Entrevista con Edith Schaeffer

NW: Díganos algo de su trasfondo personal

ES: Mis padres fueron misioneros en China por veinte años, así que, la memoria de mis primeros años, son de esa tierra. Aprendí a ha­blar chino y solía predicarles el evangelio a mis compañeros de juego en su propio idioma. Desde que tenía tres o cuatro años supe que la Biblia es la verdad e hice cuanto pude para convencer de eso a mis amigos. Recuerdo vívi­damente lo exuberante que me sentía cuando les explicaba las enseñanzas de la Biblia. Cuan­do cumplí cinco años, mi familia volvió a Nor­teamérica para un descanso y nunca regresamos a China.

NW: ¿Cómo se conoció con Francis?

ES: Esa es una historia muy interesante. Yo tenía diecisiete años y él veinte. Mi familia se había mudado de Canadá a Filadelfia.

Yo asistía a la sociedad de jóvenes en una i­glesia presbiteriana que era bastante liberal. No compartía del todo su enseñanza liberal, pero alguien me había dicho que un joven bien pare­cido que yo había visto en la escuela secundaria asistía a esa iglesia. Así que fui para que nos presentaran. Después de las reuniones todos se iban a la casa de alguno para comer algo y pasar juntos un rato agradable.

El domingo por la mañana iba con mis pa­dres a su congregación donde se predicaba la Biblia, y por las noches a esta iglesia para estar con los jóvenes. Así pasaron tres o cuatro me­ses. En junio, los estudiantes universitarios que regresaban a casa para el verano, se reunían con la sociedad de jóvenes.

La primera noche que los estudiantes univer­sitarios llegaron, presentaron a un joven que ha­bía dejado la iglesia presbiteriana y se había unido a la unitaria. No creía que Jesucristo era el Hijo de Dios y su tema fue: «Cómo sé que Jesucristo no es el hijo de Dios y que la Biblia no es la Palabra de Dios». Cuanto más desarro­llaba su tema, más enojada me sentía.

Cuando terminó de hablar, me levanté para protestar. Al mismo tiempo, en el otro extremo de la sala, un joven también se puso de pie. Me senté para escucharlo y él comenzó diciendo que había asistido a esa iglesia por mucho tiem­po, pero que nunca llegó a saber hasta que leyó la Biblia, que ésta contenía las respuestas que ninguna filosofía le había dado. Pensaba que la Biblia no era diferente de la mitología griega que estudiaba entonces.

Estaba a punto de ha­cer la Biblia a un lado, para ser sincero y decla­rarse abiertamente un agnóstico, pero decidió que no sería honesto de su parte desecharla sin leerla primero. Mientras la leía, llegó a ver que la Biblia nos da la verdad y que esta había cam­biado su vida. Quedé muy impresionada y le pregunté a una amiga: «¿Quién es ese? Nunca me imaginé que en esa iglesia alguien creyera algo.

Ella respondió: «Ese es Francis Schaeffer.

Acaba de regresar de la universidad y sus padres le están haciendo pasar un tiempo difícil por­que quiere ser un ministro».

Cuando él terminó de hablar, yo salté para decir algunas cosas que había aprendido de las discusiones teológicas con profesores de seminarios y misioneros que se reunían para comer en la mesa de mis padres.

Después supe que mientras yo hablaba, Fran había preguntado al joven a su lado: » ¿Quién es esa joven? ¿De dónde salió? No sabía que alguien en esta iglesia supiera cosas como esas».

Su amigo le respondió: «Ella es Edith Seville. Acaba de mudarse de Canadá».

Fran le pidió a alguien que nos presentara (en esos días uno no se presentaba solo), y entonces me preguntó:

» ¿Te puedo llevar a casa?»

«Lo siento», dije yo, «pero tengo una cita». » ¿Por qué no la cancelas?», dijo él.

«Bien. Creo que lo haré», le respondí. Lo hice y comenzamos esa noche hablando de las doctrinas cristianas básicas. En realidad nos conocimos como soldados en el campo de batalla y hemos peleado hombro a hombro desde entonces. Antes que el verano terminara y tuviera que volver a la universidad, nos estábamos viendo todos los días.

