Testimonio -Anónimo
¡Una estudiante universitaria comparte su encuentro con el CRISTO RESUCITADO!
En el décimo grado escolar comencé a beber excesivamente y a usar drogas.
Las semillas sembradas por un padre emocionalmente perturbado, una rebelión indisciplinada y el divorcio de mis padres, habían comenzado a brotar y a crecer. Mi relación con mamá empezó a desmoronarse. Más de una vez reñimos físicamente. Empecé a «acelerarme» en compañía de mis amigos con una droga muy fuerte llamada Mescalina que puede, eventualmente, destruir la mente -y comenzó a carcomer la mía. Después de varios meses, debido a mi uso continuo de las drogas, la tensión en mi casa culminó en una crisis y tuve un colapso. Entré a una clase del colegio y me di cuenta de que ya no podía funcionar. No podía encontrar mi silla … no me podía orientar. ¡Suena inofensivo, pero es una experiencia aterradora! Llamé a mi mamá y ella me llevó a un doctor y luego a un siquiatra.
El siquiatra comenzó dándome más drogas. Nada más que yo tomaba las drogas que él recetaba además de las mías -cosa que él ignoraba. Continué escurriéndome a través de un ciclo de «drogas-confusión-más drogas», hasta que terminé dejando el hogar, la familia, el siquiatra y todo -para ir a vivir con mi novio. De algún modo había alcanzado el doceavo grado escolar.
Nos manteníamos en onda con ácido (LSD) y otras drogas la mayoría del tiempo, y más y más perdía contacto con la realidad.
Cerca de la navidad de ese año, mamá decidió que ya había ido bastante lejos; ella y mi abuela me llevaron a casa prácticamente en hombros. Aunque aparentemente me resistí, en realidad yo quería irme a casa.
El suicidio se estaba convirtiendo en algo constante en mi pensamiento, y estaba viviendo en una tierra de fantasía y de irrealidad que me asustaba.
No mucho tiempo después de regresar a casa, me encerré en el baño y comencé a darme cuchilladas en el brazo con una navajilla de afeitar. Me corté varias veces y, parada allí, me quedé viendo la sangre que salía de mis brazos. Empecé a llorar y a gritar al mismo tiempo. Mi madre y mi hermano envolvieron mis brazos con toallas y me llevaron al hospital.
Mi siquiatra quería internarme en un hospital para enfermos mentales donde podría tener mejor supervisión. ¡Más pastillas … más drogas! ¡Estaba asqueada de drogas! Tan pronto me las daban corría al baño a vomitarlas. Rodeada de las otras pacientes que vivían en la misma oscuridad y confusión en que yo vivía, parecía que se bajaba aún más la cortina de tinieblas en mi vida. «¡Me quiero ir a casa!», le supliqué a mi doctor finalmente.
«Bien, y ¿Dónde está la casa?» Fue su respuesta.
«¡Viviré con mi mamá!»
«Muy bien, si estás dispuesta a hacerlo, te puedes ir a casa.»
Dos o tres veces después me metí al baño y me corté las muñecas -nunca lo suficiente para hacerme daño realmente- sólo lo necesario para sangrar. Me estaba poniendo desesperada para que algo interviniera y me librara de la trampa en que se había convertido mi vida.
La primera vez que llamé a Dios, no sabía realmente lo que estaba haciendo. En uno de mis momentos de desesperación, me fui al baño y comencé a cortarme en el brazo. Mientras estaba allí parada, viéndome la cortada, algo dentro de mi empezó a gritar. «¡Dios … Dios … Dios … !» El nombre continuaba viniendo a mi mente como una plomada. entonces salió. «¡Dios! ¡Dios, ayúdame … ayúdame… ayúdame!» Lloré ante las paredes silenciosas, en desesperación frustrada, y luego limpié mi brazo como lo había hecho anteriormente y casi no volví a pensar más sobre el asunto.
Algunos días más tarde dos muchachas se acercaron a mi hermano, Pablo, quien también usaba drogas pero no tanto como yo. Una de ellas le preguntó que si podían orar por él. Un poco aturdido por la noción de que alguien orase por él. dijo: «¿Orar? ¿Orar para qué? Seguro. La oración no le puede hacer daño a nadie.»
