Autor Daniel Raimundo

«APRENDED DE MI, QUE SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZON». Jesucristo.

El diccionario define la palabra humildad como, «una virtud cristiana que consiste en conocer nuestra bajeza y miseria y proceder en conformidad con este conocimiento».

Cuenta la historia, que cierta vez, el príncipe heredero de la corona de Inglaterra se rebeló contra su maestra. Enfadada, ella le exigió un poco más de respeto. Entonces el muchacho, irritado, rompió uno de los hermosos cristales de la habitación, de un fuerte puntapié. La señora salió del cuarto de estudio y fue a presentar el caso al padre del príncipe, quien vino al momento y ordenó  al joven que le pidiese perdón a su maestra.

El príncipe, puesto en pié, exclamó: – ¿Olvidáis, señor, que yo he de ser un día el Rey de Inglaterra? -No lo olvido … Por esto te mando por segunda vez que le pidas perdón a tu maestra. El que debe mandar mañana, debe aprender a obedecer hoy.

No hay lección más difícil de aprender que la de la humildad. En la escuela de la vida, en la de los hombres sabios, nunca se aprende sino solamente en la escuela de nuestro salvador Jesucristo. Es un don que muchos no tenemos; es el más escaso de todos los dones. Jesucristo teniendo todos los poderes de la GLORIA, dice: «Aprended de mí, que SOY MANSO y HUMILDE». Extraño es el caso, cuando alguna persona camina en las huellas de la humildad y la mansedumbre. Jesucristo tuvo que enseñar a los discípulos esta lección, la más difícil de todas en su peregrinaje terrenal.

La humildad depende más de nosotros que del Señor. Qué bendición sería si pudieramos alcanzarla. A la luz de la Bíblia, Dios siempre ha bendecido a los humildes, y, si podemos humillarnos también, de seguro no nos iremos vacíos. El siempre está presto para derramar bendición hasta que sobreabunde, aunque muchas veces no estamos preparados para recibirla.

Fue María a los pies de Jesús, quien había escogido «la mejor parte».

En el versículo 29 del capítulo 11 de Mateo, Cristo nos dice: «Aprended de mí». ¿Qué es lo que debemos aprender de él? El pudiera haber dicho: «Aprended de mí, porque soy el pensador más aventajado del siglo, he hecho grandes prodigios y milagros, más que ningún, otro. He mostrado mi gran poder sobrenatural de mil maneras». Pero no; la razón fue que era «manso y humilde de corazón».

¿Cómo puede el cristiano definir la humildad? La humildad no es pensar negativa y despreciablemente de nosotros mismos sino el nunca pensar de nosotros mismos.

En la Biblia leemos de tres personajes que sus rostros fueron iluminados por la humildad y la mansedumbre. El rostro de Jesucristo relumbró. El de Moisés, al descender del monte donde estaba en comunión con Dios, y el rostro de Esteban, el primer martir cristiano, que se puso de pie en el Sanedrín en el día de su funesta muerte. La Palabra dice que su rostro fue iluminado de Gloria. Si queremos resplandecer tenemos que descender al valle de la humildad.

Hace mucho tiempo, Juan Bunyan dijo: «Es difícil bajar al valle de la humillación; el descenso es empinado y escabroso, pero una vez que lleguemos a el es muy fértil y productivo».

Agustín de Hipona, dijo que la primera de las virtudes religiosas es la humildad.

D.L. Moody, también dijo: «Yo creo que si somos humildes, tendremos todas las virtudes»:

Moisés sabía que su rostro resplandecía, pero no lo mencionó. Si la humildad habla de sí, ya se desvaneció.

Un hermano estaba dando su testimonio en una congregación de estudiantes de la Biblia. Estaba hablando de lo que Cristo habia hecho en su vida y dijo: «Siempre le he pedido a Dios que me guie en sus caminos, queriendo yo ser, el más humilde de todos». La humildad habló de sí, por tal razón en ese preciso instante, su humildad se desvaneció.

Alguien ha dicho que la hierba ilustra muy bien esta virtud modesta. Fue creada para el servicio más bajo. Córtela y crece otra vez. El ganado se alimenta de ella y con todo ¡cuán hermosa es!

Los hombres pueden falsificar la fe, la esperanza y todas las demás virtudes, pero es muy difícil falsificar la humildad. Pronto se descubre si es fingida.

He oído decir a un maestro que tiene, según él, dotes de inteligencia y ortodoxia: «Ustedes tienen que llamar a los profesores por el título que tengan. Al hermano fulano, Dr fulano». Parece que hay muchos en estos tiempos que se sentirían ofendidos si no se les llama por las nuevas iniciales que han agregado a sus nom bres. Dr., Lic., etc. Juan, el discípulo amado, no deseaba ningún título, lo que le importaba era estar bien con Dios.

Pablo el gran apóstol, se llama a sí mismo «el más pequeño de todos». El tenía de qué gloriarse y no lo hizo.

Don Miguel Limardo, en una de sus favoritas ilustraciones dice «que un muchacho que había sido enviado al campo para ver si el trigo estaba ya a punto de ser segado, volvió con su padre y le dijo: «Me parece que la cosecha será muy pobre, padre mío.- ¿Por qué? le preguntó el padre. – Porque he notado que la mayor parte de las espigas están dobladas hacia abajo; como desmayadas, como si se estuvieran muriendo. – ¡Qué ignorante eres, muchacho! – le dijo el padre- Has de saber que las espigas que viste dobladas, lo están por el peso del grano, en tanto que las que están levantadas, pueden hacerlo porque están vacías».

