Por Bob Mumford

(Tomado con permiso del Libro Tres Señales Seguras por Bob Mumford. Derechos Reservados. 1972- Logos Intemational.)

La profecía es uno de los dones del Espíritu Santo, dado a la iglesia, para exhortación, edificación, consuelo y guía. En este estudio estamos interesados especialmente con el uso de la profecía en la dirección personal.

Los profetas del Antiguo Testamento pronosticaron guerras, hambres, prosperidad y victorias. Isaías predijo el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús con asombrosa precisión. Sin dificultad aceptamos el hecho de que Dios habló por medio de los profetas en la antigüedad, pero nos resulta muy difícil aceptar que hoy nos pueda hablar de la misma manera.

La profecía es uno de los carismas de la iglesia

Una definición libre de carisma nos dice que es una gracia especial que concede el Espíritu Santo a una persona, que lo capacita para conocer, hacer y hablar en el nombre de Dios, inspirado por el Espíritu. Actualmente la renovación carismática está haciendo efecto en todas las denominaciones en el mundo entero. Una de las señales de este derramamiento del Espíritu Santo es la restauracion de la voz profética en la iglesia. Hay una diferencia precisa en el original entre las palabras «predicar» y «profetizar». En esencia, la palabra profecía significa: una gracia sobrenatural, un reconocimiento del orador de que el contenido de sus afirmaciones no se origina en su propio entendimiento y que, como oráculo de Dios, ha llegado a ser un moderno portavoz para hacer saber a la iglesia contemporánea la voluntad y los propósitos del Todopoderoso.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las cartas a las jóvenes iglesias, hallamos que los profetas servían juntamente con los apóstoles y con los maestros. «Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente, apóstoles, luego profetas … » (1 Corintios 12: 28.)

También sabemos que los falsos profetas y el abuso de las profecías campean en toda la Biblia y en la historia de la iglesia. Debido a su abuso, Pablo consideró necesario instruir cuidadosamente a los Corintios en cuanto al uso de la profecía. Aparentemente este don juntamente con el don de hablar en lenguas había provocado serias controversias. Desde el momento en que a menudo el mensaje profético llega en lengua desconocida con la traducción concomitante, Pablo ventila los dos dones en el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios. Leemos: «Asimismo los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados, y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos.» (1 Corintios 14:29-33.)

Son varios los aspectos importantes que surgen de este pasaje sobre el uso de las profecías. En primer lugar, el apóstol deja sentada una regla general para toda dirección que se haga en base a la profecía: «¡Que los demás juzguen!» Para Pablo la regla de oro de la seguridad radica en no aceptar como válida una profecía referida a la dirección cuando la misma no está ratificada por testigos. Siempre habrá de haber otros que juzguen, porque en materia de dirección no podemos darnos el lujo de cometer errores.

En Hechos 11:27-30 leemos: «Durante ese período algunos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Agabo, se paró, y por inspiración del Espíritu, pronosticó que habría de ver una grande hambre en toda la tierra. (Eso sucedió, en efecto, en tiempos del emperador Claudio.) Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea. Así lo hicieron, enviando su contribución a los ancianos en mano propia, por medio de Bernabé y Saulo.» (Versión de Phillips.) Varios profetas vinieron a Antioquía. Mientras uno hablaba los otros escuchaban para poder juzgar. El mensaje era demasiado importante para correr el riesgo de un error. Pablo instruye que dejen hablar a los profetas.

Hay una diferencia entre el ministerio de profeta y el espíritu o don de la profecía. Pablo dice que, como es obvio, no todos están llamados a ser profetas, pero que sí existe tal cosa como un espíritu de profecía que puede descender sobre toda una congregación. Esto quiere decir que cualquiera de nosotros puede profetizar en alguna circunstancia. A continuación, Pablo da consejos a los profetas en ciernes: «Y el espíritu del profeta está sujeto al profeta.»

