Por Bruce Yocum
Hay muy pocas personas hoy en día que tienen una idea precisa o adecuada de lo que es un profeta cristiano. Es de esperarse: la mayoría de nosotros jamás hemos conocido a uno. Nuestra imaginación ha suplido la ausencia de una experiencia actual. Una vez escribí un artículo sobre la profecía, para una revista, y la ilustración captó perfectamente uno de los conceptos más comunes de lo que es un profeta: en risco escabroso de una desolada montaña se arrodillaba un anciano calvo y barbudo, sus pies estaban descalzos y su cuerpo demacrado estaba cubierto con la piel de un animal. Su mirada era fija e intensa en dirección al cielo y rayos de una luz misteriosa fluía de una fuente oculta para iluminar su rostro. ¡Si eso es un profeta, es extraño que haya tan pocos! Para formar una mejor comprensión de la profecía cristiana, voy a bosquejar rápidamente algunas de las ideas precisas e inadecuadas que flotan estos días, para compararlas con la figura que nos presentan las Escrituras.
Una de las más populares, representa al profeta «extático» girando en una especie de arrebato o sentado en un estado de trance pronunciando oráculos. Así no es la profecía cristiana. Pablo dice específicamente que «El Espíritu de los profetas, está sometido a los profetas, porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz» (I Coro 14:32-33). Eusebio de Cesarea, un historiador cristiano del siglo cuatro, contrasta de una manera similar a los profetas cristianos (que no son «extáticos») y los profetas de una secta llamada «Montanismo». Eusebio cita a un escritor cristiano llamado Milcíades quien vivió en el segundo siglo y se opuso a los Montanistas:
Su oposición (la de los montanistas) y su reciente herejía cismática en relación con la iglesia se originó de este modo. Aparentemente hay una villa cerca de la frontera de Misia con Frigia que se llama Arbadu. Se dice allí que un recién convertido llamado Montano, cuando Grato era procónsul de Siria, en su desenfrenada ambición para alcanzar la cima se expuso al adversario, fue lleno de una agitación espiritual y de repente cayó en una especie de trance y de éxtasis no natural. Disparató y comenzó a parlotear y hablar cosas sin sentido, profetizando de una manera conflictiva con la práctica transmitida de generación en generación desde el principio. . .1
Pero el seudo-profeta habla en un estado de éxtasis no natural, después del cual todo refrenamiento es lanzado al viento. Comienza con una ignorancia voluntaria y termina con una sicosis involuntaria, como se mencionó. Pero no pueden señalar a uno sólo de los ‘profetas bajo el Pacto Antiguo o el Nuevo que fuera movido por el Espíritu de esta manera – Agabo a Judas o Silas o las hijas de Felipe; ni Ammia de Filadelfia o Cuadrato, ni ninguno otro que quisieran escoger para hacer alarde, aunque no se cuenten entre ellos … 2
En otras palabras, los montanistas decían tener el don de profecía, pero sus profetas extáticos no se estaban comportando como los profetas cristianos. Todas las autoridades de la iglesia primitiva, desde el apóstol Pablo en adelante, declaran claramente que los profetas entre los cristianos tienen control completo de sí mismos, y no profetizan en trances ni éxtasis. 3
Otra idea muy común es la «del profeta como gran líder moralista.» La mayoría de los cristianos derivan este punto de vista de los grandes profetas del Antiguo Testamento, de quienes se dice que ellos actuaron como «la conciencia de Israel.» Consecuentemente, cualquiera que ejerza un notable liderazgo moralista es un profeta para ellos. Martin Luther King Jr. Mahatma Gandhi y otros, por ejemplo. Hay cierta justificación para hablar de los profetas de esta manera; los profetas proveyeron a Israel con un fuerte liderazgo moralista. Pero la sensibilidad moral y el liderazgo moral no describen adecuadamente la acción del Espíritu Santo en la profecía.
