Por Derek Prince

Caminando en el temor de Dios.

Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él (2 Cron.16:9).

El Espíritu del Señor va y viene por toda la tie­rra buscando cierto tipo de persona -aquella cuyo corazón es perfecto para con El. Cuando el Espíritu Santo la encuentra, Dios la muestra con deleite. Y Su poder con manifestaciones abiertas, dando Su aprobación en su vida y ministerio.

UN CORAZON PERFECTO PARA CON DIOS

Hay dos personas en las Escrituras de las que se dice tenían un corazón así: Abraham y Job. En Génesis 17: 1 Dios presenta este reto a Abraham:

«Era Abraham de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto».

Abraham ya había caminado con Dios durante veinticuatro años. Su llamamiento había venido cuando tenía setenta y cinco años. Pero ahora estaba por alcanzar el clímax de su desarrollo espi­ritual, cuando Dios cumpliría, de una manera gloriosa y maravillosa, la promesa que le había hecho cuando le sacó de Ur de los Caldeos. Era un reto fresco de Dios. Es como si Dios le hubiese dicho: «De aquí en adelante mis ojos van a estar puestos en ti en una forma muy especial. Voy a fijarme en todos tus movimientos. Vaya oír to­das tus palabras. Por lo tanto, te pido que hagas todas las cosas en una actitud de obediencia, fe y compromiso perfectos para conmigo».

Abraham es el padre de todos los creyentes (Rom. 4: 11-12). En otras palabras, su vida y su fe son un patrón para todos los que creen. El re­quisito de Dios para cada uno de nosotros está declarado en esas palabras dichas a Abraham:

«Anda delante de mí y sé perfecto y yo cumpliré mi promesa».

Estamos llegando a la consumación del propó­sito de Dios para la humanidad. El mensaje de Dios para todos los que quieren tomar su lugar en el plan de Dios es el mismo: «Anda delante de mí y sé perfecto».

En el libro de Job encontramos a otro hombre que tenía un corazón perfecto para con Dios. Sus amigos no hablaron muy bien de él, pero me interesa más lo que Dios dijo de él:

¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1 :8).

Job era un hombre «temeroso de Dios y apar­tado del mal». Podemos decir que la perfección para con Dios consiste en tener una actitud co­rrecta para con El y una actitud correcta hacia el mal. No hay neutralidad posible. No se puede transigir en las cosas que le son desagradables a Dios; el compromiso a la obediencia es absoluto -no importa lo que cueste. Y recuerde, ¡le va a costar algo ser aprobado por Dios!

El avalúo de los reyes en los libros de Reyes y Crónicas está basado prácticamente en la disposi­ción de sus corazones hacia Dios, pero el ejemplo más grande que tenemos fue el de David. El era el metro con que eran medidos los otros reyes.

Tenga en mente que no estamos hablando de un corazón que sea perfecto, sino de uno que es perfecto para con Dios. David no siempre actuó dentro de la perfección moral. Como se sabe, co­metió adulterio. Si bien las Escrituras no aprue­ban el adulterio, aquí no está hablando de perfec­ción moral, sino de la actitud de David hacia Dios.

En Éxodo 20: 1-3 encontramos el primer requi­sito: «Y habló Dios todas estas palabras, dicien­do: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tie­rra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí».

Ser perfecto para con Dios significa no tener otros dioses. En la rea­lidad de las cosas, la pregunta clave para David y para nosotros es» ¿Quién es su dios?»

Esta es la misma pregunta que Moisés presentó delante de Israel en Deuteronomio, antes de que entraran en la tierra prometida. La respuesta de­terminaría el destino de sus vidas. Después, cuan­do el Espíritu Santo cayó sobre Israel, en el mon­te Carmelo consumiendo el sacrificio de Elías, todo el pueblo se postró y dijo: «¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!» Usted podrá tener pro­blemas, podrá cometer errores y pecados, pero si puede decir eso, saldrá de todos victorioso.

