Autor Dick Key

La prosperidad es una palabra que se ha mencionado mucho en años recientes. Muchos cristianos han intentado un sinnúmero de cosas en un esfuerzo para entrar y reclamar la prosperidad de Dios. Han escrito «cheques de fe»; por fe han reclamado la bendición económica; han dado y han esperado un abundante retorno a su «semilla de fe» y en mayoría de los casos, han terminado de­ silusionados de la idea de una «doctrina de prosperidad».

No hay duda alguna, las Escrituras enseñan que el Señor desea que su pueblo prospere económicamente, es una promesa directa para sus hijos. Su promesa no es sólo directa sino también implicada. El Señor nos promete dos cosas que son representadas directamente por el dinero: vida e influencia. El dinero representa en todas las culturas vida e influencia. Vida porque nuestras vidas están representadas en nuestras ganancias. Cada peso que traemos a casa representa el sudor de nuestro trabajo. Cuando damos dinero, es nuestra vida la que estamos dando. La promesa de Dios para su pueblo no es sólo vida espiritual (Juan 3: 16), sino también una vida terrenal abundante (Juan 10: 10), que incluye una vida económica abundante (Juan 2).

También es parte del plan del Señor para su iglesia que ésta posea el dominio y el poder para que su gobierno sea llevado a todas las naciones de la tierra. Parte de su plan para cumplir con esto debe ser la posesión y el uso adecuado de los recursos del dinero por su pueblo para llevar a cabo su voluntad (lsaías 60: 1-5; 61 :6; Miqueas 4).

Las Escrituras son muy claras que el Señor desea que su pueblo viva dentro de la bendición económica; entonces ¿por qué muchos no la encuentran? Una razón, pienso, es la manera en que hemos enseñado la prosperidad de Dios. Debido a la mentalidad de «recibir algo por nada» que prevalece en nuestra sociedad, miramos a la bendición de Dios como si esta fuera un programa de beneficiencia que no requiere de nosotros ninguna responsabilidad, condición de administración, u obediencia a su ley y su palabra. Se nos ha enseñado que lo único que tenemos que hacer es «creer y recibir, y que Dios nos dará los deseos de nuestro corazón».

Sin embargo, las bendiciones del pacto del Señor, nos son dadas como resultado directo de nuestra obediencia a su palabra y por nuestra fidelidad en la bendición económica que El ya nos haya dado. Tenemos que comenzar a ver que la bendición económica tiene que ver con la manera en que un hombre camina delante de Dios. «Creer para recibir» es solamente una faceta dentro del plan económico de Dios. El quiere que ejercitemos nuestra fe en esta área, pero también desea que seamos vasos dignos de recibir su bendición.

Santiago nos habla fuertemente con respecto a esto. El dice: «No tenéis porque no pedis». Eso significa que tenemos que «creer para recibir». Si no pedimos a Dios sus bendiciones, no debemos esperar recibirlas. Pero entonces agrega: «Pedís y no recibís porque pedís con malos propósitos, para gastar en vuestros deleites» (Santiago 4: 2-3).

En asuntos de dinero, generalmente Dios trata primero con nuestros motivos. El dinero representa nuestras vidas y la manera en que un hombre maneja su dinero refleja lo que está en su corazón. Así que cuando Dios trata con nuestro dinero, toca el mismo corazón de lo que en realidad somos y quienes somos. El primer indicio que el Señor ve es a quién estamos tratando de agradar. ¿Cuál es el motivo detrás de nuestros deseos de obtener dinero, el de agradarnos a nosotros mismos y satisfacer nuestros propios deseos, o deseamos ser un canal de bendición para que el reino de Dios sea establecido?

LA MOTIVACION

La primera lección que Dios me enseñó en mi propia vida, con respecto al dinero y a las posesiones, tuvo que ver con mis motivos y actitudes.