Los profetas en el Antiguo Testamento trajeron más que un análisis del estado moral de Israel – llevaron el mensaje de Dios. No pretendieron hablar de acuerdo a su propio discernimiento con respecto a los asuntos del hombre; hablaron de un juicio entregado directamente por Dios. 4
Una noción muy parecida a la anterior es la del profeta como un «visionario,» alguien que puede «ver las cosas con penetración» de una manera que el hombre normal no puede ver. Esto también es inadecuado. Los profetas del Antiguo Testamento nunca dijeron tener ninguna penetración especial excepto por lo que les había sido revelado por Dios. 5 Su capacidad para comprender las cosas que estaban sucediendo alrededor de ellos y para hablar del verdadero significado subyacente a aquellos acontecimientos no era el producto de su propia «visión»; era Dios quien les daba su comprensión y su visión.
Finalmente, tenemos el concepto de la profecía que se ha popularizado tanto que un profeta es alguien que predice eventos futuros. Jeane Dixon, por ejemplo, dice tener el don de la profecía basada en cierto éxito para pronosticar el futuro. La predicción ocurre claramente en la profecía verdadera, pero es solamente una parte del don. Cuando Pablo hace una lista de algunos de los propósitos de la profecía, menciona la exhortación, la consolación y la edificación del pueblo de Dios (1 Corintios 14: 3), pero no la predicción.
Encontramos dificultades de inmediato cuando hacemos de la predicción exitosa del futuro nuestro único criterio para la profecía verdadera. Algunas personas que no son cristianos del todo pueden predecir acertadamente acontecimientos futuros, sin embargo, no podemos aceptar sus «profecías» como la palabra de Dios para nosotros. Israel recibió una advertencia severa contra aquellos que predecían el futuro pero que no seguían al Señor:
Si se alzare en medio de ti un profeta o un soñador que te anuncia una señalo un prodigio, aunque se cumpliere la señalo el prodigio de que te habló, diciendo: Vamos tras de otros dioses – dioses que tú no conoces – y sirvámosles, no escuches las palabras de ese profeta o ese soñador, porque te prueba Yavé tu Dios, para saber si amáis a Yavé, vuestro Dios, habéis de ir; a El habéis de temer, guardar sus mandamientos, obedecer su voz, servirle y allegaos a Él. Y ese profeta o soñador será condenado a muerte por haber aconsejado la rebelión contra Yavé, vuestro Dios, que os sacó de Egipto y os libró de la casa de la servidumbre para apartaros del camino por donde Yavé, tu Dios, te ha mandado ir. Así harás desaparecer la maldad de en medio de ti (Deut. 13: 1-5).
En otras palabras, una persona puede acertar en la predicción de acontecimientos futuros y ser todavía un falso profeta.
¿Dónde podremos encontrar entonces una descripción exacta de lo que es un profeta? La explicación más clara de lo que es un verdadero profeta la podemos encontrar en el libro del Éxodo como parte de una conversación entre Dios y Moisés. Cuando Dios llamó a Moisés para sacar al pueblo de Israel de Egipto, Moisés trató de rehusarse diciéndole al Señor que no podía hablar lo suficientemente bien para dirigirse al Faraón. Sin embargo, la escusa no fue de mucha ayuda para Moisés porque Dios tenía una solución para la dificultad: Aarón, el hermano de Moisés sería el que hablaría:
Al verte (Aarón) se alegrará su corazón. Háblale a él, y pon en su boca las palabras y yo estaré en tu boca y en la suya, y os mostraré lo que habéis de hacer. El hablará por ti al pueblo y te servirá de boca y tú serás Dios para el (Éxodo 4:15-17).
En esa última línea, Dios hace una comparación directa entre el papel que Aarón tiene como portavoz de Moisés y el papel que un profeta tiene como portavoz de Dios. El término comúnmente usado para señalar a un profeta en el hebreo, es «nabi», y probablemente significó «uno que habla por inspiración». La palabra en el griego, «prophetes» significó «un intérprete» o «alguien que habla por otro.» Más adelante en la historia el Señor le dice a Moisés:
Mira, te he puesto como Dios para el Faraón y Aarón, tu hermano será tu profeta. Tú dirás todo lo que te ordene, y Aarón, tu hermano, se lo dirá al Faraón, para que deje salir de su tierra a los hijos de Israel (Éxodo 7: 1).
