Un diálogo entre un esposo y una esposa sobre los problemas encontrados en la edificación de un hogar cristiano.

Dick Key (que tiene ascendencia en la Iglesia Cristiana), recibió su educación formal en la universidad de Pacific Christian, en Long Beach, California en el Seminario Bíblico de Cincinnati, Ohio. Su ordenación fue en el Centro Cristiano de Melody Land,California. En 1967 Dios lo llamó para que iniciara un ministerio entre los «hippies» en el distrito de Haight-Asbury en San Francisco. Allí conoció y se casó con Lydia, de Nueva Inglaterra, quien había conocido a Cristo en la Comunidad de L’Abri de Francis Schaeffer en Suiza. La Casa Clayton en San Francisco, se disolvió en Junio de 1971 y en Agosto de ese mismo año, Dick, Lydia y sus tres niños se mudaron a Fort Lauderdale, Florida. En Febrero de 1972 se hizo cargo de la administración de Christian Growth Ministries y unos meses más tarde tomó el puesto de editor de New Wine.

¡El punto más critico de toda mi vida probablemente fue cuando se disolvió mi ministerio en la casa comuna del distrito de Haight-Asbury en San Francisco! Ver desaparecer de repente cuatro años y todas las personas a quienes me había entregado fue una experiencia emocionalmente devastadora. En lugar de ser resuelto y confiado, comencé a cuestionar todo en mi vida – inclusive el llamamiento de Dios. Encima de todo esto, al oír que mi esposa me dejaba cuando yo más la necesitaba, era casi más de lo que podía sobrellevar. Jamás me hubiera podido convencer entonces, pero este habría de ser el punto decisivo en nuestro matrimonio.

PROBLEMAS DE COMUNICACION

DICK: Nuestro matrimonio comenzó de una manera poco tradicional en que nos casamos tres semanas después de conocernos. En ese tiempo era pastor de una comuna que se llamaba Casa Clayton. Dios me había enviado allí en 1967 para compartir a Cristo con los «hippies». Teníamos de 35 a 50 jóvenes viviendo en la Casa y el ministerio y las consultas absorvían todo mi tiempo. La verdad es que estaba tan metido en el ministerio que a veces Lydia, (mi esposa) tenía que hacer cita para verme. Teníamos tan poca comunicación que no había oportunidad para que se desarrollara una relación verdadera. ¡Todo lo que sabía es que no pensábamos igual!

Cuando nos casamos, yo estaba encargado de hacer la comida para toda la Casa. Lydia hacía intentos para ayudarme en la cocina, pero la experiencia era frustrante para ambos. Cuando buscaba algún utensilio no lo podía encontrar porque ella lo había puesto en otro lugar. A veces endulzaba la bebida, pero ella ya lo había hecho y se echaba todo a perder. Este tipo de frustración tipificaba nuestros esfuerzos de trabajar juntos.

El no saber comunicarnos uno con el otro, afectó toda nuestra relación. Nuestras personalidades eran tan diferentes – yo decía impulsivamente lo que sentía mientras que ella se guardaba todo adentro. Recuerdo que nos acostábamos de noche sabiendo que algo andaba mal entre nosotros; yo le pedía a ella que se expresara, pero ella permanecía allí en silencio, sin decir nada. No podía entender cuál era su dificultad.

LYDIA: Yo me casé por algunos motivos más bien egoístas. Recientemente había terminado mi entrenamiento en Europa para comenzar el ministerio de introducir, clandestinamente, Biblias en Rusia cuando fui a dar a la Casa Clayton. (Para mí, el

ministerio, esto de ser una heroína evangelista, era la cosa más importante de mi vida).

Poco tiempo después de llegar a la Casa, recibí el bautismo en el Espíritu Santo y Dios comenzó a abrirme los ojos con respecto a lo egoísta que eran las metas de mi vida. Cuando conocí a Dick, estaba asustada de muerte con el prospecto de lo que me podría pasar en Rusia y quería que alguien me protegiera.