Siempre había tenido éxito en todo lo que hacía. Mi primer empleo lo tuve a los diez años y entré en el mundo de los negocios a la edad de catorce. Después de unos pocos años ya era uno de los ejecutivos en una compañía de considerable tamaño y había logrado llegar muy alto para un hombre de mi edad. Tenía todas las apariencias de un gran ejecutivo. Mi ropa era siempre la más cara y mi automóvil del último modelo. Jugaba al golf con los otros ejecutivos (aunque no era muy bueno, pero lo hacía porque era «lo apropiado»), y mi colección de discos de música clásica valía varios miles de dólares. Igual que la mayoría de los ejecutivos, vivía más allá de mis recursos porque quería impresionar a la gente. Estaba motivado por un impulso competitivo de alcanzar prestigio y estatus.

Un día mientras viajaba por una carretera de Cincinnati, me dí cuenta de que algo hacía falta en mi vida e hice una sencilla oración en mí corazón: «Dios, no te conozco como algunas personas te conocen. Haz lo que tengas que hacer para que llegue a conocerte».

Yo me olvidé de esa oración, pero Dios no. Una por una, las cosas en las que había edificado mi vida, comenzaron a escapárseme. Por primera vez en mi vida no era capaz de mantener un trabajo. Cuando el Señor hubo terminado conmigo, había tenido que empeñar todo lo que poseía sólo para vivir y había tenido que cambiar mi auto último modelo por uno muy viejo. Entre tanto, algo me estaba sucediendo por dentro. Estaba muriendo. Todas mis posesiones, mi estatus y seguridad, es­ taban siendo quitados. Me encontré viviendo en mi auto en las calles de Los Angeles con nada más de lo que podía empacar en el auto. Esa fue mi casa por cinco semanas. Sin ninguna entrada, tuve que vivir la mayor parte del tiempo de una taza de café y un buñuelo al día. ¡Que si sabía delicioso! Es sorprendente cuánto se puede saborear un buñuelo.

Todo lo que tenía era un par de pantalones baratos, una camisa blanca igualmente barata, un par de medias y lo que quedaba de un traje de pelo de cabra al que ya se le había caído el forro.

¡Estaba hecho una desgracia!

Todas las noches me quitaba las medias y la camisa en el sanitario de una estación de gasolina y las lavaba con el jabón que había allí para lavarse las manos y las colgaba de las ventanas del auto para que se secaran por la noche. Por la mañana regresaba a la estación de servicio y me rasuraba con ese mismo jabón yagua fría.

Mientras tanto yo gruñía y me quejaba: «Se­ ñor, aquí estoy buscando tu reino y tú dijiste que si no me preocupaba por mi vida, tú me cuidarías. Pues bien, estoy haciendo mi parte, pero no veo que me estés cuidando».

Por cinco semanas le hablé así al Señor. Entonces un día el Señor me dijo: «Todavía estás allí ¿verdad?»

Yo dije: «Si, todavía estoy aquí». Entonces caí en la cuenta de lo que el Señor quería decir­ me. Yo pensaba que El no estaba cuidándome porque no vivía en un buen apartamento comiendo tres veces al día y vistiéndome con ropas costosas. Pero el Señor había dicho que El supliría mis necesidades y así lo había hecho. Tenía abrigo y un lugar para dormir – mi viejo auto; tenía alimento – mi buñuelo y mi taza de café; y tenía ropa – una muda. Dios había sido fiel a su Palabra. Había suplido mis necesidades. Tuve que arrepentirme y decirle al Señor que estaba dolido de mi actitud porque era yo el que tenía el problema y no El.

El mismo día en que cambió mi actitud un hombre se me acercó y me dijo: «¿Dónde vives?» Yo me había encontrado con esta misma persona una y otra vez durante las cinco semanas anteriores, pero él jamás me había hecho esa pregunta hasta este día. Determiné decirle la verdad y le contesté: «En mi auto»

El respondió: «Pues véngase a vivir conmigo».

Así que por un tiempo estuve viviendo en su hogar con su familia. Más tarde la situación de su hogar cambió y tuve que salir y buscar otro lugar para vivir.