Ese es el papel del profeta – ser el portavoz de Dios. Un hombre no es profeta por lo que diga, sino por su relación con Dios. No es importante en sí mismo, es importante porque viene como mensajero del Señor:
Entonces Ageo, el enviado de Yavé, habló por mandato de Yavé al pueblo, diciendo: Yo soy con vosotros, dice Yavé (Ageo 1:13).
Irás a donde te envíe yo y dirás lo que yo te mande (Jer. 1 :7).
Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré y quién irá de nuestra parte? Y yo le dije: Heme aquí envíame a mí. y El me dijo: Ve y di a ese pueblo … (Isa. 6:8-9).
Hijo de hombre, yo te mando a los hijos de Israel… Diles. Así dice el Señor, Yavé … hijo de hombre, todas las palabras que yo te digo recógelas en tu corazón y dales atento oído, y ve luego y llégate a los deportados, a los hijos de tu pueblo y háblales diciéndoles: Así dice el Señor, Yavé. (Ez. 2: 3-4; 3; 10-11).
En cada uno de estos casos Dios toma a un hombre y lo hace su mensajero, Su portavoz. La relación entre Dios y el hombre es el corazón de la profecía.
La importancia de la profecía cristiana
Los profetas del Nuevo Testamento fueron menos prominentes entre el pueblo de Dios que sus predecesores en Israel, aunque como hemos visto ya, los profetas del Nuevo Testamento jugaron todavía un papel vital. La diferencia en el papel de los profetas bajo las dos dispensaciones es el resultado de un cambio que se operó no en la relación entre Dios y el profeta, sino en la relación entre Dios y la totalidad de su pueblo. El profeta del Antiguo Testamento era un hombre único en medio del pueblo de Dios por la acción del Espíritu Santo en él. Estaba en comunicación directa con el Señor, mientras que el pueblo por lo general no lo estaba. Pero bajo el Nuevo Pacto, todos dentro del pueblo de Dios reciben el Espíritu Santo, todo el pueblo de Dios está en comunicación directa con El. En la Israel del Antiguo Testamento el profeta era completamente único; en la «Nueva Israel» el profeta es un medio entre muchos por el que Dios habla directamente a su pueblo.
Pero la relación de Dios con el profeta, la relación de rey con el mensajero permanece inalterable en el Nuevo Testamento. Todo el pueblo de Dios puede oír ahora la palabra suya directamente sin la intercesión del profeta, sin embargo, el profeta permanece como un portavoz oficial, autorizado para declarar públicamente la palabra de Dios. La imagen de Dios como un rey que gobierna a su pueblo puede ilustrar el papel del profeta bajo ambas dispensaciones.
Imaginémonos a Dios como un rey, sentado sobre Su trono en Su castillo. Bajo el Antiguo Pacto, el pueblo era sumamente bendecido por Dios porque (1) Dios mismo era su rey (2) Su palacio estaba con ellos, en medio de su ciudad; (3) de tiempo en tiempo Dios llamaba a algunos hombres a su presciencia y por medio de ellos hablaba a Su pueblo. Pero la mayoría del pueblo no podía entrar al palacio para oír las palabras del rey de Su propia boca.
