Autor Bob Munford

El deseo de Dios.

Hay mucha gente que conoce a Dios, pero ¿cuántos de ellos se deleitan realmente en El. Tal vez la idea de deleitarse en Dios lo tome de sorpresa. El Catecismo de Westminster lo declara de esta manera: PREGUNTA: ¿Cuál es el objeto principal del hombre? RESPUESTA: El objeto principal del hombre es conocer a Dios y deleitarse en El para siempre.

La mayoría de los cristianos vienen a Dios con la idea de que están en una prueba de resistencia. Su petición es: «Por favor oren para que resista hasta el fin!» ¡Qué perversión de la intención de Dios cuando creó al hombre! ¿Qué placer posible podría recibir Dios viendo a Sus criaturas «soportando» hasta que El les dé algo que puedan disfrutar?

Uno de los medios que Dios ha provisto para que nos deleitemos y tengamos contentamiento es la adoración. El nos hizo para que pudiéramos cumplir nuestro deseo y el Suyo. La nueva naturaleza que recibimos cuando nacemos de nuevo está estructurada para este mismo propósito. Nuestra responsabilidad es cooperar con El en el desarrollo y madurez de esa nueva vida.

Cuando yo me di cuenta que era posible ser un deleite para Dios, nació dentro de mí el deseo de ser un «agradador» de Dios en todas las áreas de mi vida. Descubrí también que Jesús era un agradador de Su Padre. Por eso podía decir: «Mi Padre está siempre conmigo, porque siempre hago lo que le agrada.» (Juan 8:29). Jesús sabía lo que era del agrado de Su Padre.

En el área de las relaciones humanas, cuando llegamos a conocer a una persona, a menudo descubrimos que tenemos intereses mutuos y se desarrolla un ambiente desahogado entre los dos, una confianza y eventualmente una unidad que produce deleite para ambos.

Una vez que descubrimos que nuestra adoración le produce placer a Dios y llegarnos a conocerle en una relación más íntima, nos encontramos diciéndole: «Dios, no sólo quiero adorarte de vez en cuando; quiero ser un adorador en verdad.» Cuando Dios oye nuestra petición, inmediatamente comienza a obrar en nosotros para cumplir nuestro deseo.

La adoración se aprende 

Todos necesitan aprender como adorar a Dios. El deseo de adorar algo o a alguien fuera de nosotros pudiera ser una tendencia natural en el hombre; pero se necesita aprender cómo ofrecer adoración aceptable y experimentar las satisfacciones inherentes en el acto. Ciertamente, las diferentes personalidades encuentran diferentes expresiones de adoración, pero todos deben venir a la presencia de Dios de la manera prescrita.

La adoración es un suceso. ‘Es una experiencia subjetiva. Hablamos de tener «servicios de adoración» – que generalmente incluyen el canto, la alabanza, la lectura de la Palabra de Dios, etc. Todas estas cosas nos llevan a adorar, pero la adoración es más que estas expresiones. Algo necesita ocurrir en nuestro espíritu. Sabemos cuándo entramos en la presencia de Dios. En un intento de ayudamos a entender nuestras reacciones personales, presentamos las siguientes dos figuras:

Nº 1 – es usted … el adorador. Nº 2 – es usted también … el hombre interior quien controla las actitudes, deseos e impulsos del Nº 1.

Supóngase que está en una reunión y se les pide a todos que se pongan de pie para adorar al Señor en el canto. Ud. (Nº 1) se levanta para la ocasión, toma su himnario y canta todas las estrofas de «Amor, Sublime Amor» y sin embargo, es posible que ni un átomo de adoración haya sucedido. Su hombre interior (nº 2) está con los dientes apretados diciendo: «: No tengo ganas de adorar! Dios no ha sido muy bueno conmigo … No dormí bien anoche … Francisco nunca me pagó los cincuenta pesos que me debe … » El hombre Nº 1 continúa cantando y hasta levantando las manos en alabanza. No obstante, el hombre Nº2 permanece agobiado … deprimido o en rebelión.

La adoración para el Nº 1 a menudo es sólo un hábito externo. Palmear las manos o levantarlas en alto bien pudiera ser sólo calistenia espiritual o emulación de lo que están haciendo los demás. La adoración siempre involucra al Nº 2. La adoración es una respuesta personal al estímulo del Espíritu de Dios.