El mismo día en que debía de partir, el pastor de la iglesia se me acercó y me preguntó dónde estaba viviendo y yo le dije que al día siguiente en ninguna parte. El me dijo que si deseaba, podía vivir en una de las casas que la iglesia tenía. Dios seguía siendo fiel en proveerme lo que necesitaba. Puedo testificar que desde ese día hasta hoy, jamás me ha faltado un techo sobre mi cabeza, literalmente, y sé que ha sido el Señor quién me lo ha dado.

En lo que se refería a mi ropa, había estado dominado por tanto tiempo por el materialismo que pensaba que era pecado tener buenas cosas. Deduje entonces que si quería ser espiritual tenía que quitarme la idea de volver a tener una buena apariencia.

Pero llegó el tiempo cuando cérnencé a sentirme avergonzado por la manera en que estaba representando al Señor. Estaba dispuesto a vestir de cualquier manera que el Señor quisiera, pero me avergonzaba de mi desaliño cuando se suponía que estaba representando al Rey.

Un día mientras cruzaba el patio de la iglesia dije: «Señor, lo apreciaría mucho si de alguna manera pudieras suplirme con un traje en el que pudiera verme más o menos decente para tí».

El Señor me había estado ejercitando en la fe durante ese tiempo y yo estaba completamente seguro que El me supliría con un traje. Con esta fe me dirijí a una tienda y escogí un traje lavable por $19.95 y se lo pedí al Señor. La verdad es que creí que alguien vendría en ese momento a poner un billete de $20.00 en mi mano para que pudiese comprar el traje. Pocos días más tarde uno de los miembros de la iglesia me detuvo y me dijo: «Me gustaría verte cuando termines tu trabajo». Yo no sabía si estaba en problemas o si había hecho algo malo, pero después del trabajo nos subimos en su auto y él se volvió a mí y me preguntó» ¿Crees que Dios es fiel?»

Yo había estado escuchando una cinta de David Wilkerson que se titulaba «Dios es Fiel», y Dios me había estado enseñando sobre su fidelidad así es que le respondí: » ¡Por supuesto que sí!»

«¿Sabes para donde vamos?» preguntó él. «No, no lo sé»

Vamos a Los Angeles para que te compres ropa» Yo comencé a llorar. No podía creer que Dios estaba respondiendo a mi oración de esa manera. Toda la fe que tenía era para un traje de $19.95 pero esta persona me llevó a un distrito de Los Angeles y me compró tres de $95.00 cada uno y un par de zapatos de $35.00. Yo estaba profundamente conmovido.

Mientras daba gracias a Dios por su bendición El dijo: «Deléitate así mismo en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón» Comencé a entender que no era el Señor quien me priva­ ba de las cosas; era mi actitud con respecto a esas cosas que impedían que el Señor me diera los de­ seos de mi corazón. Comenzaba a reconocer que Dios era mi fuente en todas las cosas, fuera un bu­ ñuelo y una taza de café, o tres trajes nuevos. Dios era la fuente;

Hasta entonces, pensaba que yo era la fuente. Ganaba buen dinero y podía gastarlo a mi placer. Igual que dice Santiago: «Gastarlo en mis deleites». Dios ha cambiado mis motivaciones de satisfacer mis propósitos a tener un deseo de ser un buen representante del Señor y un siervo fiel que obedece sus mandamientos.

REDENCION DE LA POBREZA

La mayoría de los cristianos saben que parte de nuestra redención es de la pobreza, pero en realidad no saben todo lo que esto involucra. Muchas personas piensan que la pobreza es un tipo de destitución, sin embargo la mayoría de los cristianos se encuentran atrapados en una forma de pobreza que la Biblia llama deuda. Es cierto que Dios no comenzará a bendecimos económicamente de ninguna manera continua, a menos que lleguemos a la convicción de que la deuda es contraria a los principios de Dios.

