Primera de dos partes

¿Se acabó la fiesta?

Hace quince años, el mundo religioso fue des­pertado por un movimiento espiritual sin hacer acepción de personas ni denominaciones, que lle­gó a conocerse como el «movimiento carismáti­co».

Considero que ha sido una genuina visitación de Dios. Pero, quiero sugerir que el «movimiento» está pasando por una crisis muy seria que podría resumirse de la siguiente manera: «¡Crece o retar­date!»

La elección no es entre crecer y detenerse, porque no hay tal cosa como permanecer inmóvil en Dios. Si no hay progresión en la vida cristiana, hay regresión. La crisis que enfrenta el movimien­to carismático se debe a que no está muy seguro si quiere crecer o no. Sigue jugando los mismos juegos de hace cinco o seis años. Si seguimos la a­nalogía sencilla del crecimiento de un niño, nos preocuparíamos si éste estuviera haciendo las mis­mas cosas de hace cinco años atrás.

A través de la Historia, la vitalidad de la pre­sencia del Espíritu Santo ha sido resistida por dis­tintas formas de antagonismo religioso. En el prin­cipio todos los cristianos eran carismáticos. En el Nuevo Testamento no existe tal cosa como un cristiano que no hubiese recibido el don del Espí­ritu Santo. Esta experiencia formaba parte del ri­to de iniciación para entrar en el Reino. Todos los cristianos del Nuevo Testamento vinieron por su arrepentimiento, fe, bautismo y los dones del Es­píritu Santo.

Cada una de las epístolas de Pablo fueron es­critas con un propósito específico. Corintios trata con la crisis carismática en los días de Pablo, y por lo tanto tiene su vigencia en nuestra crisis de hoy.

La iglesia de Corinto tenía todos los carismas y capacitaciones. Habían sido «enriquecidos». Eran «plutócratas» en el sentido espiritual. No había dádiva, palabra, ni carisma que no se encontrase en ellos. Sin embargo, en el capítulo 3, Pablo les habla fuertemente:

Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a hombres carnales, como a niños en Cristo.

Os di a beber leche, no alimento sólido, por­que todavía no podíais recibirlo. Ni aun ahora podéis, porque todavía sois carnales. . . (1 Cor 3ª).

¡Tenían los «dones», pero eran carnales! ¿Se­rá eso posible? Es obvio que sí. El apóstol recono­ce que «nada les faltaba en ningún don, «pero también eran personas inmaduras que se habían mimado y rehusaban crecer y aceptar sus respon­sabilidades.

Pues habiendo celos y disensiones entre voso­tros, ¿no sois carnales y andáis simplemente como hombres?

Los corintios se habían desviado del propósi­to de Dios y estaban fuera de curso con todos sus carismas. Había por lo menos tres áreas en las que debían ser corregidos.

  1. No comprendían el propósito divino.

¿Sabía Ud. que es posible ser cristiano, ir al cielo cuando muera, y no descubrir el propósito de Dios en la tierra? Una ilustración gráfica la vemos en la nación de Israel, nuestros padres, la mayoría de quienes murieron en el desierto. Habían sido miembros de la «iglesia en el desier­to», una iglesia que no dio su obediencia al propó­sito de Dios. Y bien que lo sabían, pero rehusaron caminar con él. Cuando llegaron a Cades Barnea y estaban a punto de entrar en Canaán, toda la congregación rehusó entrar.

El desierto representa una inmadurez legíti­ma pero temporal. Nadie espera que un mucha­cho de nueve años se conduzca como un joven de dieciocho. Hay lugar para la inmadurez cuando se camina hacia la madurez y primera cederá a la segunda naturalmente, pero si no lo hace enton­ces hay problemas. El desierto es un tipo de in­madurez.

El gran peligro para todos nosotros no está en decidir regresar, aunque lo hagamos con una verdadera intención negativa, sino en nuestra decisión de no seguir adelante.

Cuando Israel rehusó seguir hacia la madurez, representada por la tierra de Canaán, Dios no los envió de regreso a Egipto, el lugar de «perdición», sino al desierto que es el lugar de inmadurez, y allí murieron. ¿Será justo decir, si esa analogía es válida, que estamos viendo a una generación de carismáticos que corren el riesgo de morir en la inmadurez?

