Por Hugo Zelaya

La vida cristiana estable es el deseo de Dios para todos nosotros. Este conocimiento en sí debiera estimular­nos a aquellos que buscamos la cons­tancia en nuestra relación con Dios, pues las Escrituras dicen que si pedi­mos conforme a la voluntad de Dios que él nos oye y tenemos lo que pedi­mos (1 Jn. 5: 14,15)  

Hay cristianos que expresan con admiración lo mucho que desearían ser como otros hermanos que manifiestan solidez en sus vidas, como si tuvieran algún secreto que ellos desconocen. Pero Dios no esconde su voluntad, ni el éxito en la vida cristiana viene sólo con desearlo. Creo que su desconcierto se debe a que estos cristianos no quie­ren realmente salir de su comodidad.

Ser estables no significa estar estáti­cos. Hay un progreso en nuestra rela­ción con Dios que demanda cierto tipo de acción. Cuando Pablo escribe a Timoteo, le exhorta a que se esfuerce, a que imparta, a que sufra, a que luche, etc. Cierto, la estabilidad depende de ciertas experiencias fun­damentales en el conocimiento de Cristo, pero estas nos impulsan a una vida de acción en la consecución del propósito de Dios.

Es interesante que Pablo diga «esfuérzate en la gracia … » (2 Tim. 2: 1). Todos sabemos que no podemos ganar la gracia de Dios; que la salva­ción es un don gratuito. Pero este y otros versículos como Filipenses 2: 12 nos indican que debemos «ocupar­nos» en lo que hemos recibido por la gracia de Dios. De manera que el cristiano inestable es aquel que está desocupado.

La estabilidad depende también de la actitud y de la motivación que nos impulsa a seguir adelante. Para Dios no es suficiente que el pecador salga de su condición mundana solamente. No basta con decir «soy salvo.» Tenernos que saber también para qué hemos sido redimidos. A esto es a lo que llamamos el propósito de Dios en nuestras vidas. Este conocimiento cambiará nuestra actitud frente a las dificultades que todos tenemos que vencer. Cumplir con el propósito su­yo es un reto que nos da una nueva motivación para vivir.

Isaías 43: 7 dice que fuimos creados para la gloria de Dios. Cualquier beneficio pues, que recibamos en el proceso, viene por añadidura. Sin esta motivación es imposible mantenerse estable. Los tropiezos vienen cuando no se tiene o se pierde la verdadera razón de nuestro ser. Pablo dice que debemos hacerlo todo para la gloria de Dios (1 Co. 10: 31). Para lograrlo tendremos que dominar todos nuestros instintos naturales, de sobrevivencia, preservación y bienestar personal.

Ya oigo a algunos rechazando esta aseve­ración con el razonamiento de que estos instintos fueron puestos por Dios en todo ser viviente y que por lo tanto no pueden ser malos. De acuerdo. Cuando el hombre no conoce a Dios, se mantiene vivo igual que los animales por sus instintos naturales. Pero hay un camino aun más excelente. Jesús dijo: «El que ha perdido su vida por causa de mí, la hallará» (Mat. 10: 39), y «Buscad primero su reino, y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mat. 6:33).

Nuestra experiencia cristiana se estabilizará cuando la motivación de nuestra existencia sea la gloria de Dios. Todo deseo, pensamiento o acción deberá medirse con esta vara. El abstenerse de ciertas cosas o el partici­par en otras será decidido con este criterio en mente. Los cristianos ines­tables no saben para qué viven y lo único que saben del pecado es que, alguien les ha dicho que es malo, pero ignoran que la verdadera razón por la que deben disciplinarse y abstenerse o librarse de las cosas es porque estas les estorban o les impide alcanzar su meta en el Señor.

El cristiano que sabe para qué vive es capaz de mantenerse contra el cansancio, el desaliento o la impacien­cia. Para él, alcanzar la meta es lo más importante. Decir no a las oportunida­des de desviarse le es fácil porque hay un deseo más profundo que lo impulsa: el deseo de ver el gobierno de Dios establecido en la tierra y vivir para la gloria de Dios.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4 nº 10- diciembre -1982