Por Bill White

Una vez leí el relato de una broma que Sir Arthur Conan Doyle, el autor de las historias de Sherlock Holmes, jugó a unos respetables amigos suyos. A cada uno envió un mensaje que decía: «Huye in­mediatamente; todo se ha descubierto.» En cua­renta y ocho horas, cada uno de sus amigos había abandonado el país.

La revista Sicología Hoy reporta que Harold Levine, un ejecutivo publicista, dio un mensaje de optimismo en una reciente reunión de represen­tantes de fabricantes de juguetes. Apuntó que la tendencia actual de padres comprando más jugue­tes para sus hijos, continuaría. La razón que dio es que los padres están trabajando más horas fuera del hogar y pasando menos tiempo con sus hijos. Están comprando más juguetes porque se sienten culpables.

Recientemente, frente a las cámaras de televi­sión, un hombre era entrevistado en su negocio, una agencia de modelos para jovencitas en la pre­ adolescencia. El entrevistador le hacía preguntas incómodas. Tenía evidencias que el hombre esta­ba usando su negocio como pantalla para la por­nografía y que había violado sexualmente a un número de sus jóvenes clientes. Al principio negó los cargos con frialdad, pero las cosas cambiaron cuando le preguntó: «¿Saben los padres de estas niñas que usted fue convicto una vez por faltarle a una niña y que ahora está bajo libertad condi­cional por estas ofensas?» En ese momento el em­presario se levantó y salió de la sala. Las cámaras lo siguieron por el pasillo hasta que salió por la puerta del frente y echó a correr cuando alcanzó la acera.

Tal vez usted no se pueda identificar con las situaciones de las personas mencionadas, aunque en realidad son sólo ejemplos particulares de un problema universal. Ese problema es la culpa. La Biblia nos dice que la mayor de todas las crisis que enfrentan a una nación o a un individuo en cualquier tiempo, es que «todos hemos pecado y no hemos alcanzado la gloria de Dios.» Somos «por naturaleza hijos de ira.» La terrible crisis que ningún hombre puede resolver es que estamos bajo el juicio justo de Dios por nuestro esta­do pecaminoso. Las buenas nuevas son que Dios ha provisto una vía de escape.

Escribo sobre un asunto bien conocido porque todavía encuentro a tantos cristianos profesantes que luchan aún con una carga de culpa. Para ha­cerle justicia al tema tendríamos que examinar el plan completo de la salvación y lo que hay en no­sotros que nos impide tener la certeza de que Cris­to nos perdonó. Nos limitaremos a revisar cuatro cosas que Dios hace con la culpa de alguien que conoce a Cristo como Salvador y Señor.

Dios perdona

«Si vuestros pecados fueren como la grana, co­mo la nieve serán emblanquecidos» (Is. 1: 18). «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal. 103: 12). «Ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Rorn. 8: 1). ¿Recibimos el mensaje? La obra de Cristo en la cruz, su resurrec­ción, su justicia atribuida a nosotros significa que somos libres. No queda nada por pagar; el perdón de Dios es completo; y no hay nada que podamos agregar que Cristo no haya hecho ya. Francis Schaeffer lo dice en la siguiente manera: «Aceptamos el don gratuito de Cristo con las manos vacías de la fe.»

Dios olvida

«Hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre … Porque por una ofrenda El ha hecho perfectos pa­ra siempre a los que son santificados … Y sus peca­dos e iniquidades no recordará más» (Heb. 10: 10, 14, 17). El perdón de Dios es tal que no carga los pecados específicos a nuestra cuenta. Nosotros decimos: «Puedo perdonar, pero no puedo olvi­dar.» Dios dice que el hombre maduro «no admi­te reproche alguno contra su vecino» (Sal. 15: 3). Sin embargo, ¿cuántas veces le recordamos a un amigo con nuestra mirada o de palabra que la ofensa que estamos recibiendo ya la había come­tido por lo menos una vez antes? En contraste, Dios no guarda cuentas de los pecados del pasado para aquel que lo conoce. Aplicando este mismo principio, dejemos de acusarnos o de doblegarnos bajo la acusación de otros.

Dios da la experiencia de ser limpios

Estas son las palabras de Francis Schaeffer, pe­ro el mensaje es de Dios. Veamos a David en el Salmo 32: «Mientras callé mi pecado, se enveje­cieron mis huesos en mi gemir todo el día.» Así se sentía David antes de confesar su pecado de asesi­nato y adulterio. Pero entonces «mi pecado te de­claré, y no encubrí mi iniquidad. Dice: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.» Aunque todos los verda­deros cristianos han sido perdonados, algunos son más lentos que otros en experimentar limpieza. A estos, David dice al final del Salmo: «Muchos do­lores habrá para el impío; mas al que espera en Je­hová, le rodea la misericordia. Alegraos en Jehová y gozaos, justos.»

Dios remueve las consecuencias del pecado

Jeremías 31: 29 cita un proverbio popular de sus días: «Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera.» Consi­dere la respuesta de Dios en este capítulo y lo que dice del mismo proverbio en Ezequiel 18: 3: «Vivo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis que usar este refrán en Israel.» De acuerdo con el contexto de toda la Biblia (la Escritura interpreta a la Escritura) el mensaje es como dicen los co­mentarios: cada individuo se presenta solo delante del Señor y Dios quitará de nosotros las conse­cuencias de nuestros propios pecados, los pecados de nuestros padres y los de sus padres. Esto es cierto en lo que respecta a la condenación que una vez pesó sobre nuestras cabezas, pero Dios también se agrada en quitar de nosotros las conse­cuencias más inmediatas de nuestro pecado de to­dos los días.

Uno podría argumentar que este no fue el caso con el rey David, quien entre otras cosas perdió a su hijo nacido de Betsabé. Pero dejemos nueva­mente que la Escritura se interprete a sí misma. Dios perdonó a David de la pena de muerte. «No morirás; Jehová ha remitido tu pecado.» En cuan­to a la muerte de su hijo, Dios da la razón: «Para que los enemigos de Jehová no tengan ocasión de blasfemar.» Cualquier consecuencia de pecado que quedó en la vida de David debe verse como el trato de un Dios amoroso edificando a David y no como David pagando por su pecado como si la obra de Cristo no fuese suficiente.

De la misma manera, cualquier consecuencia de nuestro pecado que quede, debe verse corno la manera amorosa que Dios usa para sanarnos. De­bemos enfatizar, sin embargo, que así como Dios perdonó la vida de David, él se complace en quitar de nosotros las consecuencias de nuestro pecado. Hay una evidencia abundante de esto entre los cristianos de todos los tiempos en la historia. No nos pongamos límites ni a otros diciendo: «Hice esto y aquello, por lo tanto, tal cosa será el resul­tado inevitable.» ¿Cuántos cristianos, perdonados y sanados viven bajo límites que ellos mismos se imponen, creyendo que Dios continuará castigán­dolos por algún pecado en particular?

El perdón de Dios es total. Si hay consecuen­cias del pecado que todavía quedan, debernos tener confianza en Dios que él está haciendo que todas las cosas operen para su gloria y en benefi­cio de aquellos que le aman.

Bill White recibió su doctorado de la Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania, EUA. como sicólogo consejero.

 Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 6 abril 1984