La adoración verdadera no sucede automáticamente con la participación colectiva: aunque Dios puede usar una atmósfera de adoración para calentar al Nº 2 y romper las barreras que interfieren con la libertad de espíritu que se debe experimentar para entrar en la presencia de Dios.

El canto se presta para alabar. Ofrece una expresión para nuestras emociones. La alabanza a su vez, nos conduce a la adoración. Sin embargo hay ocasiones en que estoy alabando al Señor y no me siento como para adorar. Sé que la alabanza es un mandamiento de Dios, por eso lo hago. También sé que la adoración es una respuesta que no puede ser ordenada. Tiene que ser voluntaria para que sea aceptable. Las acciones pueden ser controladas por fuerzas externas, pero las actitudes están bajo el control de la sensibilidad interna, del hombre Nº 2.

El rey David, era conocido como «un varón conforme al corazón de Dios.» Su habilidad para alabar y adorar era un arte desarrollado. Comenzó en el campo mientras cuidaba sus ovejas. Allí pudo palpar la bondad y la grandeza de su Dios. Esto lo mantuvo firme en medio de muchas dificultades en la corte del rey Saúl, en el campo de batalla, cuando fue nombrado rey de Israel y cuando cayó en el pecado y se dio cuenta de su necesidad de ser limpiado. Todo ello dio ocasión para buscar una entrada a la presencia de Dios.

En el Salmo 42:5, David dice: «¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?» Conversaba con su hombre interior (Nº 2), usando ese mecanismo maravilloso que Dios ha puesto dentro de cada uno de nosotros, por medio del cual, el cuerpo, el alma y el espíritu se pueden comunicar entre sí y ejercer influencia uno con el otro. Su espíritu no se sentía como para adorar – estaba bajo el control del alma, pero en el versículo 11 concluye diciendo: » … aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.»

Dios no diseñó la vida cristiana para que fuese vivida bajo el dominio del alma, donde las emociones, el intelecto y la doblez de ánimo gobiernan. El desea que desarrollemos la disciplina que nos permita vivir en una actitud de comunión constante con El. Si es posible entablar esta relación. entonces ¿por qué es que no la disfrutamos con mayor consistencia? Porque hay estorbos en el camino que tienen que ser removidos. Hay hábitos y actitudes que tienen que ser cultivados. Dios ha establecido ciertas reglas y ordenanzas que tienen que cumplirse antes de que podamos convertirnos en adoradores.

Algunos estorbos en la adoración  

Podemos aprender algunas lecciones del Antiguo Testamento. Lea Ezequiel 44 :4-16, donde Dios conversa con el profeta con respecto a las condiciones del Templo, la casa que Dios había designado para la adoración.

Note dos cosas en el versículo 4: (a) Dios honró el templo con Su presencia. Llenó la casa. (b) Ezequiel experimenta la verdadera adoración. El ve la gloria de Dios y se postra delante de El. Note la acción del hombre Nº 1 y del Nº 2.

Es evidente en los versículos 5 al 9 que existen ciertas instrucciones que deben ser conocidas y obedecidas para adorar. Dios le dijo al profeta: «¡Pon atención!» En nuestra situación moderna pudo hablarle dicho: «Pare, Mire y Oiga!» Dios se interesa por lo que ocurre en Su casa,» nos demos cuenta de ello o no. «Pon atención!» El está consciente de aquellos que «no le conocen» y  ha establecido ciertos requisitos con respecto a la adoración para que sea aceptable.

Iniquidad (en el vs. 10) significa contrario a la ley. Hay un castigo para los que no cumplen con los requisitos de Dios. Los levitas eran la tribu sacerdotal que había sido separada para dirigir al pueblo en la adoración en la casa de1 Señor, pero se habían ido tras ídolos abandonando al Señor y ahora había regresado y estaban oficiando en la casa del Dios de sus padres (vs. 11). ¿Cuántos ídolos habrá en nuestras vidas y todavía venimos a la casa de Dios esperando que El reciba nuestra adoración?

¡Qué interesante! A los sacerdotes rebeldes se les permitía, servir al pueblo. Dios reconoce que es necesario que haya ministerio para las multitudes. El acepta los esfuerzos de aquellos que se entregan a este ministerio – aunque la condición de sus vidas a veces no sea conforme a su ley.

