Autor Don Basham

¿Cómo lograremos ver el propósito de Dios en la autoridad secular?

De tiempo en tiempo hemos venido publicando una serie de artículos muy efectivos que tratan con los aspectos de la autoridad espiritual entre esposo y esposa, pastor y oveja, maestro y discípulo. Sin embargo, muy poco se ha dicho comparativamente en cuanto a la autoridad secular. Muy pocos cristianos poseen un buen entendimiento de lo que Dios espera al respecto. Algunos sostienen que debido a que los cristianos viven bajo la gracia, la autoridad secular no tiene nada que ver con ellos. Su expresión es la siguiente: «Yo he sido liberado de la esclavitud de la ley y hago únicamente lo que el Señor me manda.»

Sospecho que la mayoría de nosotros, a menudo sentimos que deberíamos estar eximidos de la autoridad secular; especialmente cuando estamos en desacuerdo con ella. Por lo tanto, es posible que seamos sacudidos al descubrir con qué claridad la Biblia nos indica que debemos reconocer y obedecer a toda autoridad civil. Aunque somos cristianos, todavía vivimos en una sociedad del mundo. Por eso es esencial que estemos debidamente relacionados con toda la autoridad de esa sociedad. El propósito de este artículo es el de ayudamos a reconocer esta responsabilidad y responder positivamente a ella. Antes que todo revisemos la importancia del principio de autoridad.

El principio de autoridad 

Estar vivo es tener una relación con la autoridad. Autoridad es «el poder de influenciar o mandar el pensamiento, la opinión o la conducta.» No puede haber sociedad responsable ni gobierno efectivo sin el reconocimiento de la autoridad. La presencia de autoridad establece el orden; su ausencia conduce a la anarquía.

En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía (Jueces 21 :25).

Sin la presencia de la autoridad cada hombre hace su propia ley. Permítame ofrecer una ilustración sencilla de mi propia niñez.

Fui creado en una familia cristiana que la integraban: mi padre. mi madre y dos hermanos mayores. Los tres muchachos teníamos nuestro propio dormitorio y baño detrás de la casa. Para llegar a nuestro cuarto teníamos que pasar por un corredor que empezaba en la cocina. Cuando estábamos solos en nuestro cuarto, los tres caíamos ocasionalmente en lo que los sicólogos llaman «expresiones manifiestas de rivalidad entre hermanos.»

Dicho claramente eso significa que nos peleábamos. El pleito comenzaba entre dos de nosotros y el tercero era atraído inevitablemente a uno de los dos bandos. El conflicto continuaba sin interrupción mientras permanecía en un nivel bajo de ruido. Pero tarde o temprano uno de nosotros gritaba de dolor, volcaba algún mueble o rebotaba contra la pared. Segundos después de que los sonidos de nuestro altercado llegaban al frente de la casa, se oían los pasos paternales en el corredor. ¡Y cuando oíamos esos pasos, todo combate cesaba de inmediato! Mamá o Papá entraba al cuarto con un firme: «¡Qué es lo que pasa aquí!»

«Nada», decíamos todos inocentemente y al unísono. Por supuesto que para entonces el cuarto estaba en un desarreglo total y alguno de nosotros mostrábamos alguna señal de pelea, pero en ese momento en particular reinaba la paz y el orden.

En un momento la batalla rugía; al siguiente había paz y orden. ¿Qué inducía esta diferencia? La aparición de la autoridad en la escena. Porque a pesar de nuestro antagonismo superficial, los tres estábamos unidos en nuestro respeto y reconocimiento de la autoridad paternal. Esa autoridad daba estabilidad en nuestro hogar, permitiéndonos crecer y madurar satisfactoriamente.

Yo creo que el mismo principio se aplica a la familia de Dios. La sujeción a la autoridad es esencial para que crezcamos y maduremos en Cristo. En realidad que la rebelión contra la autoridad es el problema de la humanidad Ya que toda autoridad se origina en Dios, toda rebelión en contra de ella es en contra de Dios.

E! problema comenzó aún antes de que el hombre fuese puesto sobre la tierra. El corazón lleno de orgullo de Lucifer lo llevó a rebelarse contra Dios causando su expulsión del cielo. («Junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono … seré semejante al Altísimo.» Isaías 14: 13-14). Después, la misma tendencia de rebelión se levantó en Eva a la sugerencia del ahora caído príncipe (Satanás en forma de serpiente) cuando en el jardín del Edén, él la tentó para que se rebelara contra el mandamiento de Dios y la autoridad de su marido como cabeza comiendo de la fruta prohibida.