Esto nos trae al punto de una evaluación per­sonal con respecto a esta esencial pregunta. De­bemos preguntarnos: «¿Cómo sabemos quién es nuestro Dios?» En Génesis 31, Jacob le dice a Labán: «Trataste de engañarme diez veces, pero Dios no te lo permitió. Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y el temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías» (v.42). Note las palabras «El Dios de Abraham y el temor de Isaac». En esencia, ¡a lo que temes ese es tu dios!

Algunas personas hacen del cáncer su dios. Le tienen más temor al cáncer que a Dios. De la mis­ma manera, las personas que se entrometen en la brujería, la adivinación y los encantamientos caen en una esclavitud de temor a los poderes satánicos tan tremenda que se convierten en su dios. ¡Yo no quiero temer a nadie excepto al Dios de Abra­ham, Isaac y Jacob! Si una persona teme en reali­dad a Dios, es todo lo que necesitará temer en la vida.

¿QUE ES EL TEMOR DE DIOS?

Antes de definir lo que es el temor de Dios, quiero señalar otros cuatro temores que no son de Dios.

El primero es el temor natural. En ciertas situa­ciones sentimos temor naturalmente. Por ejemplo, una persona va en su auto por la carretera y una llanta estalla. El auto se desvía violentamente y cae en una zanja. La reacción natural es experi­mentar temor en esta situación. Este no es el te­mor de Dios, pero tampoco es malo. En realidad, esta clase de temor nos protege. El temor y el do­lor son dos mecanismos que Dios ha puesto en el hombre para protegerlo. Si una persona mete su mano en agua muy caliente, el dolor que siente lo hace sacarla instintivamente. Si no sintiese dolor, el agua caliente quemaría su mano.

Un segundo tipo de temor es el satánico. 2 Ti­moteo 1:7 dice: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía … » La marca de ese espí­ritu está señalada en 1 Juan 4: 18: «El temor in­volucra (lleva en sí) castigo (tormento)». En otras palabras, el demonio del temor es atormentador. El temor del Señor no atormenta.

Una tercera clase de temor es enseñado por el hombre y es el temor religioso. Isaías 29: 13 dice:

«Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres … » Yo tenía este tipo de temor por años. Es muy común entre los que han crecido dentro de alguna iglesia. Es miedo de hacer lo que no es aceptado religiosamente. Somos entrenados a creer que hay cierto tipo de conducta apropiado para la iglesia y otro que no lo es. Por ejemplo, durante muchos años yo pen­sé que era pecado toser o hablar fuerte o demos­trar cualquier clase de animación en la iglesia.

Otra característica es la que busca mantener el statu quo. Jesús reprendió a los líderes religiosos de su tiempo porque rehusaban reconocer lo que Dios estaba haciendo en medio de ellos. Tenían miedo de los cambios que eso produciría en su comportamiento.

El cuarto tipo de temor lo encontramos en Pro­verbios 29 :25: «El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado». Note el contraste. El que teme al hombre no con­fía en Jehová; el que confía en Jehová no necesita temer al hombre.

Con frecuencia hay ministros que se acercan y me dicen: «Soy bautizado con el Espíritu Santo y también se manifiestan en mí los dones del Espí­ritu, pero me siento atado». Es el temor del hom­bre. Temen lo que la junta va a decir o lo que piensa el concilio; lo que hará el presbiterio o lo que dirán sus miembros. Pedro dijo: «Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hech. 5:29). Cuando estemos frente a una elección bien marcada entre nuestra obediencia a Dios o al hombre, la decisión ya está hecha por nosotros en la Palabra de Dios. Opino que, por lo menos el cincuenta por ciento del pueblo de Dios no está completamente libre porque todavía está atado por el temor del hombre.

Estos cuatro temores, el natural, el satánico, el religioso y el del hombre no corresponden al te­mor del Señor. Consideremos ahora lo que sí es. Se puede definir de muchas maneras y veremos al­gunas definiciones que dan las Escrituras. Breve­mente, el temor del Señor es hacerle a El Dios en su vida. Es una actitud de reverencia, de compro­miso y de sumisión total a El.

