Por Ralph Martin

Este articulo apareció primeramente en la edición de mayo de 1982 del periódico «Fue­go» con el título de «El líder arrepentido. » Es reproducido con el amable permiso de sus editores.

«Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no cometan pecado. Pero si alguno comete peca­do, tenemos un abogado delante del Padre que es Jesucristo y El es justo. Jesucristo es el medio por el cual nuestros pecados son perdonados; y no só­lo los nuestros sino los de todo el mundo. « (1 Juan 2: 1-2).

En estos dos versículos de la Escritura, San Juan resume los contenidos de la carta que está escribiendo. Primero que todo, dice a sus lectores que lo que está escribiendo es para que no pequen. Hoy en día muchos doctores hablan de la medici­na preventiva, es decir, ciertas medidas que una persona toma para no enfermarse. San Juan coloca un principio similar en este primer versículo. El está diciendo a sus lectores que hay ciertas medi­das que se pueden tomar para no pecar. Pero San Juan continúa diciendo, que si llegan a pecar hay un modo para cuidarse de esto, también.

En este artículo, quisiera examinar estas dos áreas. En la primera parte, quisiera mirar en profundidad el arrepentimiento preventivo. En otras palabras, si ustedes no pecan, no tendrán que arre­pentirse. En la segunda parte quisiera discurrir acerca de cómo arrepentirnos cuando pecamos. Esta parte será más corta pues espero que todos practiquemos el arrepentimiento preventivo y recibamos de la Escritura la ayuda que Dios nos da para evitar el pecado.

El primer pecado: un modelo primordial

En el tercer capítulo del Génesis, Dios nos reve­la muchas cosas con respecto a la tentación y al pecado. La Escritura nos dice que el diablo es lis­to y astuto. «La serpiente fue de todos los anima­les el más astuto que Dios hizo». Usa una inteligencia pervertida para conducirnos al pecado. Mas tarde aprendemos algo acerca de sus tácticas. Por ejemplo, la serpiente preguntó a Eva: «¿Real­mente Dios te dijo que no comieras de ninguno de los árboles del jardín?»

La serpiente hizo esto pa­ra colocar la duda en su mente como si no hubiera escuchado a Dios con exactitud. Cuando Eva ex­plicó que había solamente un árbol que no podían tocar, pues morirían si lo hicieran, el diablo le di­jo: «Seguro que no morirás.» Básicamente lo que él estaba diciendo era que lo que Dios había dicho no era cierto.

La estrategia, del diablo fue primero que todo colocar un interrogante a lo que Dios había dicho y así falsearlo; quizás para hacerlo parecer irrazo­nable o imposible. Así, la táctica del diablo fue negar la verdad de lo que Dios había dicho, cues­tionando la motivación de Dios. ¡Trató de con­vencer a la mujer de que la intención de Dios ha­cia ella no era buena: además, que la palabra de Dios la mantendría alejada de algo que ella merecía: un poder y un conocimiento que le pertenecían! «La mujer vio que el árbol era bueno como alimento, gustoso a sus ojos y deseable para alcanzar sabidu­ría. Entonces tomó de su fruto y lo comió, dando un poco a su esposo; quien estaba con ella y comió.»

En lo anterior, observamos una importante ca­racterística del pecado: la tendencia a negar la res­ponsabilidad. El instinto tanto del hombre como de la mujer fue negar la responsabilidad de lo que habían hecho. La mujer apuntó su dedo hacia la serpiente. El hombre apuntó su dedo hacia la mu­jer y a Dios. Ambos trataron de despojarse de la responsabilidad de haber consentido a la tentación.

Aunque había algo de verdad en lo que estaban diciendo, aunque la serpiente era astuta y engaño­sa, aunque Eva jugó un papel en la caída de Adán en el pecado y aunque Dios estructuró la creación para que el pecado fuera posible. Dios no aceptó sus excusas ni los absolvió por haber actuado sin responsabilidad, por lo que se permitieron hacer. Ni deberíamos nosotros presumir que Él aceptará nuestras excusas.

Nosotros no somos seducidos contra nuestra voluntad. Cuando somos seducidos por falsa enseñanza o tentación, decimos sí a ese error de algún modo. Nosotros permitimos ser se­ducidos. Así es como Dios juzgó la responsabilidad personal tanto del hombre como de la mujer.  Es­to es digno de reflexión al considerar como Dios nos juzgará.