Las palabras mi y mis (vs. 13, 15, 16) denotan la misma presencia de Dios. El no puede aceptar actitudes descuidadas y contrarias a Su ley de parte de aquellos que quieran entrar en Su presencia. A los levitas rebeldes se les permitió el privilegio de «cumplir con el oficio de sacerdote» para el pueblo, ¡pero no para Dios! La diferencia es importante. No hay adoración cuando Dios no está presente.

Para ministrar al pueblo no es necesario que intervenga ningún acto de adoración aunque el ministerio se ejecute dentro del santuario. Únicamente aquéllos que se acercan al Señor y a quienes se les es permitido oficiar con las cosas santas, experimentan la adoración verdadera.

Hay tres principios básicos que podemos aprender de este pasaje.

(1) Dios está consciente de la condición interna de los que vienen a Su casa para adorar. También ve los actos externos de desobediencia.

(2) Tanto la condición externa como la interna son muy importantes para adorar. La desobediencia y el espíritu rebelde son barreras para la adoración. Es inútil todo esfuerzo humano para entrar en la presencia de Dios por «su propio medio.»

(3) Es posible que se le permita a una persona ministrar a las necesidades humanas sin dar adoración a Dios. Sin embargo, sin adoración, el espíritu del hombre pronto se encoge y si continúa en esa condición aún su deseo de adorar se secará.

La adoración –un regalo de Dios  

La adoración fue ordenada por Dios como una línea de comunicación entre El y Sus hijos. El nos creó para Su placer y desea nuestra comunión. Nosotros a la vez podemos conocerle y deleitarnos en Su presencia.

Es lógico entonces que El haga todo lo que está a Su alcance para buscar compañerismo. En Génesis 3: 8-9 lo vemos «llamando» a Adán y a Eva. En Juan 4: 23-24, Jesús dice: «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque el Padre busca tales adoradores. En otra ocasión dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6).

La entrada a la presencia de Dios es por medio de Su Hijo. Dios nos busca para revelarnos el camino a Su presencia. Ese camino es Jesús. Por medio de El se mantiene abierta una línea de comunicación constante.

Podemos ver con gran claridad, en el tabernaculo en el desierto, en el Templo de Jerusalén y en nuestro Señor Jesucristo, el Camino Viviente, que Dios siempre ha provisto y al mismo tiempo protegido, el acceso a Su presencia.

Moisés y los israelitas construyeron el tabernáculo de acuerdo al mandamiento de Dios (Éxodo 25:8,31:18). El propósito era hacer un «santuario» para «habitar en medio de ellos». Allí estaban el arca del testimonio, el propiciatorio, la mesa para el pan de la proposición, las lámparas y las cosas santas. Una tribu de sacerdotes atendía a las evidencias externas del deseo de Dios de comunicarse con Su pueblo. Aquí se encontraba con ellos, les comunicaba Sus deseos y se unían en adoración.

Varios siglos después, el rey Salomón recibió instrucciones específicas para construir el templo de Jerusalén, con el atrio para preparar los sacrificios para la adoración y el lavacro para lavarse. Como en el tabernáculo sólo a los que se habían preparado les era permitido entrar donde estaban las cosas de la manifestación visible de la presencia de Dios, para ofrecerle sacrificios y alabanzas. El lugar santísimo, donde estaba la presencia revelada de Dios, era separado por un gran velo. Una vez al año el sumo sacerdote entraba allí y cuando salía, la gloria de Dios se reflejaba en su rostro, dando evidencia que él era el hombre a quien Dios había escogido para representar al pueblo delante de El.

Mateo 27 relata la última provisión que Dios hizo para encontrarse con Su pueblo. Se trata de la escena de la crucifixión de Su Hijo como sacrificio expiatorio por los pecados de la humanidad. Cuando Jesús clamó por última vez y entregó Su espíritu «sucedió que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo … » (vs. 51).

Una vez que estaba leyendo este pasaje vi muy claramente el velo del templo colgando entre la presencia revelada de Dios y los adoradores. Ví de nuevo el sacrificio de Jesús, entregado para remover el velo. Después de que hube adorado y expresado mi agradecimiento, el Señor me preguntó: «¿Viste cómo se rasgó el velo?» -«Sí, Señor – de arriba abajo». dije emocionado y pensando en el deseo de Dios de abrirme un camino para que entrara a adorarle – porque fue El quien rasgó el velo en dos.