La autoridad secular también se origina en Dios

“Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan, porque no hay autoridad sino por Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación. Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas no temer a la autoridad? Haz lo bueno y obtendrás elogios de ella; porque es un ministro de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo” (Romanos 13:1-4).

No hay declaración más revolucionaria en las Escrituras que las palabras de Pablo cuando dice que no hay autoridad sino por Dios y que las que existen fueron ordenadas por El. Del contexto se desprende que Pablo habla del gobierno y la ley secular. Esto incluye a reyes, presidentes, gobernadores, legisladores, recaudadores de impuestos, maestros … todos los que ocupan puestos de autoridad están allí por la voluntad de Dios. Esa declaración es devastadora en sus implicaciones. Con sólo leerla se levantan dentro nuestras naturalezas rebeldes e independientes.

«No el presidente este, o el gobernante ese; no el gobierno corrupto municipal de nuestra ciudad o el departamento de policía, o la ley de impuestos, etc.» La rebelión insiste en quitarse de encima toda autoridad con la que no está de acuerdo. De esa manera establecemos nuestra propia autoridad con poder para revocar la Palabra de Dios. «Yo sé lo que dice la Biblia, pero … «

Somos como cierto ministro que regresaba del hospital a su casa después de haber atendido una llamada de emergencia a media noche. Las calles de la ciudad estaban desiertas a esa hora y él tenía prisa de regresar a su casa. E! policía de tránsito lo detuvo y lo encausó por ir a 90 kph en una zona de velocidad restricta a 40 kph.

«Pero, ¿es que usted no sabe quién soy yo?» protestó irritadamente el ministro. «¡Yo soy el Dr. Francisco Fernández, ministro de la Iglesia Metropolitana de la calle principal!» Pero de todas maneras recibió su citación. Hubo un tiempo cuando yo me hubiera puesto del lado de este ministro, pero no desde que Dios trató conmigo personalmente en esta área. Permítame explicarle.

Por muchos años me consideré un buen conductor de autos. La verdad es que solamente la modestia cristiana me impedía decir que era un conductor excelente. ¡Veinticinco años sin un tiquete de tránsito! ¿Qué le parece? Pero como muchos cristianos que conducen autos, continuamente infringía la ley; sólo que todavía no había sido visto. Sobrepasaba los límites de la velocidad, no observaba las vías en trechos cortos, no me detenía completamente en los altos y cuando el tráfico era pesado me metía delante de los otros autos, esperando que los demás cedieran a mi arrogancia. ¡Parecía pensar que era un cristiano viviendo bajo la gracia de Dios y que las reglas del tránsito habían sido hechas para los demás!

Entonces comencé a enseñar sobre este tema de autoridad y sujeción y fue cuando el Señor decidió mostrarme que el asunto no era que estuviera o no viviendo bajo Su gracia, ¡sino que estaba haciendo alarde de ello! Sencillamente cesó de ser indulgente con mis infracciones y gentilmente removió Su gracia protectora para que pudiera recibir la justicia. En el espacio de unos pocos meses fui detenido no una vez, ni dos, ni tres, sino cuatro veces por violaciones a las leyes de tráfico.

¡Me sentía indignado! ¿Por qué me ha escogido a mí, un buen ciudadano cristiano, para una cosa tan desagradable? ¿Por qué no se ocupaban de arrestar a criminales peligrosos? ¡No me importaba que en verdad era culpable de los cuatro cargos! Al fin me calmé lo suficiente para preguntarle a Dios qué era lo que sucedía y me mostró que era REBELION!

¡Yo era un rebelde! Consistentemente había violado la ley y finalmente estaba recibiendo mi merecido. No sólo tuve que pagar fuertes multas, sino que tuve que aparecer en corte una vez y me suspendieron la licencia por treinta días. Es más, después de los treinta días sencillamente no me la devolvieron ¡tuve que volver a hacer el examen escrito y práctico como cualquier otro principiante!

Muy avergonzado reconocí mi rebelión contra las leyes de tránsito como rebelión contra Dios, pedí Su perdón e hice el esfuerzo para someterme con humildad a Su castigo.