En la primera carta de San Juan, 2: 15-17, ve­mos algunos de los mismos temas que encontra­mos en Génesis. «No amen al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no ama a Dios Padre; porque nada de lo que el mun­do ofrece viene del Padre sino del mundo. Los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de la vida, todo esto es lo que el mundo ofrece. Y el mundo se va acabando, con todos los malos deseos que hay en él, pero quien hace la voluntad de Dios vive para siempre.»

Cuando Eva se dio cuenta de que el fruto era bueno, «un cebo carnal» empezó a obrar en ella. Cuando lo vio como deleite para sus ojos, «un encantamiento para sus ojos comenzó a obrar.» Cuando supuso que esto la haría sabia, «el orgullo de las cosas de la vida» empezó a obrar en ella.

Nosotros también necesitamos tomar seriamente la seducción ofrecida por el mundo, reconociendo en nuestras vidas lo que ha sido frecuentemente traducido como «concupiscencia de la carne, con­cupiscencia de los ojos y orgullo de la vida.» No­sotros tenemos que reconocer la realidad del dia­blo, quien está dedicado a seducirnos, engañándo­nos y guiándonos a la destrucción.

Yo no pienso que el tercer capítulo del Génesis es simplemente una historia interesante que suce­dió en el pasado. Creo que Dios lo inspiró, en par­te para revelar cómo fueron las tácticas del diablo entonces y cómo obran ahora para separarnos de Dios. Pienso que las mismas tácticas que fueron usadas en los días de los primeros seres humanos están siendo usadas repetidamente en las vidas de muchas personas, hoy, para apartarlas de Dios.

Los elementos de la tentación y del pecado

Debemos ser conscientes de algunos de los ele­mentos de la tentación y del pecado para así estar en una mejor posición para resistirlos y no ser se­ducidos. Uno de los elementos básicos de la tenta­ción y del pecado es la confusión. En la Escritura Dios nos ha dado su plan para la vida humana y para sus criaturas. Si estamos confusos o inseguros acerca de lo que Dios ha dicho, estamos en una posición tremendamente vulnerable para ser enlo­quecidos por cada una de las novedades del mun­do de hoy.

Así mismo, si estamos confundidos acerca de la naturaleza de Dios, podríamos llegar a estar ciegos respecto del plan que Dios tiene para nosotros. Dios no trata de mantenernos se­parados de algo que verdaderamente nos perte­nece. Dios es amor… es misericordia… es verdad… Dios es sabiduría. Dios es poder. La pala­bra que él habla y la dirección que da a nuestra vida fluye de su deseo por nuestro bien. Él no está tratando de separarnos de algo que nos haría felices. El está tratando de evitar algo que nos ha­ría miserables.

Él no trata de privarnos de algo que por derecho es nuestro, Él trata de mantenernos fuera de las cosas que nos convertirían en polvo, en ceniza, y nos traerían una vida de miseria. Dios es pura y totalmente amor. Su palabra viene pura y totalmente de su amor por el género humano. Podemos abrazarlo, confiar en El, comerlo y ac­tuar en El, sabiendo que su palabra para nosotros es buena.

Un segundo elemento que caracteriza la tenta­ción y el pecado es la atracción hacia lo divertido de la tentación y que por ese camino nos hace caer en el pecado. Si la mujer no hubiera conti­nuado la conversación con la serpiente, las cosas podrían haber terminado de un modo distinto. Creo que Dios nos da a todos un momento de co­nocimiento, cuando sabemos que estamos siendo tentados. Tenemos una oportunidad en ese ins­tante de conocimiento para huir de la tentación o para estar en un posible diálogo con ella. Por supuesto que hay lugar para el diablo en nuestra vida: El es más listo que nosotros.

Pero una de las claves más grandes para no pecar es actuar en la gracia que Dios nos da, cuando nos deja saber que estamos siendo tentados. Podríamos decir «soy bastante fuerte para jugar un poco». Pero la Escritura nos dice de modo diferente. San Pablo di­ce: «Huid de la inmoralidad», dice que no permi­tamos la entrada de ciertas cosas a nuestras men­tes, a nuestros corazones o a nuestra vida.

Cuando Dios nos muestra que estamos siendo tentados, tenemos que aceptar la gracia que nos da en ese momento y llenar nuestras vidas con su amor y su verdad. Esto parece sencillo de decir y es, también en muchos casos, sencillo de hacer si se hace en seguida.