La Escritura dice: «No debáis a nadie nada, si no el amaros unos a otros … » (Romanos 13: 8). Es muy difícil para algunos aceptar que la deuda es un pecado. Las Escrituras no solamente decla­ ran que no debamos nada, sino que otros principios importantes del reino de Dios son violados cuando permitimos meternos en deudas.

Si estamos en el reino de Dios, entonces todo lo que tengamos – nuestras vidas, nuestras posesiones, nuestro tiempo, nuestro dinero – pertenece al Señor. Nosotros, como siervos suyos, somos ad­ ministradores de las posesiones que El nos ha confiado y somos responsables delante de El por el uso y el cuidado de lo que es suyo.

La deuda, entonces, puede verse primeramente como mala administración del dinero del Señor. La mayoría de las deudas vienen por falta de disciplina en el manejo del dinero, es decir, la inhabilidad de presupuestar y ahorrar para tener con qué suplir nuestras necesidades. Debido a que el Señor demanda fidelidad en el manejo del dinero y juzga la confiabilidad de los hombres según el uso que hagan de su hacienda (Mateo 25-14-25; Lucas 16: 1-16), entonces las prácticas deficientes en los negocios y el desorden en el manejo del di­ nero no sólo representan un mal uso de la hacien­ da del Señor, sino también una deshonra para su nombre.

Segundo, las deudas demuestran una falta de fe en la provisión del Señor. Las Escrituras enseñan con toda claridad que el Señor conoce nuestras necesidades (Mateo 6: 8) y promete suplirlas (Ma­ teo 6:32-34). Generalmente, amontonar deudas significa que estamos viviendo más allá del lugar de la bendición de Dios para nuestras vidas. El adquirir cosas que Dios no ha provisto significa que estamos caminando en nuestra propia fuerza y no dentro de una vida de fe en su provisión.

Tercero, endeudarse representa que estoy debiendo mi vida a alguien más que al Señor J esu­ cristo. «Comprados fuistéis por precio; no os hagáis esclavos de los hombres» (1 Corin tios 7: 23). «El que toma prestado es siervo del que presta» (Proverbios 22:7). Ya que mi vida está representada en mi dinero, deberle a otra persona significa deberle parte de mi vida.

Cuarto, la deuda a menudo inhibe nuestra libertad para obedecer al Señor. Si la mayor parte de nuestros ingresos están comprometidos en ha­ cer pagos mensuales y cumplir con nuestras obli­ gaciones de endeudamiento, no tenemos la libertad para usar el dinero del Señor en la manera en que El pudiese desearlo. También, como lo saben todos los que han estado endeudados, la tremenda presión de los pagos mensuales y las cuentas ha­ cen casi imposible que mantengamos la libertad y el gozo que son nuestros en el Señor.

He encontrado, en mi experiencia con personas con problemas económicos, que el comprar con tarjeta de crédito, la facilidad del endeudamiento el financiamiento deficitario y las actitudes que acompañan estas prácticas son probablemente la principal razón por las que la gente no experimenta la bendición de Dios en sus asuntos económicos.

PASOS PARA SALIR DE DEUDAS

Las personas endeudadas parecen estar atrapadas, incapaces de «salir adelante» y de comenzar a vivir libre de presiones económicas. Parece que siempre hay una cuenta más o un pago más allá de la cantidad de dinero que se tiene. Yo creo que es el Señor que permite que «el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto» (Hageo 1 :6) para llevarnos a nuestras rodillas para que podamos ver nuestra actitud y la motivación que está detrás de nuestra situación económica. Si enmendamos nuestros caminos, el Señor comenzará a «remendar» los hoyos en el saco.

Los siguientes pasos han sido desarrollados por la experiencia que he tenido en ayudar a las personas a salir de deudas. Son adaptables a las diferentes situaciones e individuos y son principios que funcionan. Yo he visto un testimonio tras otro de la fidelidad de Dios en las vidas de las pesonas que han decidido salir de deudas para seguir los caminos del Señor.