Para el Año Nuevo ya nos habíamos compro­metido. El había roto nuestro noviazgo la tarde anterior diciendo que estaba tomando nuestra re­lación demasiado en serio. Pensaba que no debe­ríamos de vernos más porque se sentía seguro que Dios lo llevaría adonde ninguna mujer lo seguiría. Ni para qué decirlo que esa noche hubo lágrimas en mi sopa de tomates. Pero como era víspera de Año Nuevo, cuando un amigo me llamó invitán­dome a salir a las nueve, acepté.

A las siete sonó el teléfono. Era Fran. Dijo que las dos horas en que nuestras relaciones habían es­tado rotas había sido demasiado tiempo; que no podía soportar la vida sin mí y que necesitaba verme. Cuando salió de mi casa ya nos habíamos comprometido. Sin embargo, mantuve mi prome­sa de salir a las nueve con el otro muchacho y Fran la suya de pasar la velada con sus padres. Imagínese la sorpresa del otro joven cuando le dije, tan pronto lo vi, que me había comprometi­do en el lapso entre su llamada y entonces.

Tres años después, Fran y yo nos casamos, po­cos días seguidos a su graduación y estuvimos juntos durante sus días de seminario. Así que he­mos estado casados 44 años y nos hemos conoci­do por 47.

NW: ¿Qué nos puede decir de su familia?

ES: Fran y yo tenemos cuatro hijos y trece nie­tos que van de los dieciocho a los tres años. Todos disfrutamos las reuniones familiares o las ocasio­nes que permiten que pasemos tiempo juntos.

Nuestro hijo mayor, Frank y su esposa tienen dos hijos. Cuando él tenía quince años, le ayuda­mos a comprar el establo que está cerca de nues­tra casa. Era su sueño hecho realidad. Ahora está convertido en una preciosa casa donde él y su fa­milia viven.

Priscila, nuestra hija mayor, y su esposo, quien es el tesorero en L’ Abri* tienen tres hijos.

Nuestra segunda hija se llama Susan. Su esposo, Ranald, encabeza L’ Abri en Inglaterra, donde vi­ven con sus cuatro hijos.

Nuestra hija menor, Debby y su esposo, Udo, tienen cuatro hijas y trabajan con L’ Abri en Suiza.

*N. T. L ‘Abri es una comunidad en los Alpes Suizos fun­dada por el Dr. Francis Schaeffer donde millares de per­sonas, jóvenes y adultos, han encontrado la realidad de un Dios personal.

NW: ¿Cómo ha tomado la familia, la batalla de Francis contra el cáncer?

ES: Como le he mencionado, nuestra familia es muy unida. Me parece que una de las mejores co­sas que se pueden hacer por la familia es no tra­tar de hacer que todos se independicen preparán­dolos para la separación: «Tienen que estar listos a desenvolverse lo mejor que puedan solos si algu­no de nosotros muere», o » ¿Qué va a pasar si algo ocurre para romper ese patrón? Nos desintegrare­mos todos». Bien, yo no pienso así. Creo que cuanto más cercana la relación, mayor es la pro­tección contra el avance de las fuerzas «antifami­lia» que hay en el mundo.

Cuando nos informaron que el cáncer había in­vadido la médula de los huesos en un treinta por ciento y que la masa de nodos linfáticos entre los intestinos y la espalda era del tamaño de una san­día, no teníamos idea si estaría con nosotros por tres semanas o tres meses o si tendría tiempo de regresar a casa. El pronóstico no era muy bueno por cierto. Tan pronto Fran se dio cuenta de los resultados de las pruebas, telefoneó a casa y dijo a cada uno de los hijos, individualmente, que el doctor había dicho que el cáncer era maligno y que tendrían que hacerle más exámenes.

Durante esos seis meses que Fran fue tratado con quimioterapia, la familia continuó muy uni­da. Lo primero que sucedió fue que Franky sen­cillamente dejó todo y se vino a estar con noso­tros en Rochester, Minnesota (ubicación de la Clínica Mayo donde Fran recibía su tratamiento), y Debby se vino poco tiempo después. Las otras dos hijas vendrían cuando Debby y Franky tuvie­ran que irse. Le dijeron a Fran que querían que «alguien estuviera con él entretanto nos necesita­ra».