Un tercer elemento que frecuentemente encontramos en el rostro de la tentación y del pecado es el temor de que algo nos va a faltar. Estamos te­merosos de que, si no estamos haciendo lo que los demás hacen, pareceremos tontos. Este temor puede debilitar nuestra resolución de resistir a la tentación y al pecado. Hay un dolor y un sufri­miento en ser fiel. Hay cierta soledad, asociada a no estar en capacidad de hacer lo que todo el mundo está haciendo. Pero la Escritura nos dice que nunca estaremos apesadumbrados por ser fie­les en medio del dolor y la dificultad.

En verdad, la Escritura nos asegura que recibiremos todo lo que nos pertenece. La carta a los Hebreos (12:4) nos recuerda: «Ustedes aún no han tenido que lle­gar hasta la muerte en su lucha contra el pecado.» Algunas veces tendremos que resistir el pecado hasta el punto de derramar sangre. Sólo cuando sepamos que los sufrimientos de este tiempo no son comparables a la Gloria que se nos revelará cuando Jesucristo juzgue a los muertos en su se­gunda venida, vamos a estar en buena posición para resistir al pecado.

Podríamos resistir por 10, 20 o 30 años, pero algún día esa astuta serpiente va a decir: «Te han faltado muchas cosas en la vi­da, tú no conseguiste lo que tantos otros consi­guieron.» Tenemos que estar preparados para ese tiempo y saber que esto es una mentira y conocer que cualquier privación que hemos sufrido por ser fieles en Cristo encontrará su recompensa.

Un cuarto elemento del pecado y de la tentación es el hecho de que todo el que peca trata en algún modo de negar la responsabilidad. Cuando peca­mos tratamos de encontrar alguna razón para ex­plicar por qué no fuimos responsables de lo que hicimos. Hay ciertas situaciones y circunstancias en nuestras vidas que podrían reducir la responsa­bilidad. Si la serpiente no hubiera estado allí, qui­zá los primeros seres no habrían pecado. Si el pri­mer hombre no hubiera escuchado a la primera mujer, quizás no hubiera habido pecado. Si Dios no hubiera establecido el Universo como lo hizo, quizás ninguno habría pecado.

Sin embargo, Dios nos juzga responsables por nuestros pecados, aun­que podría haber circunstancias que fueran juz­gadas con menor rigor. En Lucas capítulo 12, 41- 48, Jesús nos habla acerca de los dos criados. Uno que sabía lo que su amo deseaba, pero no lo hizo, recibió una severa paliza. El otro criado no sabía lo que su amo deseaba y tampoco lo hizo, pero recibió una paliza menos fuerte.

Escuchando esta palabra o parábola, podría­mos llegar a pensar que el castigo fue injusto. Si es así, necesitamos recordar las palabras del pro­feta Ezequiel a los hombres de su tiempo. Ellos decían que los caminos del Señor eran injustos. Pero el profeta proclamó la palabra del Señor di­ciéndoles: «No son mis caminos los que son in­justos sino los vuestros, tan lejos como el cielo está por encima de la tierra, así están mis caminos por encima de los vuestros.»

Sería muy tonto de parte nuestra tratar de imponerle al Dios eterno nuestras limitadas perspectivas humanas de jus­ticia y verdad, las cuales son limitadas en el tiem­po y en el espacio; y además absurdo poner en an­tagonismo la sabiduría de la criatura y la sabidu­ría del Creador.

Finalmente, debemos siempre recordar lo que la Escritura dice acerca de los resultados del peca­do. En Romanos 6:26 San Pablo nos dice que el salario del pecado es la muerte. Lo que viene del pecado no es la vida sino una disminución de la vi­da, una reducción de la vida, una distorsión de la vida, y una perversión de la vida. El pecado es muerte, manifestada en diversos modos como ahora, y finalmente muerte trágica, manifestada en lo que la Escritura llama la segunda muerte, es decir, en la separación eterna de Dios.