Ya debatimos anteriormente las tres fuentes de la sabiduría: la sabiduría sobrenatural de arriba que es pacífica y pura, la sabiduría sobrenatural de abajo que es urgente, compulsiva, que trae discordia y contienda, y la sabiduría que nace de la mente humana y de las emociones.

¿Cómo aprendemos a reconocer el momento exacto en que Dios quiere que abramos nuestras bocas para profetizar, para dar un mensaje en lenguas o para interpretar? A través de los años hemos observado que los principiantes experimentan generalmente un júbilo interior y un estremecimiento en su cuerpo por acción del Espíritu Santo. Y esa experiencia se exterioriza en la mayoría de los casos por fuertes latidos del corazón y una excitada sensación de expectativa. Muchas veces, hablando en una reunión, he dicho: Por favor, obedezca al Señor la persona cuyo corazón está latiendo con violencia.

De esta manera la persona reconoce con toda certeza, que el golpeteo del corazón o el nudo que siente en la boca del estómago es, como a menudo sucede, una insinuación de Dios.

Pero cuando el mensaje es descontrolado y compulsivo, el tal no es de Dios. Si el que está oficiando se siente arrebatado, fuera de todo auto­control, debe cuestionar la fuente y la validez de lo que está experimentando. Resulta fácil establecer la diferencia entre las insinuaciones del Espíritu Santo y la coacción de otros espíritus (humanos o demoníacos). El Señor guía, atrae, sugiere … Satanás o los espíritus humanos siempre demandan, compelen, ¡empujan!

A medida que maduramos en el uso de los dones y ministerios del Espíritu Santo, puede esperarse una disminución del júbilo interior y de las sensaciones físicas provocadas por los impulsos del Espíritu Santo. Aprenderemos a responder obedientemente a los suaves tironcitos del Espíritu Santo.

Como ya lo hemos dicho anteriormente, el mal uso y el abuso del don de la profecía, lleva a muchas iglesias a abstenerse de utilizar esa forma de ministerio. Pero hoy vemos un renovado uso de los dones del Espíritu en todas las denominaciones de la iglesia cristiana en el mundo entero. Juntamente con este nuevo énfasis, surge la necesidad de aprender la manera de utilizar correctamente estos dones.

La profecía tiene dos funciones en la dirección personal. Una es directiva, es decir, contiene instrucciones específicas sobre un determinado curso de acción. Por otra parte, es la forma más común de profecía en la conducción. La segunda es impartiva, es decir, que por medio de la imposición de las manos y profetizando, el Espíritu Santo imparte al creyente ciertos dones o algún llamado específico. Un ejemplo de esto lo tenemos en 1 Timoteo 4: 14: «No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.»

Demasiado a menudo los cristianos modernos descubren a través de la prueba y del error cuál es su llamado o el lugar que ocupan en el cuerpo de Cristo, cuando pudieron haberlo hecho recurriendo a las enseñanzas del Nuevo Testamento. Esto trae aparejado pruebas innecesarias y no pocos errores.

La profecía es una forma sobrenatural de dirección que puede decepcionarnos a menos que pongamos a prueba tanto al profeta como a la profecía. Hemos hallado nueve inequívocos criterios escriturales para juzgar la profecía.

La Biblia habla de profetas verdaderos y falsos y nos da el criterio a aplicar para probarlos. En Deuteronomio 18:20-22 leemos: «El profeta que tuviere la presunción de hablar en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él.»

l.  Por lo tanto, el cumplimiento es el criterio obvio para reconocer la verdad o la falsedad de una profecía. Durante los últimos meses del año 1970 llegó a Seattle, (Washington) un evangelista. Sostenía haber recibido una profecía de Dios, según la cual la ciudad en su totalidad sería destruida por un terremoto en la primera semana de octubre. La profecía recibió amplia difusión por medio de reuniones y de la radio. Eventualmente fue publicada por los diarios. Varias familias de la ciudad de Seattle vendieron sus propiedades y abandonaron la ciudad.