Pero entonces vinieron las siguientes sorprendentes palabras: «No fue sólo para que pudieras entrar en el lugar santísimo, sino también para que Yo pudiera salir. «

¿Cuántos de nosotros nos damos cuenta en verdad que Dios está empeñado en buscar adoradores? Es El quien nos persigue, nos busca y presenta Su reclamo para nuestras vidas. Dios anhela la comunión con Sus criaturas. El ha provisto una entrada para lograrlo y nuestra responsabilidad es responder.

La restauración de la comunión

Consideremos al hombre en su creación desde la perspectiva de lo que es más importante para Dios. Génesis 1 :26 dice:

«Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.» En Juan 4:24 Jesús dice: «Dios es un Espíritu.» De esto deducimos que la imagen y semejanza que el hombre tiene con su Creador es el «espíritu.» Dios formó el cuerpo del hombre del polvo de la tierra para que fuera la residencia del espíritu. Después sopló en ese cuerpo el aliento de vida y el espíritu el cuerpo se convirtieron en un alma viviente. El intelecto, las emociones y el libre albedrío vinieron a enriquecer y a hacer funcionar a la nueva creación que Dios llamó hombre.

Su intención era que el espíritu del hombre controlara al cuerpo y al alma. Esto haría posible la comunión que Dios deseaba. Dios caminaba y hablaba con el hombre en el ambiente que había provisto para su comodidad y bienestar. Y le dio dominio sobre toda la creación.

Entonces, con un acto deliberado de su libre albedrío, el hombre desobedeció el mandamiento de Dios -la única restricción que tenía en el jardín. Comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Automáticamente se cortó la relación entre el Espíritu y el espíritu. El hombre se dio cuenta de su separación y se escondió. Las palabras: «¿Dónde está tú?» le indujeron temor en vez del gozo que le habían producido anteriormente. Porque ahora, por su desobediencia, el intelecto y las emociones controlaban al espíritu; y el cuerpo respondía al impulso del alma y no a la del espíritu.

Las Escrituras revelan los esfuerzos incesantes de Dios de restaurar la línea de comunicación: los pactos con muchas de sus criaturas; los medios temporales para la limpieza del pecado, para restaurar la comunión y el compañerismo a través de la adoración. «En el cumplimiento de los tiempos» un segundo Adán fue engendrado por el Espíritu Santo, Jesús, hombre. En El el Espíritu dominaba de nuevo al cuerpo y al alma. El abrió el camino para que el hombre renovara y mantuviera su relación espiritual con su Creador.

Cuando un individuo acepta a Jesús – el Camino de Dios – Dios vuelve a soplar el aliento de Su Espíritu en el espíritu del hombre. A esta experiencia la llamamos el «nuevo nacimiento». De allí proviene nuestro deseo de conocer y adorar a nuestro Creador; de darle gracias por todo lo que ha hecho por nosotros; de entrar en Su presencia. Este es el propósito de Dios.

Prioridades en el camino  

Volviendo a nuestra ilustración del hombre Nº 1 y Nº 2, la razón por la cual el hombre Nº 2 no. tiene ninguna inclinación para adorar a Dios antes de la conversión, es porque está espiritualmente muerto. Sin embargo, cuando el Nº 2 nace de nuevo, comienza a crecer y a madurar en su apreciación espiritual. Jesús, la iglesia, la Biblia, la comunión con otros creyentes – todo esto cobra nuevo significado para él. Algo está sucediendo adentro. ¡Dios está operando!

Con el desarrollo del hombre Nº 2, viene la resistencia del cuerpo y del alma. Habiendo estado al mando por tanto tiempo, no se hará a un lado sin previa lucha. Antes de la conversión el Nº 2 estaba debajo de todos. La lucha para salir de abajo y establecerse arriba implica (a) darle su importancia a las prioridades de Dios; y (b) mantener un equilibrio para satisfacer las necesidades legítimas en las tres áreas del cuerpo, el alma y el espíritu.

Mientras el creyente se mantenga en sujeción a las demandas del cuerpo, su condición es lo que Pablo llama un cristiano «carnal» como el alcohol, el cigarrillo, las drogas, preocupación por el sexo y hasta perversiones» sexuales, ocultismo, etc. Otras ataduras más «respetables pudieran ser los deportes, viajar, la moda, posesiones, la familia etc. Debemos recordar que a Dios se le debe dar la preeminencia en todas las áreas de nuestras vidas.