Cómo evitar el pecado

¿Qué podemos hacer para practicar el arrepen­timiento preventivo y evitar el pecado? Teniendo en cuenta los elementos de la tentación y del pecado los cuales ya hemos examinado, pienso que es tiempo de delinear algunos pasos por seguir:

Primero, necesitamos entender claramente la Palabra de Dios en la Escritura, en la Tradición y en la Enseñanza de la Iglesia. En Mateo capítulo 11, 25 y en Lucas 10, 21, leemos que Jesús se re­gocijó en el Espíritu Santo porque lo que Dios ha escondido a los sabios, lo ha revelado a los peque­ños. Además, leemos cómo Jesús dijo que se rego­cijaba porque Dios lo había preparado así para los pequeños, las más bajas de sus criaturas, los más limitados en inteligencia y educación, gentes con problemas en el cerebro o con mala nutrición, gentes retardadas y tan enfermas que escasamen­te pueden pensar correctamente; que apenas pue­den entender y recibir su Palabra.

Hay por supues­to un importante lugar para la teología, pero Dios lo ha arreglado todo así, para que la palabra que el género humano necesita saber para encontrar la salvación y vivir una vida agradable a El, esté disponible a través de la Escritura, la Tradición y la Enseñanza de la Iglesia, en una forma que aún los más pequeños pueden entender.

Segundo, para evitar el pecado debemos tratar de no conversar con la tentación, ni continuar la conversación con el diablo. Debemos aprovechar el momento de gracia que el Señor nos da cuando estamos siendo tentados, para reconocer que es una tentación y que debemos huir de ella.

Nece­sitamos, además, evitar cualquier ocasión cercana de pecado: personas, lugares y situaciones que nos hagan pecar. Si leemos libros que nos hacen pecar será mucho mejor no hacerlo. Si empleamos conversaciones picantes, aunque sea con gente encan­tadora y bella que hacen que pequemos, será me­jor vivir una vida social más sobria.

Tercero, creo que es útil recordar siempre la pa­ga del pecado. La tentación es siempre falsedad y engaño. No vamos a conseguir totalmente lo que el diablo promete. El diablo prometió al primer hombre y a la primera mujer sabiduría y conoci­miento, abundante vida e independencia de Dios. Lo que ellos recibieron fue exactamente lo contrario: una vida de miseria, de desorden, de enferme­dad y de muerte, esclavitud del pecado y una in­capacidad para hacer las cosas que los seres huma­nos deben hacer.

Cuando escuchamos la palabra del diablo y la obedecemos llegamos a estar bajo su dominio. ¡Qué horrible es estar bajo su domi­nio! No es una palabra de amor la que el diablo habla, por el contrario, es una palabra de deseo para engañar al género humano y guiarlo a la miseria y a la destrucción.

Cuarto, debemos recordar que Dios nos man­tiene responsables con nuestras acciones. Podrían existir circunstancias atenuantes, pero sin embar­go somos responsables de nuestras acciones. Des­pués de haberme trasladado a Bélgica hace algu­nos años, un incidente me ayudó a entender esto. Estaba manejando cuando un policía me detuvo y me dijo que me daría una multa por haber violado la ley del tránsito.

Cuando me explicó cuál ley ha­bía infringido, argüí: «Nunca había oído hablar de esa ley. Soy un americano nuevo en el país. No conozco sus leyes.» Él me recordó que allí la policía confía en que la gente que conduce sea responsable y averigüe cuáles son las leyes del tránsito del país antes de comenzar a conducir. El Señor espera de sus criaturas lo mismo. Espera que ellas busquen su Palabra y su voluntad antes de empezar a desordenarse con las otras criaturas. Además, Él, si no buscamos su Palabra y su volun­tad, nos considera responsables.

Quinto, debemos recordar siempre la Palabra de consejo que encontramos en Santiago 4: 7: «Sométanse pues a Dios. Resistan al diablo y éste huirá de ustedes.»

Sexto, debemos recordar otra Palabra del Señor, la cual se encuentra en 1 Corintios 10: 13: «Uste­des no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable y pueden ustedes con­fiar en Dios, que no les dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella para que puedan soportarla.» ¿No es esto una promesa asombrosa? Dios nos promete que nunca permitirá que seamos ten­tados o probados más allá de nuestras fuerzas.

Dios, en su inmensa sabiduría, sabe de qué somos capaces y de qué no lo somos. Porque El es todopoderoso, es capaz de controlar las circunstancias de nuestra vida, para que nunca encontremos una situación que no podamos resolver con su gracia. Podríamos temblar un poco cuando imaginamos una situación imposible de enfrentar. Todavía Dios es fiel a sus promesas, y su promesa es que no dejará que seamos probados más allá de nues­tras fuerzas.