Eso significaba que la esposa de Frank y como los esposos de las mujeres tendrían que sacrificar­se tanto como nuestros hijos. Cuando llegó Debby, su esposo Udo se quedó cuidando a los cuatro niños, el menor de dos años y el mayor de nueve. Tenía que levantarlos, alistarlos para la escuela, alimentarlos, etc. Además de los hijos tenía un hogar con dieciséis estudiantes y él les cocinaba. Los estudiantes le ayudaban, pero Udo preparaba las comidas, discutía las asignaturas en la mesa, daba sus conferencias y el resto.

Así que tenía el trabajo de dos personas sobre sus hom­bros. Y lo hizo con buena voluntad porque que­ría que Debby estuviera conmigo y al Iado de la cama de su padre.

Pudimos haber alquilado una habitación en un hotel o en alguna pensión o habernos quedado con alguien en su casa, pero sentí que debíamos hacer más que eso mientras estuviésemos en Ro­chester. Mis hijos estuvieron de acuerdo porque los habíamos criado para reconocer la importan­cia de cada momento.

Debby sugirió que hiciéramos un hogar para pa­pá en Rochester por el tiempo que tuviera que estar allí, que tuviera atmósfera hogareña y no una pensión con aire transitorio. Así todos nos sentiríamos que estábamos en el punto de un nuevo comienzo y no de un fin.

La gente vino y nos ayudó a encontrar una ca­sita en la ciudad que estaba apilada en tres pisos como bloques con los que juegan los niños, pared a pared con otras casas a ambos lados. Era adecua­da para lo que necesitábamos, pero estaba muy sucia. Así que llamamos a un pintor inmediata­mente e hicimos que pintara el lugar de blanco.

Mientras Franky quedaba con su padre, Debby y yo salimos temprano en la mañana hasta tarde en la noche buscando muebles, cortinas, materia­les y plantas. Trabajamos fuertemente hasta que, en un período de tres arduos días, teníamos la vivienda luciendo como un hogar.

El último día de los arreglos en la casa, Franky desapareció. No estaba con su padre ni en ninguna parte ayudándonos y nos preguntábamos por qué no estaba participando. Por la noche nos llamó para que fuéramos a su cuarto en el hotel. Cuando llegamos nos dijo: «Quiero que vean lo que he he­cho. Papá, ven aquí». Entramos y vimos cuatro ó­leos originales de Franky y cuatro dibujos en blanco y negro.

Cuando Fran los vio, preguntó: «Franky, ¿có­mo los hiciste traer aquí» Creía que los había traído desde Suiza.

«Huélelos y míralos de nuevo», respondió Franky. Los había pintado él mismo en un espacio de horas -después de haber dejado de pintar por cuatro años. Por supuesto, el lugar olía a tre­mentina por la limpieza de los pinceles.

Yo dije: » ¡Cómo pudiste hacerlo! No has teni­do el tiempo suficiente. ¿Cómo pudiste hacer cua­tro óleos importantes? ¡Apenas había tiempo pa­ra cubrir el lienzo con pintura y menos para hacer estas obras de arte!»

El respondió: «Le rogué a Dios para que me ayudara a hacer de esa casa un verdadero hogar para papá antes de regresar a Suiza y El lo hizo. No he mejorado en cuatro años, pero al menos este trabajo es tan bueno como el último que hice antes de dejar de pintar». Y así era, en efecto.

Colgamos los cuadros y la casa era nuestro ho­gar – con plantas, muebles y las pinturas de Franky.

Después que Franky y Debby se fueron, Susan y Priscila vinieron. Todos se habían unido para pasar juntos por este tiempo y redimirlo; ya fue­ran los últimos días de Fran o bien mejorara su situación.

Nos dimos cuenta que la manera en que uno trata a los hijos y a la familia en general, realmen­te lo sigue a uno – para ayudar o para atormentar.