Vi en Dick el medio para llevar a cabo mis deseos. Sus convicciones políticas y su experiencia en el mover de Dios era la ayuda que necesitaba para que mis visiones se cumplieran. Nunca me molesté en averiguar lo que se esperaba de mí en el matrimonio. Lo único que vi fueron los beneficios – amor y seguridad – que mi esposo podía darme.

No tenía mucho tiempo de casada cuando empecé a desilusionarme. El atractivo de vivir en Haight-Asbury fue desapareciendo. Las horas que Dick pasaba con los que estaban cerca de él – sus secretarias y los jóvenes en la comuna – se convirtieron en una llaga de celos que supuraba continuamente. Muy pronto me encontré odiando la Casa y a todos los que vivían allí. Me volví sospechosa de sus acciones y de sus motivos. Lo criticaba continuamente, excluyendo de mi mente las cualidades admirables que habían hecho enamorarme de él inicialmente.

Lo peor era no poderle decir a nadie – y especialmente a mi esposo – lo que sentía. Este sentimiento fue creciendo y creciendo dentro de mí hasta que llegué a considerarme como una prisionera, cautivada por un tiranillo que no tenía ningún otro interés que sí mismo. Yo estaba segura que para lo único que me quería era para acostarse conmigo. Muchas veces oré para que se terminara su ministerio. ¡Quería hacer mis maletas y correr a casa de mamá!

LOS DOLORES DE PARTO DE LA SUMISION

DICK: En esos días cuando nos casamos, yo había llevado la sumisión, en mi ministerio en particular, a un énfasis exagerado. Celoso de servir a Dios y de tener un hogar conforme a Su deseo, tomé las Escrituras de un solo lado. Yo tenía ciertos conceptos y convicciones sobre el matrimonio y Lydia sufrió por ellos. Aunque no lo hubiera admitido entonces, yo pensaba que una esposa era para beneficio de su esposo – para servirle, amarlo, manejar su casa, tener sus hijos y someterse en todas las cosas. Las mujeres hacían, las cosas propias de ellas y los hombres se ocupaban de «las cosas de Dios».

Como soy una persona fuerte y muy organizada, solía ver a mi esposa y sus esfuerzos de guardar su relación conmigo como algo tonto. Creía que la mayoría de sus ideas no tenían sentido y que sus conclusiones y opiniones eran absurdas. Tenía la costumbre de interrumpirla cuando intentaba expresarse o compartir alguna idea opuesta a la mía.

Poco tiempo antes de nacer nuestro segundo hijo, nuestra primera niña, Elizabeth, se enfermó gravemente. El doctor diagnosticó neumonía y recetó varios medicamentos. Como pasaban los días y no respondía al tratamiento, se hizo obvio que Dios estaba tratando con nosotros en la situación esperando que confiáramos en El para la sanidad de la niña.

Durante la enfermedad, Lydia se había dedicado a cuidar a Elizabeth casi continuamente y comencé a notar en ella los efectos de permanecer en casa por tanto tiempo. En esos días estaba teniendo reuniones evangelísticas en un pueblo vecino y una tarde sentí una fuerte impresión del Señor de que Lydia debía salir de la Casa por algún tiempo. Cuando se lo mencioné no estaba preparado para oír su reacción:

«No quiero ir».

«Bueno. yo siento realmente que debes ir. Necesitas salir de la casa y yo creo que Dios sanará a Elizabeth». «¡Dios la puede sanar aquí igual que en esa reunión!»

«Pero Dios la puede sanar en la reunión también», dije yo.

«No me importa. Yo no voy y no voy a sacar a mi hija de esta casa».

Aunque ella estaba bastante agitada. una calma en mi espíritu me permitió permanecer firme en lo que sentía que Dios me había dicho sin enojarme ni volverme belicoso. Entonces volví a insistir: «Irás a esa reunión».

«Sólo por encima de mi cuerpo muerto, saldrá esta criatura de esta casa», dijo ella.

Me di cuenta que su amenaza era su última palabra y que no había nada más que yo pudiera hacer. Olvidando que la Escritura ordena a los esposos a amar a su esposa, apreciarlas, alentarlas y ayudarlas – aún en medio de sus diferencias y aún cuando ellas no deseen recibir la dirección de su esposo – yo me retiré a mi oficina y allí pasé los siguientes dos días con sus noches.