La carta a los Hebreos toma este tema en el capítulo 6 cuando dice: «Hebreos, ya tienen su­ficiente tiempo de haberse convertido como para saber que hay algo más. Habiendo echado el fun­damento, avancemos hacia la madurez, no echan­do otra vez … «

En una carrera todos los que toman parte compiten, pero sólo uno obtiene el premio. «¿No sabéis que en una carrera … todos corren?» (1 Cor 9:24). 

Pablo habla de la continuidad de nuestra vida cristiana, tanto en el aspecto corporativo así co­mo en el individual. «Por tanto, yo de esta mane­ra corro … no que habiendo predicado a otros yo mismo sea descalificado.» Si Pablo temía ser de­saprobado en la carrera del propósito de Dios, ¿Cuánto más nosotros?

En el capítulo 10:1-4 dice: «Hermanos, al comienzo de mi carta les decía que habían sido en­riquecidos por Dios en toda palabra; que nada les falta en ningún don. Dios les ha bendecido con su gracia y han prosperado bajo su mano fiel. Pero parece que no entienden que los dones de Dios no son para disiparlos -les han sido dados para que los usen responsablemente con un propósito. Quiero recordarles lo que sucedió con nuestros padres. Todos ellos tenían lo que tienen ustedes: fueron bautizados en la nube, un tipo del Espí­ritu Santo; fueron bautizados en Moisés y en agua en el Mar Rojo; todos comieron del mismo pan sobrenatural y bebieron agua sobrenatural de la roca. Eran tan carismáticos como ustedes.»

Dios les dio dones -todos los carismas. Pero recuerden lo que les pasó: Dios no estuvo compla­cido con la mayoría de ellos y murieron en el de­sierto, en la inmadurez. Fueron enviados de regreso al desierto en el momento en que rehusaron seguir adelante.

No importa la etapa en la que nos encontre­mos en nuestro crecimiento, el gran peligro para todos nosotros no está en decidir regresar, aunque lo hagamos con una verdadera intención negati­va, sino en nuestra decisión de no seguir adelan­te. La escritura compara a Israel con una «novi­lla indómita» que rehusa caminar hacia adelante. A Dios le interesa que no nos echemos atrás, y tiene igual cuidado, sino más, para que no plante­mos las cuatro en el suelo rehusándonos a seguir.

Si echo para atrás la conciencia me avisará, pero si yo permanezco inmóvil en un solo lugar, puedo llegar a engañarme creyendo que estoy bien y pensar de esta manera: «Bueno, Señor, no he retrocedido un centímetro. Te he sido fiel y aquí estoy en el mismo lugar en el que he estado durante los últimos diez años. ¡Aleluya! Pero el Señor responderá: «¿Qué estás haciendo allí? Ya yo he avanzado diez años por el camino.»

¿Cuál es el serio y sutil peligro ‘de esta clase de rebeldía? Que da todas las apariencias de seguir siendo lo que se ha sido sin llegar a ser lo que se debe ser. Es llegar hasta cierto punto y detener­se, de manera que lo bueno se convierte en enemi­go de lo mejor y lo mejor de lo óptimo.

La motivación de Pablo cuando escribe a los corintios es hacerles ver que Dios no estuvo com­placido con la mayoría de nuestros padres y que, así como la Iglesia de Israel murió en el desierto, ellos también morirían si no se enderezaban. ¿Sería justo señalar en base a lo que hemos dicho, que si nosotros los carismáticos, o personas llenas con el Espíritu, o como quiera que nos llamemos, no limpiamos nuestro acto y nos metemos en el camino y comenzamos a caminar en los propósi­tos de Dios, que la misma amonestación que Pa­blo dio a los corintios es aplicable también a nosotros? Nosotros también podríamos morir en la inmadurez.