NW: ¿Qué otros efectos vió usted como conse­cuencia de la enfermedad de Fran?

ES: Dios hizo muchas cosas durante ese tiempo que pasamos juntos, similares a lo que narro en mi libro Affliction en el capítulo titulado «Affliction with Evangelism» (Aflicción con Evangelismo). Pasamos un tiempo sorprendente en la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota, donde estaban tratando a Fran.

Varios doctores comentaron que nunca habían conocido a alguien en Roches­ter que hubiese afectado tanto a la ciudad en tan corto tiempo. Le pidieron a Fran que hablara a la Asociación de Médicos, a los estudiantes de me­dicina y a los capellanes. También, un domingo por la noche pasaron una película de la serie ba­sada en el libro de Fran Whatever Happened to the Human Race? (Qué Pasó con la Raza Humana). Mil seiscientas personas asistieron al auditorio de esa escuela secundaria bajo un tiempo inclemente de menos de veintisiete grados F. También hay una conferencia L’ Abri programada para junio.

Algo pasó en Rochester. Ha sido tocada, en una forma similar a lo que Dios hizo con Pablo en la prisión de Filipos. Sin embargo, no hay necesidad de decir que Dios le dio cáncer a Francis Schaeffer para que evangelizara a Rochester, aun­que Dios, obviamente, tejía la trama igual que lo hizo con José en Egipto. Todavía hace eso.

Hemos aprendido a mirar al Señor con expecta­ción cuando entramos en un lugar como los hos­pitales. No decirnos: «Tú me has traído aquí para evangelizar a las enfermeras», sino que en lugar de eso decimos: «Señor, a pesar de este aguijonazo de Satanás, dame la gracia para continuar con­fiando en Ti, aunque deba someterme a esta ino­portuna operación (o lo  que sea). En medio de todo, ¿me podrías usar de alguna manera en este hospital?» Ore para que Dios lo use de acuerdo a Su tiempo en medio de la aflicción.

NW: ¿Cree usted que el elemento de la confianza -confIar que Dios en realidad tiene el control- es la clave para lograr eso?

ES: Yo creo que está en una variedad de maneras. No creo que se deba confiar en Dios para conver­tirse en una Pollyanna* por el cáncer (o cualquie­ra que sea la afliccción). Creo que tenemos per­fecto derecho de decir: «Gracias, Señor, por mos­trarme que detrás de las escenas en el libro de Job Satanás te atacaba diciendo que Job amaba única­mente las cosas buenas. Ayúdame a derrotar a Sa­tanás si te está atacando a través de mí ahora. Ayúdame a derrotar a Satanás y darte a ti la vic­toria, Señor, confiando en ti y amándote en me­dio de esto».

«N. T. Muchacha de optimismo incontenible que encuen­tra bien en todo.

NW: ¿Cuál es el estado actual de la salud de su esposo?

ES: En las pruebas de mayo último no había señal de cáncer en los huesos, ni ninguna masa detrás de sus intestinos. Se habían gastado. Pero ahora el malestar en el tejido linfático ha reaparecido y es­tá otra vez bajo tratamiento químico.

Sin embar­go, ha continuado durante la quimioterapia un horario completo en Pittsburgh, Washington (don­de habló a líderes) y otros lugares y está por hacer una gira completa de seminarios con la película Whatever Happened to the Human Race? y la in­troducción de ese libro en sus ediciones inglesas en las Islas Británicas del 15 de abril al 5 de ma­yo. Tendrá su tratamiento mientras esté en Lon­dres, pero mantendrá su horario de todas formas.

El siente realmente que el Señor le está dando fuerza especial para continuar su trabajo durante estos períodos de tratamiento a los que necesita someterse cada veintiún días. Por favor continúen orando por él.

NW: Cuando escribimos a su marido para hacerle saber que la dirección de nuestra revista estaba orando por él, dijo en su carta de contestación: «Agradezco a una teología que no descarta la buena medicina junto con la oración»

ES: Fran lo ha dicho a menudo, que necesita­mos tener una teología donde no haya tensión entre creer en la oración -que Dios es capaz de sanarlo- y usar buena medicina y nutrición sen­sible. Mucha gente estaba orando y Dios escu­chó. Pero Jesús también usa los medios naturales parecido al lodo que puso en los ojos del ciego.