Reconozca que la deuda es un pecado. Esto es muy difícil puesto que vivimos en una sociedad edificada sobre el endeudamiento. A nadie le pa­ rece extraño deberle dinero a Master Charge o a Visa. Se ha convertido en un estilo de vida acepta­ ble. En la mayoría de los casos, el endeudamiento nace de una codicia por obtener posesiones y de la falta de madurez al no estar dispuestos a esperar por lo que queremos. El creyente debe ser sincero y admitir que es un pecado pedirle y pedirle perdón a Dios por violar este principio.

Tenemos que pedirle al Señor que nos ayude a salir de deudas. Esto es muy importante. De esta manera nos estamos humillando delante de El y reconociendo que tenemos un problema que no podemos controlar. Para muchas personas gastar dinero es algo crónico como el caso de los alcohólicos o los drogadictos – todos tienen una raíz bá­ sica a su problema y necesitan la ayuda del Señor para vencer. Cuando pedimos ayuda al Señor, tenemos que rendir todo nuestro dinero a El – pasado presente y futuro. Tenemos que reconocer que es suyo y que nosotros somos administrado­ res en quienes El ha confiado su propiedad.

Escriba cartas a todos sus acreedores de sus cuentas atrasadas. Confiese su falta de fidelidad, pídales su perdón y comprométase específicamente con una cantidad razonable para pagar lo que le debe. Esta medicina puede ser muy difícil de tragar, pero tenemos que comprometernos, aunque sea con cincuenta centavos o un peso al mes, para comenzar a pagar nuestras deudas. Creo que hay algo en el ego de los hombres que les hace esperar hasta que puedan mandar una buena cantidad. Enviar centavos o unos pocos peso les es realmente duro.

Tenemos que comprender que cuando enviamos una cantidad regular, no importa lo pequeña que sea (siempre y cuando sea suficiente para cu­ brir parte de los intereses y el principal del dinero que debamos), eso está edificando nuestra integridad personal. Los hombres de palabra son un tes­ timonio para aquellos con quienes estamos en deuda. Estar en deuda no es un buen testimonio, sino nuestra integridad.

He visto situaciones en las que acreedores hostiles se han vuelto amistosos y deseosos de ayudar porque han visto la integridad y la fidelidad demostrada con los deudores. La mayoría de los acreedores no confía en sus deudores, pero una vez que se establezca esta integridad, el Señor puede volver toda la situación al revés.

Esto también le demuestra al Señor lo que está realmente en nuestro corazón. Le indica que somos sinceros en nuestro deseo de liberarnos de esta atadura y de aprender a caminar en obediencia a sus principios. Este es un paso de fe en su Palabra. Ya que es el Señor quien nos ha dado el dinero, lo que hagamos con él es de mayor importancia que nuestras palabras.

El próximo paso es hacer un presupuesto personal y para la familia. Aquí es donde podemos buscar la ayuda de un pastor o un líder experimentado que ha demostrado ser fiel en el manejo del dinero o puede buscar un contador. Un presu­ puesto es de suma importancia porque nos hace disciplinados en esta área, que fue lo que nos metió en problemas en primer lugar. Un presupuesto hace posible que el dinero sea gobernable y nos enseña a ejercer dominio sobre él en vez de que éste no domine.

Incluya a toda su familia cuando haga el presupuesto para que todos entiendan las razones y las metas de esta nueva disciplina que vendrá a sus vidas. Si usted no ha demostrado fidelidad en el manejo del dinero, entonces necesita pedirle perdón a su familia y que oren con usted para que pueda ser un buen líder en este aspecto. Humíllese y ellos le respaldarán en todo lo que tenga que hacer.

Hay ciertos principios que debe seguir cuando haga su presupuesto.

Primero, los diezmos y las ofrendas vienen de la totalidad de sus ingresos; honre el mandamiento de Dios para que El pueda honrar su presupuesto.

Segundo, límitese a no gastar más de los que gana. Si los gastos regulares exceden a las entradas o no le dejan margen para pagar sus deudas, entonces es necesario que baje su estilo de vida; por ejemplo, múdese a una casa más pequeña, o venda su auto.