«Todo esto les sucedió a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros; y fue puesto en las Escrituras como una advertencia para los que vivimos en estos tiempos últimos.» (Versión Popular). La situación en que nos encontramos nosotros es más seria que la de Israel. El trato de Dios con ellos ocurrió temprano en el proceso de la actividad histórica de Dios. En contraste, nosotros estamos en el clímax. Si logro entender bien el Nuevo Testa­mento, Dios no tiene un «Plan B» como alterna­tiva. A nosotros nos toca entrar.

Si usted se subscribe a ciertos puntos de vista escatológicos que le absuelven de esa responsabilidad, es mejor que vuelva a examinarlos. La Biblia dice claramente que el Evangelio es el poder de Dios para la salva­ción que la Iglesia de Dios es la última comunidad redimida en la Tierra y que este es el fin de las edades- el clímax de la historia y la edad mesiá­nica.

Si Ud. y yo no comprendemos el propósito divino, entonces ya habremos perdido todo incen­tivo para seguir adelante.

Yo creo que los corintios oyeron a Pablo con toda claridad: «Están en peligro de morir en el de­sierto.» Me pregunto ¿cuántos de nosotros esta­remos satisfechos de morir en el desierto?

Hay algo muy interesante en todo esto. Dios no quitó la nube de este pueblo desobedien­te. Tampoco les quitó el maná, ni el agua. Senci­llamente les privó de la oportunidad de avanzar hacia la madurez y no les permitió entrar en Canaán. La advertencia apostólica para los corin­tios y para los hebreos es ésta: «Si no entran, Dios se verá obligado a actuar de cierta manera.» Su juicio para aquellos que no la reciben consiste en quitarles la oportunidad de entrar más adelante.

La crisis carismática se debe, entre otras co­sas, al fracaso en la comprensión del propósito di­vino. No es suficiente con la celebración de sani­dades, maná y agua, y toda provisión sobrenatural. No podemos pasar toda la vida en un mismo lugar celebrando eso. Tenemos la responsabilidad de entrar en la tierra que Dios ha dado, porque allí es donde la comunidad redimida demuestra el gobierno de Dios.

Dios no ha enviado esta dimensión carismáti­ca de los últimos quince años sólo para celebrar conferencias y para que a la gente se le ponga la carne de gallina. El ha enviado a su Espíritu para darnos una dinámica, por medio de la cual poda­mos cumplir con el propósito de Dios. Los corin­tios no lo comprendieron, ¿y nosotros? Jesús nos ha dicho que seamos luz al mundo, sal a la tierra: que salgamos con ese poder carismático que tenemos encerrado en reuniones; que toquemos todas las áreas de la vida y que llevemos la integridad a toda dimensión legítima de la experiencia huma­na. Necesitamos un verdadero río de educadores, abogados, doctores, arquitectos, agricultores, hombres de negocios cristianos que influyan en todas las facetas de la vida. ¿Será pedir demasiado?

  1. Renuencia a cooperar con el pueblo de Dios.

En 1 Corintios 12: 13 leemos 10 siguiente: «Pues por un Espíritu todos fuimos bautizados en un cuerpo, ya sean judíos o griegos, esclavos o li­bres, y a todos se nos dio a beber de un Espíri­tu.» La palabra céntrica en este versículo es uno. ¿Cuántos cuerpos? Uno. ¿Cuántos espíri­tus? Uno. De aquí se desprende la absoluta esen­cialidad de la unidad. Si no logramos encontrar la unidad del Espíritu, entonces frustraremos su ministerio.

En Efesios 4, Pablo habla de la unidad en dos aspectos. Primeramente, la unidad del Espíritu que debemos preservar hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe. Desafortunadamente, nuestra tendencia es invertir el orden y decimos: «Seré uno contigo si te pones de acuerdo conmigo.» Sin embargo, jamás llegaremos a ser uno si hace­mos que la unidad del Espíritu dependa de la unidad de nuestra fe.

En el principio, la renovación carismática nos unió a todos por el compromiso común que tenía­mos a la vida y poder del Espíritu Santo. Con el pasar del tiempo vinieron las divisiones que per­manecen todavía debido a que nos hemos rehusa­do a crecer y a mantener nuestra unidad en el Es­píritu. Igual que los corintios, hemos mostrado nuestra mezquindad, pequeñez y espíritu de con­troversia unos con otros. Esto no debiera de ser porque el pueblo de Dios es un pueblo espe­cial, compuesto y mantenido sobrenaturalmente por el Espíritu Santo.