Ahora obedezco las leyes del tránsito. Cuando veo a un policía o a un auto patrulla, aunque me haga sentir un poco incómodo, pienso que es «un ministro de Dios para mi bien» (Romanos 13:4). A través de esa experiencia he llegado a ver más vívidamente que nunca la manera en que Dios usa a las autoridades seculares para tratar con el problema de la rebelión en Sus hijos.

Aún la injusta autoridad secular es de Dios

Realmente los requisitos del Señor en cuanto a la sujeción a la autoridad secular son aún más exigentes que mi experiencia relatada. La escritura es bien clara. Si bien Pablo dice que todas las autoridades seculares son ministros para nuestro bien y siervos de Dios para castigarnos si hacemos mal, Pedro lleva el asunto mucho más allá.

El no sólo hace eco a lo que dice Pablo sino que añade más.

“Someteos, por causa del Señor, a toda institución humana, ya sea al rey, porque es la autoridad; o a los gobernadores, porque son enviados por él para castigar a los malhechores y alabar a los que hacen el bien.

Porque esta es la voluntad de Dios; que haciendo bien, hagáis enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos …

Sirvientes, estad sujetos a vuestros amos con todo respeto, no sólo a los que son buenos y afables, sino también a los que son insoportables (perversos, irrazonables). Porque esto halla gracia, si por causa de la conciencia hacia Dios un hombre sobrelleva penalidades cuando sufre injustamente.

Pues ¿qué mérito hay, si cuando pecáis y sois tratados con severidad, lo soportáis con paciencia? Pero si cuando hacéis lo bueno y sufrís por ello, lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios (1 Pedro 2:13-20).

En el versículo 18, Pedro da instrucciones para los cristianos con respecto a las relaciones entre sirvientes y amos (en nuestra sociedad incluiría la relación entre patrones y empleados) e insiste en la sujeción a la autoridad aún cuando esa autoridad sea perversa. La palabra en el griego es skolios y se define como «torcido, perverso, maligno, riguroso, irrazonable.»

Nuestra primera reacción a las demandas de Pedro sería: «¡Esto es demasiado! Estoy seguro que Dios no espera que obedezcamos a una autoridad perversa.» Pero la solemne verdad es que sí. Aquí venimos al corazón de todo este asunto de la sujeción a la autoridad. Entendamos que la sujeción a la autoridad no se basa en el carácter personal del hombre en autoridad, ni tampoco en aplicar su autoridad justa o injustamente. Nuestra sujeción es a Dios quien da la autoridad. La clave está en las palabras de Pedro: «Someteos a toda institución humana (le parezca justa o no) por causa del Señor.» Recuerde que Pablo dice en Romanos 13:1: «No hay autoridad sino por Dios, y las que existen, por Dios son constituidas.» Cuando nos sujetamos a las autoridades -aún las injustas- nos estamos sujetando a Dios. Dicho a la inversa, si nos rebelamos contra la autoridad (cualquiera que sea) nos estamos rebelando contra Dios.

¡Casi puedo oír las exclamaciones de protesta de algunos! Sin embargo el principio espiritual está muy claro. Antes de que decidamos lo imposible, lo inmoral y lo anti patriótico que es obedecer; y antes de que cada uno de nosotros vengamos con nuestras ciento y una objeciones y excepciones, tratemos de ver el fin que Dios persigue con 10 que parece ser tan irrazonable.

En verdad que Su propósito debería estar bien claro para nosotros. El quiere crucificar la naturaleza rebelde en cada uno de nosotros. Esa naturaleza perversa, independiente y voluntariosa, no muere fácilmente. Pero tenemos que ser sinceros y admitir que jamás moriría si viviéramos en circunstancias cómodas donde todo sucediera a nuestro gusto; donde todas las reglas y autoridades fueren de nuestro agrado.

Según Pedro, Dios no se impresiona con nuestra actuación cuando las cosas son fáciles. Ni siquiera cuando sobrellevamos pacientemente el castigo por nuestros pecados (como traté de hacer yo cuando suspendieron mi licencia de conducir). Recuerde lo que dice Pedro:

Pues ¿qué mérito hay, si cuando pecáis y sois tratados con severidad, lo soportáis con paciencia? Pero si cuando hacéis lo bueno y sufrís por ello, lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios.