Los diarios informaron sobre el caso de un hombre que no tomó en serio la profecía. Un día, al volver a su casa del trabajo, constató que su esposa y sus hijos se habían ido. Los buscó durante meses para encontrarlos, finalmente, en otro Estado, viviendo en la más abyecta pobreza con evidentes síntomas de desnutrición, y todo ello como resultado de creer en el falso profeta.

Seattle no fue destruida por un terremoto durante la primera semana de octubre, pero el autoproclamado profeta continúa hoy, impertérrito, dictando en reuniones y a través de la radio sus mensajes de inminente desastre. Personas crédulas continúan apoyando económicamente su ministerio y toman en serio sus palabras proféticas.

2. El segundo factor está dado por las condiciones concomitantes. (Que acompaña a una cosa o actúa junto a ella). Casi toda la profecía legítima en el ámbito de la dirección o de la predicación, es condicional. Por ejemplo: «Si en tu hogar tomares el lugar de padre y sacerdote, el Señor te bendecirá y preservará tus hijos.» Si no nos ajustamos a las reglas del juego no podemos culpar al profeta o a Dios cuando no se cumple la bendición esperada.

Es obvio que a veces no podemos esperar que se cumpla una profecía para probar si es verdadera o falsa. Tenemos que saber de inmediato el tenor de un mensaje profético que nos diga: «Palabra de Jehová, tu ciudad será destruida». «Habrá hambre en la tierra.» Para qué decir que los discípulos en Antioquía no esperaron que acaeciera el hambre en la región para probar la profecía. Actuaron de inmediato y enviaron los abastecimientos.

3. Un tercer test o criterio es establecer si una profecía es o no bíblica. Es falsa si no concuerda con la Sagrada Escritura. Ninguna dirección es válida a menos que concuerde, en su esencia, con la Palabra escrita de Dios.

Un mensaje profético que diga, por ejemplo, «divórciate de tu mujer y cásate con otra» tiene su origen, sin duda alguna, en una fuente equivocada.

4. En el cuarto test importa la confirmación pública de la palabra. A menudo es falsa la profecía de la que se nos participa en privado o en secreto sugiriéndonos que no lo digamos a nadie. Recordemos que Pablo dijo «que los demás juzguen».

Hemos visto tristes resultados de esta mal usada o falsa profecía. Una viuda entrada en años que vivía en Florida, recibió la visita de una pareja venida del norte del país que le informaron que Dios los había enviado para ministrarle a ella, Asentaron sus reales en la casa. Todos los días el hombre emitía mensajes proféticos y la esposa los interpretaba. La esencia de todos los mensajes era más o menos la siguiente: -Hija mía, en la medida que compartas tus bienes con estos tus siervos, así serás bendecida.

La viuda alegremente compartía con ellos su comida y su dinero, hasta que un día llegó el siguiente mensaje: “Vé y vende tu casa y todos tus bienes y dáselos a mis siervos. No hables ni una palabra de esto con nadie y serás ricamente bendecida.”

La viuda amaba su modesta vivienda. Esa noche, temblando de miedo ante la posibilidad de que la ira de Dios cayera sobre ella por su desobediencia, salió a hurtadillas Y se dirigió a la casa de una amiga a quien le contó lo que «el Señor había hablado». La amiga la llevó ante un grupo de cristianos que, Biblia en mano, le demostraron que esa clase de profecías son falsas.

No debemos pensar que este es un ejemplo extremo o traído de los cabellos. Desconfiemos de todo aquel que nos diga que «ha recibido una palabra del Señor» y que nos lo diga en privado. Puede llegarnos a través de un amigo una palabra legítima de profecía directiva, pero pidámosle que lo diga abiertamente donde otros puedan juzgar.

Conocí a una joven señora con diez meses de vida matrimonial. Un día en la iglesia un grupo de mujeres la apartó a un rincón y profetizaron: -Hija mía, dice el Señor, te casaste contra mi voluntad. Tu matrimonio no durará.

