Hugo M. Zelaya

INTRODUCCIÓN

El principio bíblico de morir para nacer de nuevo tiene aplicaciones en el Antiguo y el Nuevo Testamentos, particularmente en Isaías 6 y Juan 3. Isaías 6:5 describe la experiencia del profeta cuando ve a Dios, “muere” y Dios le da vida nueva.

      « ¡Ay de mí! ¡Soy hombre muerto! ¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos, aun cuando soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios también impuros! Entonces voló hacia mí uno de los serafines trayendo en su mano, con unas tenazas, un carbón encendido tomado del altar. Y tocó con él mi boca, diciendo: —He aquí que esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido quitada, y tu pecado ha sido perdonado.»

Juan 3: 3 presenta los mismos elementos, pero a la inversa en la conversación de Jesús con Nicodemo que nace de nuevo para poder ver el reino de Dios:

      «…el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.»

Pero antes de seguir adelante con el tema de ver a Dios, es necesario resolver la aparente contradicción en Éxodo 33:18-23 que dice:

      Entonces Moisés dijo: «Te ruego que me muestres tu gloria.» Y el Señor le respondió: «Voy a hacer que todo mi bien pase delante de ti, y delante de ti voy a proclamar mi nombre, que es EL SEÑOR. Porque soy misericordioso con quien quiero ser misericordioso, y soy clemente con quien quiero ser clemente.» El señor dijo también: «Mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo.» Y añadió: «¡Mira! Aquí en la roca, junto a mí, hay un lugar. Quédate allí; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano mientras paso. Después de eso apartaré mi mano, y podrás ver mis espaldas, pero no mi rostro.»

La aparente evasiva en no dejar que Moisés viera su rostro no se debe a que el Señor se quiera esconder de los hombres, sino porque ver la gloria de Dios sin tener la imagen y semejanza de Dios, el estado original en el que fuimos creados, el hombre sería fulminado inmediatamente. En realidad es el hombre quien se esconde por su pecado y Dios quien lo busca (Ver Génesis 1:26 y Génesis 3:8-9). El primer Adán tenía comunión con Dios en el huerto, pero pecó y Dios lo expulsó del huerto, lo juzgó a muerte y le impidió regresar al huerto para que no comiera del árbol de la vida (ver Génesis 3: 23-24).

Jesús dice en Juan 3 que para poder ver a Dios en su gloria es necesario cambiar de naturaleza y esto se logra muriendo a la naturaleza de pecado para nacer de nuevo con una naturaleza que pueda ver a Dios sin ser exterminado y tener nuevamente comunión con él (Juan 3:3).

Romanos 10:9 y 1Juan 1:9 dicen:

      «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.»

      «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.»

Es interesante lo que dicen 1 Juan 3:2 y 1 Corintios 15:51-52:

      Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es.

      …todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final. Pues la trompeta sonará, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.

Es decir, que la obra de transformación total no sucede hasta el momento en que él se manifieste… cuando suene la trompeta final, y los muertos sean resucitados incorruptibles, y los que estén vivos sean transformados. De manera que todavía hay ciertas limitaciones para ver a Dios en la plenitud de su gloria mientras estemos en este cuerpo humano. Antes de esta transformación, el Señor nos deja verlo pero de una forma velada como lo hizo aun con Moisés, el hombre más humilde en toda la tierra (Números 12:3).

 El diccionario define velado de la siguiente manera: “1. Cubrir, ocultar a medias algo, atenuarlo, disimularlo. 2. En fotografía, borrarse total o parcialmente la imagen en la placa o en el papel por la acción indebida de la luz. 3. Cubrir con velo.”1

Hay un momento cumbre en el que Dios se deja ver veladamente por Isaías a quien ya había escogido para ser mensajero a un pueblo también escogido por Dios. Isaías aportaría textualmente el mensaje de Dios y en el mismo tono que le era dado. Todos los profetas tuvieron una experiencia similar en la cual Dios se les reveló personalmente. Esta revelación produjo un cambio radical en sus vidas.

De manera semejante en la dispensación del Nuevo Testamento, Jesús escoge a doce hombres y les enseña, lo que Pablo más adelante llama, antes de ser revelado, “el misterio del evangelio (Romanos 10:25 y Efesios 6:19). En Juan 16:13 Jesús promete enviarles el Espíritu Santo para que los guíe “a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de venir.”

En Lucas 24:49 49 les da instrucciones de quedarse en Jerusalén “hasta que desde lo alto sean investidos de poder.” Y en Hechos 2 los 120 que componían la comunidad cristiana tuvieron su experiencia cumbre cuando fueron bautizados en el Espíritu Santo. Ellos en el aposento alto, y de ahí en adelante todo hijo de Dios. Hay tres elementos esenciales que se establecen personalmente en ese momento, con una sola persona o en un grupo como los 120 en el aposento alto.