¿Qué es aceptable para Dios? ¿Qué es lo que tiene mérito para Dios? El someterse aún a la autoridad injusta. Estoy de acuerdo que todas las células de nuestro cuerpo protestan con sólo oírlo. Pareciera cobardía, impráctico, irrazonable e injusto, por lo menos para nuestra naturaleza carnal. Pero recuerde que Dios no está tratando de agradar o apaciguar nuestros sentimientos de justicia farisaica. Su interés es crucificar la naturaleza carnal y llevarnos a ver que El en verdad requiere la obediencia a Su autoridad, aunque no aprobemos el revestimiento humano. El quiere nuestra obediencia sin pretextos y eso requiere sufrir por causa del Señor.

Sufrir injustamente es parte de la obediencia

No olvide que cuando Pedro hace estas declaraciones realmente está recordándonos cuál es la naturaleza plena de nuestro llamamiento en Jesucristo. Por supuesto que no es la parte que nos gusta recordar. Preferimos recordar que hemos sido llamados para ser salvos, sanados, liberados, bautizados con poder, bendecidos, prosperados y protegidos, es decir, para participar de las riquezas de nuestra herencia en Cristo.

Y así es. Todo eso es verdad; pero no es toda la verdad. Pedro dice que fuimos llamados para sufrir como Cristo sufrió, y como discípulos Suyos a no defendernos porque El no lo hizo; no debemos fustigar a las autoridades injustas que estuvieren sobre nosotros porque El no lo hizo. Más bien debemos encomendarnos nosotros mismos y nuestra causa a Dios que juzga con justicia, porque así lo hizo Jesús. Nuestra tendencia de tomar los asuntos en nuestras manos cuando las cosas no se acomodan a nuestra preferencia; de sometemos a la autoridad únicamente cuando estamos de acuerdo con ella (que no es sujeción alguna) es en verdad una indicación de la poca fe que tenemos en Dios. Actuamos como si Dios no supiera o no le importara lo que estamos sufriendo. Rehusamos reconocer que Sus propósitos se están realizando en nosotros cuando somos puestos en situaciones cuando «por causa de la conciencia hacia Dios» debemos de «sufrir penalidades injustamente.»

La medida de nuestra sujeción a Dios no se expresa cuando nos sometemos a la autoridad justa, sino cuando lo hacemos con la autoridad injusta.

Si seguimos insistiendo en juzgar por nosotros mismos cuáles autoridades son buenas y cuáles son malas; cuáles obedeceremos y cuáles no, nos haremos partícipes del pecado original de Adán y Eva, que abandonaron su responsabilidad primordial de obedecer a Dios y adoptaron el sistema rebelde de Satanás de juzgar según el conocimiento del bien y el mal.

Sin darnos cuenta, estamos cayendo en la trampa de un espíritu rebelde y sin ley que está acabando con nuestro mundo. Cuando Jesús describió los últimos días dijo que esta era la suerte que esperaba a muchos cristianos.

Y debido al aumento de la iniquidad (rebelión, sin ley), el amor de muchos se enfriará (Mateo 24: 12).

Muchos cristianos perderán su amor para Dios por haberse dejado envolver en un espíritu de rebelión; No es extraño que Satanás continuamente nos empuja a rebelarnos contra la autoridad; el resultado sirve a sus propósitos con mayor efectividad que las formas más obvias del pecado.

Dios está persistentemente llamándonos la atención a este principio de obediencia a la autoridad porque nos hemos ido muy lejos en la dirección contraria. Derek Prince dice que «la mayoría de los cristianos son como rapaces ingobernables.» La Palabra de Dios revela los diferentes niveles de autoridad a los que debemos someternos y nos muestra que no importa la manera en que le hemos conocido, todavía nos resta conocerle como la Fuente de toda autoridad. Una vez que veamos esta verdad y nos rindamos a ella, tendremos muy poca dificultad en ceder a la autoridad dondequiera que la encontremos.

Se necesita la gracia de Dios para someterse a la autoridad

Recibir una revelación de la naturaleza de la autoridad sería terrible si no fuera por una cosa: Dios nunca nos revela Su voluntad sin darnos la gracia necesaria para aceptarla y cumplirla. La sujeción a la autoridad secular es imposible en el esfuerzo del hombre natural. Pero por gracia «todo es posible,» Si bien el éxito total aún parece lejos de alcanzarse, podemos dar gracias a Dios que El no nos ha llamado a tener éxito, sino a ser fiel. Sobre esta base sugerimos tres pasos prácticos hacia una sujeción completa a la autoridad secular.