El resultado inmediato de todo esto fue un enfriamiento en las relaciones entre marido y mujer, seguido de años de agonía.

Nada sabía yo de esta profecía, y un día, conversando con ella, le dije: -A veces nos paramos en una esquina a profetizar y hacemos un verdadero estrago.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y me contó la profecía de las mujeres.

-Nunca se lo conté a nadie -me dijo-. Creí que era Palabra de Dios, ¡y me sentí tan avergonzada! El complejo de culpabilidad me hizo trizas y no supe qué hacer.

Compartí con ella algunos de los métodos para probar la profecía. Comprendió que el mensaje recibido y que la había hecho sufrir por tanto tiempo, no era de Dios, sino que tenía su origen en una fuente terrenal, sensual o demoníaca. Dios la liberó maravillosamente, curó su vida y salvó su matrimonio.

5. El quinto test de la profecía es que deberá confirmar aquello de lo cual Dios ya nos ha hablado anteriormente.

Una pareja de Texas sintió el llamado al campo misionero, pero no estaban seguros si la dirección era de Dios. Tenían hijos, eran dueños de un próspero negocio y de una hermosa casa, Y no querían ir a menos de estar seguros que era un llamado de Dios. Esperando hallar una respuesta, atravesaron todo el territorio de los Estados Unidos para asistir a un campamento y encontrar allí la presencia del Señor. Nadie sabía que viajaban. Llegaron después de haber comenzado la reunión, y al franquear la entrada y caminar por el pasadizo un hombre pequeño pero musculoso dio un salto y comenzó a profetizar:

¡Mirad! -gritó-. ¡Misioneros sois y misioneros habréis de ser!

Nunca en su vida había visto antes a la pareja.

Supieron ahora, sin ninguna duda, que Dios les estaba hablando. Esta profecía vino como una confirmación. Ya habían escuchado la voz de Dios, otras circunstancias habían encajado a la perfección y ahora vieron alinearse la tercera luz direccional de la bahía: la confirmación del Espíritu Santo por medio de la profecía.

6. Hay un sexto test de la profecía: ¿Testifica a nuestro espíritu interior?

En la Escritura hay un versículo que se cita a menudo erróneamente, casi siempre por aquellos que no quieren escuchár a los maestros experimentados de la iglesia: «Pero la unción que vosotros recibísteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera y no mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.» (1 Juan 2:27.)

Juan está hablando del Espíritu Santo que mora en nosotros y es nuestro testigo.  ¿Cuál es la manera más corriente en que nos enseña y nos guía? Dándonos una paz perdurable sobre algún asunto en particular, o suscitando una clara inquietud. Si la paz de Dios que inunda nuestro corazón se siente perturbada por un mensaje profético, debemos precavernos al máximo.

7. El séptimo test se basa en la pureza del vaso.

La vida del profeta tiene que estar de acuerdo con la profecía. Hay excepciones a esta regla, pues hemos visto a Dios echar mano de gente que vivía en abierto pecado, financieramente unos pillos, o mentirosos en otros aspectos. No nos extrañemos, pues Dios en una oportunidad habló por medio de un burro. La profecía exige una destreza que debe ser adquirida. Los principiantes hablan mezclando algunas palabras provenientes de Dios y el resto del espíritu humano del propio profeta. A medida que nos sometemos a Cristo aumenta la pureza de nuestros mensajes.

Aprender a juzgar la profecía es aprender a discernir el grado de mezcla que hay en el mensaje profético y tamizar lo que es oriundo del espíritu humano.

8. Una octava piedra de toque para juzgar la profecía es el propio espíritu del mensaje. Dijo Juan:

«Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.» (Apocalipsis 19: 10.)