En el Salmo 34: 1 y en Proverbios 1 :29 descu­brimos dos aspectos del temor de Jehová. La pri­mera cita dice: «Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová os enseñaré». El Espíritu Santo tiene que enseñamos este temor de Dios.

Proverbios 1 :28 y 29 dice: «Entonces me lla­marán y no responderé; me buscarán de mañana y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sa­biduría, y no escogieron el temor de Jehová». Quiero enfatizar que usted debe escoger el temor del Señor en su vida. Si no lo hace vendrá el tiem­po cuando usted orará y Dios no responderá; lo buscará y no lo hallará.

Los siguientes pasajes dicen lo que el temor de Dios hará. Prov. 1:7;9:10; 15:33; Salmo 111:10 y Job. 28:28 lo relacionan con la sabiduría y el conocimiento. «He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligen­cia» (Job 28:28).

Salmo 19:9 dice que «el temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre … » No solo es limpio, sino que lo mantendrá a usted lim­pio.

«El temor de Jehová aumentará los días; mas los años de los impíos serán acortados» (Prov. 10:27). Es muy claro -el que quiera una vida lar­ga y feliz, que tema al Señor.

«Con misericordia y verdad se corrige el peca­do, y con el temor de Jehová los hombres se apar­tan del mal» (Prov. 16:6). El que teme al Señor se aparta del mal.

«En el temor de Jehová está la fuerte confianza (como dijimos antes el que teme al Señor no tiene que temer a nada más en la vida) y esperanza ten­drán sus hijos. El temor de Jehová es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte» (Prov. 14:26, 27). Aquí hay cuatro bendiciones: confianza fuerte, esperanza, un manantial de vida y escapar de los lazos de la muerte.

«Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová» (Prov. 22:4). Tres bendiciones más.

Finalmente, no creo que hayan bendiciones más grandes que las que señala Proverbios 19: 23 :

«El temor de Jehová es para vida, y con él vivirá lleno de reposo el hombre; no será visitado de mal». No sé qué más se podría pedir de la vida.

VIVIR EN EL TEMOR DE DIOS

Las Escrituras indican que el temor del Señor es necesario en aquellos que ejercen autoridad so­bre otros. «El Dios de Israel ha dicho … un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios» (2 Sam. 23:3).

Hay dos requisitos para el liderazgo espiritual. El primero es el amor de Dios y el segundo el temor del Señor. Cuando Jesús llamó a Pedro para que pastoreara a Sus ovejas, le preguntó tres veces si le amaba. Después le dijo que si le amaba que pastoreara a sus ovejas. El amor del Señor y de Su pueblo son muy necesarios. Sin embargo, si se trata de ministrar por amor a Su pueblo única­mente, vendrá el día cuando se tendrá que tratar con una persona tan difícil que su amor no dura­rá, pero si tiene amor por el Señor, se mantendrá firme.

Un segundo punto: si su única motivación para el ministerio es el amor por la gente, algún día vendrá la tentación de hacer lo que ellos quieran contra lo que Dios quiere. Es en este punto donde se distingue el verdadero pastor de un asalariado. El asalariado da a la gente lo que quiere; pero el pastor da lo que Dios dice. Solo el temor de Dios lo puede capacitar para hacerlo.

Veámoslo ahora en la vida y ministerio de Je­sús. Isaías 11: 1-2 dice de Jesús: «Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová».

 El aspecto culminante del Es­píritu Santo es el espíritu de Jehová. Descansaba sobre Jesús, el unigénito del Padre. Este aspecto en la vida de Jesús es bien patente. Su temor del Padre era obvio: «Yo siempre hago lo que le agra­da a El. Yo no hago nada por mi cuenta o sólo lo que veo hacer al Padre, eso hago».