Tercero, haga un horario práctico para cubrir sus deudas con pagos periódicos y específicos en torno a metas reales.

Cuarto, no compre nada nuevo al crédito. Si las tarjetas de crédito son un problema para usted, entonces le sugiero que las destruya y se deje aque­ llas que le sirven para identificación solamente. Las tarjetas de crédito pueden ser útiles si el usuario tiene la disciplina de valerse de ellas adecuadamente. Las cuentas obtenidas con tarjetas de cré­ dito deberán pagarse en su totalidad de mes a mes. No debe dejarse ningún saldo para el siguiente mes.

Quinto, lleve una cuenta detallada de todos los gastos hasta que haya consistencia en su presupuesto.

Salir de deudas debe ser la mayor prioridad. Si la deuda es muy grande, es buena idea, en algunos casos, buscar un segundo trabajo aunque sea por un tiempo limitado y usar ese dinero para salir de deudas. También una venta casera o la demanda en los anuncios clasificados de los periódicos son una excelente manera de obtener dinero y de salir de artefactos, muebles, un televisor, ropa y otras cosas que no son realmente esenciales.

Cuando conocí al Señor tenía una deuda de $8.000.00. Para escapar de la presión había escrito cheques sin fondos. Entonces la presión era legal y económica. Sólo un milagro de Dios impi­ dió que terminara en la cárcel. El Señor me ayudó a pagar todas mis deudas, pero yo hice mi parte. Vendí las cosas que tenía, tomé dos empleos para llenar mis obligaciones y en menos de un año las había pagado todas.

Más tarde comencé a ministrar a los «hippies» en Haight-Ashbury en San Francisco, y terminamos endeudados por $80.000.00 porque no entendimos los caminos de Dios y recibimos dirección falsa. Pero cuando confesamos al Señor que habíamos equivocado su propósito, nos dispusimos a pagar la deuda y el Señor nos ayudó a hacerlo en sólo ocho semanas. Vendimos todo lo que teníamos: joyas, relojes y la mayor parte de nuestras posesiones hasta quedarnos con solamente dos mudas de ropa. Yo creo que el Señor ve nuestros corazones y nos ayuda de acuerdo a cuán desesperados estemos en hacer su voluntad.

Una vez que las deudas estén pagadas, eso no significa que podemos volver a gastar como lo hacíamos antes. Es necesario siempre que vivamos con menos de lo que ganamos. Una vez libres de deudas, debemos comenzar a presupuestar el dinero para que este incluya una cuenta de ahorros para emergencias, vacaciones, la educación de los hijos, nuestra jubilación, y el financiamiento de artículos como automóviles, muebles y otras co­ sas que normalmente las compraríamos a crédito.

También es necesario que planeemos seguros contra catástrofes – vivienda, vida, salud y accidentes. Estoy comenzando a ver que un seguro no es solamente para mí y mi familia; es para todo el Cuerpo de Cristo. Si algo llegase a sucederme, entonces mis hermanos en el Señor serían los responsables por mi familia y si yo no dejo provisto lo necesario para su cuidado a través de un seguro de vida, la carga para el Cuerpo sería dema­ siado pesada. Otras formas de seguros no indican necesariamente una falta de fe, si no una inversión sabia del dinero del Señor ya que unos cuantos pesos mensuales pueden significar un ahorro de miles en un futuro.

Una vez que terminemos de pagar nuestras deudas debemos demostrar nuestro agradecimiento al Señor aumentando nuestra ayuda a otras personas con necesidad.

LA PRUEBA

Tenemos que esperar que el enemigo probará nuestro compromiso intentando sacarnos de alguna manera u otra de nuestro presupuesto. Por eso es de sabios tener el consejo de un pastor o persona madura que nos pueda ayudar a ver objetivamente cuáles son nuestras necesidades verdaderas que puedan calzar en nuestra disciplina económica y cuáles son las trampas para hacernos romper nuestro compromiso con el Señor.