Toda verdadera profecía debe ser emitida en el espíritu y de acuerdo al carácter de Jesús, que es el enviador. Nunca es áspera, crítica o condenatoria. El mensaje con alguna frecuencia puede ser de reproche, de juicio o de fallo condenatorio, pero siempre justo y misericordioso. Un excelente ejemplo lo hallamos en Mateo 23: 27, cuando Jesús llora sobre Jerusalén: «¡Jerusalén!  Matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti. Cuántas veces he ansiado juntar a tus hijos alrededor mío como el ave junta su nidada bajo sus alas, pero nunca lo quisiste.» (Versión de Pbillips.)

Un amigo mío en la Facultad Bíblica, decidió renunciar. Empaquetó a media noche y se fue sin decir nada a nadie. Dos semanas después, en una loealidad desconocida y hambriento por la falta de comunión cristiana, se metió disimuladamente en una iglesia y se sentó en el último banco, en la seguridad que nadie sabía que estaba allí.

Pero alguien de la congregación se puso de pie súbitamente y comenzó a profetizar. En substancia, el mensaje decía: – ¡Oh, tú que dices en tu coraz6n, me he escondido de Dios! El Señor vé y comprende. Te rebelas escapando a tu llamado, ¡pero no puedes escapar de Dios!

El amigo cayó sobre sus rodillas, se arrepintió, voló a empaquetar y retornó a la Facultad Bíblica. Este fue un mensaje de juicio y de fallo condenatorio, pero suavizado con misericordia.

9. El noveno críterio para la verdadera profecía radica en discernir la carga del Señor en el mensaje. Es difícil definirlo, pero deberá estar presente en toda legítima profecía. En Jeremías leemos de los profetas que procuraban agradar a la gente gritando: «¡Paz! ¡Paz!, cuando no había paz.»

Hay mensajes proféticos en los cuales uno oye e intuye las ansias de Dios y la pesada carga que él siente por un pueblo descarriado y rebelde. Tales profecías nunca son mensajes condenatorios, sino que expresan un vivo anhelo, como cuando Dios habló a Salomón en 2 Crónicas 7: 14: «Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanará su tierra.»

Los nueve criterios pueden estar todos presentes en un verdadero mensaje profético, si bien no es así en todos los casos. Nunca debemos aceptar como verdadero un mensaje que no cuente, por lo menos, con la combinación de varios de estos criterios.

Recordemos que la profecía puede ser recibida y disfrutada. Podemos evitar el temor y el peligro de la decepción si tenemos siempre en mente estos nueve criterios:

Cumplimiento, Condiciones concomitantes, Acuerdo bíblico, Juicio de los otros, Confirmación, Testimonio espiritual, Pureza del vaso, Espíritu del mensaje, La carga del Señor.

La evaluación de la profecía y la destreza en probar la dirección tendría que ser para nosotros nuestra segunda naturaleza. Alguien dijo: «Las mentes abiertas son como las ventanas abiertas; necesitan persianas para que no entren los insectos.» No tenemos que abrir nuestras mentes a la profecía, en tanto no sepamos que el mensaje se origina en Dios, según la aplicación de los criterios enumerados. Somos responsables de la que recibimos. Tenemos que aprender a discernir la fuente.

Una palabra final: no es prudente aceptar una profecía sobre la base de sólo uno o dos criterios. Aún más, cuando estemos seguros que la profecía es verdadera, no aceptemos la dirección basados únicamente en la profecía. Aceptemos la profecía como una de las tres luces direccionales de la bahía.

El mal uso y el abuso del don de la profecía han acobardado a muchos y es por ello que la han desechado por completo. Pablo animaba a los corintios «codiciad el profetizar», y les dijo a los cristianos en Tesalónica: «No menospreciéis las profecías.» Algunas personas no le dan ningún lugar, otros le dan el lugar, mientras que Dios quiere darle un lugar en la vida del creyente. En su propio lugar, la profecía es una herramienta formidable para la dirección.

Face: Pablo consideró necesario instruir cuidadosamente a los Corintios en cuanto al uso de la profecía. El uso de la profecía.

Diferencia entre el ministerio de profeta y el don de profecía. Aprender la manera de utilizar los dones correctamente.