También el alma tiene sus demandas peculiares que interfieren en la adoración. Algunas de ellas pudieran hasta ser diseñadas por el hombre para inducir la adoración. Grandes catedrales, ventanales a colores, órganos majestuosos, bellas actuaciones musicales ¡todo esto puede fortalecer nuestra alma sin llevarnos a la presencia de ¡Dios! En esta categoría podrían quedar también nuestros esfuerzos humanos para entrar en la adoración. Existe un intento del alma para adorar; lo sabemos cuando estamos más conscientes de nosotros mismos que de Dios.

A veces es la psicología de las masas o la manipulación de las multitudes lo que se cuela en muchos de los «servicios de adoración.» La oratoria, el llamado intelectual, las citas bíblicas, los testimonios, la caridad mundial, todas estas cosas podrían conmover las emociones para llevarnos a una reacción predispuesta, pero, ¿podrán abrir acaso las fuentes que se originan en la conciencia de Dios? Dios quiere que estemos conscientes de El y no que seamos movidos por la persuasión de los hombres.

¿Cómo hemos de darnos cuenta si nuestra «adoración» ha sido del alma – es decir emocional o intelectual? Cuando

perdemos su efecto inmediata­ mente que dejamos de «adorar». Hasta es posible que nos sin tamos más miserables Y sobrecargados que antes de «adorar». Cuando se entra en contacto espiritual con Dios, el espíritu humano es alimentado Y alentado. Se evidenciará un crecimiento en el cuerpo y en el alma. Encontraremos que ambos sirven al espíritu. Las ataduras son deshechas y las emociones estables, bajo el control del espíritu y no de los sentidos humanos.

Dios no quiere que el alma y el cuerpo sean enemigos del espíritu sino parte íntegra del todo. Tenemos que vivir en la «casa». Debemos de mantenerla en buenas condiciones, alimentándola y ejercitándola. La mente necesita ser informada de lo que está sucediendo en el mundo. El hombre no es sólo espíritu, aunque todo tenga que estar bajo el control de su espíritu.

En lo práctico   

Cuando se usan las palabras «espíritu» o «espiritual», existe la tendencia de creer que hemos dejado el ambiente de lo práctico y nos hemos elevado a la estratosfera. No hay nada más lejos de la verdad para el cristiano. Una vez que el espíritu está dispuesto para la adoración, todas las otras cosas caen en su lugar.

Un examen práctico para juzgar si nuestro espíritu está en el lugar que le corresponde es ver cuál es nuestra reacción a una situación que requiere la obediencia al mandamiento de Dios. ¿Se opone el cuerpo ofreciendo toda clase de argumentos? ¿Comienza nuestra mente a racionalizar para impedimos obedecer? Pronto se sabe quién es el que controla cuando los mandamientos de Dios van en contra de los deseos del cuerpo, las tendencias intelectuales y las reacciones emocionales.

Hay dos peligros que debemos evitar para mantenernos en equilibrio. Uno es la super espiritualidad. Una vez un hombre se me acercó con esta queja: «Mi esposa está tan metida en cultos de oración y oyendo tantas cintas que se ha olvidado de cambiar las camas y lavar los platos.» Este es un mal testimonio y un desequilibrio espiritual. Es posible que ni siquiera hubiese presente un átomo de adoración en todas sus actividades; tal vez sólo el deseo del alma de crecer en competencia con el espíritu.

En segundo lugar, existe la tentación de orientarse tanto hacia el ministerio humano que no quede tiempo para disponer al espíritu a adorar. Jesús se encontró con esta tentación y la venció. A menudo se retiraba para estar a solas con el Padre. Sabía que había un límite de lo que se puede dar a otros sin tener tiempo para refrescarse en la presencia de Dios.

La función de la alabanza  

El capítulo 16 de 1 Crónicas cuenta el relato de David trayendo el arca del pacto a Jerusalén y es una de las porciones más hermosas entre las Escrituras que se relacionan con la adoración.

Los versículos 1-6 describen el esmero de David en las preparaciones que hizo para llevar al pueblo a la adoración. Algunos de los sacerdotes fueron puestos para que «recordasen, confesasen y loasen a Jehová Dios de Israel.» A otros les proveyó de instrumentos para que tocaran «continuamente. . . delante del arca del pacto de Dios.»

En los versículos 8-1 5 dice: «Alabad a Jehová … Cantad a El. .. Hablad de todas Sus maravillas. . . Haced memoria de las maravillas que ha hecho … Buscad Su rostro continuamente.»