El Señor aumentará su fe. Cuando comience a caminar en esta nueva disciplina. Comenzará a creer en el Señor para salir de deudas más rápidamente. Dios le dará un aumento de salario, u otras fuentes de ingreso. Recuerde que su salario está determinado por el Señor. Los      umentos y los adelantos vienen del Señor cuando nuestros caminos y actitudes le agradan a él. (Salmo 75:6).

El Señor también nos ayudará a encontrar alternativas creativas para sustituir nuestros viejos hábitos de gastar. Una de las ataduras de las que debemos liberarnos es la de «salvar las apariencias» o «estar a la última moda» cuando nuestra prioridad más alta es la de salir de deudas. Muchas de las cosas que ya tenemos pueden ser ajustadas, reparadas, repintadas o reordenadas para suplir adcuadamente nuestras necesidades hasta que llegue el tiempo cuando podamos reemplazarlas sin caer bajo la presión económica.

Que quede bien claro que Dios no tiene ningún problema con que nosotros tengamos cosas buenas. Yo creo que El se agrada al bendecir a sus hijos con la abundancia. No da ningún honor ni gloria al nombre del Señor que sus hijos anden en la pobreza o debiendo. Muchos de los grandes hombres de las Escrituras eran ricos – Abraham, Job, David, Salomón – Dios se agrada por la prosperidad de sus hijos. El nos ama lo suficiente sin embargo, para mantenernos en la disciplina del espíritu y no permitir que el dinero ni las posesiones se conviertan en el centro de nuestras vidas.

La sociedad en que vivimos hace cierto tipo de deudas inevitables. Un préstamo para una casa, por ejemplo, es la única manera para que algunos, excepto los muy acaudalados, lleguen a tener su propia vivienda. Este es un tipo de deuda, que podemos considerar permisible ya que no viola ciertos principios en el manejo del dinero del Señor.

En primer lugar este es un buen uso del dinero de Dios, ya que la mayoría de las viviendas suben de valor y el dinero que hayamos invertido gana aún más dinero. En segundo lugar, una vivienda es una necesidad y no cualquier lujo del que poda­ mos prescindir. Tercero, si el precio entra dentro de nuestras posibilidades de pago, esto no será excesivos ni un factor que invalide nuestro presupuesto personal.

Otro tipo de deudas como préstamos para negocios y carreras académicas pueden caer tam bién en esta categoría si son bien planeados y presupuestados. También hay ciertas deudas en las que se incurren en las emergencias inesperadas y otras necesidades sobre las cuales no tenemos ningún control. En la mayoría de los casos, éstas son inevitables y si asumimos que hemos mantenido un cuadro económico saludable, estas deudas no representarán una amenaza verdadera.

Dios está más interesado en nuestras actitudes y motivos que en lo que no tenemos. El lugar para comenzar en cualquier esfuerzo de llevar nuestros hábitos económicos bajo el gobierno del Señor Jesús es pidiéndole que examine nuestros corazones y quite cualquier motivo o actitud impura que hiciera que su dinero fuese mal usado o se convirtiese en una piedra de tropiezo para nuestro crecimiento en el reino. Una vez que nos hayamos convertido en vasos dignos de la bendición de Dios, el Señor comenzará a abrirnos y a confiarnos la provisión de su reino para la continuidad de su propósito.

DICK KEY fue educado en el Pacific Christian College de Long Beach, California y en el Cincinanati Bible Seminary de Ohio y fue ordenado en el Melody Land Christian Center en Anaheim, California.

En 1967 estableció un ministerio en San Francisco donde conoció a Lydia Feary.

En 1971 Dick y su familia se mudaron FT. Lauderdale donde Dick sirvió como adm inistrador de Christian Growth Ministries y como Editor de New Wine. En la actualidad sirve como coordinador de varios ministerios en la Florida.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol 3-nº 2 – JULIO/AGOSTO 1979