(1) Cultive la conciencia mental de que todas las autoridades seculares son constituidas por Dios. Están allí porque allí las quiere El. Están allí para nuestro bien. Los cristianos deberían conocer y creer en algunas escrituras básicas sobre autoridad (tales como Romanos 13:1 y I Pedro 2:13-14) tan bien y con tanta seguridad como Juan 3:16.

Piense que las autoridades seculares «son ministros de Dios.» El presidente, los diputados, gobernadores, legisladores, alcaldes, policías, recaudadores de impuestos y maestros de escuelas, todos son ministros de Dios. No porque sean honrados y competentes, sino porque la autoridad con la que están investidos es de Dios. Su autoridad los hace a ellos ministros.

Reconozca toda ley y regla publicada como representando la autoridad de Dios. Letreros y reglamentos como:

«Límite de Velocidad 80 KPH,» «No Se Estacione,» «Ceda la Vía.» «Prohibido Caminar sobre el Césped» «Prohibida la Entrada.» «No Escriba en este Espacio.»

(2) Reconozca que tanto la sujeción como la rebelión son esencialmente actitudes más que hechos. No se concentre primeramente en la conducta externa. Es posible «obedecer» mucho con los dientes apretados y con un corazón rebelde. Es preferible creer a Dios para que cambie su actitud rebelde por una de sumisión. Una vez que las actitudes del corazón experimenten una transformación, muchas de las restricciones externas que nos imponen las autoridades ya no nos parecerán tan formidables.

(3) Confíe en Dios para que El cambie a esas autoridades que no son justas. Hay muchos gobernantes, oficiales, administraciones, leyes, reglas, ordenanzas y restricciones injustas en nuestros países. Y Dios conoce cada uno de ellos. Existen por Su permiso para cumplir Su propósito. Cuando ese propósito se haya cumplido, pueden ser y serán quitadas.

Esto no significa que no hemos de esforzarnos para mejorar el bienestar social y la justicia. Hay muchas actividades legítimas para los cristianos siempre y cuando se hagan con un espíritu sumiso por medio de los recursos legales que han sido provistos.

No obstante, la contribución más significativa que cualquier cristiano puede hacer en pro de la justicia es asegurarse en su propio corazón que no es un rebelde.

Cuando aprendamos a someternos y a obedecer tendremos el privilegio de orar para que Dios cambie y ajuste a las autoridades sobre nosotros. «EL. quita reyes, y pone reyes» (Daniel 2:21). Nuestra responsabilidad como cristianos es vivir quieta y obedientemente bajo cualquier autoridad secular que esté sobre nosotros, mientras estemos confiando en Dios para que cumpla Su propósito en nosotros.

El Señor elogia a aquellos que saben que están bajo autoridad

Para recibir la alabanza y el encomio del Señor, necesitamos aprender lo que es estar sujeto a la autoridad. El capítulo 7 de Lucas nos dice de un hombre que vino a Jesús pidiendo ayuda. Era un hombre que estaba en medio -del sistema autoritario más rígido y brutal de su tiempo – el ejército romano. En ese sistema había aprendido bien el principio de autoridad. Y el acondicionamiento de ese sistema lo había capacitado para ejercer una fe más grande que la de cualquier hombre en Israel. Cuando el buscó a Jesús para que sanara a su siervo, Jesús se ofreció para ir a su casa a ministrarle, pero el centurión le dijo que eso no era necesario.

Pues en verdad yo soy hombre bajo autoridad, y tengo soldados a mis órdenes y digo a uno: «¡ve!» y va; y a otro; «¡Ven!» y viene ; y a mi siervo: «¡Haz esto!» y lo hace (Lucas 7:8).

El centurión estaba bajo autoridad y por eso pudo reconocer que Jesús tenía autoridad. Por eso podía decir con confianza: «Tan sólo di la palabra y mi siervo será sanado.»

El sorprendente comentario de Jesús a los que lo seguían fue: «Os digo que ni aún en Israel he hallado tan grande fe.»

La sumisión del centurión a la autoridad no era incidental a su gran fe; era el centro de ella. ¿Habrá de sorprendernos entonces que el Señor intente llevarnos a cada uno de nosotros al punto donde podamos decir con toda sinceridad: «Yo también soy un hombre bajo autoridad?» Esto no se cumplirá sino hasta que aprendamos a vivir en la sumisión correcta a la autoridad secular.

Vino Nuevo Vol 2 #3