  • La revelación es de la persona de Dios a una persona en particular.
  • Todos los descendientes de Adán, profetas incluso, deben pasar por un proceso de purificación como Isaías para poder ver a Dios, si bien veladamente. Los querubines no caen muertos porque están siempre en su estado original en el que fueron creados.
  • Dios oye el clamor de angustia del profeta cuando ve la santidad de Dios y su propia inmundicia. Esto sucede instantáneamente. La angustia persiste hasta que Dios manda a uno de los querubines para que purifique al profeta con un carbón encendido tomado del altar, un verdadero tipo de Cristo nuestro Señor que fue enviado por su Padre a morir en la cruz y así limpiarnos de todo pecado, darnos nueva vida y la capacidad de ver a Dios aunque veladamente.

Es una experiencia transformadora que Jesús llamó nacer de nuevo. Repasemos un poco y veamos algunas enseñanzas:

  1. Revelación de persona a persona

 En el primer versículo, el profeta testifica: “Yo vi al Señor.” La experiencia es de Isaías. En un momento de su vida Isaías se acerca a Dios y Él se le revela. El testimonio de otros ayuda a tomar una decisión personal de acercarnos a Él. Pero tenemos que hacer esto nosotros mismos y vivir lo que ellos vieron y vivieron. Dios se le reveló a Isaías; las palabras claves son: “Yo vi al Señor.” Alguien ha dicho acertadamente que toda experiencia es personal y sus efectos no son transmisibles a otros, por más que uno quiera apropiarse de estos.

De acuerdo a las Escrituras, la salvación viene a una persona cuando responde a la revelación del Espíritu Santo que Jesús es el Hijo de Dios, enviado por el Padre para morir en una cruz, pagar por sus pecados y los pecados de toda la humanidad.

 “En el contexto espiritual, nadie vive por la revelación de otro, sean estos sus sucesores o personas muy cercanas. Padres, mentores y maestros nos pueden enseñar valores y principios cristianos, pero no nos pueden heredar su relación con Dios. Ser personas moralmente buenas no nos hace hijos de Dios. Hay gente moralmente buena en el mundo que no son hijos de Dios, están muertos en delitos y pecados (ver Efesios 2.1) porque no han visto a Dios, ni se han visto a sí mismos, ni han sido tocados por el fuego del Espíritu Santo. Lo que el mundo llama valores o moralidad no nace de haber visto a Dios.”2

La conducta que satisface las demandas de Dios tiene que originarse en una revelación personal con Dios. La historia que narra Marcos en el capítulo 10 del hombre que se acercó a Jesús y le preguntó como “obtener la vida eterna” es un ejemplo de esta verdad. El joven rico había cumplido todos los mandamientos que Jesús le mencionó, pero no fue suficiente para alcanzar la vida eterna, aunque la deseaba, porque para él, el Señor era un “maestro bueno”, no Dios hecho carne.

Sin esta revelación, la vida de un “buen” hombre se queda en el cumplimiento de mandamientos, pero que no satisfacen la justicia de Dios. Romanos 3.23 dice: …No alcanzan la gloria de Dios (RVA). …Están destituidos de la gloria de Dios (RVR1960). …Están privados de la gloria de Dios (NVI). …Están lejos de la presencia gloriosa de Dios (DHH).

  1. Ver a Dios revela mi condición personal

El “¡Ay de mí, soy hombre muerto!” es la reacción esperada de quienes ven a Dios y está relacionada con la declaración de los serafines en el versículo 3: “¡Santo, santo, santo es el SEÑOR de los Ejércitos!”. Cuanto más se acerque una persona a la santidad de Dios más consciente estará de su propia corrupción y de su condición de muerto. Solo los puros de corazón pueden ver a Dios y vivir (Mateo 5:8). Solo quienes se han visto muertos y han sido tocados por el fuego del Espíritu Santo pueden ver a Dios y vivir.

El orden es importante, aunque todo suceda en una secuencia instantánea. Veo a Dios en su pureza, veo mi inmundicia, confieso estar muerto en “delitos y pecados” (Efesios 2:1), el que bautiza en el Espíritu Santo y fuego me toca y me dice: “Tu culpa ha sido quitada, y tu pecado ha sido perdonado” (Isaías 6:7 y Mateo 3:11).

También es importante la secuencia entre nacer del Espíritu y el cumplimiento de los mandamientos. Pudiera ser posible cumplir “todos” los mandamientos y “estar muertos en delitos y pecados” (Efesios 2:1) porque su cumplimiento no es el fruto de una relación íntima con Dios. Todos estamos expuestos a estructurar y a reducir a fórmulas religiosas la vida que sólo puede venir de una relación personal e íntima con Dios.