Después David recuerda algunas de la cosas que Dios hizo en preferencia a Su pueblo (vs. 16-22) y Su grandeza en toda la tierra (vs. 23-24).

¿Qué está sucediendo ahora? David está pasando de la alabanza a la adoración. Los versículos 25 y 26 expresan la dignidad de su Dios y el 27-29 «el poder. .. la honra … el poder. . . y la alegría. . .» en su presencia.

Ahora venimos al lugar (vs. 30-35) donde David hace un llamado a toda la naturaleza a unirse en la adoración – los cielos, el mar, los campos, los árboles.

El versículo 36 afirma el éxito de David en llevar a su pueblo a la adoración verdadera: «Bendito sea Jehová Dios de Israel. .. y dijo todo el pueblo: Amén, y alabó a Jehová.»

El propósito del sacerdocio  

En el mismo pasaje de 1 Crónicas 16 en el versículo 29, se mencionan dos partes muy importantes en la adoración: (1) «Traed ofrenda, y venid delante de él» y (2) «postraos delante de Jehová en la hermosura de la santidad. «

(1) Cuando hablamos de «ofrendas» generalmente pensamos en «pasar el plato» o «recoger una colecta». La enseñanza sobre las ofrendas aceptables la dejamos casi siempre para el Domingo de Mayordomía una vez al año. Pero aquí no estamos hablando de dinero (aunque a veces podría significar eso).

Dios le dijo a Su pueblo: «Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa» (Éxodo 19:6). (Aunque el sacerdocio cambió, el propósito de Dios jamás cambió. Todavía le pertenecemos a El y lo más importante en nuestra relación sigue siendo la adoración.) En I Pedro 2:5 y 9 dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”

El sacrificio en el Antiguo Testamento era de toros y machos cabríos. En el Nuevo Testamento el sacrificio es de alabanza. El sistema no ha cambiado; lo que cambió fueron los sacerdotes y los sacrificios. Hebreos 13: 15 dice: «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre.»

Nuestro sumo sacerdote es Cristo Jesús y por El (Efesios 2: 18) venimos delante del Padre para ofrecerle el sacrificio de alabanza. Este sacrificio es el fruto de nuestros labios. Por medio de Jesucristo y por la unción del Espíritu Santo, asumimos nuestro lugar legítimo como miembros del sacerdocio. Tenemos acceso al Padre y cuando elevamos nuestras alabanzas, Dios responde igual que lo hacía cuando el fuego descendía sobre los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento.

Por eso es tan importante expresar verbalmente nuestros sentimientos. Dios conoce nuestros corazones – es cierto – pero El quiere oírlo de nuestros labios.

Oseas 14: 2 dice: «Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios.»

Los sacrificios instituidos por Moisés eran de animales. Podían ser ofrecidos sin que el corazón de la persona estuviera en ello. A Dios no le interesan las ofrendas materiales primordialmente. Tampoco está interesado en nuestras ceremonias religiosas y aplauso hueco. Él espera la ofrenda de nuestros labios. El quiere nuestro amor. ¿Qué aprecio podría tener un hombre casado con una mujer que le dijera: «Soy una buena esposa: te cocino, cuido a tus hijos y te lavo tu ropa,» y todo el tiempo la mujer estuviera enamorada de otro hombre?» ¡Su corazón no estaría con él!

Dios no necesitaba los animales en los sacrificios del Antiguo Testamento, sino que el corazón de Su pueblo estuviera en una relación justa con el Suyo. Israel era muy meticuloso en observar sus días santos y en cumplir con toda la ordenanza de los sacrificios, pero la desobediencia a las leyes morales de Dios, el desprecio a sus conciudadanos, y la falta de respeto a los profetas de Dios, negaban la adoración aceptable. Por lo tanto Dios no podía tener comunión con ellos; no les podía revelar verdades nuevas, no los podía bendecir como deseaba hacerlo.

¿Podríamos evaluar la situación de nuestros días de la siguiente manera?: ¡Más religión y menos adoración!

(2) Es tiempo que nos demos cuenta que no se puede adorar a Dios y al mismo tiempo hacer trampas, mentir, robar o vivir en adulterio. Una persona así puede ir a la iglesia con regularidad, ser fiel con sus diezmos, cantar himnos, ser cortés con sus vecinos, pero jamás podrá adorar! «Postraos delante de Jehová en la hermosura de la santidad. «

Revista Vino Nuevo Vol 2-#1