Ellas oraron para que Jesús se le revelara a él. Hablaron por un rato y luego le invitaron a comer a su casa.
Cuando Pablo llegó a casa me contó que ellas habían dicho que Jesús podía perdonar pecados y darle a la gente una nueva vida. Relató las cosas que estaban sucediendo en nuestros días que señalaban la segunda venida de Jesucristo: las guerras… la crisis económica… la dirección hacia un gobierno mundial. .. y muchas otras.
Para él, eso no significaba mucho, ¡Pero para mi era como el sonido de bellas campanas! Yo me quedé atónita. Eso era. ¡Eso era real! de alguna manera me di cuenta de que esto era lo que había estado buscando.
Pocos días después él fue a comer a la casa comunal donde vivían las muchachas. Ellas le hablaron sobre la Escritura, le contaron lo que Dios estaba haciendo en sus vidas y compartieron el camino de salvación con Pablo.
Cuando él me relató las palabras de ellas, fue como si alguien encendiera una luz en un sótano oscuro. Dios hizo tan claro su plan para mi: «Este es Jesús. Él es mi ayuda para ti.»
«Pablo», pregunté, «¿Cómo sé yo que soy salva? ¿Qué dicen ellas de eso?» El pensó por un momento. «Ellas dicen que si confiesas con tu boca y crees en tu corazón, serás salva.» Se acordó que habían usado la escritura que dice: «Si me confesares delante de los hombre, yo te confesaré delante de mi Padre.» ¿Podía ser realmente tan sencillo? En mi corazón creía todo lo que él estaba diciendo, pero aún no tenía lo que estaba buscando.
Tiempo después, iba de camino a un cine con unos amigos. Sentada en el asiento trasero del carro, todo lo que había oído y visto continuaba dando vueltas en mi mente. Entonces calladamente, para mi misma, casi en un susurro suspiré: «yo creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.»
Yo no esperaba que sucediera algo. ¡Pero en verdad sucedió! Si alguna vez hubo puertas que se abrieran v luz que entrara dentro de alguien, fue para mi.
Sentía que la vida envolvía todo mi ser. Donde hubo antes oscuridad, ahora había luz. ¡En vez de depresión, había un gozo glorioso!
Allí estaba, haciendo fila en un cine y queriendo gritar lo mismo una y otra vez. «¡¡¡Jesucristo es el Hijo de Dios!!!» Yo no sabía nada de las leyes o mandamientos de Dios. No podía ver el pecado en el que estaba viviendo. Pero le dije a Dios que renunciada a todo lo que el quisiera… sexo… drogas… alcohol. ¡cualquier cosa! El deseo y atracción por todas estas cosas que habían sido mi vida se habían desvanecido de pronto. Había renacido dentro de un mundo diferente. ¡Estaba experimentando la Vida por primera vez!
La siguiente vez que visité a mi siquiatra, ¡se llevó una buena sorpresa! «Doctor», le dije, «Yo no creo que tenga que volver más. ¡Jesús me sanó!» Al finalizar la sesión se rascó la cabeza y desconcertado dijo: «No puedo negar que esté cambiada porque lo está.» Me imagino que era un poco confuso el haberme visto ir cuesta abajo por un año y ahora verme curada en unas pocas semanas.
¡Dios estaba lejos de haber terminado conmigo! Yo habría de encontrar un gozo más grande al conocerle a través del bautismo en el Espíritu Santo. El traería un alivio más grande y más profundo a los años de pecado con la liberación gloriosa del poder de Satanás. Poco tiempo después mi hermano fue salvo y ahora vive para Dios. Mi padre, que estaba casi en la misma oscuridad que yo, encontró a Cristo a través de lo que me sucedió a mi, y es un hombre cambiado. Mamá y yo tenemos una nueva relación.
Por primera vez en mi vida estoy aprendiendo obediencia y disciplina. Una de las palabras de Dios para mi fue: «Hijos, obedezcan a sus padres … » Mi madre quería que fuera a la universidad, aún cuando había perdido mi último año de colegio. Yo fui en obediencia a ella y al Señor. Mis últimas notas fueron tres A y una B. ¡Ciertamente una obra de Dios para mi!
Recientemente le dije a alguien que sentía como si hubiera estado presa por años y acabara de salir de prisión -¡exactamente como un cautivo puesto en libertad!
Autor Anónimo