Bajo el Nuevo Pacto, Dios abre las puertas del palacio y todo Su pueblo puede entrar (Heb. 10: 19). De esa manera, cada uno de los súbditos de Dios puede oír Su palabra de Sus propios labios. Todavía queda un papel para el profeta bajo este nuevo arreglo. Cuando un rey escoge a un mensajero de entre Su pueblo, le proporciona un mensaje y la autoridad para proclamarlo públicamente. Los muchos súbditos que ahora pueden entrar al palacio pueden oír un mensaje directamente de Dios, pero Él no les confiere la autoridad de proclamarlo públicamente. El profeta entonces retiene una función única en declarar públicamente la Palabra del Señor. Por ejemplo, digamos que el rey tiene un mensaje para todos Sus súbditos en una provincia en particular. Muchos súbditos individuales pueden entrar en la presencia del rey. Pero él no les dirá el mensaje que tiene para aquella provincia. Probablemente les hablará sobre asuntos que no se refieren a ellos particularmente. Tal vez les diga: «Estoy por mandar este mensaje a su provincia.» Pero sería inapropiado que sus súbditos regresaran, subieran a la tribuna real y proclamaran que el rey dice «tal y cual cosa.» El rey no les pidió ni les autorizó para que actuaran como sus mensajeros oficiales. El confía esa tarea específica a Sus mensajeros designados.
Por supuesto que sería un error llevar esta analogía demasiado lejos. Hay importantes diferencias entre el trato de Dios con Su pueblo y esta ilustración del mensajero real; diferencias que apuntaremos más tarde. Por el momento, este ejemplo nos puede servir para ilustrar algunos aspectos del cambio que se operó en los profetas del Nuevo Testamento. El profeta en el Nuevo Testamento es menos prominente que su contraparte del Antiguo Testamento, pero la relación con Dios como mensajero divino es preservada, y el profeta retiene un papel importante. El lenguaje del mensajero que trae la Palabra de Dios permanece: «Esto dice el Espíritu Santo … » (Hechos 21: 11).
Se pueden mencionar cuatro funciones características de la profecía cristiana para demostrar la importancia del don.
Inicia la acción de Dios
Los profetas inician frecuentemente la acción de Dios entre Su pueblo. Aunque es posible que todos los cristianos oigan la voz del Señor, generalmente no oímos que Dios nos hable a nosotros personalmente con respecto a Su voluntad y a Su plan. A veces no le oímos porque no estamos atentos, o porque nuestras mentes están llenas de pensamientos que distraen o de problemas personales. Muy a menudo Dios sencillamente elige hablarnos a través de Sus profetas. No hay razón para creer que el Señor le hablara a ninguno otro fuera de Agabo con respecto al hambre que azotaría al imperio Romano en los años 49-50. Sin embargo, los discípulos actuaron por este mensaje profético y enviaron ayuda a los cristianos de Judea (Hechos 11 :27). En una forma muy parecida, el Señor habló a través de la profecía a un grupo de cristianos en Beirut, Líbano, durante la guerra civil en el otoño de 1975, Y les dijo que dejaran sus hogares y se refugiaran temporalmente en los Estados Unidos. Anteriormente, todos habían sentido quedarse en Beirut a pesar de las furiosas batallas que se libraban en la ciudad. Poco tiempo después de su salida ese sector de la ciudad cayó bajo un intenso ataque y el edificio donde vivían fue bombardeado.
Alerta al pueblo de Dios para oír su Palabra
Los profetas pueden alertar al pueblo de Dios para oír Su palabra. Cuando Juan profetizó a la iglesia de Sardis «Estate alerta y consolida lo demás, que está para morir,» los estaba sacudiendo de un adormecimiento que les estaba quitando la vida misma. No es que los cristianos de Sardis no podían oír la Palabra ellos mismos; sencillamente no la oyeron. Recuerdo hace un par de años que parecíamos estar perdiendo nuestra vitalidad en nuestra comodidad. No hablábamos mucho de lo que el Señor nos estaba diciendo o a dónde nos estaba llevando. Entonces el Señor nos habló por medio de la profecía: «Arrepiéntanse y repónganme en el centro de su atención donde debo de estar.» Pareciera que nos despertamos y nos alertamos de nuestra creciente apatía. La sensibilidad que todos teníamos para oír y responder a la Palabra de Dios fue estimulada, y pronto todos estábamos oyendo de nuevo al Señor y experimentando Su acción. La palabra profética abrió nuestros oídos y encendió un deseo en nuestros corazones para buscar y encontrar la voluntad de Dios para nosotros.