LYDIA: Todo lo que yo podía ver era que Dick estaba amenazando mi vida y peor que eso la vida de mi hija. Ya había tolerado bastante, pero en eso estaba dispuesta a no ceder ni un centímetro. Sin embargo, no estaba preparada para lo que sucedió después.

Esa noche sentí como si todas las fuerzas del infierno se habían desatado en contra mía. La presencia de Dios que me había sostenido a través de mi vida se había levantado y me sentía totalmente perdida, sola y sin Dios. Para complicar las cosas, Elizabeth empeoró. Cuando Dick se mantuvo firme sin discutir y sin alterarse, él había «dejado el camino libre» para que Dios tratara conmigo a como El quisiera. ¡El desagrado de un esposo no se puede comparar con el de Dios cuando el esposo se hace a un lado! Dios me abrió los ojos después de dos terribles días en los que volví en si. Dios me enseñó que Dick era mi esposo y bien o mal, El esperaba que yo le obedeciera y le honrara – aunque me costara la vida y la de mi hija. Mi problema estaba bien claro – era rebelión en contra de mi esposo.

Con cierta renuencia fui a él y confesé. El peso de cien vidas me fue quitado y la presencia de Dios volvió a mi vida. Dios honró mi obediencia y desde ese momento Elizabeth comenzó a mejorar. En unos pocos días estaba completamente sana. Aunque estaba muy lejos de ver la totalidad de la operación de Dios, al menos me estaba dando cuenta de que no todo lo que estaba sucediendo en mi vida era por culpa de Dick, sino que Dios podría tener algo que hacer en mi también.

Aunque habíamos aprendido mucho en el incidente con Elizabeth, todavía estábamos muy lejos de donde Dios nos quería llevar. Mis frustraciones con Dick y la Casa Clayton continuaron y yo busqué alivio en el consejo de una mujer mayor que estaba viviendo en la Casa. Muy adentro presentí que eso no estaba bien, pero no sabía qué otro camino seguir.

Si bien las dificultades personales habían aumentado, otro tipo de problemas comenzó a desarrollarse en el ministerio de la Casa Clayton y la única solución parecía ser la disolución de la comuna. Yo recuerdo vívidamente la noche en que todo terminó. Otra mujer, en quien había confiado también, mal interpretó mis intenciones cuando hablé con ella y creyó que yo quería dejar a Dick. Pronto el equívoco llegó a oídos de Dick que yo lo iba a dejar.

Por supuesto, Dick se sintió abrumado de que ahora, en el punto más critico de su vida, hasta su esposa se había vuelto en contra suya. Yo le rogué que confiara en mí, que confiara sólo esta vez. El me dijo que lo sentía pero que no podía hacerlo. Estábamos en un callejón sin salida. No puedo explicar exactamente lo que sucedió, pero Dios soberanamente vino a nuestro rescate y de alguna manera como que tropezamos con una segunda oportunidad.

LA «RELACION DE AMOR» DE LA SUMISION

DICK: Después de cuatro años de intensa vida de comunidad sin privacidad familiar, Lydia y yo éramos todavía extraños – estábamos solos con nuestras tres niñas después de dejar la Casa Clayton. Fue durante este periodo que Dios comenzó a remover las escamas de mis ojos y a mostrarme la relación matrimonial en una luz completamente nueva. Mi compañera me había sido dada por Dios para ayudarme a que me viera a mi mismo como yo era en realidad. Muchas veces ella había intentado ayudarme pero yo la había rechazado. Ahora comprendo que si yo la hubiera aceptado a ella como el instrumento que Dios había escogido para hablarme, hubiéramos tenido menos dolor y la disciplina de Dios no hubiera sido tan severa.

Empezamos a darnos cuenta que éramos «una carne» – eso significaba que estamos en el mismo equipo – del mismo lado. Vi que mi esposa no era una «cosa» – un objeto para que hiciera lo que yo quisiera; sino más bien, una persona que tenía habilidades y dones que le habían sido dados por Dios y que necesitaban florecer y ser ejercitados.