Lo que nos enseña esta ilustración, es que, las espigas que Dios ha bendecido inclinan las cabezas, y mientras más fecundas más agachadas están las cabezas. La cizaña que Dios ha mandado como maldición, alza su cabeza por encima del trigo, pero únicamente es fecunda de mal.

Por otra parte, podemos notar que uno de los hombres más mansos de la historia fue Juan el Bautista (Bautista, porque bautizaba), cuando  una comisión lo visitó, preguntándolo si era Elías, o aquel profeta, dijo: «NO». Podría haber dicho un sinnúmero de cosas lisonjeras acerca de sí mismo. Pudiera haber dicho: «Soy el hijo de aquel viejo sacerdote Zacarías. ¿No han oído ustedes de mi reputación como predicador? Es probable que yo haya bautizado más gente que nadie actualmente. Jamás se ha visto un predicador como yo». Honradamente creo que en el día de hoy la mayoría de los hombres, ocupando su posición, así dirían. Hoy es la época del gran YO.

Muchos se levantan el cuello diciendo que en los Salmos no se puede encontrar ninguna referencia relacionada con la batalla entre David y el gigante Goliat. Si la historia hubiese acontecido hoy, desde luego se hubiera escrito un tomo acerca de ello y un sinnúmero de poesías contando las grandezas de este hombre. Hubiera tenido muchos compromisos en conferencias y hubiera agregado a su apellido las letras M.G.G. (Matador del Gran Gigante). Esto es lo que sucede hoy día en nuestras congregaciones, con los grandes Seminarios e Institutos, con los grandes evangelistas, grandes predicadores, grandes teólogos y grandes obispos.

A Juan le preguntaron «¿Tú quién tres?»

«No soy nada; he de ser oído y no visto. Soy únicamente una voz».

No tenía una palabra que decir acerca de sí mismo.

Marcos dice, en el capítulo 1, versículo 7, que Juan vino y predicó diciendo: «Viene tras mí el que es más poderoso que yo, al cual no soy digno de desatar encorvado la correa de sus zapatos».

Cuando sus propios discípulos vinieron y notificaron a Juan que Jesús empezaba a atraer las multitudes, contestó con nobleza: «No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos que dije: «Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; más el amigo del esposo, que está en pié y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo es cumplido. A él conviene crecer, más a mi menguar». Es muy fácil leer eso, pero no es muy fácil para nosotros estar dispuestos a menguar, a decrecer más y más, para que Cristo pueda crecer. Siempre se ha dicho que la estrella matutina desaparece cuando el sol se levanta.

Luego que murió Juan, vea usted lo que Jesucristo dijo de Juan: «El era antorcha que ardía y alumbraba». Cristo le dió la honra que le pertenecía. Si tomamos un lugar humilde Cristo lo verá. Si deseamos que Dios nos ayude tenemos que humillarnos, tomar una posición baja. ¡Cuan difícil es!

Después de la obediencia de Cristo, su humildad es lo más prominente; y aun su obediencia fue el resultado de su humildad. «Siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios. Sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».

Antes de su muerte, Jesucristo que caminaba hacia Capernaum y platicaba acerca de su muerte y padecimientos, y acerca de su resurrección, oyó tras sí una discusión. La discusión era en torno de ¿quién de los discípulos sería el mayor?

Cristo les enseñó la humildad de la siguiente manera. Puso un niñito en medio de ellos y dijo «Si quereis ser grandes, tomad a este pequeñuelo como vuestro ejemplo, y el que quiera ser mayor de todos sea el siervo de todos».

La última noche de su vida, el Maestro les enseñó la gran lección.

Tomó un toalla y se ciñó como un esclavo, tomó una palangana con agua y se agachó y lavóles los pies. Así le dio otra lección objetiva de humildad. Dijo: «Si quereis ser grandes en mi reino, sed siervos de todos. Si vosotros servís, seréis grandes».

Cuando el Espíritu Santo vino, y los discípulos fueron llenos de él, hay que notar la diferencia. Mateo toma su pluma para escribir, pero no hace casi ninguna referencia a sí mismo. Relata lo que hizo Pedro y Andrés, mas se refiere a sí mismo como «Mateo el publicano».

El evangelio de Marcos no dice de la gran fe de Pedro en atreverse a andar sobre el mar, pero refiere con muchos detalles la historia de su caída y negación de nuestro Señor. Pedro se humilló y ensalzó a otros.

Si el evangelio de Lucas fuera escrito en nuestros tiempos, llevaría la firma del Doctor Lucas, y en la portada su retrato. Pero en todo el evangelio no se puede encontrar el nombre de Lucas; humildemente se retira de la vista. El escribió dos libros y en ninguno de los dos se puede encontrar su nombre. Juan se ocultó bajo la expresión, «El discípulo amado».

Ninguno de los cuatro hombres que la historia y la tradición aseguran ser los escritores genuinos de los Evangelios reclama esto en sus escritos.

Quiera el Señor que podamos comprender lo necesario de la humildad.

No porque lo pregonemos a los cuatro vientos sino que las personas digan «verdaderamente antorchas encendidas son estos».

Concluímos con un pensamiento de Michael Drury, quien dijo antes de morir: «Tan necesaria y útil es la humildad, como la quilla de plomo para el balandro de regatas: aumenta la estabilidad y evita que se vuelque».

Reproducido de la Revista Vino Nuevo, Volumen 3 #2 Julio-Agosto 1979