Isaías 11:3 continúa diciendo de Jesús que el Espíritu de Dios «le hará entender diligente en el temor de Jehová … « Esto quiere decir que Jesús tenía una sensibilidad muy especial para discer­nir la voluntad y los caminos de Su Padre. ¡Cuán­to necesita la Iglesia de hoy esta sensibilidad!

Hebreos 5:7 hace mención de Jesús en esta manera: «Cristo, en los días de su carne, cuando ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas a Aquél que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su piedad (temor reverente)». Dios oyó las oraciones de Jesús porque nacían de su temor de Dios. ¿Cuál es la gran evidencia de que Jesús tenía este temor del Padre? Creo que este pasaje se refiere primordialmente a Getse­maní. ¿Qué fue lo que dijo Jesús que revela este temor? «No lo que yo quiero, sino lo que tú quieras».

La iglesia primitiva también lo sentía. «Enton­ces la iglesia por toda Judea, Galilea y Samaria gozaba de paz, siendo edificada; y, continuando en el temor del Señor y en la fortaleza del Espí­ritu Santo, seguía creciendo» (Hech. 9:31). Experimentaban lo que dice el Salmo 2: 11: «Ser­vid a Jehová con temor, y alegraos con temblor». Note bien esta combinación. Nunca separe los dos si no quiere desequilibrarse. Cuando balan­ceamos la alegría con el temblor -el temor del Señor con la fortaleza del Espíritu- entonces la iglesia se edifica.

1 Pedro 1: 1 7-18 nos dice por qué debemos te­mer al Señor: «Y si invocáis como Padre a Aquel que imparcialmente juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor durante el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir here­dada de vuestros padres, con cosas perecederas como oro o plata, … sino con la sangre preciosa de Cristo … »

Estas palabras fueron dirigidas a cristianos -aquellos que son redimidos por la sangre de Cristo. ¿Por qué debemos pasar el tiem­po de nuestra peregrinación aquí con temor? Por el precio de nuestra redención. Le costó a Dios la sangre de Su Hijo. Dios dio a Su Hijo para que nos redimiera de nuestra vanidad, ig­norancia, desobediencia, rebelión y orgullo.

El Espíritu Santo es quien implanta en nuestros corazones el temor del Señor. No creo que lo ten­gamos si El no nos lo enseña. Si respondemos po­sitivamente en el temor del Señor, comenzaremos a disfrutar del favor de Dios. Oiga estas tres decla­raciones del favor de Dios.

«Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de tu favor».  (Sal­mo 5: 12). El favor de Dios es como un escudo que rodea y protege por todas partes. Hay seguri­dad absoluta bajo el favor de Dios.

En cierto sentido, el favor de Dios es como la nube de la presencia de Dios. Proverbios 1 6: 15 dice: «En la alegría del rostro del rey está la vida, y su benevolencia es como nube de lluvia tardía». Tener el favor de Dios es caminar bajo la nube de la lluvia tardía.

Proverbios 19: 12 dice que «su favor es como el rocío sobre la hierba». El favor de Dios es como una nube de lluvia tardía y como rocío sobre la hierba, el que anda bajo él no tendrá sequedad espiritual.

Esta figura nos sugiere que la nube y el rocío nos siguen dondequiera que vayamos, para preci­pitar bendiciones de Dios sobre Su pueblo. ¡Qué privilegio más grande!

El hijo y siervo humilde de Dios que camina en el temor del Señor y bajo la nube del favor de Dios- es un portador de bendiciones. Automáti­camente bendice a los que entran en contacto con él. Hay una fragancia que despide; una Presencia notable; algo que le rodea y que le sigue donde­quiera que va.

Dios sigue buscando por toda la tierra a los que tienen un corazón perfecto para con él; que le han hecho su Dios y que han aprendido el temor del Señor; y cuando los encuentra muestra su po­der a favor de ellos. ¡Determinemos ser esta clase de hombres!

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 3 nº 10 diciembre 1980