Proclama públicamente la Palabra de Dios
La palabra profética es pública. Sirve para enfocar nuestra atención como grupo en el mensaje que el Señor quiere que vivamos. Si hemos de responder al Señor comúnmente, Su palabra tiene que ser presentada públicamente. La profecía no es la única manera en que Su palabra puede publicarse, pero muy a menudo es el medio que Dios escogerá para llamar la atención común a lo que Él quiere decirnos.
Desata el poder del Espíritu Santo
Por medio del don de profecía el poder del Espíritu Santo, que opera en la Palabra de Dios, es desatado entre nosotros. Cuando alguien habla proféticamente, el Espíritu Santo está operando en la persona que habla, así como en aquellos que escuchan. Esta es una verdad muy importante y una clave para entender el poder de la palabra profética: las cosas suceden cuando Dios habla. «Por la palabra de Yavé fueron hechos los cielos, y todo Su ejército por el aliento de Su boca.» (Salmo 33:6).
La palabra de Dios es poder y autoridad. Cuando el Señor, en la visión de Ezequiel, convirtió el valle de huesos secos en un ejército con vida, lo hizo por medio de la palabra que Ezequiel habló. Hay un verdadero poder espiritual que reside en la palabra profética, un poder que puede cambiar a la gente. Puede cambiar el curso de la naturaleza y de la historia: «Mis palabras serán en tu boca fuego, y éste pueblo, cual montón de leña.» (Jer. 52.14). El pronunciamiento de la palabra profética hace que el poder de Dios entre en acción. 6
Hace cuatro años en una reunión de nuestra comunidad uno de los líderes se levantó y dijo: «Creo que el Señor me ha mostrado que hay aquí un hombre que está viviendo en pecado.» Después describió las circunstancias de la vida de este hombre y le dijo que podía allí mismo en ese momento, volverse a Dios y recibir perdón y el poder para cambiar. Cuando finalizó la reunión un joven se levantó y nos dijo que él era la persona a quien Dios había hablado. Cambió su vida y aceptó a Cristo en ese momento. Él había oído hablar del Señor muchas veces antes, pero cuando la palabra del Señor le llegó directamente, experimentó inmediatamente un cambio de corazón y un deseo de vivir la vida cristiana. La palabra profética lo cambió.
Los propósitos de la profecía
Dios envía Su Palabra con un propósito, para cumplir algo en el mundo:
«Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mi vacia sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión» (Isa. 55.10-11).
Hay cuatro propósitos definidos por lo que Dios da el don profético a la iglesia.
- Para animar
Muy a menudo la Palabra de Dios por medio de la profecía es un mensaje de ánimo o de exhortación. Pablo menciona el ánimo como uno de los beneficios de la profecía (1 Cor. 14:3), y Hechos 15: 32 menciona que los profetas Judas y Silas «exhortaron y confirmaron» a los creyentes de Antioquía.
Animar, en el sentido del Nuevo Testamento, es revivir el espíritu de una persona, fortalecerlo o darle esperanza. Todos en el pueblo de Dios a veces confrontan dificultades u oposición y necesitan oír que Dios está con ellos, que Él les ayudará y que les ama. En el libro de Ageo encontramos un ejemplo excelente de este tipo de profecía. Los judíos que habían regresado a Jerusalén del exilio habían comenzado a reconstruir la ciudad y su templo, pero las presiones del enemigo que le rodeaba los había hecho detenerse. Dieciocho años más tarde las palabras de aliento del Señor a través de su mensajero Ageo encendió su fuego para que regresaran a la obra:
Entonces Ageo, el enviado de Yavé, habló por mandato de Yavé al pueblo, diciendo: Yo soy con vosotros, dice Yavé. y despertó Yavé el espíritu de Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y el espíritu de Josué, hijo de Jeosadac, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el pueblo, y vinieron y se pusieron a la obra de la casa de Yavé de los ejércitos. (Ageo 1: 1 3 -14).