LYDIA: La sumisión se ha convertido en una palabra sucia entre las mujeres cristianas de hoy. Se ha enfatizado como un fin en sí mismo sin ver que sólo es una parte de nuestro crecimiento y que hay pasos que conducen hasta allí y pasos que van más allá. Un día vi que yo había estado luchando para someterme a base de fuerza de voluntad sin ‘hacer lo que la Escritura dice que hagamos primero. Efesios 5:22 y Colosenses 3:18 nos dan el mandamiento de estar sujetas a nuestro esposo, pero los versos anteriores dicen cómo preparar nuestros corazones para una actitud de sumisión. Estos versos nos dicen que (1) seamos llenos del Espíritu; (2) alabemos y (3) demos gracias por todo. ¡ Yo había estado ignorando los primeros tres pasos!

Cuando me di cuenta que Dick era el representante de Dios para mí, empecé a tener la misma actitud hacia mi esposo que tenía hacia el Señor. Empecé a felicitarlo. Al principio estaba tan esclavizada por mi actitud negativa que no podía ver mucho de lo positivo. Sin embargo, a medida que le daba reconocimiento por las cosas buenas, aunque fueran pequeñas, las cualidades maravillosas que él tenía empezaron a enfocarse de nuevo.

Comencé a darle gracias … por su trabajo de todos los días para proveer alimento en nuestra mesa, por su corazón entregado a Dios, por el cuidado que mostraba conmigo y todas las cosas que yo había visto como sus «deberes». ¡Cómo «cambió» Dick y se «convirtió» en el esposo más maravilloso, amante y considerado del mundo! Sinceramente, yo siento que no hay nadie como él. Cuando comencé a verlo así, la sumisión vino naturalmente.

Dios usó la sumisión para mostrarme que yo no era el gigante espiritual que me consideraba ser. Había medido mi madurez espiritual según mis revelaciones, ejercicios espirituales, manifestaciones de los dones del Espíritu, etc. La verdadera madurez, Dios me mostró, es una condición del corazón. A través de mi esposo me di cuenta que era irritable, egoísta, dada a criticar ya sospechar, a veces vengativa y una multitud de otras cosas negativas que derribaron la imagen que yo tenía de una gran mujer de Dios. No sabía cómo amar a mi esposo o ser una esposa y madre piadosa. Supongo que este es el aspecto negativo de la sumisión. Dios tenía que llevarme a un quebrantamiento en el cual me sintiera miserable conmigo misma. Hubo veces en las que sentía que estaba perdiendo mi identidad tanto como mi sano juicio.

Ahora entiendo lo que es entregar mi vida. ¡Si yo habría de ser alguien alguna vez, Dick tendría que lograrlo en mí – de seguro que yo no lo podía hacer sola! En un acto de sujeción, le dije: «Haz de mí lo que tú quieras» De repente me di cuenta del significado de la Escritura que dice: » la mujer es la gloria del hombre» y» el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre» (1 Corintios 11:7,8).

Ahora tenía una verdadera manera de amar a mi esposo; podía corresponder a su iniciativa de convertirme en lo que él deseaba de mí como esposa. Qué semejante era esto con la figura de Cristo y el creyente cuando El dijo: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Juan 14:15). Esto ha traído una paz y una seguridad en mi relación con el Señor Jesucristo y con mi esposo, que nunca soñé fuera posible. Desde entonces les he dicho a muchas personas: ¡Una vez que se prueba la sumisi6n verdadera, ya no se quiere otra cosa!»

DICK: La mayor parte de los tratos de Dios en nuestras vidas han sido para que logremos comunicarnos y amarnos. Cada vez que tenemos una «situación» (así llamamos a los momentos decisivos) sabemos que Dios nos está indicando que algo en uno o en ambos necesita ajustarse. Cuando entramos en una «situación» nos empeñamos en llegar a la solución del problema, hasta un «punto» donde podamos abrazarnos con toda libertad. Hemos tenido tantas «situaciones» que a veces nos referimos jocosa­ mente a algún incidente como «¡Situación número 4869!»