No hay necesidad de intentar distinguir entre la medicina y la oración. Que Dios sea Dios. Al­gún día podrá decirnos cómo funciona todo. No necesitamos saberlo. A menudo la gente piensa que tiene que resolver misterios tales como: «¿Cuánto de mi recuperación fue por medicina y cuánto fue Dios?»

NW: En una ocasión conversamos con C. Everett Koop sobre la inconveniencia como razón princi­pal del aborto, del infanticidio y de la eutanasia.  ¿Cómo ve usted a nuestra sociedad y su inclina­ción hacia todo lo que es conveniente?

ES: En mi libro Affliction menciono la actitud que tienen demasiadas personas, que dicen: «si cualquiera cosa le molesta, deshágase de ella; abórtela». El asunto del aborto se ha desarrollado hasta tal extremo que se puede hacer una prueba de amniosíntesis del feto para determinar su sexo. Si fuese un niño y los padres quisieran una niña, podrían sencillamente abortar a este, al siguiente y al otro hasta que conciban el género que quieran.

Tampoco es solo asunto de abortar a un hijo in­conveniente; es el deseo de librarse de la aflicción que esto proporciona. Por ejemplo, la aflicción de los padres que no quieren admitir que su hija sol­tera va a tener un bebé. No quieren que lo tenga por la mancha a la reputación de la familia, y su respuesta es abortar al bebé.

Este comportamiento se basa en el disgusto de cualquier cosa que sea inconveniente o dura o consumidora de tiempo. Todo el ímpetu hacia los derechos es una expectación de ser «realizado», «tener mis derechos», «mi deseo céntrico». «Quiero tener los derechos de mi cuerpo», o «los derechos de mi libertad». Pero los que piensan así terminan en una terrible prisión. Pierden todos sus derechos de ser humanos. Pierden su capaci­dad de amar a otras personas y de demostrar com­pasión. La gente dice que quiere sus derechos de amar, pero la descripción bíblica de amor es que «el amor todo lo sufre … todo lo soporta».

No se puede ser paciente si no hay nada que lo impaciente. Cuando no hay nada difícil, no hay oportunidad de demostrar su amor. Muchos pier­den su oportunidad de crecer, de mejorar la per­sonalidad y el carácter que viene con la persisten­cia en las situaciones duras. En vez de apretar los puños y hacer un trabajo completo y bien hecho, las personas escogen una salida fácil para evitar las dificultades.

Muchas compañías en Norteamérica descubren que sus empleados jóvenes no quieren ser respon­sables. Abandonan sus trabajos a la más mínima provocación y en medio de sus tareas porque quieren hacer lo que les brinde más placer.

NW: ¿Siente usted que la idea de aflicción y pri­vación es extraña e incómoda para la mayoría de los cristianos?

ES: Sí. No sé con cuántos cristianos he hablado que temen llorar. Creen que la única reacción ade­cuada al sufrimiento es decir: «Todo va a salir bien. Dios está en los cielos. Todo está bien». Tie­nen miedo de decir: » ¡Qué terrible es esta moles­tia!», o » ¡qué mundo más atroz! ¡Cuánto detesto a Satanás!»

Jesús murió para que nosotros fuésemos restau­rados y así será, pero es interesante recordar que Jesús lloró cuando estuvo frente a la tumba de Lá­zaro. No solo por simpatía a María y Marta, sino también por enojo. Mi esposo me dice que la des­cripción en griego del enojo de Cristo es que era contra el enemigo – la muerte. Cuando surge una dificultad, no tenemos que decir: «Que lindo es todo. Alabado sea el Señor».

NW: Los cristianos tienen la tendencia de creer que algo anda mal en sus vidas con el Señor si es­tá experimentando aflicción.

ES: Exactamente. También piensan que no tienen suficiente fe para ser sanados. Me pregunto lo que andaba mal con Pablo, si vemos todo lo que le sucedió. Cualquiera pudo haber malentendido sus sufrimientos concluyendo que no debió haber tenido fe.