Muchos de los mensajes proféticos que oímos son sencillos y nada espectaculares como el mensaje que Dios envió a los israelitas por medio de Ageo. «Yo soy con vosotros, dice el Señor.» Sin embargo, una palabra sencilla como esa, recibida con fe, puede ser de profundo aliento. Es solamente una simple expresión de interés y apoyo, pero el que habla es Dios.
2. Convicción, amonestación, corrección
El Espíritu Santo nos revelará nuestro pecado para que nos apartemos de él y nos libremos de su tiranía. En este aspecto de Su obra, el Espíritu Santo puede ser comparado con el abogado de la defensa en un juicio. En la mayoría de los procedimientos legales hay dos personas que señalarán su delito al defendido. El fiscal expondrá al detenido su delito e intentará obtener un castigo. El abogado de la defensa por otro lado, también dirá al defendido lo que ha hecho de malo, no para condenarlo, sino para salvarlo. Satanás, «el acusador», corresponde en esta analogía al fiscal; su meta es nuestra condenación. Pero el Espíritu Santo como el ahogado de la defensa, revela nuestro pecado para que podamos escapar de la condenación.
En Isaías, el Señor dice: «Oirás con tus oídos una palabra detrás de ti diciendo: Ese es el camino, anda por él, cuando vayáis por la derecha o por la izquierda.» (30:21). En otras palabras, Dios nos hará saber cuándo hemos hecho mal, y nos advertirá cuando estamos a punto de hacer algo malo, para que podamos escapar del engaño y del poder del pecado. A través del don de la profecía la voz suena en nuestros oídos: » dejen su ira, su celo, su irritabilidad » «vuelvan su corazón de nuevo a mí… «
Admonición o corrección profética puede ser dirigida a grupos o a individuos. Hace varios meses un matrimonio joven, que no habían sido cristianos, comenzó a asistir a las reuniones de nuestra comunidad. Ellos estaban buscando a Dios, pero no se habían convencido de que podían encontrarlo en el cristianismo. También estaban siendo perturbados por el celo y la animosidad en su propia relación. Durante una de las primeras reuniones, el esposo expresó su sentimiento de duda de que el cristianismo ofreciera alguna esperanza para él. Silenciosamente elevó una oración casi desesperada, pidiendo alguna señal de que Dios podía ser encontrado entre los cristianos. En el mismo momento en que había concluido su oración, otro joven se levantó y dijo: «Creo que Dios me ha mostrado que hay un matrimonio joven presente en la reunión de esta noche» (había como 600 personas en la reunión). «Estas personas están buscando a Dios, pero han encontrado duda y confusión. Además, están teniendo dificultad en su propia relación por la ira y los celos.» El siguió diciéndoles, en el nombre del Señor, que, si se perdonaban el uno al otro y confiaban en Dios, Él se les revelaría a ellos y fortalecería su matrimonio. Por supuesto, el joven esposo reaccionó como si le hubiese caído un rayo. Esta persona había descrito perfectamente su situación y había ofrecido una solución en el mismo momento en que él la había pedido. El joven que les habló proféticamente no los conocía ni había oído hablar de ellos. La joven pareja recibió la palabra de Dios, se arrepintieron de su enojo con el otro, y ahora viven felizmente como cristianos.
3. Inspiración
La profecía funciona con frecuencia dentro de la iglesia como una fuente de inspiración. Cuando el don funciona de esta manera, el Espíritu Santo está haciendo algo primordialmente en la gente a través de la profecía y no tanto diciéndoles algo. Es obvio, que por ser la profecía un don que opera a través del habla, algo será siempre dicho. La profecía inspiracional sin embargo no concierne tanto a la comunicación de información como a la de evocar una respuesta.