Cuando nació nuestro hijo, Ricky, Dios nos dio una lección tremenda en sumisión y comunicación. Lydia, con un deseo de tener la experiencia más grata en su maternidad, había planeado amamantar al bebé. Al discutirlo, sin embargo, llegamos a la conclusión que era mejor que no lo hiciera, ya que en ese tiempo estábamos llevando un ritmo de vida muy activo y necesitábamos a toda costa estar juntos el mayor tiempo posible. Amamantar al bebé no era el caso verdadero, sino nuestra necesidad de estar juntos.

La noche que nació Ricky, ella me comunicó que estaba pasando por un momento difícil porque no podría amamantar al bebé. Me confrontaba con un dilema: Yo la amaba tanto que deseaba que ella pudiera hacer lo que quería; sin embargo, estaba firmemente convencido que ella no debería hacerlo. Cuando meditaba sobre esto, me vino el pensamiento de Jesús postrado en el Huerto de Getsemaní y diciendo: «Si es posible, que pase de mí esta copa, pero no se haga mí voluntad, sino la tuya». De repente me di cuenta que en la sumisión verdadera hay libertad de expresar exactamente cómo se siente uno. Yo siempre pensé que le era muy fácil a Lydia sujetarse porque ella nunca expresaba lo que sentía dentro con respecto al asunto en cuestión. Esto está diametralmente opuesto a la sumisión expresada en la relación de amor entre Jesús y Su Padre. Muchas veces he catalogado como «rebelión» el deseo de expresión simplemente porque no lo entendía.

UNA CABEZA CREATIVA

DICK: Cuando nuestra comunicación se hizo más profunda y mi sensibilidad por las necesidades de Lydia crecieron, el Señor me mostró que mi esposa era como un jardín y yo el jardinero. Mi responsabilidad era mayor que «poner raya a sus excesos». Yo tenía que sembrar las semillas, arar la tierra, regar las plantas y evitar que creciera la cizaña. Cuando miraba mi jardín, entendí que si no me gustaba lo que veía – ¡la culpa era mía!

Cuando la mala hierba de la crítica, el malhumor, la irritabilidad y la falta de entusiasmo crecían, era una indicación de mi propia negligencia en los deberes que Dios me había dado. Se cosecha lo que se siembra.

Yo había plantado la crítica. Si ella me servía una magnífica cena yo encontraba cualquier cosita que no estaba totalmente de mi agrado para criticarla y nunca la felicitaba por el resto de la comida ni le agradecía todo el esfuerzo que ella había puesto en su preparación. No es de extrañar que lo que cosechaba era irritabilidad y desaliento.

Había sembrado la negligencia. Si el trabajo en casa era muy pesado o si los niños no se portaban bien, ella era la culpable. Si el fregadero goteaba o se quemaba alguna luz, yo los dejaba sin atención en vez de repararlos, forzándola a que se acomodara a las condiciones. El fruto era el malhumor y la critica. Mi esposa no fue creada para llevar las cargas emocionales que habían sido forzadas sobre ella y a menos que metiera el hombro en las responsabilidades ella se hundirla.

Me llevó mucho tiempo comprender la necesidad de sembrar las semillas del aliento, el elogio y el amor. Ahora cuando se viste bien yo le digo lo hermosa que se ve. Cuando hace algo que a mí me gusta o cuando se supera en alguna cosa, yo la felicito y le digo que ella es en verdad una esposa admirable.

La palabra que ha sido clave para aprender a amar a mi esposa como Cristo amó a la Iglesia es sensibilidad. Mi esposa no siempre sabe por qué está pasando por las luchas, pero yo he aprendido que si escucho cuidadosamente el clamor de su corazón que Dios me ayudará a amarla y a permitir que ella llegue a ser por Su creación, una mujer que refleje Su deseo y el mío.