La segunda parte de 1 Corintios 12: 13 dice: » … a todos se nos dio a beber de un Espíritu.» El bautismo es el punto crítico; beber es el proce­so. Hemos sido constituidos por la crisis y somos mantenidos por el proceso. La unidad del Espíri­tu es un factor presente de Dios. La unidad de la fe es un factor potencial que obtenemos por me­dio de la obediencia. Somos uno. La unidad del Espíritu nos liga el uno al otro y nos permite diferir en asuntos de fe sin dividirnos.

Jesucristo promete nuestra madurez y testimonio corporativo en la vida. Antes de que Jesús regrese debe de tener algo que mostrarle al Pa­dre. Cristo va a venir por un Reino que pueda en­tregar al Padre y que pueda ejemplificar el gobier­no de Dios en la tierra. ¿Usted cree que Cristo quiera gloriarse de nosotros delante del Padre en la condición en que estamos? Estoy seguro que él no tomará el embrollo que tenemos ahora para presentarlo al Padre como el producto de su obra.

Estamos al borde del cumplimiento de la pala­bra del Señor que dice que en el tiempo de la sie­ga, Cristo va a quitar todo lo que sirva de tropie­zo para que los justos puedan resplandecer. Es­toy seguro que cuando Dios nos envió esta visita­ción carismática, nos dio una oportunidad para armar el rompecabezas.

Estoy convencido que la próxima sacudida va ser de juicio. Dios nos está dando la oportunidad para prepararnos. El no va a tolerar que continue­mos en la terquedad de nuestras divisiones. Su pueblo se distingue por su armonía. Los corintios no lograron reconocer esto y dividieron el Cuerpo, a aquellos que bebían de un solo Espíritu.  

Una nota de precaución. No intente unir lo que no puede. Hace unos años hice el intento de incorporar con mi celo a todos los que se llama­ban a sí mismos cristianos. Un día el Señor me dijo con toda sencillez: «Haz estado predicando de Efesios capítulo 4. ¿No te has dado cuenta que 4 viene después de 3, 3 después de 2 y 2 después de 1?» Volví a estudiar Efesios y encontré que los que Dios quiere juntar en el capítulo 4 son aqué­llos que El comenzó a procesar en el capítulo 1, que se arrepintieron, fueron bautizados y llenos con el Espíritu Santo. 

Los corintios no cooperaron con el pueblo de Dios al no considerar adecuadamente el asunto de la unidad y de las relaciones interpersonales. La seriedad de este problema nos concierne a noso­tros también. Todavía hablamos y actuamos como individuos. «Yo soy salvo. Yo soy bautiza­do … yo … yo … » El énfasis en el «yo» es le­gítimo únicamente cuando lo hacemos en armonía con el «nosotros.»

No hay tal cosa en el Nuevo Testamento como un cristiano que viva para sí mismo. Roma­nos 14:7 dice categóricamente que «ninguno de nosotros vive para sí mismo.» (Vea también 2 Cor. 5: 15). Dios nos ha hecho para relacionarnos. Deliberadamente nos hizo con algo que nos falta y que sólo otro puede llenar. Yo no lo tengo to­do, ni Ud. tampoco, pero entre nosotros lo tenemos todo.

La totalidad de la provisión de Dios no es dada ni a Ud. ni a mí; nos es dada a nosotros. En el Cuerpo él ha puesto todo lo que es necesario pa­ra nuestro beneficio corporativo. Si hay uno que no da su contribución, le roba al Cuerpo de lo que tiene y estorba el cumplimiento del propósito de Dios.

Debemos ser un pueblo peculiar, compuesto y equipado sobrenaturalmente para el determina­do propósito de ser una comunidad redimida para testimonio al mundo.

Reproducido de la revista Vino Nuevo Vol. 3-Nº 7- JUNIO 1980