Hay personas que me han comentado su turbación porque no siempre recuerdan lo que se dijo en las profecías de las reuniones de la comunidad. Este es un problema únicamente cuando el Señor quiere darnos dirección y decirnos algo específico. La mayoría del tiempo, sin embargo, el Espíritu Santo está dirigiéndonos sencillamente a una respuesta de adoración a Dios. En esas ocasiones, lo importante es responder a Dios, y no recordar las palabras exactas de la profecía. Esta parece haber ocupado un lugar prominente en la adoración de la iglesia primitiva (compare Didake 10). El don capacitaba al profeta para dirigir al pueblo en la alabanza y la acción de gracias. Yo he palpado el valor de la profecía para la adoración en nuestra propia comunidad y en muchas otras. Hace descender al Espíritu Santo en el grupo de una manera poderosa, Literalmente, inspira a la gente.
En 1 Crónicas 25: 3 leemos que los profetas participaban en la adoración solemne a Yavé. Hay razón para creer que por lo menos algunas secciones de los Salmos son oráculos proféticos que se originaron en el ritual de la adoración. (Por ejemplo, Salmo 46: 11; 81:6 al 17). La siguiente profecía, dicha en una de nuestras reuniones, es un ejemplo poderoso y de inspiración, que hace un llamado a la adoración y a la glorificación de Dios:
Pueblo mío, mis amados hijos, entren en mi presencia, estén conmigo hoy.
Adórenme porque estoy entre ustedes. Ábranme sus corazones; déjenme llenarlos con mi amor. Inclínense delante de mí y déjenme vestirlos con mi justicia. Yo soy el Señor Su Dios, el Dios poderoso de todos.
Estén seguros de mi amor por ustedes. Estén seguros que estoy con ustedes. Ábranme su corazón; entréguenme sus vidas.
Muévanse conmigo cuando les digo que vengan. Conozcan el amor de Su Dios. Y conozcan la vida de su pueblo. Porque yo estoy con ustedes.
4. Dirección
A través de todas las Escrituras, leemos que Dios habla a Su pueblo para guiarlos en Sus caminos. A veces Su dirección era muy general: reveló Su plan para la salvación y dio a los hombres una manera de conocerlo y de seguirle a través de todas las épocas. Pero a veces la dirección era muy específica, hasta el punto de decirle a Israel las alianzas políticas que habrían de hacer o de advertirle a un hombre que moriría dentro de un año si no se arrepentía (Jer. 28:16). En los días después de Jesús Dios habló a través de la profecía para advertir del hambre que vendría sobre la tierra (Hechos 11 :27). Muchas personas creen también que el Señor usó la profecía para advertir a los cristianos de Jerusalén de la inminente destrucción de la ciudad por los romanos, resultando en que todos los cristianos se mudaron a la ciudad vecina de Pela. La dirección recibida por los cristianos en Beirut es la contraparte moderna de la historia de los cristianos en Jerusalén.
La dirección que recibimos de Dios puede ser aplicada a interrogantes direccionales de importancia como a las necesidades específicas individuales. Pedro recibió dirección profética con respecto a la salvación de los gentiles (Hechos 10:9 al 16) y Pablo declara que por medio de los profetas recibió parte de su evangelio para los gentiles (Ef. 3:5).
La iglesia de hoy necesita la dirección de Dios tanto como siempre. Las dificultades y las incógnitas que confrontan a aquellos que están tratando de esparcir el Evangelio son formidables; en verdad que son insuperables a menos que Dios provea los medios para vencerlas. La dirección directa de Dios está a nuestra disposición cuando la necesitamos. El don de la profecía es uno de los medios más importantes por los cuales Dios nos puede guiar y dirigirnos y no debiéramos de prescindir de ella.