Debemos recordar las palabras del libro de los Proverbios 14: 27: «El honrar al Señor es fuente de vida que libra de los lazos de la muerte.»El te­mor de Dios es una protección contra el pecado.

Tenemos que recordar quién nos está hablando. Tenemos que tener respeto por su Palabra, por su santidad, por su majestad, por su pureza y, además, respeto por la verdad que revelará en el último día, cuando venga a juzgar a los muertos y a los vivos y a dar a cada uno lo que sus acciones me­recen. Algunas veces la gente dice que lo mejor es invitar a la gente a amar a Dios con puro amor y sin ninguna referencia a un premio o castigo.

Se dice que no es lo mejor hablar acerca del infierno, porque la gente podría estar imperfectamente motivada a amar a Dios. Quizás esto sea un moti­vo imperfecto, pero si puede mantener a la gente fuera del infierno, tiene ciertamente un valor. Je­sús no dudó referirse frecuentemente al premio o al castigo final.

Finalmente, es importante saber que una pro­tección y ayuda contra el pecado es estar en con­tacto con cristianos maduros, con quienes poda­mos compartir nuestras vidas y buscar ayuda y dirección para enfrentar las tentaciones que en­contramos en nuestra vida. Esta relación podría ser solamente con otra persona, como un director espiritual o podría realizarse en un pequeño gru­po. En cualquiera de los casos es una ventaja es­tar en capacidad de abrirse y de compartir nues­tras vidas de este modo.

Arrepentimiento

Hasta ahora, hemos considerado el arrepenti­miento preventivo. ¿Pero qué pensar si pecamos? Si caemos en pecado, tenemos que recordar que Dios ha provisto un medio para salir del pecado. Dios no solamente perdonó nuestros pecados cuando inicialmente volvimos a El a través de nuestra conversión y de nuestro bautismo, sino que también en su misericordia y gracia Él nos perdona cuando caemos.

 Quisiera exhortarnos aquí para no dejar que el sol se ponga bajo nues­tra ira, concupiscencia, mentira, robo o envidia. Cuando caemos en pecado vamos al Señor a bus­car perdón y a recibirlo. Cuando sea conveniente, vayamos al sacramento de la Penitencia y reciba­mos la absolución y el perdón. La Escritura nos dice que podemos aproximarnos al trono de Dios con toda confianza, para recibir el perdón cuando pecamos. Dios no quiere que pequemos. Pero lo hacemos y volvemos a El con arrepenti­miento. El quiere que nos aproximemos confian­do en la bienvenida que recibiremos. En Romanos 8: 32 leemos que Dios no escatimó ni a su propio Hijo para entregarlo por nosotros y además dice que El nos dará todo lo que necesitamos. Esto in­cluye el perdón de todas las caídas a lo largo del camino.

Para concluir, quisiera citar una frase de un sermón de San Francisco de Asís. Este sermón contiene una sencilla pero fundamental verdad:

«Hemos prometido grandes cosas. Todavía más grande es lo que se nos ha prometido. Manten­gamos la promesa que hemos hecho. Anhelemos el cumplimiento de las hechas a nosotros. El pla­cer del pecado es fugaz y su castigo es eterno. El sufrimiento es ligero pero la gloria por venir es infinita.» Estas cosas han sido escritas y expresa­das en las vidas de los santos para que no peque­mos. Tomemos pleno provecho de lo que ha sido escrito para que no pequemos. Pero si lo hacemos, aproximémonos confiadamente a Jesucristo sa­biendo que la preciosa sangre que derramó por nuestros pecados es suficiente para el perdón. •

Ralph Martin es un líder en la renovación carismática católica y uno de los fundadores de la comunidad La Palabra de Dios en Ann Arbor, Michigan. Ralph, su esposa Anne y sus tres hijos viven en Bruselas, Bélgica, desde donde desempeñan sus labores en la Oficina Internacional de Comunicaciones de la Reno­vación católica. Algunos de los libros que ha escrito incluyen: Hungry for God (Hambre de Dios), Practical Help in Personal Prayer (Ayuda Práctica en la Oración Personal) y Husbands, Wives, Parents, Children (Mari­dos, Esposas, Padres, Hijos).

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 10 diciembre 1982