Espero que lo siguiente sea una observación y no un juicio: pero la manera en que muchas instituciones que se llaman “cristianas,” enseñan a evangelizar no toma en cuenta estos elementos. Para ellos la salvación es un plan, una fórmula que se pide repita la persona a quien se está evangelizando y no produce el mismo resultado de transformación cuando vemos al Señor, aunque sea veladamente.

Nuestras iglesias tradicionales de hoy están llenas de miembros “convencidos, pero no convertidos,” como ha dicho alguien, y muchas de sus actividades son superficiales y no afectan a las personas de la manera que afectó a Isaías y a Nicodemo. Algunas de ellas cambian la dinámica del Espíritu Santo por funciones de entretenimiento con cambios de luces y con estilos de música a todo volumen que estimula los sentidos y no el espíritu. La predicación es adaptada a la sicología mundana, al positivismo y a las enseñanzas de autoayuda de hombres como Dale Carnagie, Stephen Covey y otros.

Esto ha producido el fenómeno moderno llamado mega-iglesia con miles de adeptos que vienen a oír predicaciones “positivas,” donde no se menciona el pecado por ser este “negativo.” Sus proponentes no se atreven a declarar lo que la Escritura explícitamente dice que es pecado. Dios es presentado como un amoroso “adulto mayor” que da todo lo que tiene sin condenar “las debilidades” de los hombres. Sí, Dios es amor (Romanos 5:8), pero también es el “juez de toda la tierra” (Génesis 18:25).

Bien lo dice Pablo en su segunda carta a Timoteo:

     Te encargo delante de Dios y del Señor Jesucristo, quien juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que aun teniendo comezón de oír se amontonarán maestros conforme a sus propios malos deseos, y apartarán de la verdad sus oídos y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio (2Timoteo 4:1-5).

El apóstol Pablo, antes de su encuentro con Jesús, es un ejemplo bíblico de una persona que cumplía con todos los preceptos fundamentales que debía observar en la orden religiosa de los fariseos. Es más, creía estar sirviendo a Dios cuando perseguía a los cristianos. El relato bíblico de la transformación de Saulo de Tarso al apóstol Pablo, comienza con su consentimiento y participación en la muerte de Esteban en Hechos 8 y llega a su punto culminante en Hechos 9 cuando Dios se le aparece como una “luz más brillante que la luz del sol a mediodía” y él cae de su montura. Note el paralelo entre Isaías 6 y Hechos 9.

Por tres días era como hombre muerto “estuvo sin ver, y no comió ni bebió.” Hasta que Ananías, un siervo de Dios vino a Saulo y le ministró la vida de Dios y Pablo recibió su vista y recibió su ministerio. Esto no es coincidencia. Más bien confirma el patrón bíblico que no hay vida eterna sin una revelación de Dios. En 1 Corintios 15:3-11 Pablo da su testimonio:

Porque en primer lugar les he enseñado lo que también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que apareció a Pedro y después a los doce. Luego apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya duermen. Luego apareció a Jacobo, y después a todos los apóstoles. Y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, me apareció a mí también. Pues yo soy el más insignificante de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano. Más bien, he trabajado con afán más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que ha sido conmigo. Porque ya sea yo o sean ellos, así predicamos, y así han creído.

Una y otra vez Pablo dice en este pasaje que Jesús se “apareció”, sinónimo de “reveló” a muchas personas y a él “uno nacido fuera de tiempo, me apareció a mí también” (v.7.

  1. No hay transformación sin un “choque con Dios”

No hay transformación sin un “choque con Dios” como dice uno de nuestros jóvenes predicadores. No es un encuentro casual. Un choque es un “encuentro violento de una cosa con otra.”3 Por lo general, los choques son mortales. Ciertamente, alguien muere si el choque es con Dios y Él es inmortal. Pero Dios que es eterno, nos da vida eterna para que estemos con él para siempre sin tener que volver a “chocar.”

 El clamor de angustia es otro elemento esencial. Significa que “hablamos en serio,” que entendemos las alternativas que nos esperan si no pedimos auxilio a gritos. Es aquí que la gracia y la misericordia de Dios se muestran compasivas y pasamos de muerte a vida (Juan 5:24), de las tinieblas a la luz (Hechos 26:18) y de la esclavitud en el reino maligno a la libertad en el reino de su amado hijo Cristo Jesús (Colosenses 1:13.)

Sólo en el cumplimiento de estos tres elementos: una revelación personal con Dios, ver la santidad de Dios y la inmundicia en nosotros, y clamar a Dios con convicción que nos salve, podremos morir y volver a nacer para hacer a Cristo Jesús el amo, dueño y Señor de nuestra vida.

Referencias:  1,3. Diccionario de la Real Academia Española

  1. Francis Chan – YouTube

Notas:

Hugo M. Zelaya es el fundador de las Iglesias de Pacto en Costa Rica y hasta septiembre del 2017 fue el pastor general de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en San José. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de Reina-Valera Contemporánea.