Por lo menos en dos ocasiones he estado involucrado en sesiones de planeamiento en que la dirección profética jugó un papel decisivo. En la primera oportunidad el grupo con el cual estaba trabajando no tenía un sentido claro de dirección para su trabajo. Nos detuvimos por unos momentos para orar. Durante esos minutos, una persona presente habló en profecía. Las palabras eran de dirección franca para nosotros: «Pongan en orden sus relaciones primero.» Las «relaciones» del caso no eran sencillamente personales sino de trabajo también. La profecía fue dirigida a nuestra necesidad práctica. Reasumimos nuestra discusión y seguimos la directiva de «poner nuestras relaciones en orden». Los resultados fueron espectaculares. De la discusión surgió una dirección clara y práctica que ha dado forma desde entonces a toda la vida de nuestra comunidad. La segunda oportunidad ocurrió hace apenas unos meses. Nos habíamos propuesto alcanzar ciertas metas, pero no importa cuanto lo intentamos, no podíamos descubrir la manera de implementarlas. Teníamos demasiadas tareas que cumplir y muy pocas personas con que hacerlo. Así que nos volvimos a Dios para pedirle ayuda. Le pedimos a Dios que nos mostrara lo que cada una de las personas presentes debería estar haciendo. Recibimos la dirección específica para cada una de las personas y en la suma de todas las responsabilidades estaba resuelto nuestro problema. Dios nos había enseñado por revelación que no podíamos hallar la solución por nosotros mismos.
Depender de la profecía para la dirección puede crear problemas si esperamos que cada decisión que enfrentamos sea hecha por nosotros en una profecía. Podríamos adoptar la actitud de no pensar por nosotros mismos, asumiendo que si esperamos lo suficiente la respuesta nos será dada proféticamente. Pero el deseo de evitar este abuso no es razón para evitar la profecía totalmente. La ayuda que es dada por los profetas en el Antiguo Testamento está disponible aún en el Nuevo; cuando enfrentamos una decisión importante podemos preguntar a los profetas si tienen alguna palabra del Señor. Los profetas del Antiguo Testamento no «garantizaban» que recibirían palabra alguna del Señor si se la pedían con respecto a algún asunto en particular, pero tenían la fe expectante, que, si el pueblo de Dios deseaba sinceramente conocer Sus caminos, Él no les negaría Su Palabra. Es muy propio del Señor usar la profecía para dirigirnos en Sus caminos cuando no lo estamos esperando. A veces cuando pensamos que sucederá, el Señor no habla proféticamente. Pero si tenemos fe en que Dios nos dará dirección. Ello hará, y mucha de esa dirección vendrá a través de la profecía.
Con todo, el acceso a la intención del Señor que el don de profecía provee es un recurso valioso y poderoso. Tan valioso es que Pablo nos exhorta a «aspirar a los dones espirituales, sobre todo el de profecía» (1 Cor 14:1).
NOTAS
1. Eusebio, la historia de la iglesia (Baltimore, Meryland, Meryland: Penguin, 1965) Libro V, 16, p. 218-219. 2. Eusebio la historia de la Iglesia, libro V, 17.
3. Cf., Abraham J. Heschel, los Profetas, vol. II (Nueva York: Jarper y Row, 1.971) Capítulo 8,9.
4. Heschel, los Profetas, p. 207. Bruce Bawter, «Introducción a la Literatura Profética», El Comentario Bíblico de Jerome, Ed. Raimond Brown, Joseph Fitzmeyer, y Roland Murphy (Englewood CLIFFS, Nueva Jersey: Prentise – Hall 1968), p. 227, 234.
5. Heschel, Los Profetas, p. 207. b. Bawter, «Introducción a la Literatura Profética» p. 237.
Del libro La Profecía por Bruce Yokum, 1976 Word of Life, p.o. Box 617, Ann Arbor, Michigan 48117. Usado con permiso.
BRUCE YOKUM graduado de la Universidad de Michigan, donde ejerce su responsabilidad de guiar en el uso de los dones proféticos de la comunidad.
Todas las citas bíblicas en este artículo fueron tomadas de la versión Nacar Colunga.
Reproducido de la revista Vino Nuevo Vol. 2-Nº 9-197