NW: ¿Cómo se puede desarrollar un equilibrio en­tre la fe y la aflicción y evitar una opinión pesi­mista de la vida?

ES: La Biblia nos ha dado claramente nuestra es­peranza. La esperanza que prevalece para mí, per­sonalmente, es el regreso de Cristo y la resurrec­ción del Cuerpo. Si estarnos vivos a su regreso, in­mediatamente tendremos un cuerpo glorioso co­rno el suyo. Esa clase de esperanza burbujeando adentro no será totalmente arrastrada por el dilu­vio de las dificultades.

Pero también podernos permitir que la esperanza nos haga perder de vis­ta la realidad y este es un equilibrio difícil de mantener. Tenernos que admitir que vivimos en un momento horrible de la historia y que nos pre­ocupamos por hacer algo al respecto. Y no decir que como el Señor viene pronto qué nos importan las cosas.

NW: En vista de ese «momento horrible de la his­toria» en que nos encontramos, ¿se siente usted optimista o pesimista con respecto al futuro de nuestra sociedad?

ES: Pienso que hay algunas personas que de­muestran un optimismo erróneo basándose en da­tos estadísticos del gran número de personas que están aceptando a Cristo por aquí, por allá y don­dequiera. Asumen, por lo tanto, que todo será grandioso, sin darse cuenta que la sociedad no es­tá cambiando en realidad.

No hay suficientes cambios en las vidas de las personas que están en la política, en el gobierno y en otras áreas para influenciar a nuestra sociedad. No quiero decir que no haya  verdaderos cambios y algunos cristianos verdaderos. Por ejemplo, el gobernador de Minnesota vino a nuestra conferen­cia en Minneapolis y se identificó valerosa y enérgicamente en favor del cristianismo y contra el aborto.

Pero muy pocos de los otros cincuenta gobernadores tomarían esa posición. Tampoco tenemos a muchos cristianos en puestos de lide­razgo que se definan decididamente como lo hizo él. Necesitarnos a más como él que se declaren sin importarles el efecto en sus vidas políticas.

Si todos los que dicen que creen viviesen sus vi­das políticas de acuerdo a lo que dicen creer, podríamos ver a este país dar un viraje. Necesitarnos ser lo suficientemente optimistas para creer que Dios usará nuestras vidas. Eso hará que le entre­guemos nuestros dones, cualesquiera que sean, pa­ra ver que nuestro país cambie. La vida cristiana consiste en nuestra disposición de dar nuestra vi­da y de tomar riesgos que vienen cuando se decla­ra uno a favor de un asunto.

Sé que Fran siente que, si la Iglesia lo hubiese hecho en la Alemania de Hitler en vez de decir que no era de su incumbencia, la historia hubiera sido diferente.

Necesitarnos ser una voz. Si el cristianismo no nos hace defender lo que creernos políticamente, llegaremos a ser gobernados por personas con las mismas ideas que imperaron en el Reich alemán:

«Tengamos solo esta clase de personas. Eliminen a todos los cristianos; ellos también son un fasti­dio». Es realmente serio.

No se puede cambiar las creencias políticas de la gente con legislación nueva, pero nosotros que vivimos en esta sociedad, no debiéramos de per­mitir que ellos sean la única voz. Si la mayoría de los americanos, la cepa misma, se manifestaran políticamente contra lo que no quieren, algo se haría al respecto.

NW: ¿Quiere decir que si la Iglesia fuese la Iglesia, que habría entonces razón para el optimismo? 

ES: Sí, si la gente despertara y se diera cuenta de lo que está sucediendo y viera cómo todo está en­trelazado, que no podemos aislarnos en «cosas espirituales» hasta el punto de dejar que todo lo demás se hunda. Tenemos que ver que la vida es el total de una unidad y que cada una de sus áreas debe ser tocada por nuestra fe. Creo firmemente que tenernos que esperar que algo suceda y tiene que ser pronto – tiene que ser ahora. 

Tomado de New Wine Magazine – mayo de 1980

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 4-nº 2 agosto 1981