Por supuesto que todavía se presentan situaciones en las que debo ejercer firmeza, pero a medida que progresamos en nuestro conocimiento juntos y yo me vuelvo más sensitivo a sus necesidades, estas suceden con menos frecuencia.

Ahora que hemos entendido cuál es mi función y Lydia ha correspondido de su parte, ya no altercamos como solíamos. Cuando se presenta un problema lo examinamos y tratamos de llegar a la raíz. Es mucho más fácil para ella decirme abiertamente lo que siente cuando sabe que con toda sinceridad estoy tratando de ayudar.

EFECTOS EN NUESTROS HIJOS DE UNA RELACION DEBIDA

LYDIA: Con el cambio que Dios ha operado en nosotros, la obra hecha en nuestros hijos ha sido sencillamente asombrosa. Antes, cuando la relación entre Dick y yo no andaba bien, actuaba de una manera tan posesiva y sobreprotectora con mis hijos, que esto les causaba frustración y rebelión. Demandaba de ellos el amor y el afecto que debía venir de mi esposo. Cuando comencé a concentrar mi atención en agradar a Dick y nuestro amor comenzó a fluir, los niños se volvieron menos exigentes, más apacibles y satisfechos.

Un sábado por la mañana, poco después del nacimiento de Ricky, Dick y yo estábamos descansando en casa, sentados c6modamente, muy juntos, saboreando nuestro recién encontrado amor, cuando entró Elizabeth, nuestra niña de tres años. En vez de demandar nuestra atención como solía hacerlo, ahora se quedó allí mirándonos. Después de un rato de contemplación, evidentemente se sintió satisfecha de que todo marchaba bien en el mundo y se fue. Una nueva seguridad que no había experimentado antes había comenzado a entrar en su vida.

DICK: Dios me ha estado hablando en cuando a mi relación con mis hijos (de uno a cinco años de edad) ¡en su propio nivel! Yo había estado esperando que mis hijos crecieran para poderlos disfrutar, pero ahora Dios demandaba que yo «descendiera» para ser un padre para ellos. Fue muy difícil aprender a jugar con ellos cuando yo sentía que tenía cosas más «espirituales» que hacer; o a escuchar sus historias del perrito que volcó el tarro de la basura del vecino. Poco a poco, sin embargo, me empezó a fascinar el intrincado mundo de la mente de un niño y comencé a ver la manera en que mis hijos miraban a la vida … cuáles eran sus problemas … y cuánta riqueza tenían en verdad.

En este acercamiento a mis hijos me di cuenta de que yo había sido su maestro, no tanto por lo que les había dicho, sino por lo que había hecho. Los regañaba por el desorden en sus cuartos; sin embargo, yo dejaba mi ropa y mis herramientas por todas partes. Me disgustaba con ellos porque no venían a mí con apertura para decirme lo que sentían y lo que pensaban; pero mi esposa y yo pasábamos días enteros sin decirnos lo que teníamos adentro. No era de extrañar que mis hijos pelearan, tuviesen problemas, rehusaran compartir y se hicieran la vida imposible.

Cuando los niños palparon la relación que tenían con su padre y cobraron confianza y seguridad en mi amor, empezaron a ocurrir algunos cambios maravillosos que habíamos deseado y por lo que habíamos orado por mucho tiempo. Peleaban menos, expresaban su amor uno al otro, ya no eran tan lloricones y en general parecían estar más seguros y satisfechos.

Todo lo que Dios ha hecho en nuestra familia se evidenció recientemente una noche cuando teníamos invitados en casa. Estábamos en la sala compartiendo con nuestros amigos cuando de repente sentí una pequeña mano frotándome la espalda. ¡Era mi hija menor dándome un masaje! Poco después se le unió la segunda hija. Unos minutos después la menor fue al dormitorio y trajo una frazada y una almohada para la mayor (quien no se sentía bien) para que estuviese más cómoda – ¡una rara expresión de amor e interés de nuestra hija de tres años! Mi corazón rebosa de alegría cuando veo que mis hijos se aman y se sirven uno al otro.

¡Qué importante es para toda la familia que Dios nos haga una sola carne!

V.N.- Vol 1# 7 -1976