciendo las cosas bien. Cometeremos errores especialmente cuando estamos haciendo cosas nuevas. Nos gustaría creer que siempre estamos cien por ciento en lo cierto, pero la realidad no es esa. La persecución revela nuestras fallas.

La quinta cosa que hace la oposición en noso­tros es que nos enseña perseverancia. Jesús dijo, refiriéndose a los últimos días: «Muchos tropeza­rán y caerán, y se traicionarán y odiarán unos a otros. Y debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ese es el que será salvo (Mt. 24: la. 12, 13). La persecución, la traición y la incomprensión nos enseñan perseverancia. Nos enseñan a contar el costo de lo que estamos haciendo y a darnos cuenta que hay un precio que pagar si que­remos caminar en el propósito de Dios.

El sexto propósito de la oposición es que nos hace menos propensos al error y mas inclinados a ejercer cuidado. La persecución y la condenación nos empujan a ser cuidadosos para no caer en el error. Nos hacen ser diligentes en las cosas que hacemos.

Cómo tratar nuestras diferencias redentivamente

Concluyo con una lista de doce pasos para tra­tar redentivamente con la oposición:

  1. No se precipite a hacer conclusiones. Esto fue lo que metió a las nueve y media tribus en problemas: hicieron conclusiones precipitadas que las evidencias no respaldaban.
  2. Cuando surjan los problemas, delegue a un liderazgo responsable para que trate con ellos. El mal entendimiento que se suscitó en el Jordán no pasó a mas porque la delegación de líderes tuvo la suficiente madurez como para escuchar y hablar en vez de pelear, evitando así que la situación se convirtiera en una verdadera tragedia. Los israeli­tas hicieron la decisión de poner el problema en manos de un liderazgo responsable.
  3. Obtenga todos los hechos. El noventa y cinco por ciento de las controversias en que nos vemos envueltos vienen por la carencia de tener todos los hechos. La mayoría de las acusaciones que se ventilan dentro del Cuerpo de Cristo están cargadas de medias verdades, pero se aceptan co­mo si fueran el evangelio porque los grupos opues­tos no se juntan para averiguar toda la verdad.
  4. No repita rumores ni medias verdades. Este es consecuencia del paso número tres. Si los cris­tianos supieran cuándo callar, se evitarían muchas complicaciones.
  5. Haga una comunicación completa. Hay oca­siones cuando debemos hacer un esfuerzo para co­municarnos entre nosotros, aunque las cosas estén tensas y sean dolorosas.
  6. Crea lo mejor y no lo peor. Eso significa que debemos atribuir motivos sinceros a aquellos que estén en desacuerdo con nosotros. «El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co. 13:7).
  7. Admita el error humano. Nadie es perfecto. Todos cometemos errores.
  8. Reconozca que hay diferencias legítimas y permítalas. Ser diferentes no significa estar equi­vocados. Hay diferencias de tradición que no le quitan a nadie que sea cristiano. Si Dios acepta a un grupo diferente del nuestro, nosotros debié­ramos de aceptarlo también.
  9. Ejerza la paciencia. La batalla seguirá por mucho tiempo. Hay mucho que aprender en la lucha y muy rara vez se resolverán los asuntos de importancia de la noche a la mañana.
  10. Esfuércese en construir y fortalecer los puentes de la confianza. Una de las razones por las que es difícil la comunicación con algunas per­sonas, es porque no hay puentes para poder llegar hasta ellos. Es necesario edificar confianza y eso se logra sólo con esfuerzo.
  11. Tenga presente estas tres metas: aceptación, compromiso y pacto. Nos esforzamos primero pa­ra que haya aceptación uno por el otro; con esa base viene el compromiso de caminar juntos y lue­go el reconocimiento de nuestro pacto.
  12. Recuerde que las soluciones deben ser abier­tas delante de Dios. Las cosas con las que trata­mos tienen que ver con el reino de Dios; hay un propósito y una voluntad divina en medio de to­do. Soluciones abiertas delante de Dios significan que debemos ver las cosas desde su perspectiva. Dios no ve nuestras diferencias como buenas o malas; nos ve como a hijos diferentes que tienen que resolver sus asuntos a la luz de su propósito.

La historia de Israel frente al Jordán tuvo un final feliz porque ambos lados escogieron resolver sus diferencias redentivamente. En vez de ir a la guerra, se reunieron, hablaron y oyeron lo que el otro tenía que decir. Descubrieron que lo que se había pensado como una crisis grave era en reali­dad un mal entendimiento. Que Dios nos ayude para llegar a solucionar nuestros problemas de es­ta manera. Entonces no importará que algunos de nosotros encontremos nuestra herencia de este la­do del río. 

Don Basham recibió su título de Bachiller en Arte y Divinidad de la Universidad de Phillips y es graduado del Seminario de Enid, Oklahoma. Es un ministro ordenado de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo). Es el editor de la revista New Wine y autor de varios libros, entre ellos «Frente a un Milagro» y «Líbranos del Mal». El y su esposa Alice viven en Mobile, Alabama, E. UA.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 7 junio 1982